EL AMOR POR EL COLOR [ENTREVISTA A NELSON SALGADO].

EGO30 septiembre, 2016

Nunca fui el más apto para opinar sobre el desarrollo, desde el sentido de la técnica misma, de la obra pictórica de nadie. Pero en todo caso, si en realidad existe un árbitro del arte (aquel que decide qué es “bueno” y qué no) es el público, el espectador-lector. Conozco a Nelson Salgado desde hace varios años, y desde entonces, ha existido entre nosotros una amistad entrañable. Tiene dos manías indomables: suplantar el agua por la Coca-Cola y fumar cigarrillos importados de contrabando. Sobre su obra, sólo puedo decir que es mi obra plástica favorita porque es una pintura de la experiencia. Es una obra nacida desde la entraña más honda del artista. Sobre su vida y el desarrollo de su obra, lo escuchamos a él.

¿Cómo fueron esos lejanos inicios de Nelson Salgado en la pintura?

«Por decirlo así; fueron bien folclóricos. Mi relación con la pintura surgió de una manera extraña, porque en mi casa teníamos dos perros, un Pastor Alemán y un Dóberman, y entonces les habíamos hecho una casa que había resultado tan enorme que cuando yo llegaba del colegio me iba a meter en ella; pero se veía tan sola que un día pensé que a aquéllos perros les hacía falta ver algo, estar en contacto con algo, y así fue como les pinté el gallo que salía en el libro de lecturas. Desde entonces comencé, y hasta hoy no he parado».

¿Hace cuánto tiempo está pintando continuamente?

«Bueno, qué le digo, estoy pintando desde los catorce años, y ahora tengo cincuenta y cuatro, o sea, unos cuarenta años».

¿Qué lo motivó —además de la soledad de los perros de aquélla casa vacía— a  expresar todo lo que pensaba, veía, leía o experimentaba en su juventud, a manifestarlo a través de la pintura?

«Usted lo ha dicho, fue el mismo color el que me indujo a seguir, porque yo estaba fascinado con todo lo que se podía hacer, lo que se podía transmitir con el color; experiencia de vida, de muerte, de soledad, en fin, de tantas cosas a través de un simple trazo de color; eso me impulsó a seguir adelante, y ya más adelante fue cuando la cosa comenzó a tomar más forma, justo cuando me presentaron por primera vez a Miguel Ángel Buonarroti y Frank Frazetta, y quedé realmente sorprendido con las hermosuras que creaban esos hombres».

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¿Qué pintores hondureños admira, y qué pintor hondureño cree que, de algún modo, le ha dejado algo para su propia obra?

«Admiro a muchos pintores hondureños, pero creo que, si alguna obra me ha dejado algo es la pintura de Armando Lara, porque, verá, con Armando Lara fuimos, no compañeros de clases, pero sí compañeros de estudio en Bellas Artes. Yo estaba en segundo año cuando él entró a primero, y desde que nos conocimos nuestra relación artística funcionó de manera increíble; y, estando y tercer año, nos convertimos en las únicas dos personas en la historia de Bellas Artes que han estudiado Anatomía con cadáveres. Estudiamos Morfológica un año, también con cadáveres, y lo que allí se aprende nunca se olvida. Lo que yo le admiro a Armando Lara es su completo dominio del dibujo y de la anatomía».

¿Cómo cree que el contexto social, la vivencia diaria, y su interacción con el entorno cotidiano han impactado su obra?

«Creo que pintar y dejar por fuera a los demás, cubrirse los ojos para no ver el niño que está allá llorando porque no tiene qué comer, la mujer desesperada que no puede alimentar a sus hijos, y anda como loca en las calles de Tegucigalpa buscando qué hacer para darles sustento; ésas son las cosas de las que está lleno el mundo, y hacerse ciego frente a eso; eso sólo pude darse el alguien con un egoísmo tremendo, que niega la calidad humana del artista y el profundo sentido humano que debe prevalecer en el arte. La cuestión social es lo que nos hace Ser, y cuando el creador tiene el corazón puesto en esas cosas, las ideas brotan y de repente toman forma, y no puedo decirle cómo, porque ni yo lo sé».

¿Cómo concibe Nelson Salgado la “responsabilidad” del pintor frente a la sociedad en la que vive y crea?

«Es un tema muy difícil, porque desgraciadamente en el contexto en que vivimos, uno tiene que comer todos los días, y a veces —no siempre— uno tiene que pintar lo que la gente quiere, y no precisamente lo que uno quisiera; y ésas son dos cosas muy diferentes. Entonces uno se ve obligado a ser parte de eso, y como artista se convierte en una marioneta de los otros. Pero, como le he dicho, el artista no puede ser indiferente, porque el artista representa, a través de su obra, su sociedad y su tiempo; además de los horrores y hermosuras de éstos».

