El discurso de Trump: catalista del asalto al Capitolio

Las escenas fueron impactantes. Por primera vez en siglos, una turba armada irrumpía violentamente al Capitolio estadounidense durante un acto oficial, saqueando y destruyendo lo que encontraron a su paso, mientras senadores y congresistas eran evacuados por su seguridad. En las afueras, los extremistas enfurecidos se enfrentaban a la policía y a la prensa. En montones destruían equipos de video y fotografía. En una puerta dentro del Capitolio, alguien grabó la frase “Murder the media,” o asesinen a los medios.

¿Qué nutrió e incitó el estallido? Palabras. Palabras desde el poder.

Nos encontramos en una época que exige una renovación ideológica global, ante una plétora de nuevas cuestiones éticas que día a día demandan ser abordadas. Las estructuras políticas tradicionales, como lo vemos a diario en Honduras, como lo hemos visto alrededor del mundo y como lo pudimos atestiguar en vivo durante la fallida insurrección trumpista en Estados Unidos, se han quedado cortas en la comodidad que la desconexión entre los privilegios de sus cargos y las desventuras de sus electores les ha brindado. Ese vacío ha sido el perfecto caldo de cultivo para que populistas en todo el globo lo llenen con sus palabras, engendrando tragedias al son de sus voces.

Si algo es importante recalcar de los hechos recientes, es el papel crucial que los discursos tienen ante una sociedad. Las palabras que se pronuncian desde una posición de poder son un instrumento que evoca y reafirma significados y relaciones. Cuando el presidente de los Estados Unidos, en un debate presidencial, ordenó a un grupo supremacista blanco “stand by and stand back” (aguarden y estén alerta), estaba creando relaciones y conminando acciones, que desembocaron en el asalto al Capitolio. Cuando el presidente de los Estados Unidos llama violadores y ladrones a los migrantes latinoamericanos, es creador de un discurso que se traduce en la exclusión y persecución sistemática de un grupo por su origen, como la escalada en incidentes de confrontaciones racistas ha dejado en evidencia.

Centroamérica empieza a padecer sus propios líderes políticos á la Trump: se ocupan de llamar a las estructuras políticas caducas “los mismos de siempre”, justifican mesiánicamente sus equivocaciones y fustigan día y noche a los medios de comunicación, copiando al carbón las tácticas del estadounidense. Ya hemos visto llamados incendiarios sin mesura alguna, campañas que se ensañan contra medios de comunicación y hasta irrupciones militares en sedes de otros poderes del Estado. Si bien es cierto, lo ocurrido hoy sacude la imagen democrática del país del norte, la alarma que estos liderazgos generan en nuestras repúblicas se acrecienta ante la débil institucionalidad que nos aqueja y que no ha podido hacer frente a problemáticas como la corrupción y el crimen organizado.

La razón por la cual las palabras de odio, como muchas que pronunció el aún gobernante de Estados Unidos, no deben ser toleradas, radica precisamente en lo peligrosas que son para las relaciones sociales. En el momento en que permitimos a quienes participan de la política agredirnos, en razón de nuestro origen étnico, orientación sexual, género, religión o cualquier otra causa, aceptamos una cultura de violencia desde el poder. Es momento de exigir, como pueblo, un nivel de discurso más alto que el que los liderazgos políticos nos brindan, hoy por hoy. Las palabras importan.

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