Historias de migrantes: El color violeta del silencio

Redacción El Pulso27 junio, 2021

(Por: Martha Ynestroza *) Hay un tipo de color que no es delicado…El color de la indiferencia, y la ceguera interna, pero cuanto tiempo ha pasado desde la colonia hasta el día de hoy, cuántos esfuerzos se han traspasado de generaciones para que las mujeres tengan hoy un espacio libre, (y este no es un grito feminista) es un pinchazo de color nada porque aquí se habla mucho de los benditos derechos humanos.

De hecho, varios o varias personas vienen a estas universidades a estudiar sus especialidades en esto, y luego se van hablando de las maravillas de la España con tinto de verano y de Chueca, el barrio, gay cerca de El Sol, porque esto según muchos hace que esta sea una sociedad liberada y sin preconceptos, pero en los suburbios, por decir en los guetos de Madrid, existen otras historias que voy a narrar con el permiso de las internas; utilizando otros nombres, pero con la historia real y autentica que han vivido, antes durante y hoy, después de la pandemia.

Muchas de estas mujeres van en estos vagones llenas de cansancio, a muchas he observado y he escuchado decir la típica frase, “hoy me toca librar”.

Y es mi único día, las que están solas aquí, aprovechan y duermen; las que tienen familia deben tener fuerza para atender a sus hijos y llevarlos a un restaurante o comprar ropa, una de las dos actividades más cotidiana entre ellas para su “desarrollo social” antes de tener su residencia o documentación, porque los primeros años aquí, se trabaja en negro, en crudo, en lágrimas y otras por suerte encuentran personas amables o consientes, muy rara vez…

Y el gobierno, el rey, migración y las familias españolas lo saben….Ellas cuidan a sus padres, a sus hijos y sus mascotas, entregan sus vidas y más de las horas laborables establecidas por el código laboral de España, aparte de que en casi todas las casas se les exige doctorado en limpieza, planchado y cocina española…sabiendo que muchas recién llegan en esta cruda realidad.

Aquí no hay derecho de reclamo, a enfermarte, si te hablan fuerte o te dicen algo feo, pues debes sonreír, si no prepárate para ser despedida y quedar en la calle.

TERESA, NICARAGÜENSE, DE 41 AÑOS. En mi primer trabajo, dormía en el suelo. Casi no tenía dinero y no sabía cómo era la situación y los trabajos aquí, pedía ayuda en las iglesias y comida para poder sobrevivir…

«Y así trabajando en varios lados llegué a la casa de una mujer española, que me odiaba por el color de mi piel, me decía que era feo, un día esperábamos a su hija para que ellas almorzaran juntas, mientras yo terminaba de poner la mesa y serví el plato de la señora y su hija, justo cuando llegó, la mujer se tiro el plato de comida encima y culpándome frente a su hija que había sido yo, tuve tanto miedo que en ese momento le dije que dejaba el trabajo, pues la próxima vez querrá meterse el tenedor o un cuchillo y me culpara».

Y al no tener papeles Teresa, no podía quejarse o denunciar, por lo que se quedó sin trabajo de la noche a la mañana. La hija de la patrona le pidió quedarse, (sabía lo perversa que era su madre).

SONIA, COLOMBIANA, DE 48 AÑOS.  Ella se ha pasado su vida limpiando casas, porque dice que “ni loca vuelvo a ser interna”, pues esa esclavitud casi la enferma de angustia, sentirse como un pájaro enjaulado -aquí estás bien o mal-, «he podido enviar dinero a mi familia en Barranquilla y me traje a mi marido y mi hijo. Ahora ellos tienen documentos. Pero solo Dios sabe lo que he sufrido y he llorado para esto».

En tiempo de pandemia mi residencia normal es el mundo, pero me encanta comer bacalao y celebrar con una cara loable de Europa. En Portugal, mi otra casa, aunque no tenemos consulado ni representación diplomática de este lugar del mundo, para el tiempo del covid-19 y la cuarentena de 2020, muchas cosas cambiaron… Ideas, trabajos, relaciones, reglas, amor y muertes diferentes.

En mi caso, me toco moverme de mi segunda casa, Oporto, la ciudad del otro de lado de mi corazón; ya que estaba sola y no sabía que pasaría en estas temporadas fuertes y sin personas de mi país ni una embajada que pudiera darme protección consular, llegue a España y me movilice en diferentes ciudades, en Madrid me establecí y al encontrar trabajos de niñera y de cuidar personas de la tercera edad, me di cuenta del sufrimiento de muchas mujeres a las que hoy yo, como ser humano, les guardo respeto, admiración y llevaré para toda la vida sus rostros en los metros, su andar rápido y lento.

