12 años de fracasos

Redacción El Pulso8 noviembre, 2021

(Por José Carlos Cardona Erazo) Hace exactamente un año, el país veía estupefacto cómo el valle de Sula se inundaba con las aguas copiosas del huracán Eta, a vista y paciencia del gobierno de Juan Orlando Hernández.

Entre las “brillantes” decisiones tomadas por el señor Hernández, previas al desastre, estuvo el nombramiento de un ministro en Copeco cuyas competencias profesionales y credenciales académicas eran bastante ambiguas. Max Gonzales había destacado como cantante de música urbana, luego trabajó como director de parques nacionales y varios trabajos menores, que nunca pudo probar cuando el escrutinio mediático le destruyó en los días del huracán. La segunda decisión del gobierno de JOH había sido convocar al país, luego de una rigurosa cuarentena, a celebrar la semana morazánica. Mientras los medios internacionales narraban que Nicaragua había tomado todas las medidas posibles para evacuar previamente a su población (el huracán entró por ese país), el gobernante hondureño hizo un llamado a toda la gente a “inundar” los balnearios y centros turísticos.

El gobierno tardó varios días en responder, mientras la gente empezaba a morir de frío y ahogada en el valle de Sula. La incompetencia e incapacidad de maniobra del Estado se evidenció como nunca y la indignación nacional se vio superada con creces en antecedentes históricos, cuando las agencias gubernamentales y las fuerzas policiales impedían el acceso de ayuda al corazón industrial del país, que yacía bajo varios metros de agua.

Durante semanas, la ayuda nacional e internacional no cesó de llegar, como tampoco cesaron las trabas gubernamentales a la misma, los anuncios atropellados y las “cuadrillas” y la página de Copeco se convertían en fábricas de memes y la nación entera observaba al señor Hernández dar órdenes que no se cumplían.

Este patrón de mediocridad gubernamental e incompetencia sin límites era visible desde hacía meses. La pandemia de covid-19 había destapado muchas debilidades del gobierno y la fragilidad del Estado ante las contingencias. Pero el mayor flagelo (y el más antiguo) es la corrupción. Desde el golpe de Estado, Honduras no es más que un corpus institucional diseñado para drenar fondos estatales, lavar dinero, traficar influencias y generar impunidad, a vista y paciencia de Estados Unidos, cooperantes extranjeros y organismos veedores de la democracia y la gobernanza nacional e internacional.

Pero, este colapso del Estado que Eta e Iota evidenciaron, esta percepción de estado de coma en que se encuentran las instituciones y la democracia no siempre fue negativa en el contexto del golpe.

¿Cuándo empezó y terminó el romance entre el Partido Nacional y todo mundo?

En 2009, el Partido Liberal y las elites hondureñas orquestaron un golpe de Estado y dos años después, la división del liberalismo y el surgimiento de la izquierda como partido institucionalizado significaron nuevos escenarios políticos y sociales para el país. Aunque no lo supimos entonces, sabemos ahora que el gobierno de Porfirio Lobo Sosa fue una fiesta sin límites para el Partido Nacional, lo que quedaba del Partido Liberal y otros actores que se lanzaron a robar del erario como si no hubiera mañana.

En el seno del nacionalismo, Juan Orlando Hernández se erigió ante las élites y Estados Unidos, como una renovación generacional y un cambio de guardia en las formas de hacer política. Inició su carrera como presidente con un fraude que no logró opacar su idilio con quienes en verdad gobiernan el país. El mandatario inició su gobierno con sendas reformas institucionales, conducentes según su discurso, a modernizar la lenta burocracia estatal y dinamizar las relaciones entre la ciudadanía y los entes encargados de la cuestión pública.

En 2014, diversos sectores del empresariado nacional, medios de comunicación y analistas aplaudían estas reformas. Incluso se hizo una campaña de medios internacionales dedicados a temas financieros y de Estado. Fue portada de revistas y periódicos. El gerontológico Estado de Honduras, destruido por un golpe de Estado y por la corrupción sin límites del gobierno de Pepe Lobo, volvía -decían los medios- a funcionar.

La cereza del pastel fue el proceso de desmantelamiento del imperio de los Rosenthal en 2015. Las diversas oficinas creadas por JOH demostraron una capacidad de maniobra nunca vista. En poco más de dos meses, un conglomerado empresarial que se consideraba intocable en el país fue reducido considerablemente y el mensaje a la oligarquía nacional fue claro: “no te metas con nosotros”.

De fondo, lo que se creó en resumen fue un sofisticado aparato de asalto de impuestos a través del Servicio de Administración de Rentas, acompañado de medidas cosméticas y una profunda estructura de drenado de fondos públicos a organizaciones no gubernamentales y sectores no visibles, mientras se precarizaba la prestación de servicios a la gente con el fin de convencer al país de la necesidad de privatizarlo todo.

Mientras eso sucedía, también se perdieron procesos, controles y todo tipo de cadenas de mando que se habían diseñado durante 3 décadas, con el fin de mantener la capacidad de maniobra del Estado lo suficientemente eficiente como para responder ante situaciones de crisis.

