EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL UNIVERSITARIO (MEU): ¿UN CADÁVER SIN ENTERRADOR?

EGO5 junio, 2017

Por Fernando Ramírez, estudiante de Historia y Filosofía

Al Movimiento Amplio Universitario (MAU), por enseñar el valor de una sonrisa…

Más de una semana ha pasado tras la “recuperación” del Edificio Administrativo por parte de un grupo de estudiantes en solidaridad al proceso que, académica y penalmente, desde el 2014, vienen sosteniendo las autoridades universitarias en contra de los compañeros Sergio Ulloa, Moisés Cáceres y Cesario Padilla. Este heroico acto evidencia tres cosas: primero, que la crisis de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) se profundiza año tras año desde el planteamiento de la Cuarta Reforma Universitaria en 2004; segundo, el movimiento estudiantil universitario sufre una metamorfosis generacional que involucra una ruptura discursiva con los objetivos y visiones que se arrastraban desde el 2010; y tercero, las autoridades universitarias están reestructurando una estrategia poco clara para consolidar su hegemonía en el proceso de Reforma Universitaria.

Quisiera desarrollar algunas ideas sobre lo anterior, ampliando el recorrido político y organizativo que la plataforma del Movimiento Estudiantil Universitario (MEU) tuvo a partir del segundo período académico 2016 hasta la fecha, como balance necesario para replantear los escenarios y las condiciones que comprende un proceso de lucha estudiantil en nuestro momento nacional actual.

Hasta hace un año, la crisis de legitimidad en la UNAH podía identificarse de forma lineal entre dos actores principales: estudiantes y autoridades. Sin embargo, las condiciones han cambiado, involucrando constantemente intereses tanto externos como internos, estrategias mediáticas, intervenciones “blandas”, posicionamientos discursivos y en un todo, cambiantes escenarios que van diferenciando a las generaciones estudiantiles entre sí y las formas en cómo éstas intervienen en el campo universitario.

Para Boaventura de Sousa Santos, la crisis de legitimidad en las universidades públicas latinoamericanas surge

“por el hecho de haber dejado de ser la universidad una institución consensual, frente a la contradicción entre la jerarquización de los saberes especializados de un lado, a través de las restricciones del acceso y certificación de las competencias, y de otro lado, por las exigencias sociales y políticas de la democratización de la universidad y la reivindicación de la igualdad de oportunidades para los hijos de las clases populares”. (Santos 2007).

Es decir, el poder en la Universidad es disputado entre aquéllos que representan un proyecto de reestructuración de sus formas jurídico-administrativas y sus contenidos teórico-pedagógicos (autoridades), y los que, en reivindicación de un ideal de la universidad como espacio plural de discusión y transformación social (estudiantes), rechazan las consecuencias que tal proyecto obliga al arrastrar un desfase curricular, coartar la libertad de cátedra, centralizar los espacios de investigación, limitar el acceso y permanencia de estudiantes, y depositar la pertinencia del quehacer universitario en términos de “competencias” de mercado, limitando sus medios y recursos a los sectores más desprotegidos; que, para el caso hondureño, con un índice de pobreza del 64.5% encabezando como el país más desigual en Latinoamérica para el 2016 (BBC 2016), representa una situación crítica que traspasa la lógica cortoplacista de cualquier iniciativa estudiantil, convirtiéndolo en una prioridad del movimiento popular desde donde debería surgir una respuesta liberadora y consecuente por y para los pueblos.

El MEU se consolidó en 2016 como una plataforma de articulación estudiantil amplia y multisectorial, en contra de la aplicación de las inconsultas Normas Académicas. Esta experiencia no fue improvisada. Si bien el MEU respondió a una coyuntura particular, representó una continuidad a un reclamo extendido desde el 2009 para el reconocimiento de participación y representación estudiantil dentro del gobierno universitario; del 2009 al 2017 existen muchos momentos cruciales para movimiento estudiantil, sin embargo, el MEU logra madurar un serie de discursos y propuestas de organización, que permite articular la toma de decisiones con todas las Facultades en Ciudad Universitaria y sus respectivas Asociaciones de Carrera, llevando por más de 50 días la “recuperación” del territorio universitario en todas la Unidades Académicas de la UNAH.

