Editorial: Cambiar todo lo que tenga que ser cambiado (a propósito de Juan Orlando Hernández)

Redacción El Pulso21 febrero, 2022

La extradición del expresidente Juan Orlando Hernández era un secreto a voces. Sus detractores esperaban que llegara el día cero y sus simpatizantes siempre desestimaron los señalamientos de narcotráfico. Solo era cosa de tiempo para que nos enteráramos si era cierto que el exmandatario estaba acusado en tribunales de Nueva York, por lo que muy pronto deslizará sus zapatos por esas instancias, donde deberá reafirmar su discurso de que narcos lo dejaron mal parado por el hecho de haberlos enviado a EE.UU.

Según la acusación de la fiscalía federal neoyorquina, el exmandatario ayudó a enviar alrededor de medio millón de kilogramos de cocaína al país, recibió del capo el Chapo Guzmán un millón de dólares a través de su hermano Tony (que purga cadena perpetua) y recibió del exjefe narco Chande Ardón 1.5 millones de dólares para financiar su cuestionada campaña reeleccionista. Asimismo, se le señala de -al menos- fabricar, distribuir y poseer con la intención de distribuir una sustancia controlada a bordo de una aeronave registrada en EE.UU. y conspiración en la introducción de narcóticos, por lo que el panorama legal para el líder nacionalista no es nada halagüeño.

Además, obtuvo de manos del jefe del Cártel de Sinaloa una pesada arma de fuego que aún se encuentra en poder de la Guardia de Honor Presidencial y que a la fecha no ha sido entregada a la fiscalía.

En el caso que se le pudiera demostrar que tuvo participación en tales ilícitos, correrá la misma suerte de su hermano y quedará comprobado por enésima vez que el país del norte no tolerará a ningún capo, mucho menos a alguien que se aprovechó de la política para emprender negocios turbios que dejan sangre, dolor y mucho dinero a quienes se dedican a ese deleznable oficio.

El solo hecho que Hernández comenzara a ser mencionado en la narcoactividad, supuso un golpe artero al conservador Partido Nacional, visto como una organización amante de los golpes de Estado y violaciones a DDHH, amante del neoliberalismo y del laissez faire (dejar hacer, dejar pasar), de los valores tradicionales, el anticomunismo y opuestos al aborto y que ahora suma a su prontuario esa adictiva afición a traficar estupefacientes. Resulta hasta curioso que la mayoría de los sindicados en delitos de narcotráfico son líderes del partido de la estrella solitaria (también hay liberales), por lo que es visto por la ciudadanía como una entidad criminal.

El silencio prima en el partido que tuvo control del gobierno durante los últimos 12 años; son pocos los voceros que emiten lacónicos mensajes de solidaridad. El máximo líder de la oposición David Chávez no se ha pronunciado al respecto y un puñado de activistas profesan lealtad al hombre que dirigió el país con puño de hierro. En tanto, el expresidente Porfirio Lobo, convertido a la postre en el principal enemigo de su sucesor, dejó claro que no le interesan los problemas de su correligionario. La vieja guardia, que fue desplazada por Hernández y su círculo íntimo de colaboradores, mantiene una tácita distancia de él, mientras un buen segmento de la sociedad celebra la captura del exlíder.

¿Cuál será el destino a corto, mediano y largo plazo del Partido Nacional? ¿Se replanteará su ideario político e ideológico y volverá a los principios del humanismo cristiano instaurados por Pepe? ¿Es una instancia política que podría desaparecer tras años gloriosos? Esas preguntas están en la cabeza de quienes conducen esa organización, mientras pasan los días y crece el repudio popular tras el arresto de Hernández, quien espera en un cuartel policial su inminente entrega a EE.UU. y la posible condena de por vida por presuntos vínculos con el narcotráfico.

Durante un buen rato, el expresidente Hernández será noticia hasta que un juez estadounidense determine si es inocente o culpable de los delitos que se le achacan; es muy probable que comparta prisión con su hermano… Independientemente de lo que pase, quedan muchas lecciones y enseñanzas, sobre todo, la importancia de fortalecer y despartidizar el sistema de impartición de justicia para evitar el nefasto ocho a siete que han impuesto de manera histórica los partidos que han mantenido el control del Congreso.

Urge contar con un aparato judicial donde no exista el amiguismo, una fiscalía que no oculte la información por intereses mezquinos, una ciudadanía que ejerza verdadero papel auditor sobre lo que hacen sus gobernantes, medios que incomoden a los poderosos y denuncien abusos sin temor a nada; que aprendan a reconocer lo bueno del gobierno y criticar lo malo que realicen los altos dirigentes estatales.

Es necesario que exista una verdadera independencia de poderes para superar lo ocurrido durante los últimos años de administración nacionalista, cuya cabeza visible llegó a concentrar en el Consejo de Defensa y Seguridad el aparato legislativo, judicial, fuerzas de seguridad y defensa, incluyendo la inteligencia.

Es hora de ir reconstruyendo la institucionalidad o, en otras palabras, hacer una verdadera revolución a fin de que existan reglas claras para quienes aspiren a dirigir el país. O como bien lo dijo en su momento Fidel Castro, la «revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado».

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