Y entonces, llegaron la pandemia y los huracanes.

El sistema de salud colapsado y tercerizado fue incapaz de responder a las necesidades de la peor pandemia que ha azotado al mundo en un siglo. Acto seguido, también colapsó el sistema educativo y hoy casi 2 millones de niños y jóvenes enfrentan ya casi 2 años sin clases, la peor crisis de la historia del país. El Partido Nacional, entrenado para drenar fondos, hizo lo que mejor sabe: drenar fondos con falsos hospitales, falsas mascarillas, falsos respiradores y compras descabelladas que escandalizaron a toda la sociedad. Pero no lograron resolver nada. Los gobiernos aliados de Honduras respondieron con vacunas e insumos, pero el gran problema de fondo sigue hasta nuestros días. La misma situación pasó con los huracanes. El Estado colapsado y el maquillaje aplicado durante 12 años, se desplomó.

Semanas después, en una reunión privada del partido de gobierno, el señor Ebal Díaz dijo a sus correligionarios que no importaba la pandemia ni los huracanes, que al final el hondureño votaría por quienes pusieran dinero en su bolsillo.

Un año después, estamos en un país donde los cálculos del señor Díaz salieron algo errados. La oposición política se unió y dejó al Partido Nacional en una situación de inminente derrota electoral. Aprobaron, para evitar la caída, 1,350 millones de lempiras para “ayudas sociales”, esto es, para financiar su campaña con la extensa maquinaria de redes clientelares que han construido en 12 años.

Para hacernos olvidar lo que provocaron hace un año y los desastres históricos previos y ante la caída inminente de su candidato en las encuestas, iniciaron una campaña de odio contra la candidata del partido Libre argumentando comunismo y aborto. Dicha campaña, mantenida con marchas financiadas y llenas de empleados públicos forzados, ha recibido una respuesta negativa abrumadora, básicamente por 3 razones. Primero, porque el Partido Nacional destruyó los procesos educativos y formativos en materia cultural y política para mantener una población ignorante y sumisa y eso ha implicado que la gente no entienda qué es el comunismo y en todo caso, que tampoco quiera saberlo. Segundo, los nacionalistas se negaron durante 12 años a hablar del aborto y mantuvieron ese tema en el ámbito de lo privado al considerarlo algo “horrendo” y eso ha evitado que la gente pueda discutirlo con propiedad. Una encuesta de una organización hace años evidenció que el 75% de la población no se siente incómoda con el tema del aborto. Y tercero, la horrible campaña mediática ha sido manejada de manera hostil, aburrida, desfasada y con unos criterios estéticos espantosos. Cada anuncio que sacan es más indigerible que el anterior.

De fondo, hay un error cometido por el señor Hernández que ha hecho mella en su partido: la falta de cuadros de relevo que puedan ocupar su lugar. La guerra de facciones entre el nacionalismo se antoja imperceptible pero está ahí para quien sabe ver. Ningún partido llegará a buen puerto en manos de personajes sin discurso, sin personalidad política y acostumbrados a no actuar en democracia. Esa es la escuela y el legado de Hernández: acabó con toda su generación de oponentes y ahora no hay quien pueda relevarle.

A un año de los huracanes Eta e Iota, la sociedad hondureña se prepara para ir a votar el 28 de noviembre, guiada por una candidatura incontestable en la persona de Xiomara Castro, cuyas formas políticas, basadas en la ternura y la atención de las emociones del votante cuya vida personal se ha visto afectada por 12 años del Partido Nacional, son las principales bazas para vencer al Partido Nacional.

Las declaraciones del señor Díaz terminaron siendo una profecía autocumplida. Sus votantes duros les presionan para obtener favores y ser beneficiados con una red clientelar que más promueve la pérdida de la dignidad y la dependencia que la autonomía de los pueblos. También les presionan sus enemigos, sectores empresariales, comerciales y productivos que terminaron odiando al gobierno que tanto defendían como una oportunidad para cambiar el giro del golpe de Estado.

De aquí a enero, van a liberar a muchos judicializados por corrupción, indultar administrativamente a un gran grupo de corruptos y también van a robarse lo que quede en las arcas estatales.

En estos días, mientras vemos esa extraña campaña nacionalista de colores copiados a partidos de oposición, de canciones desgastadas, escondiendo sus banderas azules porque sus asesores les dijeron que la gente les odia, los nacionalistas se preparan para dar la batalla final, que perderán sin duda.

Lo que queda es recordar. Debemos mantener alerta y viva la memoria para evitar estas malformaciones históricas, de gobiernos y grupos sociales y políticos que promueven el olvido o la manipulación como discurso político.

No olvidamos que, en 12 años, destruyeron el país. Tampoco olvidamos que hace un año, mientras cientos de miles dormían en los techos de sus casas en el valle de Sula, el partido más dañino en la historia de Honduras lideraba un gobierno incompetente que provocó muchas muertes y que actuaba como si nada pasara, mientras el pueblo salvaba al pueblo.

Al final, como dice el viejo adagio: “Sólo el pueblo salva al pueblo”.

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