Con la firma de los acuerdos entre estudiantes y autoridades el 28 de julio de 2016, el MEU adquirió dos grandes responsabilidades hasta febrero de 2017: consensuar un Reglamento Electoral Estudiantil (REE) y la construcción multisectorial de Normas Académicas. Con el REE se pretendía lograr un instrumento jurídico que, respaldado por la mayoría de la comunidad estudiantil, lograra las elecciones a nivel de autogobierno (Federación de Estudiantes Universitarios, Comité Ejecutivo de las Asociaciones de Facultad o Centro Regional) y cogobierno (Consejo Universitario); sin embargo la representación estudiantil se entendió en términos estrictamente electorales, dilatando este proceso en discusiones con Frentes históricos e ignorando la pérdida de legitimidad que el MEU fue teniendo hasta finales de 2016.

La construcción de Normas Académicas, por su parte, tuvo un final más irrisorio. Con el fracaso del consenso de REE y límite que los acuerdos imponían hasta febrero de 2017, la dirigencia del MEU se valió de su tácita “comodidad” institucional, para negociar un presupuesto de más de 200.000 lempiras: gafetes, bolsos, libretas y todo un festival de excesos que pretendían facilitar discutir, entre otras cosas, la destrucción del sistema-mundo de la modernidad mientras disfrutaban -resguardados de la lluvia por el imponente techo del Polideportivo de la UNAH- de dos tiempos de comida y los más detallados cuidados logísticos y mediáticos de la institución. Todo esto, precisamente, por no tener un resultado en la construcción de normas académicas, y evidentemente en el consenso del REE.

Con una ruptura como la “recuperación” del territorio por más de 50 días, y la capacidad organizativa de resistir por parte de la comunidad estudiantil la pérdida de un período académico, la prioridad del MEU debió profundizar el trabajo de politización, creando mecanismos de cohesión y deliberación directa eliminando las estructuras que dio paso la “huelga”, para empoderar el trabajo de base de las asociaciones de carrera como espacios de construcción.

En este contexto, la coyuntura del MEU facilitó escenarios para la mediación y acción de nuevos agentes en el campo universitario. Relevo generacional, una acometida conservadora y una pesada desmoralización de la comunidad estudiantil se volvieron constantes en las que ninguna política del MEU pudo reparar. Las asociaciones se convirtieron en los eslabones más débiles; el traspaso generacional expuso la inconsistencia de estructuras anteriores, la deslegitimación agitó a las directivas: siendo ahora reconocidas las asociaciones por la comunidad estudiantil como espacios de representación, sus bases priorizaron el (des)empeño académico de sus dirigentes como garantía de no volver a perder otro periodo, desnaturalizando el sentido político de estos espacios.

Este problema no se trata de una conclusión teórica. Más allá de las posibles interpretaciones, la crisis de la UNAH es un conflicto político, que históricamente ha definido sus actores, campos y dinámicas en las propias contradicciones de la lucha de clases en las sociedades centroamericanas. Sin mantenerse aislada de la formación de los Estados nacionales, sus momentos críticos a partir de 1821, particularmente para Honduras -marcados por el intervencionismo y la débil política que forjaron los liberales: sin centralización, modernización o bienestar- la universidad forma parte del interés hegemónico por controlar la producción y reproducción del conocimiento, organizando a su vez, desde el dominio de los espacios laborales, la formación y distribución de profesionales.

Ninguna lucubración intelectual podría afirmar como propia el dominio o salida de esta crisis. Como otras, nuestra generación ha pasado ignorando las raíces histórico-políticas que determinan las relaciones poder dentro del campo universitario, encerrando la acción política de experiencias organizativas a los límites imaginarios de la propia institución. Walter Benjamin decía que el pasado “sólo puede retenérsele en cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser vista”, un relámpago alumbrando sutilmente el camino de aquellos que, sin abandonar el asombro, no ignoran su paso mirando el destello absortos e inmóviles; para éstos últimos, perdidos y ensimismados, su arrogancia se vuelve su propio juez, para las y los otros, caminantes descalzos, el camino se ilumina sutilmente, esperando de la claridad una respuesta más auténtica que papeles y negociaciones: construyendo, junto al campesino/a, al indígena, al trabajador/a y el/a joven, la experiencia de crítica y transformación de la educación.

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