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¿Cómo está ese juego de técnicas y estilos en su trabajo?

«Si, así es. Pero creo que para explicarle las características en mi trabajo tendría que explicarle también la evolución en mi trabajo. Lo que ha sucedido es que, una vez egresado de Bellas Artes adopté, obviamente, la cuestión académica, y puedo decir que durante diez años estuve atrapado en la academia, y que sólo salí de ella cuando se dio la oportunidad de realizar mi primer mural. En ese momento yo no sabía nada de murales, así que, para mí, el mural era una especie de cuadro grande; y como en el mural la pincelada debe ser suelta, libre, eso se me quedó también en la pintura, o sea que cuando hago un cuadro, entre más libre lo hago es mucho mejor, para mí; y de ahí viene la cuestión impresionista. El expresionismo puede verse en los rasgos rebeldes y el trazo violento, además de la utilización del color».

¿Qué estilo diría usted que más lo representa?

«Pues, si algún movimiento pictórico me ha influenciado ha sido el impresionismo. Pintores como Moné, Manet, y Cézanne fueron fundamentales en el desarrollo de mi trabajo».

¿Cómo ha sido la experiencia creativa y pictórica de Nelson Salgado en estos cuarenta años de trabajo artístico?

«Ha estado llena de diferente etapas; la primera fue cuando recién salí de Bella Artes, porque uno sale con todos los ánimos y todas las ansias de comerse el mundo, y uno cree que tiene todo para hacerlo; pero luego, cuando el tiempo transcurrió, me di cuenta que en realidad las cosas no eran así, y entonces se me quebraron los ánimos, el ímpetu que yo traía, mas no por eso se me fueron los deseos de seguir trabajando, al contrario, seguí pintando con amor y constancias hasta el día de hoy. Tanto es así que, cada día, comienzo a trabajar desde la cinco de la mañana que me levanto, y tal parece que pintar es la primera cosa que siempre voy a hacer, porque sé que todos los días me esperan los colores y un pincel. Y eso es algo increíble, es algo que, si no se tiene el amor por el color no resulta.

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De hecho, puedo decirle que una de las etapas más dura de mi vida, llena de dolor y sufrimiento, fue mi enfermedad. Resultó que, a causa del plomo del óleo con que yo trabajaba, se dañó mi mielina, lo que me condenó a vivir seis años en silla de rueda, sin poder hablar, moverme, y sin poder pintar; yo no podía hacer nada por mi propia cuenta, y necesitaba a alguien más para hacer cada cosa. El mejor neurólogo de Honduras llegó a decirme que jamás volvería caminar, y, lo peor, que nunca volvería a pintar a causa de la destrucción de mi mielina. Yo no creía en Dios, hasta ése momento.

Fueron seis años en los que lloré todos los días, pidiéndole a él, no que me hiciera caminar de nuevo, sino que me ayudara a volver hasta mi hogar; la pintura.  A pesar de eso, sé que Dios tiene algo para mí, pero todavía no lo descubro, aunque no creo que sea el hecho de que yo esté todos los días trabajando bajo el inclemente sol de la calle peatonal del centro de Tegucigalpa, como tristemente me pasa. Son cincuenta murales los que tengo pintados en este país, por lo que creo que no es justo, que yo debería estar pintando murales, que es lo mío, debería estar dándole más amor al color todavía».

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¿Qué hay del Nelson Salgado muralista, cómo se define a sí mismo, como pintor, como muralista, cómo?

«No, yo soy pintor por necesidad, porque tengo que vivir de algo, pero lo yo soy es  muralista, allí es donde está todo lo mío, es allí donde despliego todo lo que soy, lo que puedo y no puedo ser. Tener una pared para expresar lo que quiero decir, darle los trazos y tonos que yo desee, eso sí es maravilloso para mí. Por eso cuando pinto esos cuadritos tan pequeños me siento aprisionado. Yo soy muralista. Desgraciadamente aquí a nadie le importa eso. No voy a mentirle, yo lloro por eso; porque yo necesito pintar murales ahora que aun puedo hacerlo, ahora que todavía me quedan fuerzas para subirme a una escalera o un andamio, y no después, cuando ya no me quede una gota de energía».

¿Cuál de ellos (los murales) cree que representa por mucho lo que usted quiere decir, y cuál le ha traído mayores satisfacciones?

