APUNTES PARA CONTRIBUIR A LA COMPRENSIÓN DE LA CARAVANA DE MIGRANTES

EGO17 noviembre, 2018

Globalización, migración, transnacionalismo y género

Por Jorge SAGASTUME

En los últimos años, hemos observado un aumento de las migraciones y los desplazamientos provocados por conflictos, persecuciones, situaciones de degradación y cambio ambiental, y una acusada falta de oportunidades y seguridad humana. Aunque la mayoría de los procesos de migración internacional se producen por vías legales, algunas de las principales situaciones de inseguridad que afrontan los migrantes, así como buena parte de la preocupación pública que suscita la inmigración, se asocian con la migración irregular. OIM, Informe Mundial de las Migraciones, 2018.

Para un debate sustantivo del fenómeno migratorio, será necesario en parte, transcender conceptualmente del enfoque de migración por el de movilidad humana. Lo propongo como primer acápite a esta reflexión. Segundo, agregar a la discusión conceptual y metodológica, una triada de conceptos: globalización, transnacionalismo y género. La caravana de migrantes es eso y más. Debo admitir que, por la dimensión de la caravana como fenómeno migratorio, asumo el riesgo de quedarme corto en su entendimiento, así como de proveer las explicaciones necesarias, prácticas y racionales desde el punto de vista de la sociología.

Una aclaratoria obligada al preparar este artículo es, de todas maneras, evitar caracterizar la caravana de migrantes como movimiento espontáneo y heterogéneo que surge como resultado de una realidad estructural o como la reacción a la desafección política que ciudadanos e instituciones sociales tienen de la forma del gobierno nacional actual. Tampoco haré alusión a la caravana como la sumatoria de identidades y soberanía, conceptos en los cuales me gustaría abordarlos en otro artículo, junto al de ciudadanía basado en el multiculturalismo. En este contexto no existe otro propósito que el asumir formas o nuevos patrones para un entendimiento más universal sobre dos fenómenos que marchan en forma concomitante: globalización y migración y, al mismo tiempo, acarrean otras formas de pensamiento y enfoques que constriñen a la reflexión y ejercen un influjo de proporciones importantes como el transnacionalismo y el género.

Nos es posible hoy día llegar a un entendimiento de la globalización sin antes sopesar el concepto de transnacionalización. Tomo el ejemplo práctico de cómo la caravana de migrantes ha transformado la agenda y obligado a los Estados Unidos particularmente, a decisiones de transcendencia nacional como resultado del transnacionalismo, para ello me apoyo en la siguiente cita: (…) hay una lucha entre quienes piensan que las actividades transnacionales erosionan la soberanía de los estados nacionales, (…) lo cual hace peligrar su existencia, y entre quienes no ven esa oposición excluyente entre ambas perspectivas y consideran que los estados nacionales seguirán durante mucho tiempo manteniendo su soberanía e incluso reforzándola frente a esas posibles amenazas, puesto que su papel no se queda (desde una visión crítica) en la simple homogeneización de la sociedad (Morcillo, 2011, p. 774).

Evidentemente la cita anterior desnuda esa relación simétrica que históricamente ha existido entre ESTADO -NACION, que a la luz de los procesos actuales de globalización vuelve ambiguos estos dos conceptos y hasta dicotómicos. Desde luego, el concepto de transnacionalismo abre una herida y un hueco a este maridaje ya muy cuestionado entre ESTADO -NACION. El siguiente concepto de transnacionalismo, en parte pone de manifiesto la erosión que ya se está dando al juntar estos dos conceptos: se define (…) como el conjunto de procesos por los cuales los inmigrantes crean y mantienen relaciones sociales multidimensionales que vinculan las sociedades de origen y las de destino. Llamamos estos procesos transnacionales para enfatizar que hoy en día muchos migrantes construyen campos sociales que cruzan fronteras geográficas, culturales y políticas (Basch et al., 1994, p. 7) citado en (Suárez, 2008, p. 61).

