La raza como sistema clasificatorio. “YO” y mi silencio cómplice, por omisión.

EGO18 octubre, 2017

“Solo había pensado en la distancia, sin plantearme lo de la temperatura”

Haruki Murakami en su libro De qué hablo cuando hablo de correr

Todo comenzó en Portugal y sigo recordando. En muchas de mis reflexiones, mis  corridas por el bosque o la calle aparecen una y otra vez como imágenes recurrentes, y pensándolo a la distancia en ellas es posible evidenciar que durante el proceso de recordar, los eventos se van construyendo en espacios íntimos que finalizan evidenciando datos, información oculta.

La reflexión “Todo comenzó en el mercado de esclavos en Portugal” publicada en la revista periodística El Pulso en el mes de junio del año 2016, me llenó profundamente de alegría. Un poco más de un año después la postee directamente de la página, tal y como se registra en el FB. Pude observar dos caritas que expresaban me enoja, un asomo de molestia e incomodidad, no pregunté la razón y viaje nuevamente a través de los recuerdos, releyéndome y no me fue posible advertir, que habría escrito para causar ese sentimiento (mucho se discute que en las redes sociales es imposible expresar emociones porque no se desarrolla una interacción cara a cara).

Más de una semana ha pasado, un hermoso colibrí posteó una reflexión titulada “Algunas notas sobre raza y narrativas femeninas. El que más mira menos ve”. La leí y me atravesó el cuerpo, un maravilloso artículo que me llevó a navegar nuevamente por los recuerdos, sin embargo no me daba pistas, aunque mi cuerpo me informaba que iba dirigido para mí. Retorné a mi post, me leí nuevamente, y me detuve leyendo desde el inicio y encontré, no una pista, sino pienso yo, fue la razón que causó la reacción de enojo respecto a mi post.

En realidad, no fue algo que pensé, lo sentí, sentí nuevamente, apropósito de Recordar para volver al corazón, “un sentimiento de intranquilidad, irritación y molestia” (p. 129) en tanto, narrar mis experiencias transitadas en diferentes países no se dirigían a relatar la realidad que viven –digo yo, vivimos- las personas negras en un mundo que las margina y continúa esclavizando. La nota publicada señala puntualmente “la realidad que viven los y las negras…”

Libro leído hace seis o siete años cuando corría, siempre en solitario, en la madrugada y generalmente en el transitar de la oscuridad y el aviso de un nuevo día que nacía iluminando levemente el firmamento.

“Me concentro en mi cuerpo para que no se me escape ningún sonido, ninguna escena, y para no perder el rumbo» escribe Murakami. Definitivamente, mi intención durante cada corrida se dirigía en alcanzar la meta; no perder el rumbo de la vida en la que me encontraba inmersa.

Mi mundo se sumergía en las tinieblas de la crueldad, daños y heridas profundas vividas por mujeres que acompañé cotidianamente, así, la experiencia de correr era espiritual, como se señala en el libro. Levantarme en las madrugadas, al inicio con mucho esfuerzo y luego como parte de un ritual, se convirtió en una ceremonia de exorcismo, a través de la cual podía viajar a ese espacio íntimo-espiritual desde el cual me fue posible repeler el vapor que exhalaba la muerte, la desesperanza y el sufrimiento. Busqué evitar caer presa de la locura, la desesperanza, el desamparo, el miedo y el desamor.

Años después viví una experiencia similar, en esa oportunidad ya había dejado de correr, sin embargo atravesé rutas durante un viaje que fue marcado por la experiencia de la escritura. Pensé que sabía hacia dónde me dirigiría y lo que implicarían para mí, el  doloroso esfuerzo de recordar. También, ha sido una vivencia única, porque recordando las dificultades se recuerdan las alegrías, luchas, risas, cantos, bailes, historias y reapropiación de saberes. Una de esos hermosos regalos fue el compartir con mi tía abuela.

Mi abuela Da (mama-abuela en garífuna) Noya repetidas veces dijo: todo comenzó cuando ese médico en la ciudad me puso unas gotas en los ojos, eso comentó explicando las razones sobre la pérdida de la vista. Mi abuela, murió a la edad de 105 años, tiempo atrás la ceguera la privó de la vista pero nunca dejó de mirar la vida con la profunda claridad de su mundo interior.

Cuando la flor anhelada te abraza y te sumerges en su nectar, ese momento se vuelve único, pero tarde o temprano llegará a su fin, y con él, la despedida que te despierta, el aviso que anuncia que ya es tiempo para detenerte, que es tiempo de volver al nido.

Desde mi salida de Austria hasta hoy, he vivido un sin fin de experiencias que me han removido el ser, mi estar aquí. Ya lo he dicho muchas veces, pero nunca está de más repetirlo, reafirmar aquello que sabemos es propio, pero no se termina de encarnar.

Me decía mi querida amiga Karla que yo soy reiterativa en lo que escribo, y que eso ha de ser, es, una manera de reafirmarme. Eso me tranquiliza, aunque a veces pienso que quienes me lean sufren ante tanta repetición, sobre todo cuando los textos no han sido editados por almas maravillosas que verdaderamente han cultivado el arte de la palabra escrita.

Debo confesar que este ejercicio de escritura, es para mí, nuevo. No me considero escritora aunque a veces lo coloco en mi hoja de vida como requerimiento para presentar lo que hago en los últimos tiempos. Me gusta decir que soy cuenta cuentos, de lo que me pasa, me ha pasado o me cuentan que ocurrió y principalmente aquello que me toca el cuerpo

Cuando terminé mis estudios en Costa Rica y durante el tiempo que batallé para escribir mi tesis, en medio del correr con las hijas y un medio nuevo al acostumbrado me dije: Ahora que estoy lejos no quiero quedarme solo haciendo teoria.

MUA fue y es uno de mis centros, pero la interacción era de otro orden, diferente al que se necesita para activar la cotidianidad y aplicar el conocimiento de años de estudio para desarrollarte y sentir la satisfacción de generar tus propios ingresos, participando desde lo que se puede, cuando se está lejos del terruño.

De qué hablo cuando hablo de correr, de Haruki Murakami.

Solo había pensado en la distancia, sin plantearme lo de la temperatura, así pasaron los años, corriendo, primero en el bosque y las calles, después a través de la escritura y los recuerdos. Nuevamente solo había pensado en mirar la realidad visible, sin plantearme que la ceguera estaba avanzando rápidamente y que la realidad oculta atrapada en mi mundo interior anunciando que me estaba quedando ciega.

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Josefina Dobinger – Álvarez Quioto

Investigadora social hondureña, Mag.Sc. en Estudios de la Mujer por la Universidad de Costa Rica, Diplomado en Trabajo, educación y consejería por Instituto de desarrollo económico WIFI, Viena Austria, especialista en trata de personas, historiadora y cofundadora de Mujeres en las Artes (MUA).

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