Carta pública a Evelio Reyes

EGO31 mayo, 2017

Por Albany Flores


Señor Reyes:

Le escribo esta misiva como respuesta a sus declaraciones y acciones públicas de los últimos años. Es la respuesta de un ciudadano en pleno usos de sus derechos de libertad de expresión y emisión de pensamiento en un Estado cuyas leyes garantizan ambos. Espero comprenda que como hombre laico me referiré a usted por su nombre, y no por su cargo religioso.

Además, deseo aclarar que esta carta no es un ataque contra la fe cristiana (la que respeto y tengo en alta estima), sino un manifiesto público en defensa de la construcción del laicismo y el respeto por el Estado laico que garantiza la Constitución de la República. Por tanto, me referiré únicamente a los asuntos concernientes al debate público del que usted, como ministro de la Iglesia, ha tomado parte irresponsablemente.

No desconozco su derecho a la libertad de expresión como individuo, como ciudadano hondureño; ni su absoluto derecho a expresar (como individuo) lo que piensa sobre las diversas temáticas de la nación. El problema es que —ya que su reputación proviene de su ministerio evangélico— en lo que respecta a la opinión pública, es usted un representante de la fe, de la Iglesia, de Dios.

Tres cosas me preocupan de sus declaraciones. Y creo, deben preocupar a la ciudadanía. Lo que no significa que sean las únicas. Me refiero a sus declaraciones sobre la petición de “perdón” por el golpe de Estado del 2009 que ofreció en su discurso inaugural como candidato presidencial por el Partido Liberal, el señor Luis Zelaya.

La segunda tiene que ver con sus declaraciones de hoy (20/05/2017) sobre por qué los ciudadanos hondureños (capaces de pensar y elegir por sí solos) no deben «votar por aquellos que están en contra de la vida, a favor del aborto, y que son los mismos culpables de la crisis del 2009».

Y aunque no entraré en detalles sobre el aborto, ni sobre sus declaraciones sobre él —no espero que la Iglesia esté a favor del mismo por razones obvias—, sí considero que la petición del aborto se ha hecho en “casos especiales”, lo que considero pertinente, pues comprendo que toda norma debe tener su excepción, que el mundo no es blanco y negro como nos ha hecho creer el pensamiento binario, y que en todo proceso social existen los matices, las salvedades.

Lo tercero, por supuesto, es su constante intervención en el debate político siendo un ministro cristiano.

A principios de mayo del presente, a raíz del discurso “emotivo, conciliador y mesiánico” del candidato liberal, Luis Zelaya, usted declaró que «hay ciertas cosas por las cuales uno no debe pedir perdón, por ellas corresponden a nuestro deber». Declaraciones semejantes, tratándose de una disculpa —honesta o no, política o no— de parte del candidato liberal hacia los millones de hondureños ofendidos y dañados por el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, no coinciden con el pensamiento cristiano, ni con el mensaje de perdón y amor predicado por Jesucristo y profesado por los ministros cristianos durante siglos. Y en todo caso, las disculpas fueron dirigidas al pueblo, no a la clase política.

¿Por qué Luis Zelaya, así como todos los culpables de la crisis política del 2009, no deberían disculparse con el pueblo?, ¿por qué considera usted que el golpe de Estado era el deber de la clase política?, ¿Acaso existe un buen golpe de Estado, un golpe de Estado beneficioso?, ¿por qué no disculparse con un pueblo humillado, reprimido, asesinado y totalmente vulnerado que nada tuvo que ver con las acciones de la clase gobernante?, ¿A quién defendería Cristo?, ¿A quién defiende usted como ministro de Dios?

El golpe de Estado creó la que hasta ahora es nuestra peor etapa social en el siglo XXI. Lo hizo en casi todos los factores de la sociedad. De él se desprendieron las mayores afrentas a las que hemos debido enfrentarnos en los últimos años como sociedad. Fue padre de muertos, desterrados, heridos, y un centenar de otros perjuicios que no podemos olvidar, que no olvidaremos. En cuanto al perdón, usted, como hombre de Dios, es el primer obligado a ofrecerlo.

Desconozco las razones de su pensamiento. Desconozco los motivos de su proceder y sus constantes declaraciones en defensa del tradicionalismo que tanto daño le ha causado al país. Eso sí, ellas, sus declaraciones, delatan el compromiso histórico de la religión (el clero) con las formas de gobierno más tradicionales; el compromiso suyo con los gobiernos nacionalistas.

No todo es culpa suya. La máxima responsabilidad es de la clase política, del presente gobierno. El gobierno actual que ha traído de vuelta al ejercicio del gobierno civil a dos de los poderes históricamente más nocivos para los asuntos del Estado: el poder militar y el poder eclesiástico.

Por esa misma causa (lo dañino) la implantación de gobiernos civiles y laicos fue una necesidad urgente de los Estados occidentales que buscaban el progreso una vez consumada la Independencia del imperio español. Por esa razón los gobiernos marazánicos lucharon por la no participación de la Iglesia en el Estado. Por esa razón fue asesinado (por su propia guardia de honor) el Presidente José Santos Guardiola a mediados del siglo XIX, luego de decretar la libertad de culto en los por entonces recién recuperados territorios (La Mosquitia e Islas de la Bahía) de la Corona británica. Por esa razón el gobierno reformista de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa decretó “de una vez por todas” la separación de la Iglesia y el Estado y la supresión de Estado clerical por un Estado laico y científico.

