ÁLVARO CONTRERAS, SÍMBOLO DE REBELDÍA FRENTE A LA BARBARIE

ALG25 mayo, 2018

Álvaro Contreras murió en El Salvador en 1882 a los 43 años. Fue Rubén Darío quien pronunció el discurso en su funeral y fue allí en donde el poeta conoció a Rafaela Contreras, su primera esposa. Hoy el premio más prestigiado al periodismo en Honduras lleva su nombre.  En El Pulso, celebramos el reconocimiento a la trayectoria profesional de los que cada año son premiaos por el Congreso Nacional y para memoria traemos un fragmento de la nota de Literato Moncada, publicada en Yuscarán en octubre de 1884 y que aparece en la colección Honduras Literaria (Ministerio de Educación Pública, 1958) de Rómulo E. Durón, que escribió como reclamo al país, por el olvido al que se condenó al gran Álvaro Contreras. 

Queda al lector identificar si los laureados del premio Contreras hacen honor a la vida y obra del periodista y orador liberal, fundador de periódicos y guerrero inclaudicable, o si como dice Moncada,«los despojos venerados de Álvaro Contreras continúan bajo una capa de tierra».

ÁLVARO CONTRERAS

Yuscarán: octubre 9 de 1884

Álvaro Contreras nació en 1839 en la ciudad minera de Cedros y se educó en Tegucigalpa hasta obtener su grado de Bachiller. Desde muy temprano inició su carrera en el periodismo defendiendo la causa de los Derechos del Hombre. Trabajó muy de cerca en el gobierno de Cabañas, cuando apenas era un adolescente y fue el dictador José María Medina quien tuvo la triste honra de poner manos violentas en haciéndole abandonar su patria, y de lanzarlo de su hogar, hasta hacerlo ir a buscar un pan en tierra extranjera en 1869.

En Costa Rica continua su carrera de periodista y dirige el periódico El debate. Pronto se da a conocer como orador y con estas dos fases de su carrera es como se le recuerda hasta su muerte. El encendido campo de la política en aquel país centroamericano vuelve a quemar su planta y es expulsado nuevamente, tomando camino del destierro y resignándose al peso de su destino adverso llega a El Salvador.

En 1872 funda el diario La Opinión desde donde bate su palabra castiza en contra de las injusticias y la barbarie de la guerra fratricida del 76, razón por la cual debe volver al exilio, esta vez en Nicaragua en donde dirige el periódico La Libertad. En Nicaragua permaneció cerca de dos años. Hombre hecho para el combate, gladiador infatigable, no dejó su puesto de acción un solo instante y ya sea en la prensa, ya en la tribuna, su constancia en las ideas de la libertad le granjeó el odio de los poderosos y tuvo que levar anclas y embarcarse de nuevo en los bajeles del infortunio.

Ya para entonces no hay en Centro América un solo lugar para Álvaro Contreras y se suma al ejército rebelde que lucha bajo la dirección del general José Trinidad Cabañas en contra del dictador Dueñas en Costa Rica, y pierde. Contreras se refugia entonces en Panamá y en esa tierra libre de Colombia encuentra un teatro inmenso para dar gran vuelo a su esclarecido talento. Durante cuatro años en ese puente del mundo, como el mismo decía, levantó nombre hasta obtener una fama continental. Sus escritos son reproducidos con grandes elogios por la prensa suramericana, pone su pluma al servicio de la libertad del Perú: entra en ardiente lucha y rompe lanza con los primeros diaristas chilenos, y se codea con hombres de gran valer, y obtiene autógrafos honrosísimos de Juan Montalvo, el príncipe de los escritores americanos, y del Conde de Lesseps, esa omnipotencia del espíritu emprendedor.

Pero allí donde se había revestido con una aureola de gloria inmarcesible, a la par de esa corona inmortal, adquiere el germen de su prematuro fin. A fines del 81 vuelve a las playas centroamericanas, pero ya con la enfermedad que le condujo inexorablemente al sepulcro.

Como orador, Álvaro Contrera poseía el arte de conmover y convencer. Si hablaba anatematizando a los tiranos, su elocuencia era rayo; si lanzaba sus fuegos a los demagogos, huracán; si explicaba a las masas populares sus derechos y deberes, era luz; si se detenía a contemplar el porvenir de la patria de nuestros mayores, era la sibila en el trípode de la inspiración, señalando al pueblo centroamericano en los capos que están más allá de la visión humana, la sagrada tierra prometida; si recorría las diversas escalas de la filosofía, desde épocas remotas hasta nuestros tiempos, era la balanza de Temis, pensando en grandezas y las caídas de la razón humana; y finalmente, si hablaba de la mujer o del arte, entonces su elocuencia era un idilio, era el susurro del viento entre las hojas, los trinos melodiosos de los cantores alados, los divinos acordes de la flauta, oídos muy apenas en una noche de luna, o de la citara, arrancados por mano maestra bajo las ventanas de una doncella enamorada.

Como literato, era indiscutiblemente uno de los primeros que produjo la América Central. El célebre español autor de los Cánticos del Nuevo Mundo dice: «Contreras es el más elocuente de los tribunos, el más fácil, inspirado y fecundo de los escritores centroamericanos». No tenía esas iluminaciones súbitas de Víctor Hugo, con su estilo tajante como un hacha, ni la fraseología corta y bien redondeada del genio irónico y juguetón de José Selgas; tampoco poseía esos largos y elevadísimos períodos, que como eternas vibraciones de inmortales arpas deleitaban el espíritu de los que leen al Marqués de Valdegamas y Emilio Castelar. Su estilo era armonioso y solemne como el de Eugenio de Pellatán, a quien parece que se propuso imitar; unas veces era cortado, otras de dilatado vuelo, según las ideas que trataba de explanar, pero siempre era lleno de inspiración y amenidad. Si alguna vez hubiera publicado artículos sin su firma, de seguro que no habría podido ocultar su personalidad; el estilo es el hombre, dice Buffon, y quizás en muy pocos escritores se hallará este pensamiento tan netamente acentuado como en Álvaro Contreras; él mismo lo decía: «mis escritos son muy conocidos, porque son la copia de mi ser; las verdades que salen de mi pluma, no son esas verdades flemáticas de tardíos efectos, sino globos encendidos que calcinan la frente de los demagogos y de los tiranos».

Álvaro Contreras, sin embargo, a mi humilde juicio, era aún mucho más grande en su vida ordinaria, en el trato familiar con sus amigos. Si un taquígrafo hubiera podido recoger sus conversaciones, podría haberse publicado como conferencias familiares de literatura. Su casa era centro de tertulia; casi sólo él hablaba, pero hablaba como dice Montalvo de Castelar: arriba, arriba, siempre arriba.

Este es el hombre que ha perdido, hace hoy dos años la América Central; y sin embargo la patria sigue en su punible indiferencia, y los lienzos, y los bronces, y los mármoles no perpetúan su memoria, y Honduras ha vuelto la espalda a uno de sus grandes hombres, y los despojos venerados de Álvaro Contreras continúan bajo una capa de tierra, distantes de la que le vio nacer, y con ellos sepultada también la espléndida aureola de su inmortalidad.

Literato Moncada.

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Álvaro Contreras murió en El Salvador en 1882 a los 43 años. Fue Rubén Darío quien pronunció el discurso en su funeral y fue allí en donde el poeta conoció a Rafaela Contreras, su primera esposa.

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