Carlos Ordóñez, un errante acucioso.

EGO23 septiembre, 2016

Por Gustavo Campos.

En defensa de la gente humilde que cada mañana inventa la vía láctea.

Conocí a Carlos Ordoñez entre el 2002 y 2003 en el parque La Leona. Ambos éramos muy jovencitos y entusiastas y leíamos poesía públicamente como invitados del proyecto «Poesía Andante» que impulsaba el buen amigo Rubén Izaguirre, director de la editorial Pez dulce, sello de vital importancia para su generación y la inmediatamente posterior, y que contribuyó en la edición de varios de los títulos de imprescindible lectura de esa década y que ahora han asumido el rol de relevo que les correspondería como las nuevas voces de la poética hondureña. Otra significativa y encomiable labor la realizó Salvador Madrid, quien ahora destaca con varios premios y menciones honoríficas en el género poesía en el ámbito internacional, con la publicación de La hora siguiente en la misma década que Rubén Izaguirre junto a los integrantes de PaísPoesible promovían desinteresadamente proyectos de lecturas poéticas.

Ese día lo recuerdo bien porque nunca había estado en La Leona y porque allí conocí a algunos poetas y escritores ya reconocidos, caso de Livio Ramírez, José Adán Castelar, y también andaba el novelista Roberto Quesada, quien vestía de jeans, camisa a cuadros abierta, lentes oscuros y unos enormes burros como para darle un puntapié a cualquiera que osara enfrentársele.

Años después conseguí y leí los libros de Carlos Ordóñez, nacido en 1982, en la ciudad de Choluteca. Había publicado un par de libros, uno de cuentos publicado por el PANI y otro de poemas prologado por Eduardo Bähr y el finado Roberto Sosa, lo que me pareció asombroso puesto que el poeta Sosa había prologado con anterioridad únicamente el libro Poemas del Cariato de José González (Premio Plural de Poesía, Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa y Premio Europeo Hibueras 2013 de Poesía). De esta primera etapa juvenil le hemos preguntado al poeta y él ha confesado estar consciente de su comienzo.

Llanto alrededor

En ese entonces era muy evidente la influencia y forma estructural de algunos de sus poemas que lo emparentaban con parte de la obra de Sosa, pero también en ella destellaban búsquedas cruentas y existenciales con imágenes violentas que luego encontraríamos en su poemario posterior. He allí el vínculo entre Llanto alrededor y Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito.

Cuando estudiaba su doctorado en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, intercambiamos correos para ponernos al tanto del acontecer literario del patio.

Carlos, además de ser una persona carismática y en algún momento tímido, es un gran conversador. Habla pausado y encadena hábilmente y con coherencia sus argumentos.

Me invitó a conocer a su familia y pasar un fin de semana en Orocuina, pueblo conocido más por asuntos diferentes al que aquí nos compete. He de agregar que la casa de sus abuelos es realmente hermosa y cómoda y rodeada de árboles y un jardín hermoso con un camino laberíntico de ladrillo rústico.

Luego de recorrer el pueblo junto a su hermana Linda, quien también se está doctorando en Literatura, y que además es músico, y que cuenta quizás con todas las aristocracias posibles: la de la belleza, la de la inteligencia, la del espíritu, entre otras, en compañía de Andrea Sofía, perspicaz e intrépida niña, a la que le auguro un futuro igual o más prometedor que el de sus padres y tío, estuvimos dentro de una de las celdas de la Policía para luego irnos a jugar billar con toda la inocencia posible. Todos nosotros un conjunto de niños brillantes y pequeños exploradores del mundo.

Durante la noche la luna cambió de posiciones y pasadas las doce de la noche decidimos concluir la larga plática sobre la tesis de Carlos Ordoñez sobre «errar como un elemento de la poética de Mestre». Hablamos de Buzatti, de Dante y de aquellos artistas que llegan a mitad del camino y replantean su vida. De Frost, y las sendas elegidas y menos concurridas, de Foucault sobre el loco o vidente y la sinrazón y el cuestionamiento cartesiano de Derrida sobre La Historia de la locura en la época clásica, de Drummond y Keats.