No dudo que lo sabe.  Pero eso sus acciones me impresionan aún más: porque entiendo sus actos y declaraciones como una negación histórica de los muertos, conflictos,  y los largos y tediosos procesos políticos y éticos a los que ha debido enfrentarse la sociedad hondureña por la construcción del Estado laico y el laicismo social.

Y en este punto hasta lo comprendo. Usted lucha por los interese de la Iglesia (los suyos) que no son los intereses del Estado ni deben serlo. Y esa es una las razones más poderosas para mi descreimiento de su integridad ministerial, y para creer que su conducta es del todo contradictoria.

No sé si Luis Zelaya deba o no pedir perdón por un golpe de Estado propiciado entre liberales, con impacto para todo el pueblo. Pero sí sé que es su deber como ministro de la Iglesia mantenerse fuera del debate político nacional, como manda la Constitución de la República que usted constantemente irrespeta; incumpliendo así no sólo las leyes nacionales, sino el mandato bíblico que demanda a los cristianos respetar a sus autoridades terrenales y sus leyes.

Entonces llegamos a una encrucijada. ¿Cómo puede usted respetar la demanda constitucional del Estado laico, y cómo puede respetar a sus autoridades si ni siquiera ellas se respetan a sí misma ni al Estado laico?, es una gran paradoja para ambos, para usted y para los gobernantes.

Desde que inició el gobierno de Porfirio Lobo, me he preguntado (sin obtener respuestas creíbles) a qué se debe que las reuniones de los funcionarios, las legislaturas del Congreso Nacional o los discurso de los presidentes (primero Lobo y después Hernández) inicien con un oración cristiana, cuando precisamente hablamos de la garantía de laicidad que manda la Constitución. Tanto usted como ellos violentan nuestras leyes. Y así, usted es cómplice en su proyecto de ilegalidad.

Como he dicho, no tengo nada contra la fe de nadie. Pero sé que ello no es una demostración de fe, sino una forma da manipulación de la fe por parte de la clase política para beneficio. Al demostrar su fe cristiana de manera pública, la clase política ejerce influencia y simpatía en la ciudadanía para sus fines electorales. De ese modo, la fe no sólo «mueve montañas», también gana elecciones. Es decir, usted se vuelve un instrumento del poder y no un cristiano consciente de “dar al César lo del César y a Dios lo de Dios”.

Por otra parte, no comprendo su ¿aversión? a quienes ejercen oposición al gobierno de Juan Orlando Hernández. Usted, con sus declaraciones al respecto, intenta hacer creer que la Alianza no debe ser opción para el electorado, influyendo de ese modo en la consciencia de la sociedad cristiana, ya de por sí conservadora. Aunque no toda, por fortuna.

Creo que nadie con dos dedos de frente defendería a capa y espada a los representantes de la oposición. Sus líderes continúan siendo parte de la vieja clase política que por años y años han formado parte de la administración de diferentes gobiernos. Una especie —con excepción de Salvador Nasralla— de «vino nuevo en odres viejos».

En el caso de LIBRE, son líderes viejos en una nueva estructura. La mayoría de ellos se escuda en un honor demagógico y pasan por víctimas del golpe. Pero la única verdadera víctima fue el pueblo. En cuanto al gobierno del Poder Ciudadano —ya que aún no se investiga o estudia su gestión— estoy seguro que la historia se encargará de determinar sin condicionamientos su probidad o sus errores.

Pero si de evitar votar por partidos o líderes con pasados nefastos se trata, como historiador no tengo la más mínima duda que el Partido Nacional de Honduras es la última opción, o debe serlo.

Nadie aquí, señor Reyes, a excepción de los desmemoriados a propósito, ha olvidado que el Partido Nacional es el partido que instauró las grandes dictaduras militares y partidarias —el PN gobernó casi ininterrumpidamente desde 1903 hasta 1982 con breves irrupciones liberales—; que es el partido que ofreció enormes concesiones al capital extranjero, ninguneando a nuestros campesinos y trabajadores, y entregando así nuestros recursos naturales a los forasteros.

No olvidamos que el PN es el partido del cariísmo del “encierro, destierro o encierro”. El partido que se alió con los militares y la Iglesia para dominar totalitariamente al país. No olvidamos que es el mismo partido de los 104 reos calcinados en San pedro Sula en 2004, de los casi 400 reos calcinados en Comayagua en 2010; del robo de los más de 7 mil millones de lempiras de IHSS, de los cientos de millones de lempiras en el fallido Trans 450, de los vínculos con el narcotráfico y el crimen organizado, de la reelección ilegal, de la imposición de la justicia a su favor, y un gigantesco etcétera de infamias históricas.

El PN y sus aliados no tienen ninguna catadura moral para hablar de los errores del pasado de los demás.

La aclaro, señor Reyes, que ninguno de mis argumentos aquí pretende ser una demostración para usted. Como he dicho, es un manifiesto público en defensa del Estado laico y las leyes del país.

Por lo demás, lo único que el pueblo hondureño le demanda es su servicio ministerial (quienes profesan su fe), y apelo, de forma personal, a que desista de sus opiniones públicas, por el bien de la legalidad, de su honor y del derecho que tenemos los ciudadanos hondureños a vivir en un Estado de Derecho, en un Estado laico.

De usted:

Albany Flores Garca.

Tegucigalpa, 30/05/2017.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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