Foto: AP

La transnacionalidad no constituye un fenómeno nuevo, Durkheim y Mauss, en «Notes sur la notion de civilisation» ya proponían instrumentos para estudiarlos «hechos sociales transnacionales», tales como lenguas comunes, ideas literarias y creencias religiosas que atraviesan las fronteras; hechos que no están ligados a un organismo social determinado (Wagner, 2006: 38). Glick Schiller ha realizado estudios donde explora las migraciones transnacionales y el nacionalismo a distancia a fines del siglo XIX y principios del XX de los inmigrantes en Estados Unidos (Fouron y Glick Schiller, 2002: 174). También Liliana Suárez refiere a la existencia del transnacionalismo desde principios del siglo XX, aunque en ese momento no existieran las lentes analíticas para encuadrar el fenómeno como tal (Suárez, 2007)

La caravana de migrantes es un ejemplo de “prácticas y relaciones sociales donde hay un vínculo permanente entre las sociedades de origen y las de destino por medio de campos sociales que traspasan las fronteras y la existencia de diversos medios de comunicación y de transporte que las hace posibles (Tamayo Castro, Jhony Alexander y Mesa Casas, María Cristina. (2013)) Esta caravana de migrantes y las sucesivas viene a reafirmar que el transnacionalismo es un movimiento social vivo y en construcción, que tiene identidad, que asume los desafíos, sentido de pertenencia, donde la dignidad es uno de los valores no negociables; y el futuro es un proceso de permanente construcción que media entre la sociedad de origen y la de acogida; que no se puede soslayar a la construcción de un muro, al aparataje de una fuerza militar y a regulaciones y normativas migratorias nacionales, fronterizas y transfronterizas.

En el proceso migratorio, los migrantes se reagrupan en nuevas localidades, reconstruyen historias, reconfiguran sus “proyectos étnicos, y su identidad deja de ser rígidamente territorializada, delimitada espacialmente o culturalmente homogénea, y, por el contrario, ésta empieza a adquirir un carácter múltiple y desterritorializado” (Garduño, 2003, p. 78). Por consiguiente, no existe una convocatoria endógena a este proceso de agrupación, tampoco es espontaneo: son convocados por la realidad misma que envuelve a hombres y mujeres, los oprimidos de siempre, por la historia de marginalización y de exclusión social, por la precariedad del empleo y la pauperización salarial, por las distintas formas de violencia cuyos colmillos se ensaña más contra los grupos más vulnerables y, sobre todo, el deterioro gradual y profundo del estado, va creando sentimientos profundos de desafección política. Es un proceso que viene desde muy atrás, es histórico e irreversible, es la sumatorio de procesos de despojo, opresión, represión y sojuzgamiento.

Estamos cada día frente a patrones complejos de movilidad humana a nivel global. Patrones que muchas veces la respuesta de los gobiernos está desfasada o carente de los más elementales derechos humanos. Sencillamente porque muchas legislaciones en el mundo hablan de migración y de refugio y nunca de movilidad humana. Movilidad que es la causa y efecto a la vez, de otros procesos muchos más complejos de entenderlos como el de la globalización, pero fácil de traducirlos en el impacto que acarrea, así como en las formas de desigualdad estructural que fomenta bajo la lógica de intervenir al estado desde el enfoque nocivo del capitalismo.

Globalización y capitalismo son dos formas de desmontar al estado, de bloquearlo y de evitar a toda costa que, si algún día prestaba una función social hacia las grandes mayorías, esa función social se revierta hacia las minorías que históricamente tejen las hebras del poder, manipulan la autoridad, fabrican riqueza y controlan y ejercen hegemonía sobre todas las formas de enriquecimiento, poder y placer que se deriva de quienes controlan al estado. Sin embargo, existe una variedad de criterios en el abordaje de este tema, como el que afirma que “es un tópico que la globalización ha traído consigo una merma del poder de los Estados nacionales, sin que ello implique la desaparición de estos. Más bien, el Estado juega un papel activo en el proceso globalizador, reposicionándose en un campo de poder más extenso (Sassen, 2007:48).

Frente a las transformaciones del papel del Estado en el contexto de la globalización, el estudio de las dinámicas sociales tiende a adoptar una nueva perspectiva analítica: el transnacionalismo, que elude las fronteras marcadas por el Estado como contendores naturales de los procesos sociales (Pries, 1998: 115; 2002: 583; Levitt y Glick Schiller, 2004: 1003). Desde el transnacionalismo se revela la existencia de instancias transfronterizas, como espacios novedosos donde se desarrollan los procesos económicos, sociales y políticos (Solé y Cachón, 2006: 21). Algunos investigadores resaltan nuevas dimensiones de análisis, suponen trascender las fronteras nacionales en la interpretación de nuevas realidades sociales. Por ejemplo, entender de cómo el internet o los medios de comunicación y transporte globales generan una «comunidad imaginaria transnacional» (Ribeiro, 2003: 74).