Decía Carlos que la «repetición» es un elemento erróneo desde el punto de vista lingüístico. Errar, en su raíz etimológica, tiene doble implicación. Sin embargo la repetición se convirtió en «licencia» en el quehacer poético y literario y pasa a convertirse en uno de los componentes propios del «ludismo».

Del desvío del individuo, contrario al razonamiento «racional», nace la poesía. Del individuo que también yerra en constante búsqueda, nace también esa necesidad de búsqueda y es lo que Buzzati y Dante plantean, uno en un cuento suyo y otro en la Divina Comedia. Seres nómadas. Y Carlos es un ser humano nómada. Ha visitado varios continentes. Ha vivido varias vidas. Estudió cine en La Habana Cuba. En la actualidad vive en Brasil, pero a sus 34 años sus cuestionamientos persisten. ¿En qué momento de su vida está?

Carlos Ordóñez es sin duda uno de los estudiosos más acuciosos en el país. Y una de las voces poéticas que se abre paso en el agujero de la intemporalidad.

Además de su vida profesional, cuenta con un espíritu y gracia genuina e incluso hasta inocente. En algún momento me recordó a Julio Cortázar, en tres facetas diferentes, la del académico, la del creador y la del eterno niño que juega a encontrar una «realidad» paralela en la nuestra en los elementos que conforman nuestro ambiente. Y así lo vemos jugando e interpretando y reinventado todo en un interminable concurso del ingenio con su sobrina Andrea Sofía.

Y sí, él estudia aquello que quizás teme, y en lo que está inmerso, y el poeta Mestre y su amistad con otros poetas y escritores le ha «salvado» de esa angustia que aqueja, aunque sea temporalmente.

Poeta, académico, consultor de cine… esta conjunción de términos y profesiones derivarían en un ser humano común en una arrogancia predestinada, pero su sensibilidad no se lo permite, y, por el contrario, es un ser humano sencillo que cree en aquello que decía Whitman sobre que al tocar un libro se toca el corazón de un ser humano.

Me he permitido incluir la nota que el mismo Carlos me prohibiera o aconsejara no publicar, porque es parte suya, de lo que es, y a través de ella podemos apenas imaginar su modestia, y pido disculpas anticipadas ante futuros regaños.

He aquí la entrevista:

¿De dónde surgió tu acercamiento al cine y la literatura? ¿Tus padres te lo inculcaron?