«Mire, en realidad esos cincuenta murales los he pintado en veintitrés años, y sí, tiene razón, en una pregunta muy dura, porque es como preguntarle a un padre cuál de todos sus hijos es su predilecto, pero no tengo uno, tengo dos. El primero es el mural de La Leona, que fue mi segundo mural, y el otro es el que está en el  IPM; los dos me han regalado grandes y hermosas satisfacciones, aunque el segundo permanece mucho mejor cuidado que el primero. Pero, a la vez, en el trabajo de los murales unos hijos son más grandes que otros, y ese mural del IPM es uno de los más grandes que tengo».

¿Cómo concibe el arte muralista?

«No olvide usted que el arte muralista es total. Un mural es una historia contada de principio a fin, no son hecho aislados. Para el caso, Miguel Ángel decía que un mural debe ser una unidad, plástica y conceptualmente hablando».

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¿Qué opina sobre el papel de la Academia en el trabajo pictórico, tiene Nelson Salgado un estilo propio?

«Lo de dejar la academia no es un asunto tan sencillo como se dice, eso lleva mucho tiempo, porque ese es un proceso que sólo puede darlo la experiencia y la propia evolución de su trabajo. La misma evolución y revolución dentro de su trabajo le dicta a uno la pauta a seguir en el desarrollo del oficio, para encontrar así un camino y un estilo propio, de acuerdo al momento de su vida. Para el caso, Pablo Picasso lo logró, pero sólo después de mucho tiempo en el quehacer pictórico. A mí, francamente, no me gustaba la pintura de Picasso, hasta que descubría su Época Azul, y allí, en esa etapa el pintor nos muestra su pleno dominio de la academia, por lo que él si podía decir que había abandonado la academia, porque ya la había dominado y conocido con profundidad. Pero, ahora, acá en Honduras, recién egresados de Bellas Artes, acabados de salir, ya van con sus cosas que sólo ellos entienden, y no, las cosas no son así, hay que saber dibujar y comunicar a través de los colores. Y digo que hay que saber dibujar porque, la pintura no es más que un juego de técnicas, pero, en cambio, si no se nace con la sensibilidad y talento del dibujo, se puede estar cien años, y nunca aprender nada».

¿Cómo ve usted la situación actual de la Escuela de Bellas Artes?

«Bueno, eso es algo más bien triste. Y no lo digo porque crea que mi tiempo y mi generación era mejor que esta, pero lo cierto es que cuando yo estudié, Bellas Artes era una escuela de artes, donde se le daba una alta importancia a la carrera y la creación artística. Hoy día, Bellas Artes es un colegio como cualquier otro, donde el arte ocupa la menor importancia, y donde más que artistas, se forman profesores. ¿Cómo es posible que en una escuela de artes sólo se sirvan tres cursos artísticos por semestre?, como le digo, en mi tiempo había un fervor artístico y la Escuela nos favorecía con sus enseñanzas. Yo particularmente, en un solo año fundí veintiocho esculturas, mientras mis compañeros pintaban, dibujaban, etc. Pero todo eso, es algo terriblemente triste».

¿Cómo ha sido la relación entre su obra y el espectador?

«La relación de mi trabajo ha sido particularmente buena, increíble diría yo, con las personas comunes, yo doy y ellos dan; así lo siento. Es la gente común la que siempre se detiene a observar mi trabajo con hermosas muestras de admiración, e incluso de agradecimiento por él, sobre todo ahora que trabajo con tiza sobre el asfalto del centro. Pero de cualquier forma, es un gran regalo para mí, porque es para ellos, para la gente más común, para quien yo pinto».

¿Por qué pinta Nelson Salgado?

«Pinto porque tengo el amor por el color, recuerde, porque yo pongo un color, y ese color me está gritando el color que quiere como compañero; sentir la magia que transmiten los colores, un color cálido junto a un color frío;  eso es el amor por el color, simple. Para mí la pintura es eso; es el amor por el color».

¿En qué pintor reconoce ese amor por el color del que usted habla?

«Van Gogh, sin más».

¿Cuál es la idea de Nelson Salgado sobre la pintura hondureña de hoy?

«Sinceramente me parece, sin aludir a nadie en particular, que como desarrollo plástico es muy buena, pero que como contenido nos quedó a deber todavía. En realidad no existe —además de lo naif y de esfuerzos aislados— una pintura que nos represente como hondureños, una pintura no sólo hecha en Honduras, sino realmente hondureña. Pero sí, como desarrollo plástico muy bien».

 

 

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