Caravana de Migrantes en su paso por México. Foto VOA

El Informe Mundial de las Migraciones en el Mundo 2015 de la OIM, sostiene que “vivimos en una era de movilidad humana sin precedentes, marcadamente urbana, en la que los migrantes, tanto internos como internacionales, se trasladan a las ciudades y las zonas urbanas, aportan diversidad, conectan a las comunidades dentro y fuera de las fronteras y crean nuevos vínculos entre las distintas localidades. Todo ello exige nuevos enfoques en la gobernanza urbana y las políticas migratorias.” (…) Más aún, se estima que, cada semana, hay 3 millones de personas en el mundo que se instalan en las ciudades (ONU-Hábitat, 2009). Las estimaciones mundiales actuales indican que en 2015 había aproximadamente 244 millones de migrantes internacionales en todo el mundo, lo que equivale al 3,3% de la población mundial. (DAES 2016). De este total 150 millones son trabajadores migrantes (OIT 2015a) En el 2016 existían 40,3 millones de desplazados internos en todo el mundo y 22,5 millones de refugiados (ACNUR, 2017).

Ante este panorama y tendencia migratoria, el transnacionalismo cada día se reafirma y adquiere nuevas modalidades, sobre todo “permite observar los cambios que surgen en las actividades y las formas en que muchos migrantes realizan y conservan relaciones y conexiones en el país de destino y en el país de origen, relaciones que se pueden conservar y ejercer continuamente y que les significan compromisos vinculantes con las personas que desarrollan sus vidas en espacios territoriales diferentes de aquellos en los que reside el migrante y que pudiesen compartir su misma opción política, ser oriundos del mismo pueblo, pertenecer a algún grupo religioso o bien, mantener el vínculo con sus parientes (Vertovec, 2006, p. 157) Lo transnacional hace referencia a diversos procesos, actividades y prácticas económicas, políticas y sociales que se vinculan y se configuran por medio de la interconexión de más de un Estado-Nación, donde hay un constante cruce de fronteras y una permanencia en las prácticas, actividades y relaciones (Navaz, 2008).

De manera más precisa “El transnacionalismo, en estricto sentido se refiere a las relaciones de identidad y pertenencia entre los migrantes (Moctezuma, 2008, p. 2). Las caravanas migrantes en particular como transnacionalismo migrante “contribuyen de manera considerable a las transformaciones significativas que afectan al modelo tradicional de Estado-Nación”. (Vertovec, 2006, p. 166). Visto desde otra perspectiva, el transnacionalismo explica y facilita por sí solo “la comprensión de la interconectividad de personas y lugares en todo el planeta, en un momento en el que las tecnologías de la comunicación y el desarrollo de los medios de transporte han modificado las pautas y los tiempos de los seres humanos (Morcillo, 2011, p. 768).

Este transnacionalismo nunca actúa en forma aislada, es revitalizado por el proceso de globalización que irreversiblemente se viene acentuando en unas regiones más que en otras. “La globalización se basa en las interconexiones entre diferentes regiones, punto clave del transnacionalismo y de los procesos migratorios. Por otra parte, la globalización habría que entenderla como un proceso histórico y un fenómeno social, económico y político que abarca las dimensiones culturales, identitarias y subjetivas de determinados individuos y Estados nacionales; dimensiones que, a la hora de vincularlas con procesos migratorios, dan cuenta de las relaciones y prácticas que se dan entre migrantes en espacios sociales determinados que traspasan los límites formales y espaciales de las fronteras nacionales” (Castro et al, 2013).