El color de su silencio, la gran ciudad donde se hablan de los derechos humanos y donde muchas aulas de clases son temas vitales para la tesis de muchas y muchos.

Hoy me doy cuenta de la hipocresía de muchas oenegés que llegan a Honduras hablando de lo importante que son nuestros países y de recibir apoyo cuando ancestralmente nos han robado y hoy siguen jugando un juego chueco que es un laberinto de incertidumbres de distancias marcadas de una esclavitud moderna y no lejana a los altos grados de xenofobia, de indiferencia ante el trabajo de una mujer que representa una excolonia, aquí su trabajo tan solo vale si hace y cumple el horario establecido y días…. Convirtiendo mujeres sumisas y calladas que tornan su actitud a la sumisión y la esperanza de que todo su esfuerzo llegue a cada país, a cada familia que necesita el dinero y que no tienen las oportunidades, esto no es agua que estoy cocinando, ni inventando, porque muchos han escrito sobre ello.

En medio de la pandemia, viviendo en mi querida Portugal, en Oporto, donde no faltan correcciones del sistema… Pero en mi sentir es mi segundo hogar, mi segunda patria porque cuando partí de Honduras fue eso que dije a mi madre, no me voy de casa, me voy a mi nuevo hogar.

Tuve que hacer una pausa, ya que en Portugal no tenemos representación diplomática, el consulado más cercano es en Madrid, donde hay hondureños y tenemos nuestro “mismo idioma” y donde personalmente no me agrada vivir, donde tomé trabajos para intentar incorporarme al sistema… Y aquí comprendí lo sucio, de una esclavitud moderna y despiadada, con los perfiles que he mencionado, y con mi propia vivencia, donde las latinas, no llegamos a realizar trabajos sexuales ni queremos robar maridos a españolas o europeas en el caso… Aunque muchas tienen que trabajar o escogen hacerlo, pero las personas tienen un preconcepto de nuestra identidad, les molesta nuestra presencia, nuestros cuerpos, y el hecho de pagarnos por algo que creen que debemos hacerlo gratuitamente…

En esta ciudad trabajé con españoles, mexicanos y, una pareja de un señor mayor con una chica hondureña.

Estas saben que al no tener documentos pueden hacer lo que se les venga en gana, aunque esto es denunciable.

Los mexicanos fueron las únicas personas, cumplidas con el pago y los horarios de mi servicio.

Belkis Araujo (hondureña) de San Pedro Sula y Álvaro Rodríguez (español), viven en una residencial muy acomodada, en Mahadahonda, una circunvalación donde viven personas en chalés, y requieren servicios, de limpieza, cuidado de ancianos, y de niñeras.

Aquí, hice una entrevista con la hondureña, el servicio era (poco) cuidar de su hijo de un año y medio y limpiar “ciertas cosas” Sin contrato, con un salario casi de la mitad del salario mínimo en España, estipulado por las leyes de trabajo, 600 euros, por 8 horas de trabajo.

Comencé mi trabajo, cuidaba del niño, hacia limpieza y luego muchas más tareas que ella pedía en una casa de tres pisos, las cuales no habló en el primer momento y que tras limpiar, ella pasaba el dedo para corroborar que estaba impecable… Me mostró cómo debía limpiarlo, los sanitarios, los baños y cómo hacer la ropa, si no lo hacía de esa forma, ella se fastidiaba, un día le mencioné que lo hacía de mi forma, porque ella vigilaba como lo hacía y que no tenía un doctorado de limpieza pero que mi servicio era impecable… Ella y su esposo estaban contentos con mi trabajo, pero un día de esos contraje una gripe por cambio de estación (invierno a verano), me dijo que no me presentara porque ella estaba embarazada y hasta que yo me repusiera me volviera a presentar.

Llegué a su vivienda para cumplir con mis responsabilidades y me dijo «aquí está su pago, usted ya no trabaja más con nosotros», sin una explicación me despidió y quede pensando: «¿qué estoy haciendo en este lugar?».

La madre patria esconde este tipo de abusos, pero no esconde que son las mujeres de nuestros países, de África y América del Sur que vienen a cuidar de sus padres, abuelos y de su porquería eurocentrista, pero no hacen nada para proteger los servicios requeridos por sus sociedad, y que es “ilegal” y además todos lo saben, el rey, sus políticos y su benéfica corona… con nuestros países….

Por lo que desde ese momento, me fui a la embajada, solicité la renovación de mis documentos y ya me encuentro a salvo en mi bella Portugal.

Esto es un acompañamiento, para todas las mujeres que hoy por hoy están esclavizadas, y sufriendo abusos que hoy deberían de desaparecer.

* Inmigrante hondureña, trotamundos, residente en Portugal. 

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