El destino de los dictadores

Redacción El Pulso31 agosto, 2021

(Por Óscar Esquivel) 

El conductor va a una gran velocidad con una vuelta enfrente, el margen de maniobra es muy reducido para salvaguardar la vida. Así son los dictadores al final de sus carreras; no tienen escapatoria.

En Latinoamérica hemos experimentado y seguimos padeciendo el azote de ídolos de barro, quienes se agigantan ante la debilidad institucional de nuestros países, el bajo nivel educativo y pobreza en que se encuentra sumergida nuestra población; así como la protección de potencias extranjeras, como los Estados Unidos de Norteamérica. Quien ha sostenido a dictadores para sus intereses, ajenos al bienestar de la población latinoamericana.

Anastasio Somoza Debayle, tiranizó Nicaragua desde 1967 hasta 1980, cuando ya la protección norteamericana era tan evidente y a la vez insostenible. Murió asesinado en Asunción, Paraguay, el 17 de septiembre de 1980. Y es que, bajo la excusa de combatir la expansión del comunismo -ahora de la izquierda y del narcotráfico. Los diferentes gobiernos estadounidenses promueven y sostienen presidentes alejados de parámetros mínimos de democracia. De esta forma mantienen un control sobre nuestros pueblos impidiendo su desarrollo, saqueando sus recursos.

Somoza Debayle fue precedido por su hermano Luis Debayle y este a su vez de su padre Somoza García también asesinado en 1956. De este último el expresidente Delano Roosevelt dijo “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.

Alfredo Stroessner, el dictador del Paraguay, huyó a Brasil en 1989 donde murió exiliado en 2006.

Augusto Pinochet que dio golpe de Estado contra Salvador Allende patrocinado por Estados Unidos, fue capturado en Londres en 1998, siguiendo una orden de captura internacional por la muerte de españoles durante su régimen. Murió en Chile en el 2006 perseguido por la justicia.

Rafael Videla en Argentina falleció en prisión en 2013.

Ejemplos de tiranos y de gobiernos poco democráticos abundan para desgracia de nuestros países. Hasta autoproclamados han existido en estos tiempos líquidos como el Guaidó en Venezuela y como la Áñez en Bolivia, esta última ahora en prisión.

Un caso peculiar y cercano a nuestra realidad fue la de Antonio Noriega en Panamá, quien fue sostenido de 1983 hasta 1989 por los Estados Unidos de Norteamérica, estando en la planilla de la terrorífica CIA. Hasta que su gestión fue tan evidente como traficante de cocaína, vínculos con el crimen organizado y lavado de activos. Noriega apodado “cara de piña” por el ex número uno agente de la CIA y presidente norteamericano George Bush (padre) para ese entonces, ordenando la invasión a Panamá en 1989 derrocándolo días después. Muchos panameños murieron a raíz de esa operación, a lo que los gringos llamaron “operación causa justa”.

Noriega fue condenado en Estados Unidos a 40 años de cárcel, luego fue enviado a Francia en 2011 por el blanqueo de dinero, luego retornado a Panamá para continuar en la prisión, muriendo en mayo de 2017.

Exilio, cárcel y muerte es el destino de los dictadores. Muy lejos de los baños de pueblo, lejos de una vejez tranquila. Las ambiciones de unos pocos no tienen límites, dejando luto y dolor a su paso.

Cuantos males se evitarían si pudiésemos elegir a nuestros presidentes de acuerdo a los intereses de las mayorías y no de particulares o de potencias extranjeras.

El bicentenario es ocasión propicia para reflexionar y actuar en función de los intereses de un país que aún no es, nuestro país.

Related Posts

Acerca de El Pulso

Propósito: Somos un equipo de investigación periodística, que nace por la necesidad de generar un espacio que impulse la opinión sobre los temas torales de la política, economía y la cultura hondureña. Estamos comprometidos con el derecho que la gente tiene de estar verdaderamente informada.

Derechos Reservados 2019-2021