COMENTARIOS AL LIBRO “RECORDAR PARA VOLVER AL CORAZÓN”  DE LA AUTORA JOSEFINA DOBINGER-ÁLVÁREZ QUIOTO

ALG26 mayo, 2017

Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar- Pontificia Universidad Javeriana (sede Bogotá)

Bogotá, 24 de mayo de 2017

Es un honor para la Pontificia Universidad Javeriana y, en particular, para el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar y su semillero de investigación Desarraigo y Justicia Social en Colombia y Latinoamérica, participar en este lanzamiento del libro de Josefina “Chefy” que se titula “Recordar para volver al corazón”.

Fui testigo del proceso personal y experiencial por el que la autora “Chefy” pasó en la escritura del texto que hoy tenemos en las manos en forma de libro. Como bien lo reza el título del libro, el recordar lleva a volver al corazón: la memoria es, ante todo, el centro de la experiencia afectiva, el monograma -por excelencia- del corazón. El libro que finalmente resultó de esta profunda experiencia humana no es un libro más sobre la memoria. 

Definitivamente, es un texto que hace muchos aportes claves para quienes investigan o intervienen en la política pública, la salud mental, las luchas históricas a favor de la igualdad de género y la dignidad de las mujeres y de los pueblos víctimas de discriminación racial y de dictaduras. Es una “anatomía” de cómo funciona la memoria como recurso para la lucha personal, étnica, social, política por la dignidad.

Para mí, una de las grandes novedades del libro de “Chefy” es la manera original como ella logra tejer sus múltiples identidades como mujer (hija, madre, hermana, esposa, estudiante, profesional), hondureña (centroamericana, latina), garífuna, migrante, defensora de derechos humanos.

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Chefy aborda y enfrenta el difícil problema de la identidad, desde su propia biografía. ¿Qué soy? ¿Quién soy? Es una pregunta que da miedo a todos, y frente a la cual se suele buscar refugio en certezas territoriales (yo soy de este lugar, de este país), étnicas (yo soy de este pueblo, de esta nación, de este grupo étnico…), genealógicas (yo soy hijo, nieto, tataranieto de… o mis ancestros vienen de…), profesionales (soy abogado, médico, etc.) o biológicas.

Sin embargo, tan pronto que uno se define de esta manera, casi inmediatamente el corazón o la memoria reacciona, diciéndole a uno y recordando a uno que es más que esto o aquello. Definitivamente, el ser humano no puede encerrarse (o ser encerrado) en una de estas esencias pre-construidas (sexo, etnia, cuerpo, territorio…), ni siquiera en la resultante de estas esencias. Y esto es así, porque cada uno no nace siendo esto o aquello, sino que se hace: nunca es, siempre está siendo o en el proceso de llegar a ser.

Si hay alguna categoría que más se acerca a lo que podría ser –si eso existe- la identidad de un ser humano, no cabe duda que es la migración, en el sentido que uno nunca puede decir que ya llegó al final del camino de su proceso de realización humana. Vivir es seguir caminando, es continuar con la tarea de construir la propia vida y sus múltiples de pertenencia: la familia, la sociedad y el mundo al que uno pertenece.  La imagen del colibrí, que Chefy utiliza, ilustra muy bien este proceso de construcción permanente y abierta de identidad: volar en todas las direcciones (hacia el pasado, el presente y el futuro) y detenerse en el aire para recordar momentos claves de la vida, hacer el balance de la vida, soñar, discernir, luchar, disfrutar, ayudar, etc. La vida es este constante movimiento (como lo acabamos de mencionar con la categoría de la migración), pero hay que saber detenerse y mantener el equilibrio en este movimiento (tal como lo hace el colibrí).

¿Por qué es importante el equilibrio? He allí otra gran novedad del libro de Chefy: el ejercicio de escritura de sus vivencias y memorias no es “ombliguista”. La autora no se queda en su corazón, adonde lo llevan sus vivencias y remembranzas. El libro no es, de ninguna manera, un diario íntimo o un cuaderno de bitácora sobre su autobiografía. 

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A lo largo del libro, Chefy se muestra muy presente en su país de origen Honduras, en su país de adopción Austria y en su país de residencia Colombia. Los acontecimientos vitales que atraviesan las realidades de estos tres países, -por ejemplo, la lucha por la despenalización del aborto en Honduras, la trata de mujeres y la crisis humanitaria de refugiados en Europa, la violencia contra la mujer en Colombia…-; todos estos acontecimientos, como dice ella, “atraviesan el cuerpo y se implantan en el corazón”.

No sólo los acontecimientos de la coyuntura actual, sino también los recuerdos dolorosos de la historia lejana (de larga duración, diría Braudel), tales como el mercado triangular de esclavos en la trata negrera transatlántica, las peripecias de la colonización de los indígenas, el desarraigo y la esclavitud de los negros, etc.

Quisiera finalizar esta intervención con un comentario sobre el arte.

El libro de Chefy evidencia el potencial y el papel del arte como arma de la memoria y la resistencia. Recorrer la memoria y hacer la resistencia con arte: esto es lo que han hecho los africanos desterrados en el continente americano. La primera violencia a la que el colonizador varón-europeo-blanco-católico sometió al africano esclavizado fue la amnesia, obligándolo a olvidar sus raíces, sus lazos familiares, su territorio, etc. En fin, la muerte social y cultural. El arte, en particular la música y la danza, fue el arma que el africano esclavizado utilizó para recordar, resistiendo a la amnesia, a la muerte social y cultural. 

Arte, memoria y resistencia se conjugan en la historia de los negros africanos; esta poderosa trilogía es una herencia de los africanos desarraigados que hoy día se puede rastrear en varias comunidades negras (por ejemplo, en Haití) y en la cultura de los llamados “afros” en Estados Unidos y en América Latina. La resistencia, la hacen bailando, cantando, cocinando, haciendo poesía, contando cuentos, recordando, tejiendo la memoria. Por otra parte, la memoria, la hacen también con el cuerpo; tal como dice Chefy, el cuerpo “recuerda y resguarda la memoria”. El cuerpo hace resistencia con el arma de la memoria.

En fin, el arte es “el lenguaje que interpreta la realidad”, como dice la autora. Pero no es un lenguaje plano, aburrido, monótono, encorsetado, insípido, cuadrado, sino un lenguaje plástico, bello, experiencial, trenzado de relatos y narrativas de dolor, alegría, esperanza, tristeza. Un lenguaje perfecto para contar lo que hay en el corazón, cuando se vuelve allí al recordar. Para contarlo, con el canto, con el baile, con el pincel, con el lápiz, con el tambor, con la palabra, con el silencio, con el murmullo, con los gritos, etc.

El lenguaje que teje el libro de Chefy es justamente el arte porque el texto habla desde el palpitar del corazón en torno a las remembranzas biográficas de su autora y el universo de sus vivencias y experiencias a lo largo del tiempo, a lo ancho del globo y en el crisol de sus múltiples identidades. Un lenguaje, difícil de entender para mentes cuadradas…

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