Editorial: JOH y la conversión de Honduras en un narcoestado

Redacción El Pulso18 marzo, 2022

En cierta ocasión, la exembajadora de EE.UU. en Honduras, Lisa Kubiske, le dijo al expresidente Porfirio Lobo que no siguiera apoyando a un thief (ladrón, en mención a Juan Orlando Hernández). Aquellas palabras no provenían de cualquier diplomático, sino de la entonces representante del llamado país más poderoso del mundo, a quien todos le hacen caso sin el mínimo reclamo, en actitud nalgas prontas… Fue ese mismo gobierno que al final aupó sin condiciones a un sujeto elaborado a la medida de los dictadores tropicales, a sabiendas que la DEA lo venía investigando desde 2004 por sus nexos con el narcotráfico.

La extradición de Hernández ya es cosa juzgada, ya su suerte está echada; de su destino final, fue el mismo exjefe de Estado quien lo escribió en piedra y él, más que nadie, sabía cuál iba a ser su futuro. Los cálculos le salieron mal, no supo prever planes b, c, d y e… Pero deja atrás el nada envidiable sitial de ser el primer expresidente en ser extraditado para responder a las acusaciones de narcotráfico. Washington no tuvo necesidad de meter sus manos en el país como lo hizo con el dictadorzuelo panameño Noriega, cuyo arresto dejó una estela de destrucción y muerte de un país que con el correr de los años comenzó a crecer económicamente y es uno de los más desarrollados de Centroamérica.

El hombre que dirigió Honduras con puño de hierro durante ocho años logró tener casi a todos controlados, se tomó para sí mismo toda la institucionalidad que dominó sin sudar la camisa. Logró manipular el sistema a su antojo y dominó a los otros poderes en el Consejo Nacional de Defensa y Seguridad, instancia suprema donde fue pervertida toda política relacionada con la justicia, el combate a la corrupción y la delincuencia organizada.

EE.UU., al no tener a alguien en el país que defendiera sus intereses, decidió -a sabiendas de lo mafioso que era su cuadro- apoyarlo en su controvertido (e ilegal, según estudiosos) proyecto de reelección. Heide Fulton fue el pivote para que Hernández asumiera un segundo mandato que costó demasiada sangre, todo para evitar que la izquierda encarnada en Libre y un ambivalente ideológico como Salvador Nasralla lograran hacer la hombrada en unas controvertidas y cuestionadas elecciones y sacar del poder a quien siempre alegó que se dedicó a combatir el crimen pero que formaba parte del mismo crimen. Al volverse tan insostenible, la exangüe potencia lo abandonó a su suerte, en secreto lo colocó en la lista de corruptos del Triángulo Norte de Centroamérica y cuando su pieza entregó la banda presidencial a Xiomara Castro, fue tras él y está de más decir cuál será su final.

Washington optó por apoyar a la izquierda hondureña, que ahora luce un poco descafeinada, lejana de ese discurso doctrinario y marcadamente ideológico, en el afán por reafirmar su hegemonía en una región que se cansó de las políticas neoliberales, de la corrupción y el narcotráfico. Al fin y al cabo, las relaciones de la Casa Blanca con el resto de América Latina que está migrando hacia el progresismo no es porque tenga un presidente demócrata y una vicepresidenta vista como izquierdista, sino por la mera defensa de sus intereses.

La derecha, en especial la hondureña acuerpada en el Partido Nacional, creyó que siempre tendrían un respaldo explícito de EE.UU. como lo tuvieron con Trump y que gobernarían por 50 años como lo predijo Juan Orlando Hernández. Su dirigencia anuncia una reingeniería que poco hará para quitarse los motes de organización criminal y narcopartido que imprimió el exgobernante durante sus ocho años…

…Y así Hernández logró transformar un país empobrecido, marcado por la corrupción y violencia en un narcoestado, según las acusaciones formuladas por fiscales estadounidenses que ya se frotan las manos para demostrar en el juicio que el acusado sí trasegó medio millón de kilogramos de estupefacientes y que se puso a la cabeza del próspero negocio de la droga al desplazar y extraditar a los cabecillas de los cárteles que buscarán reacomodarse tras la caída del hermano del exjefe narco Tony Hernández.

Mientras EE.UU. mueve el palo para sacudir las frutas podridas, va saliendo poco a poco cómo el expresidente montó una estructura criminal que tornó a Honduras en un narcoestado, donde oficiales de policía y jerarcas militares, dirigentes políticos y altos funcionarios se volvieron expertos en el traqueteo, se especializaron en el transporte y custodia de toneladas de alucinógenos que llegaron al país del norte a cambio de fuertes sumas de dinero e impunidad. No resulta extraño que la justicia local siempre hizo la vista gorda en cuanto al trasiego de drogas; solo eran arrestados los operadores y uno que otro desgarbado era enviado a cortes norteamericanas para ser condenados a un par de años de cárcel.

Los grandes traficantes optaron por entregarse en otras latitudes para no ser detenidos por las autoridades por temor -según relatos dados por los mismos capos en una corte neoyorquina- a ser ejecutados, a fin de silenciarlos y cortar de una vez la madeja cuya punta alcanzó la misma Casa Presidencial. Expertos ya advierten de que puede haber un reacomodo de las estructuras criminales en Honduras ante la extradición del extitular del Ejecutivo, por lo que la violencia podría recrudecer.

Aún hay muchas manzanas podridas que obedecen a ciegas las órdenes de Juan Orlando Hernández, quien tiene mucho poder a pesar de haber dejado el poder; el hecho de grabar un vídeo mientras era informado que será entregado a las autoridades norteamericanas en la sala donde despacha el pleno de magistrados de la Corte Suprema de Justicia, solo confirma que tiene mucha influencia, aunque también comprende que una orden de EE.UU. se cumple porque se cumple.

La otrora élite que gobernó junto a Hernández se ensoberbeció de manera brutal y se creyó que era el gorila de 800 libras que podía hacer lo que quisiera y cuando se le ocurriera. Sus miembros se dedicaron a ningunear a un pueblo que se cansó de ellos y sus medidas empobrecedoras que volvió al país en una verdadera maquila de migrantes, mientras se dedicaban a entregar a sus amiguetes y contactos políticos las pocas empresas estatales que siempre debieron ser rentables. Pensaban que dar un par de lempiras, mostaza y pan mantendrían el clientelismo y no contaron que serían derrotados en las urnas. Como bien dice un reconocido analista que ahora funge como alto funcionario del Estado «ningún imperio muere en la cama».

Uno de los colosales retos de la nueva administración -que aún no termina de consolidarse (¿será que no se creen que ganaron las elecciones?)-, es reconstruir el Estado de derecho que desapareció con el golpe militar del 28 de junio de 2009, desarticular la arquitectura institucional que dio amplísimos poderes a JOH, convencer a la comunidad internacional sobre la necesidad de que vuelvan a invertir en el país y borrar del imaginario el narcoestado heredado de la administración anterior.

Ya importa poco si el exgobernante reflexiona desde su soledad si hizo las cosas bien o mal, si el partido de la estrella solitaria hace su reingeniería para volver a ganarse la confianza del electorado. Ya es hora de  reconstruir las estructuras estatales, institucionales y legales, hacer respetar la Constitución y permitir que lleguen capitales frescos para tener crecimiento económico con inclusión y equidad. Hay que ver hacia el futuro sin olvidar el pasado, hay que levantarse de las ruinas sin obviar las causas que provocaron su colapso. Este deber es de todos, sin excepción. El votante, aunque se le pretenda engañar, siempre se venga en las urnas.

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