Juan Orlando Hernández: La caída del último de los mohicanos nacionalistas

Redacción El Pulso19 febrero, 2022

TEGUCIGALPA, Honduras 

Érase una vez un jefe mohicano que gobernó a sus anchas un territorio del que creyó que sería eterno en el poder. Y si no lo era, ya tenía su cuadro de reemplazo y él seguiría siendo el poder detrás del trono, el intocable, el que creyó que todos le obedecerían a ciegas y que su palabra era ley y se cumplía porque se cumplía. Ay de aquel que se sublevara a los designios de ese cacique porque caía en la desgracia o era perseguido.

Pareciera que el libro El último de los mohicanos fue hecho en esas Honduras dirigidas por Juan Orlando Hernández, donde todo es posible, incluso la extradición de quienes son señalados de estar coludidos con el narcotráfico. Donde la muerte se volvió la regla y no la excepción, el crimen se institucionalizó y la honestidad valía menos que cualquier cosa, que el corcho se hunde y el plomo flota.

El argumento de la novela que fue llevada a la pantalla grande pudo haber sido nominada al Óscar, con la variante de la caída del último de los mohicanos o cómo el expresidente pasó de ser el hombre más poderoso del país a un reo común y corriente, que se confió de sus contactos y que aprendió de manera tardía que EE.UU. no tiene amigos, solo intereses y quien esté en contra es aplastado.

Hernández, quien pasó de tener actitudes casi temerarias como «quién dijo miedo», «como quieran quiero, como se pongan puedo»,  «voy a hacer lo que tenga que hacer» a «tengo temor» confirma que la caída de ese último líder nacionalista fue estrepitoso, casi espectacular; nadie de sus seguidores se imaginaba que la justicia norteamericana lo perseguiría de manera implacable y sus adversarios ya lo veían derrumbarse.

Solo era cuestión de tiempo para verlo tras las rejas y en un avión rumbo a un tribunal estadounidense para rendir cuentas sobre sus actos durante los últimos ocho años de gobierno y los 18 que lo investigó la DEA.

La faceta política de Hernández creció como la espuma durante los últimos años, precisamente, desde el golpe de Estado del 28 de junio de 2009 cuando apoyó el derrocamiento del expresidente Manuel Zelaya.

En cuestión de meses, logró consolidar su amistad con el expresidente Porfirio Lobo quien lo convirtió en su delfín y le dio el respaldo y la estructura que lo llevó a convertirse en jefe del Legislativo, desde donde catapultó su candidatura a la presidencia que concretó en dos cuestionados procesos electorales; desde luego, fue beneficiado con la decisión de la Sala Constitucional del Poder Judicial que anuló el artículo 239 constitucional que le valió presentarse a comicios.

Ante las denuncias de fraude hechas por la oposición, Hernández volvió a repetir mandato en 2018; organizaciones defensoras de la vida y la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) estimaron en más de 30 las muertes violentas ocurridas durante las protestas encabezadas por la alianza conformada por Libre, el Pinu y el entonces candidato presidencial Salvador Nasralla. Hasta la fecha, ningún miembro de las fuerzas de seguridad y otros actores han sido detenidos o juzgados.

El otrora mandatario siempre tuvo una conducta fuerte cuando era confrontado. Un periodista de La Ceiba vivió esa experiencia hace algunos años cuando le consultó sobre un tema medioambiental. Según Reporteros sin Fronteras (Rsf), el comunicador le preguntó al presidente Juan Orlando Hernández sobre los permisos de explotación minera en esa región.

El gobierno tendría el proyecto de desplazar los límites del Parque Nacional Nombre de Dios para permitir la extracción de mármol, a pesar de que este parque abastece de agua a una gran parte de la población de región. “¿Estará dispuesto el presidente a apoyar este tipo de actos supuestamente ilegales?”, preguntó al mandatario. La pregunta de Ramón Maldonado provocó una fuerte reacción de Juan Orlando Hernández.

El presidente le pidió al periodista que le revelara la fuente de la que provenía esa información, dio la orden a su escolta de que identificara al reportero y le tomara una foto; luego le advirtió que presentaría una denuncia ante el Ministerio Público. Ramón Maldonado le dio su nombre y su número de identidad, pero una vez que concluyó el acto, ningún agente de seguridad ejecutó lo mencionado por el presidente.

Durante su arresto, el expresidente no mostró algún signo de tristeza, ansiedad, desesperación como suele ocurrir con otros arrestos.

Su semblante se mostró impávido ante su inminente destino. Al respecto, un psicólogo dijo a El Pulso que Hernández podría tener una conducta sociópata.

«Cuando se le hizo el registro, la Policía actuó con miedo porque saben quién es él, pues su postura era desafiante», comentó el estudioso de la conducta humana.

Cuando lo vio sentado con grilletes en pies y manos, en medio de la muchedumbre de agentes, el especialista valoró que el expresidente mantiene una posición de control y dominio, pues se pudo apreciar en la posición que se encontraban sus piernas.

«La postura era desafiante, la apertura de las piernas mandan una señal de dominio y las manos indican que le gusta mantener el control», añadió.

Asimismo, observó cómo Hernández se mantuvo erguido en la presentación efectuada por el secretario de Seguridad Ramón Sabillón. «Él tiene una manera de mantener el control, su conducta es arrogante y cree que puede tener un sentimiento de superioridad sobre los demás».

Aunque el acusado pretende, a través de sus abogados, que el pedido de extradición sea desestimado, el analista Raúl Pineda Alvarado lo ve muy lejano, pues afirmó que EE.UU. siempre lo juzgará y que no tiene salidas a su situación judicial. Asimismo, dijo en una emisora que los apoderados legales de Hernández actúan con «ingenuidad suprema» ya que es casi imposible que la causa sea archivada y se pueda ir a casa.

Si bien este breve perfil no busca contar cosas que todos ya sabemos, pero Hernández no la está pasando nada bien. Su defensa trabaja a contrarreloj para librarlo de una inminente cadena perpetua, sus seguidores se ponen al frente de la unidad policial donde se encuentra para pedir a Dios que lo saque de ese lugar.

En tanto, la vieja guardia está callada, muchos de ellos fueron víctimas de la avasalladora conducta del expresidente que pronto los sacó de circulación; algunos de ellos fueron llevados a tribunales por ser sindicados en tramas corruptas que acabaron con Hernández en el poder y las nuevas generaciones son suavemente solidarios, pues no quieren verse comprometidos con alguien que es considerado un capo de la droga.

Independientemente de su destino, Juan Orlando Hernández ya es parte de la historia, para bien o para mal, deja muchas lecciones, mientras el país sigue desangrándose de la violencia impuesta por los cárteles de la droga que el otrora hombre fuerte alegó combatir con todas sus fuerzas.

¿Será que hoy sí está haciendo lo que tiene que hacer para librarse de los designios que dicte Kevin Castel? Restará ver en qué termina esta historia.

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