La globalización remite a un cambio o transformación en escala de la organización humana que enlaza comunidades distantes y expande el alcance de las relaciones de poder a través de regiones y continentes de todo el mundo” (Held & McGrew, 2003, p. 13). La globalización de la economía mundial es parte de un conjunto de procesos multicausales y crecientes que han propiciado las condiciones para nuevas formas de migración o movilidad humana, entre las que se destaca un reciente y rápido crecimiento de las migraciones internacionales como parte de las transformaciones contemporáneas y como resultado del cambio global. Si bien la globalización y las migraciones son fenómenos de carácter histórico y universal, ambos se caracterizan por ser procesos dinámicos cuyas características y particularidades varían en el tiempo, de acuerdo al contexto de los países y en razón de una serie de factores internos y externos de orden local, nacional e internacional tales como regímenes políticos, condiciones de los mercados de trabajo, políticas públicas de migración y retorno, procedimientos políticos y sociales para encarar la protección de los trabajadores migrantes, efectos diferenciales de la crisis económica mundial. (Castro et al, 2013).

A medida que se profundiza la globalización, “en América Latina y el Caribe, aumenta la movilidad laboral, tanto en número como en diversidad, existe la necesidad apremiante de mejorar la comprensión de la contribución de los trabajadores migrantes al desarrollo económico, humano y social tanto de los países de origen como de tránsito y destino, así́ como de mejorar la gobernanza de los flujos migratorios. La OIT calcula que en el continente americano se encuentran concentrados alrededor del 27 por ciento del total de los trabajadores migrantes del mundo y que su importancia se incrementa rápidamente. Mientras que su número representaba 25,1 millones en América del Norte y 3,2 millones en América Latina y el Caribe en el año 2010, cinco años después estas cifras habían aumentado a 37 millones en América del Norte y 4,3 millones en América Latina y el Caribe: un incremento total de 13,1 millones de personas en tan sólo cinco años. (OIT, 2017).

Foto: AP

“Las migraciones internacionales están estrechamente vinculadas a procesos de inclusión y exclusión. Desde 1945, y especialmente desde los años 70, se ha producido un aumento de los movimientos internacionales de población que abarca todas las regiones geográficas; las personas pueden desplazarse a un país vecino o viajar hasta el otro extremo del planeta, pueden ser trabajadores o profesionales, migrantes o refugiados. Aunque los expertos intentan distinguir entre las diversas categorías, esto no siempre es posible, puesto que las motivaciones de quienes emigran son complejas y multidimensionales (Castles, 1997, p. 2)

Según un estudio del Banco Mundial para los países de Centroamérica al analizar variables como empleo, salud, educación, entre otros, evidencia las brechas que de un país a otro existen, así como los patrones de vulnerabilidad y de exclusión social que se reproducen, principalmente en país con economías permeadas por la corrupción de los sistemas políticos. “La creación de más empleos, particularmente empleos que puedan romper el ciclo de pobreza y contribuir a un crecimiento económico sostenido, es una prioridad en la agenda política de la región” (…) En este contexto, el mayor desafío en materia de empleos en América Central es crear mejores condiciones para estimular la creación de empleo más productivo en el contexto de una fuerza de trabajo en rápido crecimiento. Superar este reto contribuirá a reducir la pobreza, la desigualdad y la exclusión social que están tan impregnadas en los países centroamericanos. (Banco Mundial, 2012).

Por otra parte, este mismo estudio plantea los grandes retos que existe entre capital humano y educación como pilares básicos en la productividad y en la búsqueda de un modelo eficientemente que asegure un futuro mejor para población económicamente activa, así por ejemplo: “ (…) la región deberá trabajar en pos de una importante mejora en su base de capital humano. El acceso a la educación secundaria y superior, así como la calidad educativa, deberán ser mejor. Asimismo, será crítico desarrollar una fuerza de trabajo que cuente con los niveles mínimos de habilidades científicas y técnicas para facilitar la adopción y adaptación de nuevas tecnologías. Finalmente, la región deberá asegurarse de que su fuerza de trabajo (y su capital humano) estén protegidos contra cambios inesperados en el ingreso y contra la pobreza crónica a través de un sistema de protección social efectivo, lo cual implica que los programas actuales deben ser evaluados y los gobiernos deben mejorar la coordinación, reducir la fragmentación y ampliar la cobertura”.

A pesar de que en líneas gruesas y sustantivas el estudio fue un acierto en e escenario político y económico en la región, principalmente los países del “triángulo norte”, los gobiernos no acataron o fingieron amnesia a las recomendaciones de dicho estudio. Es innecesario subrayar que actualmente este escenario está desdibujado en los político y social, las brechas en el empleo, desempleo, subempleo, así como los factores de violencia, delincuencia que se derivan de la misma violencia del estado; han agudizado la crisis social, es notable el impacto severo en la clase pobre y media, así como en un masa de trabajadores jóvenes, muchos de ellos profesionales o con carreras técnicas, sin embargo sin ninguna posibilidad de insertarse en el volátil mercado laboral.