Mi infancia transcurrió en un pueblo que está vinculado a la poesía, a una poesía de la oralidad, de la experiencia, la magia, la religión. Tengo una antigua tarjeta de identidad de mi abuelo donde se puede leer, en letra escrita a mano, sus datos personales. En el apartado de «profesión u oficio» dice «labrador». Yo vengo de ahí, de la paciencia y la labranza de una carreta y un azadón, de un maletín de cuero con papelitos de lotería que se vendían en el mercado como fragmentos de sueños, de las manos delicadas de una anciana dándole formas al pan, las tortillas y la leche, de las leyendas oídas cuando caía la noche, de las historias reales de los vecinos y familiares que emigraban hacia Estados Unidos en busca de trabajo. Hombres y mujeres que fundaban la mañana con un fósforo y el poso de un candil, los que daban nombre a las estrellas y reconocían en las líneas de las manos los significados, los que empeñaban la palabra por su valor inmaterial y sagrado. De tal manera que yo vengo de un pueblo de poetas, en verdad así lo creo y lo siento. Muy pronto aprendí que las palabras eran la manifestación de actos de delicadeza: estaban para darle nombre a una quebrada o un río, para darle existencia a la música de los trigales, para consolar en el dolor y para celebrar el tiempo de la verdad y la cosecha. Ahora bien, en casa de mis abuelos habían algunos almanaques que yo leía con mucho interés, también iba a una pequeña estantería cerca del mercado donde alquilaba una revista de historietas por diez centavos: la leía por la mañana y ya por la tarde la cambiaba por otra a la que sumaba cinco centavos. Había de todo: desde Condoritos y Kalimanes hasta revistas de delito y temas eróticos. Pero lo que más me sorprendió en los primero años fue el Apocalipsis. No faltaba junto a la cama de mi abuela una Biblia y un rosario. En aquella Biblia descubrí las profecías de San Juan, cuya lectura causó una fuerte impresión en mi memoria: por un lado me apavoraró el bestiario y el imaginario del desastre, pero también me imantaron los caballos galopando como el viento y las imágenes del cielo abriéndose por la lengua de las trompetas. Ya en Tegucigalpa la educación formal adormeció un poco aquel universo. Algo se reactivó gracias a una novela de B. Traven —autor alemán que según sospecha Vila-Matas era el seudónimo de un colectivo de escritores hondureños— titulada Macario, la cual cayó en mis manos gracias a una señora que se dedicaba a vender libros en las escuelas donde los profesores le cedían un minuto para promocionarlosRetomé el vínculo con la poesía cuando me expulsaron del salesiano. Me echaron porque era un muchacho inquieto, desobediente y que se negaba a cortarse el cabello solo porque a uno de los curas se le ocurrió que los hombres de bien debían tener apariencia de skinheads. Fue lo mejor que me pasó en mi vida, porque gracias a eso tuve mucho tiempo para leer lo que realmente me interesaba. Aunque en realidad todo me interesaba: por esa época me impresionó El extranjero pero, parafraseando a mi admirada Alexandra Domínguez, yo todavía no sabía qué era ser un extranjero. Lorca, Neruda y García Márquez, entre otros, eran mis lecturas de adolescente. Después conocí a Roberto Sosa, fue mi primer maestro en la poesía, un amigo imprescindible, siempre generoso con los más jóvenes. El cine vino después, por accidente. Yo estudiaba periodismo en la universidad, quería salir del país para vivir otras experiencias. Un día Fosi Bendeck me preguntó por qué no me iba a estudiar a Cuba. ¿Medicina?, le pregunté. No, a estudiar cine, me dijo. Yo no tenía idea de qué haría en el cine hasta que supe que existía una cátedra de guión. Así fue como me aproximé al mundo del cine. Al volver de Cuba, tuve la oportunidad de conocer a Juan Carlos Mestre, que estaba de visita en Tegucigalpa. Un año después, cuando me fui a estudiar a Salamanca, volvería a encontrarlo. Mestre ha sido para mí un maestro en todos los sentidos. De pocos poetas puede uno decir que su obra es vida y su vida es obra: su poesía, su conducta de vida, su generosidad forman un todo indivisible. Aquel recital que dio en Tegucigalpa en 2005 me desvió del camino, es decir, me abrió la luz hacia el verdadero camino.  

Contame sobre el premio que ganaste y el prólogo que Sosa y Bähr te hicieron.

Bueno, es verdad que obtuve algún premio de guión y alguno de poesía local, pero no tengo mucho que decir al respecto. Los premios son tómbolas, no quitan ni agregan valor a la obra. Están ahí como medios para la publicación.

Roberto Sosa y Eduardo Bähr escribieron en su momento palabras muy generosas sobre Llanto alrededor, un trabajo que en realidad era una muestra poética, un opúsculo. Desde luego, yo no tengo otra cosa que gratitud y admiración, en todos los sentidos, por ambos.

Sobre el libro de cuentos que te patrocinó o apoyó el PANI.

Cuando tenía unos dieciséis años yo escribí algunos cuentos adolescentes, no tenían ninguna pretensión literaria, digamos, pero el Patronato Nacional de la Infancia, que por entonces dirigía Orbelina Navarro, publicó una serie de textos de varios autores. Yo le hice llegar a ella unos diez cuentos y a los pocos meses decidieron publicarlos en un solo volumen.

¿Dónde estudiaste en Choluteca?

Yo no estudié en Choluteca, pasé mis primeros años en Orocuina y después me vine con mi familia a Tegucigalpa.

¿Aficiones o gustos?

Leo fundamentalmente libros de poesía y ensayo, en Brasil trabajo como script-doctor en proyectos audiovisuales, voy al teatro, al cine, visito continuamente exposiciones. Me gusta correr, aunque tengo ya varios meses sin poder hacerlo, me gusta conversar sobre poesía.

