(Por: Óscar Esquivel)
La realidad política y social en nuestros países es distópica, sumergida en el caos y en la negatividad. Los espacios para un futuro alentador, prometedor, tranquilo, se van cerrando.
La polarización está asfixiando la dialéctica, ya pocos escuchan, ya pocos razonan, ya pocos creen. Siempre ha sido así o es que hoy son más evidentes los intereses de los que dicen: Yo tengo la verdad.
La descalificación permanente es el pan nuestro en cada bando. No se miran esos liderazgos nacionales que puedan convocar a la UNIDAD bajo principios generalmente aceptados para una sociedad constructiva. Abundan eso sí, los mesiánicos que representan a pequeños grupos económicos, políticos o familiares. Esos que de un lado miran el 6 y luego miran el 9 dependiendo la coyuntura.
Abunda el dogmatismo cerrando espacio a la búsqueda de la razón. Y por supuesto para que hayan liderazgos dogmáticos y más papistas que el papa se ocupa de quien aplauda, de quien lisonjeé, de aquel que nunca se abrió camino, de aquel que le gustó la comodidad, del que gusta de la sombra hecha por otros. No importando sí está sombra fue construida sobre cadáveres, robando, engañando a los de su clase. Por supuesto que se necesita de esa complicidad mal llamada lealtad que nos viene arrastrando desde tiempos inmemoriales.
La búsqueda de la razón tiene que abrirse paso entre los que se creen buenos mientras los otros son los malos, para volver a creer, para tener esperanza, para poder construir, para que la institucionalidad de un país funcione. Son las acciones las que hablarán por lo que se creen químicamente puros, portadores de la verdad. Pero le corresponde a un segmento de la sociedad, la vigilancia, la exigencia para que el resultado de esas acciones perjudiquen lo menos posible y que en cambio generen, el mayor bien posible.
Cuando la verdad del interés nacional se abra paso a mí verdad y a tú verdad otra sociedad utópica será posible.