Mujer lenca protesta frente al Ministerio Público. Fotografía: Nincy Perdomo. 

Nuevamente es 8 de Marzo, día en que se conmemora la lucha de las mujeres alrededor del mundo por obtener mejores oportunidades. El evento es asumido por muchos como una festividad casi de índole comercial en la que abundan las felicitaciones trilladas, la compra y venta de flores diversas y otro tipo de mercadería, los «chistes» y majaderías que desembocan, finalmente, en la transmisión sociocultural de un estereotipo del rol femenino en la sociedad. Es ese estereotipo contra el que las mujeres que vivimos y creamos en este espacio social luchamos cada minuto de cada día.

Ese mensaje es el constantemente delimita un cerco alrededor de nosotras. Nos convierte, en lugar de seres humanos sujetos de derecho, en caricaturas que sirven como decorado en las organizaciones, desde las más básicas de la sociedad, como la familia, hasta las más complejas. Simplifica nuestros rasgos y capacidades hasta convertirnos en producto de la industria publicitaria y comercial; cercena el rango múltiple de nuestras facetas y nos convierte únicamente en la porción deseable para el consumo: la madre; la prostituta; la sirvienta.

Es precisamente este enfoque el que, traducido dentro de la familia, el trabajo, el partido político o los poderes del Estado, el que crea barreras sistémicas –invisibles para quienes no están bajo este orden– que nos excluyen de los procesos de toma de decisiones, incluso aquellas que atañen directamente a los asuntos y el bienestar de las mujeres. Es este punto de vista el que permite y alienta el escarnio contra la mujer que demuestra ser más que únicamente la careta simplificada que ha sido aprobada por el conjunto de poderes que ejerce dominación y opresión sobre las masas. Cuando el escarnio falla en arrojar a la mujer de nuevo al rol impuesto, es esta perspectiva la que sin miramiento procede a borrar la creación y el aporte de ellas. Así es como las mujeres han sido minimizadas e invisibilizadas del relato histórico que se sigue enseñando año con año en las escuelas, al punto que muy poco conocen nuestros estudiantes de aquellas mujeres que fueron fundamentales para el nacimiento de nuestro país.

No somos únicamente un conjunto de genitalia al servicio del morbo y el placer masculino. No es nuestro destino único e irremediable el ser progenitoras y ocuparnos de la crianza de los hijos de manera exclusiva, porque nuestra existencia no se reduce a las capacidades biológicas. No somos ni débiles, ni incapaces, ni estamos adscritas a una única forma de identidad. Somos un caleidoscopio de posibilidades, una semilla que podrá germinar cuando se respeten nuestros derechos de elegir y forjar, en libertad y en equidad, el rumbo de nuestra participación.

¿Quieren participar de una verdadera celebración de las mujeres? Nómbrennos. No digan «las mujeres que silenciosamente construyen la historia.» Digan Clementina Suárez, digan Josefa Lastiri, digan Lucila Gamero, digan Graciela García, digan Paca Navas, Argentina Díaz, digan Berta Cáceres, digan Margarita Murillo, digan Jeannette Kawas, Leticia de Oyuela, Helen Umaña, Xiomara Castro, Juana Pavón, Indira Murillo, Gladis Lanza, Miriam Miranda, Berta Oliva, Doris Gutiérrez, María Eugenia Ramos, Jessica Sánchez. Borden nuestros nombres en laureles, como han hecho con sus propios nombres. Reconozcan el trabajo y el pensamiento con nombre y apellido. Exalten y apoyen nuestros liderazgos. Hagan crítica de nuestras posturas y nuestras ideas, no de nuestros cuerpos ni de nuestras vidas privadas. Ésta es la forma de celebrar el aniversario de la lucha permanente por nuestro derecho a participar en esta sociedad a todo nivel. No son flores lo que queremos: es participación en igualdad de condiciones y respeto a nuestras vidas y autonomía.

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