TRES AÑOS DE AUSENCIA DE PAREDES, RIGOBERTO

EGO9 marzo, 2018

Por Óscar Esquivel

Rigoberto Paredes nació en Trinidad, pueblito al nor-occidente de Honduras. Lugar acogedor en Santa Barbara, de donde, decía el poeta Paredes, en cada casa tienen un cuarto aparte para el loco de la familia. Trinidad colinda con otro pueblo ancestral de donde son originarios «los hermanos Cano», llamados por Amaya Amador «los brujos de Ilamatepeque».

«El señor poeta» como le llamaban las muchachas que atienden a los «paradisanos», llegó a Tegucigalpa a principios de los años 60 a bordo de una «baronesa», lleno de juventud, de salud y sobre todo de ensueños. Tegucigalpa, para ese entonces, de poca población y un clima bastante helado, es la ciudad de la que nunca se fue, a pesar que viajó y vivió en varias partes del mundo.

Rigoberto Paredes Fernández egresó de la escuela del profesorado, lo que hoy conocemos como Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. Continuó sus estudios y laboró en México, Colombia y España, países que lo recibieron y contribuyeron en su profundo y amplio conocimiento cultural.

El poeta Paredes era de presencia imponente en su fisonomía y más a través de su pensamiento, donde había que callar voluntariamente para aprender y disfrutar de sus conversaciones. Es autor de varios libros de poesía, entre ellos: «Segunda Mano», «Obra y Gracia», «Materia Prima», «Irreverencias y Reverencias», «Lengua Adversa» y «Partituras para Cello y Caramba», además de ser miembro de jurados de festivales de poesía nacionales e internacionales, entre éstos, en los últimos años: Canadá y Argentina. Paredes Rigoberto, como yo le llamaba, trabajó también en la UPNFM Y UNAH, además de ser miembro del gobierno de Carlos Roberto Reina y colaborar en el gobierno  de Zelaya Rosales.

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Conocí a Rigoberto Paredes en los últimos 12 años de su vida, en Café Paradiso, de donde era propietario junto a su esposa. Éste era un oasis cultural en Tegucigalpa, donde acuden personas de todas las edades. Acudí una tarde en busca de un café y para disfrutar de la lectura de un libro, sin imaginarme que ahí encontraría a un maestro cultural, un amigo, un paisano; a un buen conversador en todas las áreas, hasta para contar «perras» como aquella del tío Chevo, sicario de su pueblo que ya viejo y con un ojo mandaba al otro mundo a cualquier cristiano con sólo pagarle el 50% de entrada y el 50 % en el velorio. Paredes Rigoberto era de un humor envidiable a pesar de sus pesares. En otra ocasión, en la que se presentó un grupo de jóvenes poetas mujeres a leer en el café, autodenominadas «las de hoy», en las que se encontraba su esposa, me preguntó que quiénes eran las integrantes (estábamos colocados atrás de ellas). Le comenté que se llamaban «las de hoy» y que una de sus integrantes era su esposa. Y me dijo: «entonces esas ya no soy de hoy, son de ayer». Con el poeta Paredes se podía hablar de cualquier tema. También conversábamos de política, en donde concluimos que «x líder» tenía que hacerse a un lado para que el proyecto avanzara. Asimismo, comentaba sobre la trascendencia de la «Clemen» en la poesía, más allá de su condición de género.

Son tres años de la ausencia física de Paredes Rigoberto, quien tenía un perro llamado Apolo, muerto pocos días después de su dueño, de quien decía, » Aquí lo tratan a cuerpo de rey, mejor que a mí. Un día de estos voy a ladrar y comeré Eukanuba para que me quieran igual.»

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Acudí a tu velorio en donde ya no estabas. La caja iba bien sellada, como pediste: «Ah, y sellen bien la caja, a cal y canto; a salvo quiero estar de las miradas carroñeras de mis acreedores, de sus máscaras murrias, embrocadas sobre mi rostro desangrado y ciego… «.

Asistí al entierro del cadáver. Encima de tu caja, en la que no ibas, pusieron una plancha de cemento, para colocar la caja de otro difunto. Como para asegurarse que no te salieras, como si ahí estuvieras.

» ¿Qué hay por las calles, Esquivel Oscar? «. Pues nada Rigo, lo mismo de siempre.

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