Asimismo, la situación de la mujer desde el enfoque de género merece un estudio de mayor profundidad, sobre todo para entender que en el último decenio la feminización de la pobreza y la feminización de la migración, como factores estructurales detonantes del mismo modelo político y de la galopante imposición del modelo patriarcal, han llevado a una escala muy crítica la situación de la mujer. El mercado laboral no es una opción real para las mujeres, este mercado reproduce y profundiza la desigualdad de salarios entre hombres y mujeres, ejerce una discriminación hacia todas las formas de superación de la mujer, además de ofrecer siempre más oportunidades a los hombres que a las mujeres. No obstante, existen otras situaciones igualmente graves y de violencia estructural típicas de la región como “el matrimonio sin compromiso oficial, es decir, unión libre. Esta forma de conyugalidad ha generado miles de hogares encabezados por mujeres, ocasionando la feminización de la pobreza. La responsabilidad económica recae en los hombros de las mujeres, generalmente con hijos, y estas buscan maneras de sobrevivir ya ni siquiera de salirse de la pobreza. Frecuentemente, esa salida no se encuentra en el interior del país ni en la región, y esas condiciones las impulsan a partir hacia el Norte a pesar del altísimo riesgo que correrán en el camino.

En este escenario de miedo y terror se suma un otro problema de magnitudes y proporciones enormes: el femicidio. De acuerdo con El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos en Honduras (Conadeh), estima que entre el año 2006 y 2016 unas 4.787 mujeres fueron asesinadas, es decir, una cada 17 horas. Cada media hora una mujer, niña, niño o adolescente es víctima de violación. El 70 por ciento de los asesinatos se realiza con armas de fuego, más de la mitad de las víctimas tiene entre 15 y 29 años y la mayoría de los agresores son integrantes de los círculos más cercanos de las víctimas. En el 2013, el año más mortífero para las mujeres, Honduras alcanzó una tasa de femicidios de 14 por cada 100.000 mujeres, algo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) cataloga ya como epidemia.

El Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras informó (…) que 11 mujeres son asesinadas diariamente en el país y el 90 por ciento de los casos ocurridos durante los últimos 15 años sigue impune. Al menos 127 mujeres ha sido asesinadas en lo que va de 2018 por causa de la violencia doméstica, pese a que en los últimos años se ha registrado una disminución en las cifras de genocidios, en comparación al 2017 (5.600 homicidios). El Alto Comisionado de las Naciones Unidas Para los Derechos Humanos Honduras (Acnudh) y La Organización de las Naciones Unidas para Mujeres (ONU Mujeres) indicaron que los esfuerzos para mitigar los asesinatos y la violencia femenina en el país centroamericano han sido insuficientes.

En consecuencia, a partir de esta preocupación se han hallado nuevas miradas sobre la movilidad humana femenina (Morcillo, 2012), guiando el análisis sobre las necesidades y carencias existentes, como medidas ineludibles a tener en cuenta en el diseño de políticas públicas en materia migratoria4. Lo anterior demuestra que Honduras como estado ha fracasado en la implementación de políticas públicas que protejan a las mujeres y las niñas de todas las formas de violencia y sobre los riegos de migrar. No existe ni un presente ni un futuro en la actualidad que sea prometedor para amplias mayorías que viven en condiciones de pobreza y en alta vulnerabilidad.

En el caso de la caravana de migrantes se ha dicho de todo con “un (…) discurso altamente estereotipado, donde los y las inmigrantes son vistos como los extraños con derechos fuertemente limitados, al convertirse en una categoría de sujetos regidos bajo un régimen de excepcionalidad sin garantías (CEAR, 2009, p. 26), y en el caso particular del inmigrante “ilegal” (Valero, 2005, p. 116), sin papales (Vite, 2006, p. 18), automáticamente pierden sus derechos. Base soportada en las mismas políticas migratorias, ya que están exactamente diseñadas para que aquellos no gocen de ciertas garantías, pues se infunde terror colectivo bajo la excusa de la “ilegalidad” y así, sus derechos no son reconocidos. Circunstancia que termina por empeorar, a gran escala, los efectos del hecho mismo de emigrar, por la carencia de unas condiciones idóneas que permitan satisfacer unos estándares mínimos de bienestar (Palacios Valencia, 2016).

