(Por: Óscar Esquivel) Los países vienen experimentando grandes sequías producidas por la falta de lluvias y por otro lado inundaciones producto del cambio climático que no es por obra del espíritu santo sino por el ser humano a través de los países industrializados y falta de liderazgos mundiales amigables con el ambiente. Algunos expresidentes y presidentes actuales de grandes países niegan el cambio climático pese a que los estragos climáticos están a simple vista, siendo éstos ciertamente unos enajenados mentales.
Honduras no es ajeno al cambio climático, siendo uno de los países más vulnerables por su posición geográfica y la falta de recursos económicos para prevenir y hacer frente a las consecuencias. Sin embargo no todo es falta de recursos económicos sino fortalecer las políticas públicas encaminadas a la reforestación, conservación y leyes más drásticas para los que provocan los incendios forestales.
Desde hace ya varios años en el país en época de verano ocurren quemas indiscriminadas bajo la sospecha que lo hacen algunas lotificadoras por que les es fácil quemar que solicitar permisos ambientales. Pero todo ha quedado en sospecha, no se sabe a ciencia cierta cual es la causa principal de las quemas limitándose las autoridades a enviar bomberos y helicópteros para apagar los incendios. Los daños a la flora y fauna han sido catastróficos sin que hasta el día de hoy hayan responsables.
En las últimas semanas en el país nos hemos visto afectados por el humo que nos asfixia 24/7 sin que hasta el momento ninguna autoridad manifieste las causas reales y la manera en que se combata quedando a manos de Dios para que envié la lluvia y disipe la contaminación. Ignoramos a ciencia cierta sí las causas de este humo es producido por los incendios forestales en el país o en países vecinos o sí es algún avión que pasa a medianoche fumigándonos.
Todo es posible, también puede ser el apocalipsis por lo que habrá que confesar nuestros pecados como ocurrió el 20 de enero de 1835 cuando Tegucigalpa y Comayagüela se “oscureció el sol, se sintieron horribles sacudimientos de tierra, ya de oscilación, ya de trepidación, y se oyeran retumbos prolongados y pavorosos, que semejaban truenos ensordecedores de una tempestad deshecha».
La luz se extinguió por completo, a causa de una abundante lluvia de polvo que caía sin cesar al grado de que para ver las personas, de cerca, se acudía a «hachones de ocote», o a velas que pronto se apagaban. El pueblo consternado, sintió los terrones del Siglo X; creyó llegado el juicio final, y hombres y mujeres, ancianos, adultos y niños, a voz en cuello, hacía pública y general confesión de sus culpas.
Así lo creían, también, los sacerdotes, que oían, en desorden, a sus aterrados penitentes. Pero José Trinidad Reyes, sacerdote que sabía física y geología, logró devolver al pueblo la calma, impidiendo las generales y públicas confesiones. A todos decía: «No os aflijáis, ni déis escándalos. No es el Día del Juicio: un volcán cercano ha hecho erupción; el peligro ha pasado, y el polvo dejará de caer dentro de poco tiempo”.
Reyes era un oráculo para su pueblo, y éste creyéndole, dejó de creer en el Juicio Final y de decir a gritos sus pecados. A poco se confirmó, por los hechos, el dictamen del hombre de ciencia. El polvo fue disminuyendo, una pálida luz fue alumbrado, y a los tres días el sol apareció en todo su esplendor. Después de supo que había hecho erupción el volcán de Cosigüina, en la costa del Pacífico del Estado de Nicaragua.
Hoy, en 2024, donde la ciencia está a la mano hasta el momento no hay autoridad gubernamental o persona de ciencia como José Trinidad Reyes que nos den la certeza cual es la causa que hace 24 horas nos acompañe un cielo azul y al amanecer del día siguiente un humo tóxico nos despierte.
Serán las autoridades gubernamentales, el hombre y mujer de ciencia que confirmarán o desecharán sí estamos bajo un ataque criminal ambiental, sí es a causa del nuevo orden mundial o es una nueva versión del «año del polvo». Mientras sí son peras o manzanas la población deberá hacer lo propio para mantenerse a salvo.