PRÓLOGO A «UN DIOS UNDERGROUND»

EGO26 agosto, 2016

Por Albany Flores


En sus siempre controvertidas opiniones, Henry Miller llegó a decir que cada guerra es una destrucción del espíritu humano, refiriéndose quizá no sólo al concreto hecho de las afrentas armadas entre los pueblos, sino, sobre todo, a las titánicas luchas que cada hombre libra como un holocausto contra sí mismo en las burdas batallas de las guerras diarias. El autor de Trópico de Capricornio y la fabulosa Trilogía rosada cultivó un estilo narrativo desaliñado, en extremo realista —aun cuando muchos insisten que no lo era—, rebelde, caótico, y sumamente erótico, que a la larga conmovió tanto a los lectores como a los empecinados críticos, por su brutal y maestril forma de percibir y contar las ruindades y miserias humanas más enconadas en la sociedad estadounidense de su tiempo; razón que, con el paso de los años, lo convirtió en una de las voces más fuertes e importantes de la literatura universal del siglo XX.

De nadie es desconocido que la gran piedra en el zapato de la literatura hondureña ha sido la histórica carencia de narradores y de narrativas, con honrosas excepciones de lúcidos autores como Argentina Díaz Lozano, Arturo Martínez Galindo, Roberto Castillo o Santos Juárez Fiallos, Marcos Carías (padre e hijo); realizadores todos de una prolífica narrativa que buscaba alejarse de las formas, temas y técnicas rurales que habían imperado en nuestra experiencia literaria. Títulos como Sandalias por Europa, Peregrinaje, Cuentos metropolitanos, El corneta o Los alegres años veinte y otros cuentos, siguen apareciendo —incluso en nuestros días— como solitarios esfuerzos por construir una literatura hondureña que vaya más allá del simple relato y las aisladas hazañas del quehacer poético. De hecho, no existe todavía, lejos de esporádicos intentos, una tradición narrativa que pueda reflejarnos, de las maneras más bellas y horrendas, los grandes panoramas de la sociedad hondureña.

Dark Barahona, autor de "Un Dios subterráneo".
Dark Barahona, autor de «Un Dios underground».

Ante ello, tal como ya nos lo había anunciado en Estaciones del hambre punk, y en plena vena creativa capaz de novelarlo todo, Dar Barahona nos presenta una relato devorador y descaradamente realista sobre los modos de vida y las pasiones más bajas, desordenadas y extremas de una sociedad ancora provinciana, pero poseída irremediablemente por los oscuros hilos de la decadencia y los excesos; en una especie de acelerada autodestrucción cuyo final será indisolublemente catastrófico.

La azarosa historia de Philip, Ángel Artikboy y compañía, es la cruda descripción de las temibles condiciones sociales de una sociedad secuestrada por todos los males de su época, una taxidermia del espíritu humano que demuestra cómo los seres del mundo somos capaces de hacer todo lo que el mundo hace —bueno o malo—, que las cosas que en un momento pensamos que no haríamos también podemos hacerlas; y que siempre podemos seguir creciendo, pero que siempre podemos seguir descendiendo. Una historia a veces cruel, pero contada con audacia, buen humor, ironía; y un agudo sentido del sarcasmo que vuelven su lectura amena, ágil y constantemente divertida. Sus protagonistas, paradójicamente, son jóvenes rebeldes cuyas pasiones interiores los conducen por un mundo subterráneo que los lleva hasta los límites más álgidos de la existencia humana. Cada una de sus dionisiacas aventuras por los bares, medianoches y calles amanecidas de Tegucigalpa —casa que no parece la suya—, les va encerrando paulatinamente en un círculo vicioso que sólo se cerrará, en el caso de Nyomy Banxxx o Eugene Dulture, con la muerte.

Ilustraciones de Lia Vallejo.
Ilustraciones de Lia Vallejo.

No está de más decir que el concepto de Literatura punk es un término de muy reciente data en los lenguajes formalistas, aunque en la práctica podemos ubicarlo casi desde la segunda mitad del siglo XX, con el aparecimiento de una serie de autores insurrectos (casi toda la generación Beat, Charles Bukowski, o al mismo H. Miller) y auto desterrados de los gastados modelos de creación literaria diseñados por la Academia del momento. Uno de sus principales y más sólidos argumentos fue la enorme incongruencia que resultaba el hecho que los académicos —e incluso los críticos (¿pero cuándo habéis visto un monumento a un crítico?)— pretendieran dictar cátedras y reglas para los escritores mismos sobre cómo escribir, y sobre qué palabras decir y cuáles no; dejando de lado casi por completo el supuesto que una de las grandes tareas de la literatura es plasmar la memoria lingüística de las sociedades, que el lenguaje nace y muere cada día, que su primera función es crear vínculo de comunicación entre los individuos, y que, siempre que cumpla estas funciones, no puede ser incorrecto, por lo menos no en la práctica.

En el habla española, estas cuestiones entre la literatura punk y la literatura académica se han popularizado gracias al trabajo de José Ángel Mañas, responsable de la definición de Literatura punk o “nobela”(nótese novela con “b” y no con “v”, escrito así por Mañas para acentuar la diferencia entre la novela formal y la novela punk), haciendo referencia a su propia obra; particularmente a Historias del Kronen y Ciudad rayada, novelas acusadas, por sus formas, incluso, de terrorismo literario. Esta literatura se sirve de las imprecisiones, de las “incorreciones” ortográficas, sobresale en ella la emoción ante la corrección lingüística, es de todos los modos abundante en el uso del lenguaje popular (en este caso del Caliche hondureño), y en la conjunción de la lengua española con otras (francés, inglés, alemán, ruso, etc. —o sea una forma de Pidgins—): lo que al final resulta hermoso, pues atestigua el híbrido tiempo lingüístico en el que vivimos.

Ilustraciones de Lia Vallejo.
Ilustraciones de Lia Vallejo.

Un Dios subterráneo es una “nobela” inaugural que nos cuenta la historia de una generación atrapada entre los lóbregos brazos de la drogadicción, el alcoholismo, la promiscuidad, el crimen, la pobreza, la riqueza, el abandono, el dolor, el desamor y la muerte. En ella, su autor nos ofrece una visión decididamente contemporánea y sin decoros de las desenfrenadas prácticas de una juventud que ha vivido en el límite de los extremos como un conjunto de energúmenos frenéticos que jamás respetaron las etapas de la vida, que se saltaron todo, que vivieron demasiado rápido para hacer honor a las frívolas sentencias de héroes inverosímiles como Jack Keroauc, William Burroughs o Jim Morrison, y que anduvieron por el mundo bajo las tóxicas consignas de: vive rápido, muere joven, y tendrás un cadáver bien parecido.

No es de extrañar entonces que el aparecimiento de este maravilloso trabajo de verdadera creación literaria, más que de mera reproducción de palabras, se convierta con el tiempo —como le sucedió a Miller—, en una novela fundacional (en su estilo) que dé inicio a una nueva tradición narrativa en Honduras y acabe con otras; sólo porque cada final es un nuevo comienzo, y porque, en palabras del autor, «todo fin será siempre lo más cercano».

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