Foto: Jose Cabezas/Reuters

Para analizar las migraciones desde una perspectiva de género, es necesario tener en cuenta diversos aspectos que van desde el ámbito familiar y los contextos sociales, hasta la estructura familiar –número de hijos/as, tamaño de la familia, roles– (Torrado, 2012, p. 69) La situación de inequidad, desigualdad social, económica y política, que viven las mujeres es un hecho evidente en la historia de la humanidad. Aunque afirmar tal cosa no deja de ser pura obviedad, siendo una cuestión rigurosamente investigada, analizada y reconocida a nivel internacional, regional, nacional y local, que se expresa permanentemente en la constante vulneración de sus derechos humanos y en la aceptación sociocultural de la violencia contra las mujeres, además de las desventajas en el disfrute de los beneficios del desarrollo, por mencionar algunos aspectos, es una situación que perdura en la época actual. (Palacios Valencia, 2016).

La feminización de la migración es parte de la globalización. Sin embargo, el impacto y la connotación entre un hombre y mujer migrante existen diferencias sociales y culturales de fondo. Como bien lo expresa Palacios Valencia, “ser inmigrante y mujer, es una pieza sustancial para analizar el impacto de los fenómenos migratorios, ya que exige reconocer la realidad ambivalente, jurídica y asimétrica de las mujeres en todo un entorno conflictual derivado del ritmo acelerado de cambios que emergen en el eje planetario. Siendo imperioso regularizaciones más garantistas que aboguen por un respeto mínimo de derechos derivados de la propia condición del género humano”. El Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano registra cada año 140.000 casos de personas centroamericanas cuya intención es llegar a los EE.UU., al mismo tiempo, Estados Unidos deporta a 104.000 centroamericanos en promedio y de los cuales, 45.000 son mujeres centroamericanas sin documentos migratorios, y el 70% de estas mujeres sufre algún tipo de abuso sexual (OIM 2014) Por otra parte, el número de solicitudes de asilo presentadas en todo el mundo por solicitantes de El Salvador, Honduras y Guatemala se incrementó en un 597 % entre 2010 y 2015, según estadísticas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Para entender los factores estructurales e históricos que inciden en la migración centroamericana, citaré un aspecto central contenido en el estudio de Suyapa Portillo y Alicia Miklos, “Central Americans under Trump: uncertainty on both sides of the Border”, Debates, LASA FORUM, 53-59. Estos factores son los siguientes:

1) Desestabilización histórica de los EE. UU. en la región al apoyar regímenes autoritarios y un modelo neoliberal económico adoptado por los gobiernos que han causado aún más desigualdad, inestabilidad y exclusión.

2) Los factores medioambientales son también un elemento clave para la migración. Por una parte, nos referimos a los desastres provocados por huracanes, inundaciones y terremotos (el huracán Mitch en 1998, el terremoto en El Salvador en 2001; el huracán Stan en 2005). Pero, sobre todo, son decisivas las inversiones en plantas hidroeléctricas, presas y proyectos ecoturísticos que están destrozando las comunidades indígenas, las tradiciones y la herencia cultural de dichas comunidades y los contratos con los poderes públicos y privados que son asegurados a través del asesinato mediante grupos paramilitares (sólo hay que ver el asesinato reciente de Berta Cáceres).

3) La violencia en Centroamérica hay que entenderla como una combinación de desigualdad de clase, raza y género militarización e impunidad que da forma al régimen de movilidad y que desempeña el papel de dispositivo de control e impone un orden social y de género. Esta violencia tiene algunos componentes:

a. Violencia ligada al crimen organizado. Esta violencia tiene algunos componentes ligados al crimen organizado que impulsa y acrecienta los flujos migratorios desde países centroamericanos. El origen de esta violencia se encuentra en la herencia de las guerras civiles vividas en estos países entre 1970 y 1990, con una intervención desestabilizadora de los EE.UU., ya que durante esos años entrenó y ayudó con inteligencia y recursos a los ejércitos de los países del Triángulo Norte (TNC), lo que ha dejado una herencia de violencia, militarización, proliferación de armas y de prácticas represivas por parte del estado lo que ha generado la irrupción de grupos ligados al crimen organizado y al narcotráfico. Entre los grupos más conocidos, encontramos las pandillas o maras. Las más conocidas son la Salvatrucha y la 18 y se sirven de la extorsión como principal fuente de ingresos.

