Corrupción y anticorrupción

(Por: Víctor Meza) Al momento de pronunciar su emotivo discurso en la recepción del certificado que la acredita como presidenta electa de Honduras, doña Xiomara Castro dijo: “Estamos iniciando una época de cambios” o, si algunos prefieren y toleran la paráfrasis: “estamos iniciando un cambio de época”. El ingenioso juego de palabras y de conceptos se lo han atribuido al jesuita español Xabier Gorostiaga (QDDG), quien la pronunciara en los inicios mismos del nuevo milenio.

Al margen de la legítima autoría de la expresión, lo cierto es que, en el caso concreto de nuestro país, la frase nos viene como anillo al dedo. Ha llegado la hora de convertir en realidad las repetidas promesas de la campaña. No es fácil, lo sabemos. Y es más difícil la tarea cuando los demandantes tienen mucha urgencia y muy poca paciencia.

Una de las promesas más sentidas tiene que ver, como es comprensible, con la lucha contra la corrupción. El desafío es enorme y muy complejo; requiere voluntad, convicción, criterio clasificador (concentrase en la caza mayor, sin descuidar por ello la menor), mucho coraje y suficientes hormonas y neuronas. Por lo que he visto, el nuevo Gobierno las tiene de sobra.

Honduras padece lo que los expertos denominan “un sistema integral de hipercorrupción”. Es decir, algo
así como un cáncer político social que ya se diseminó por la sociedad, el mundo de la política y el Estado,
estallando en una red letal de metástasis. Estamos muy mal. Así, a grosso modo, yo diría que el sistema tiene al menos los siguientes elementos clave: en uno de los cuatro pilares que sostiene y da vida al sistema de corrupción imperante está el CORRUPTOR ese personaje sinuoso, gelatinoso, que lleva y trae, y que en sus andanzas teje y desteje, manteniendo activos los “contactos”; es el que proporciona el “lubricante” apropiado para que el trámite fluya sin atascamientos posibles; luego aparece en escena el funcionario CORRUPTO, es el burócrata taimado, que simula resistencia a la transacción pero que no vacila en convertir en privados los dineros públicos.

A veces puede suceder que la iniciativa provenga del propio corrupto que, en su afán acumulador, inventa proyectos y cobra comisiones a los empresarios corruptores. Este mundillo de relaciones abiertas y ocultas existe sin que la ley (la justicia) intervenga. Es lo que se llama “SISTEMA INTEGRAL DE IMPUNIDAD JUDICIAL”, jueces venales sucumben fácilmente al dulce aroma y a esa “sensación de ternura” (R. Sosa) que se desprende del dinero. La justicia se vuelve cómplice y muchos operadores políticos y judiciales se convierten en millonarios. Es el reino de la impunidad.

Finalmente (y sin pretensiones de agotar la lista), el cuarto complemento para el sistema de hipercorrupción tiene que ver con algo muy sensible y de naturaleza cultural. Se trata de la “TOLERANCIA SOCIAL”, esa actitud permisiva, y casi festiva, de la gente con relación a los corruptos. Trastocando valores elementales, veneran la habilidad del corrupto para urdir sus tramas y sortear los vericuetos de los escasos controles y las frágiles leyes. El corrupto, ya enriquecido, se vuelve un personaje atractivo, casi una estampa local, caracolea por la ciudad ufano y desafiante.

Así funciona el sistema. Para combatirle eficazmente se debe crear un “SISTEMA INTEGRAL DE ANTICORRUPCIÓN”, basado en una plataforma normativa que disuelva gradualmente las redes de impunidad y genere instrumentos para castigar pronto y severamente a los corruptos. En un seminario internacional sobre corrupción, al que tuve oportunidad de asistir hace algunos años, escuché un razonamiento que, por su sencillez y claridad siempre vuelve a mi memoria: “El hombre nonace corrupto, lo hace corrupto el sistema”. Se los dejo para reflexión de año nuevo.

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