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Personalidades del «mundo literario» y «artístico» que has conocido…

Permíteme un breve preámbulo a esta respuesta solo para hacer un matiz que creo importante: yo no estoy en el «mundo literario» o «artístico», es decir, no soy partícipe activo ni conciente de ello. No lo digo por querer situarme en un pedestal más allá del bien y el mal. Lo que sucede es que mi condición de extranjero me permite tener una vida al margen de la sociología literaria, esa subcomedia a la que aludía Monterroso, donde las almas navegan entre la bruma de su propia inconciencia. Vivo intensamente mi vida interior, en Río de Janeiro —donde me he radicado—, entonces escribo con la conciencia del abandono y el silencio. El poeta, decía John Keats, es el ser menos poético de la existencia, carece de identidad. En efecto, el poeta debe vaciar su yo para ser ocupado por esa voz que desde todas las épocas se resiste a la extinción, es decir, la voz del otro, la del indefenso, la víctima, el perdedor. Entonces, los amigos que he conocido no son para mí personalidades literarias, son poetas a los que admiro porque, entre otras cosas, cumplen a cabalidad con ese dictum keatsiano. Puedo nombrar en España a Juan Carlos Mestre, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, Alexandra Domínguez, Luis Luna, Julio Mas Alcaraz, Julieta Valero, Rafael Saravia, Viktor Gómez. En Chile está mi querido Javier Bello. Matías Núñez, brillante narrador que estoy seguro será un referente de la literatura uruguaya. En Cuba, Jorge Fons, Gabriel García Márquez, Julio García Espinosa y Fernando Birri fueron mis maestros en las aulas de la Escuela Internacional de Cine y TV. En Honduras, admiro a poetas como Santos Arzú (claro que sí, ¡es un poeta!) y Livio Ramírez. Desde luego, sigo con mucho entusiasmo la producción de poetas como Fabricio Estrada, Gustavo Campos, Salvador Madrid, Mayra Oyuela, Martín Cálix, Darío Cálix y muchos otros que se me escapan ahora.

¿Tu vida en Cuba fue el descubrimiento de tu destino?

Mi experiencia en Cuba fue apasionante. Éramos cuarenta jóvenes de América Latina, Asia, África y Europa conviviendo en una escuela de cine situada en las afueras de La Habana. Una isla dentro de la isla. Todo era novedad para mí, yo era muy joven, tenía 21 años: el cine, la literatura, los excesos, la libertad, la política, la historia, la cultura, en fin, yo sabía (¿lo sabía?) que estaba en un lugar único en su diversidad, diverso en su unidad, un lugar donde la poesía ocupaba un territorio de revelaciones y renovaciones. Yo sabía, antes de viajar a Cuba, que mi vida estaría dedicada al arte. Pero solo después de Cuba supe que aquello no era una elección, sino un destino, la única posibilidad de pensar mi vida.  

Países en los que has merodeado.

Cuba, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Venezuela, Brasil, España, Portugal, Estados Unidos, Francia, Italia, Holanda, Perú, Colombia, México, Argentina…

Nota personal, fuera de entrevista: Yo preferiría evitar estas listas de personalidades, idiomas y países, querido Gustavo, la verdad es que no me gustaría parecer como esos sujetos pedantes que se hacen una foto con una «famoso» o en las salas de espera de un aeropuerto tan solo para presumir no sé de qué. 

Qué extrañas de Honduras y del sur del país.

Yo soy un indignado más por la pobreza y la miseria de este país, por la dictadura del crimen y la corrupción impuesta por los traficantes del voto y el dolor. Desde la lejanía, parece que todo estuviera cubierto por una nube de oscuridad. Pero uno recurre a la memoria, a la fundación de nuevos sueños, a la reconstrucción moral y espiritual desde los mapas de la imaginación. Vuelvo entonces al paraíso perdido de la infancia, vuelvo al sur, a la casa de mis abuelos, a «el Otro Lado del Río». En mi memoria pasa el galope de los caballos a la medianoche, la canción dolorosa de los locos que discuten y discurren con un letrero de Coca-Cola, pasa una procesión con las víctimas de la violencia, pasan los bueyes y el ruido de las velortas que arrastran el cansancio de los labriegos. Pero sobre todo pasa la dignidad de esa gente que, frente a todas las adversidades, erigen y honran palabras como trabajo, honradez y justicia.

