Trabajadoras Domésticas Remuneradas: mujeres expuestas a la violencia laboral, al olvido Estatal, y ahora a la crisis del Coronavirus

EGO25 marzo, 2020

Por: Ana Verónica Pineda

El trabajo doméstico remunerado en Honduras es parte del 70% de la economía informal del país, esta labor conlleva a muchos riesgos para las mujeres que día a día se encargan de los cuidados en una nación marcada por una profunda desigualdad de género y clase.

En Honduras el trabajo doméstico remunerado además de ser invisibilizado, es precario. Muchas de las mujeres que realizan estas labores se sostienen con un sueldo aproximado de 3,277.30 lempiras mensuales otro porcentaje lo hace con un salario abajo de este, pero este es el pago promedio de la mayoría de trabajadoras domésticas, no poseen un seguro médico, ni contrato, ni horario fijo de trabajo, vacaciones, o protección gubernamental. A pesar de representar el 15.2 porciento de las mujeres ocupadas en todo el país, el Estado no ha sido capaz de garantizarles el goce de sus derechos ni condiciones laborales dignas que les permitan contar con seguridad social y económica. Este subempleo invisible es uno de los principales problemas del mercado laboral a nivel nacional debido a los bajos ingresos asociados a empleos temporales y la baja productividad que afecta sobre todo a las mujeres.

Tras la crisis por el Covid19, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe prevé que la economía de la región se vea impactada en distintos frentes, lo cual repercutirá en un aumento de hasta el 10% del desempleo. La pobreza en la región podría alcanzar a 220 millones de personas.

Eda Luna, tiene 22 años y es trabajadora doméstica remunerada en la modalidad de interna (dormida adentro) desde los 14 años. A través de su trabajo ha logrado sacar adelante a su familia y desarrollarse como persona, “este trabajo dignifica, pero además sostiene la vida de otros” nos comenta. Ella es fundadora, miembra de la Comisión Política y vocera de la Red de Trabajadoras Domésticas de Honduras (RTD) y nos explica la profunda preocupación en que se encuentra junto a sus compañeras.

La crisis en que ha puesto al mundo el coronavirus les atraviesa de manera particular; más allá de la invisibilización histórica hacia sus derechos por parte del Estado, los empleadores muchas veces se vuelven verdugos. No se les brinda equipo de bioseguridad y están expuestas a todo tipo de contaminación arriesgándose a contraer el virus en las casas donde laboran, por otro lado; las medidas adoptadas por el gobierno para prevenir la propagación del virus les ha dejado sin la posibilidad de movilizarse hacia sus lugares de trabajo, teniendo que caminar grandes tramos en  las solitarias calles de un país que se encuentra entre los más violentos del mundo y que posee la segunda tasa más alta de femicidios en América Latina.

Entre el temor de trabajar en un lugar donde puede que haya infectados, también se encuentra el de no trabajar y en consecuencia no recibir un salario. Karina Mejía trabajadora es doméstica en la modalidad de externa (con dormida afuera), relata con angustia “estamos viviendo en el ojo del huracán”, ella y muchas de sus compañeras están siendo discriminadas o suspendidas por sus patronos sin goce de sueldo por el miedo al contagio, otras han perdido el trabajo por no aceptar las condiciones que les han impuesto, o no han podido movilizarse por falta de transporte. “No tenemos como abastecer nuestros hogares con alimentos, ni la capacidad de ir a un centro asistencial. Nos estamos solidarizando con otras compañeras porque no han podido salir de sus trabajos ni ver a sus familias por la paralización total que hay en el país, si ellas se infectan nadie les brindará protección.” Además de los peligros que representa el trabajo en estos momentos, las precarias condiciones de nuestro sistema de salud sobreexponen y elevan los niveles de estrés de las mujeres que están cuidando de otras personas pero que, nadie cuida de ellas.

No hay nadie a quien recurrir en estos momentos, el desamparo gubernamental produce desasosiego y vulnera todavía más la vida de estas mujeres, “estamos expuestas aún más no solo por el virus, también está la violencia laboral, ya que las trabajadoras domésticas que trabajan con dormida adentro siguen en sus trabajos y ya no solo con las labores diarias, además, ahora están no solo asumiendo el cuidado de los niños también están ocupándose de las tareas que están enviando los maestros.” describe Gabriela Pineda que con 25 años de ser trabajadora doméstica ha logrado empoderarse de sus derechos y se ha unido a la RTD.  La carga extra asignada a estas mujeres no es remunerada ni reconocida, tampoco la violencia que puedan sufrir en sus trabajos es denunciada, violencia que en muchas ocasiones puede incluir maltrato verbal, psicológico, físico o agresiones sexuales. Tomando en cuenta que el 26% de las trabajadoras domésticas remuneradas son niñas y que muchas de ellas se movilizan desde áreas rurales, situación que alarma todavía más porque no pueden siquiera contactar a sus familiares.

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