b. Desde 2011 en adelante, el perfil de migrantes está compuesto por mujeres, menores no acompañados, familias con niños pequeños y personas LGBTl. Las mujeres, incluidas mujeres transgénero, y niños son especialmente sujetos vulnerables en la región. Los feminicidios y el temor a los mismos, se encuentran en el trasfondo de la migración de estas personas. Esta situación se extiende a la población LGBTI que experimenta el mismo nivel de brutalidad. La situación de los niños es similar. Los adolescentes y jóvenes son los objetivos principales del reclutamiento de las bandas y las maras, por lo que migran para evitar ser reclutados de manera forzosa. Esto explica que desde 2013, el flujo de menores no acompañados se haya disparado (a finales de 2014, 40.000 menores fueron detenidos en la frontera EE.UU.−México). Estos menores son especialmente vulnerables a la violencia sexual, secuestro, tráfico de personas. Por lo tanto, la violencia de género es uno de los elementos fundamentales para entender las motivaciones de la migración de mujeres, niños y familias.

Foto: AP

Para ir cerrando esta reflexión es necesario entender el impacto de la globalización en los procesos de movilidad humana en la región y principalmente en Honduras. La asimetría en la distribución de los beneficios ofrecidos por la economía internacional se hace patente en la región, ya sea por las carencias de capital humano y de conocimiento, los cambios del papel del Estado en el plano social o, en general, por las insuficiencias estructurales del desarrollo. A su vez, la precariedad del empleo y la profundización de las tensiones sociales dieron pie a una sensación generalizada de vulnerabilidad social en la región; frente a la percepción de inseguridad, riesgo e indefensión —que se refleja en las opiniones de la población recabadas en encuestas y ampliamente difundidas por los medios de comunicación—, cobra cuerpo una creciente aceptación de la emigración como alternativa para enfrentar las difíciles condiciones de vida, la incertidumbre laboral y la disconformidad con los resultados del patrón de desarrollo. Por ende, la reducción de las brechas y la convergencia económica son condiciones elementales para que disminuyan los estímulos a la migración a largo plazo; mientras ello no ocurra, los países de la región deberán convivir con la migración internacional, enfrentando sus múltiples consecuencias, pero también aprovechando sus oportunidades Continua afirmando este estudio que “todo hace prever que, al menos a corto y mediano plazo, la migración seguirá estimulada, en un mundo de fuertes interconexiones, en el que se harán más visibles las profundas brechas económicas internacionales y las agudas insuficiencias estructurales de los países en desarrollo. Además, los países desarrollados —demográficamente envejecidos— fortalecerán sus estrategias tendientes a atraer recursos humanos calificados y mantendrán la demanda de trabajadores de menores calificaciones, cuyos nuevos contingentes difícilmente podrán absorber los mercados laborales de los países en desarrollo, aunque en varios de ellos su oferta —como reflejo de los procesos de transición demográfica— irá disminuyendo. En este contexto, la difusión de valores e información, propios de una cultura migratoria que reafirma la legitimidad del derecho a migrar, y la consolidación de actores organizados facilitarán las decisiones migratorias”.

Ojalá estas breves reflexiones puedan aportar al debate actual sobre sobre los procesos de movilidad humana en la región de Centroamérica, encarar las causas y los efectos, y sobre todo, gestionar estos procesos resolviendo sus problemas y capitalizando las oportunidades que ofrecen a los países de acogida. Por otra parte, contribuir a atenuar las voces transformadas en estereotipos que cada día satanizan a las personas en movilidad humana, desconociendo la historia verdadera que se esconde detrás de cada persona que se ha visto obligada a dejar el país, su familia, su entorno y ha decidido construir una nueva vida al otro lado de la frontera, muchas veces a un precio muy alto.

Quito, 12.11.18.


Jorge SAGASTUME Es consultor del Organismo de las Naciones para las Migraciones, OIM oficina de Quito, Ecuador.


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