Qué realizarías de infraestructura en Choluteca o de sitios arqueológicos.

Hay mucho por hacer en materia arqueológica. En Orocuina, por ejemplo, hay cuevas con pictogramas que ni siquiera han sido estudiadas. En las aldeas de El Triunfo y Marcovia los pobladores han encontrado piezas de jade, ocarinas, piedras esculpidas y vasijas que deberían estar expuestas en museos para el conocimiento de la población y para la continuidad de las investigaciones. Pero me temo que ni siquiera existe un museo para ese fin en Choluteca, y tal vez la voluntad de recuperar esa memoria ancestral no existe en la conciencia de quienes podrían hacer algo por la región.

Alguna experiencia bonita ligada a ser sureño.

Mi abuelo solía llevarme a ordeñar las vacas, salíamos hacia el otro lado del río antes del alba, cuando la noche aún persistía. En el camino, a veces hablábamos de las estrellas. No conocíamos el nombre de las constelaciones, pero él solía nombrarlas con palabras vinculadas al oficio que emprenderíamos al amanecer: me hablaba del cuajo para nombrar un conjunto de estrellas muy tupidas, del pinol para nombrar las más esparcidas, de la pradera de leche para señalar otros caminos. Así, cuando muchos años después, en 2005, escuché en la voz de Mestre aquel verso, tomé conciencia de que el poder de la imaginación estaba en alianza con la gente humilde que cada mañana inventaba la vía láctea, que caminaba hacia sus labores cotidianas, poéticas, sí, digo poéticas, porque ¿qué otra cosa es la poesía sino caminar bajo la intemperie y la estrellas y extraer la luz blanca de la leche que se mezcla con la sangre de la aurora como en «A morte do leitero» de Drummond?

¿Peligros con los que cuenta Choluteca como ciudad que está expandiéndose y creciendo económicamente?

En un país como el nuestro, siempre hay que estar alerta ante al daño ecológico y arqueológico que conlleva la expansión de la ciudad.

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Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito

EDAD

Descubro tu imagen entre los escombros. El instante en que una gota de fuego sucede a la lentitud.

Duermen en los labios las señales de la infancia, la pureza del tacto, el insecto de luz atormentado en el cuaderno de dibujo.

Entre las sombras, el mapa de los espectros, manuscritos de un tiempo perdido en la bóveda celeste de la esfera armilar, pequeños objetos hurtados de un sueño que nos invoca.

Ya no existe el pacífico mar en el fondo de la pupila, solo una cicatriz ceñida al tapiz donde palpas tu nombre.

Las arenas del sur, indicios de un dios de las pequeñas cosas, rayan de blancura los terraplenes.

Arrojad al mar estas palabras: hoy tenemos siete años.

COMUNIÓN

Sentado junto al fuego, no percibe el quebranto, ni la consumación de las vigas.

Lleva en su pecho un búho dormido. Tiembla como un laurel que ignora el origen de la tempestad.

Oye voces, oye voces cuyos resuellos desprenden el tamo cenizo que encubre sus ojos.

¿Qué percibes en lo lejano? ¿Qué escuchas más allá de mí? Un encargo secreto, la persistencia del destello.

Estás ciego, tienes sed. La sed es un recuerdo que cae a gotas.

Cada gota que cae sobre la eternidad de la laguna crea un cauce de peces que huyen hacia el polvo.

Del polvo, de las sendas sin tiempo ni repaso, llegas abatido: abrazas la apariencia de la sabiduría porque nada sabes del cansancio.

Sueña junto al fuego. Se llama Juan. Oficio: labrador. Hijo de Clímaco, del otro lado del río, municipio de Orocuina, departamento de Choluteca.

Por favor, no os volváis, susurra, me dice: pasad, aquí también hay dioses.

ORACIÓN

Si posas tu mano en mi corazón, te dolerá mi cicatriz.

Como el fervor en los labios del que entrega su voluntad a la hora del ángelus, bello es el rumor del tiempo menguante. No temas: junto a la herida duermen los ojos de la creencia, edad solitaria de siemprevivas, voz de las voces en las labores del otoño.

Libélulas y pájaros indefensos rozan la aguja del frío que dócil se diluye en el limbo de las hojas.

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