Editorial: La institucionalidad y soberanía ¿para cuándo? ¿Dónde están los peces gordos?

Quizá sea un poco de baja autoestima, falta de amor propio, escasez de soberanía o vergüenza patria que nos lleva a conformarnos con un par de palabras de gente que no nació en nuestra tierra, pero se sienten con la superioridad moral de decirnos cómo comportarnos, qué decir y no, todo esto a causa que una élite corrupta y mafiosa secuestró la institucionalidad para blindarse cuan rufianes mientras los pobres mueren en cárceles esperando que algún día del mundo se les haga justicia.

A veces, pareciera que nos conformamos con tan poco que cualquier migaja que nos lancen sea vista como un tesoro; nos volvemos tan expectantes de hechos que terminan siendo tan poca cosa y del cual algunos buscan sacar réditos para volverse personajes influyentes en una región donde no hay liderazgos y quienes asumen serlo no tienen la capacidad de convencimiento y se especializaron en sembrar cizaña para beneficio propio.

Vivimos en países cuyo sistema legal se convirtió en el hazmerreir del mundo y allá fuera aún creen que somos de tribus salvajes, que nos vestimos con taparrabos, cazamos nuestra comida con lanzas y que aún nos andamos buscando la cola… ¿Qué estamos pagando como país para vivir lo que vivimos?

La lista de la congresista estadounidense y de origen guatemalteco Norma Torres -que abarca a a varios diputados nacionalistas sindicados en corrupción- resultó ser insultante, insulso y sin esencia, como una forma tan inefable de burlarse de las ansias de justicia de una sociedad que dejó de creer en sus instituciones.

Ya no creen en el Ministerio Público ni el Poder Judicial, mucho menos tienen fe al aparato de investigación criminal, solo les queda aferrarse a estos personajes que se volvieron especialistas en el robo de las lentes de los periódicos y canales de televisión, son fuentes de referencia para periodistas y medios de poca monta que solo buscan aumentar seguidores en redes sociales y jactarse de ser líderes de opinión.

El hecho que Welsy Vásquez, Juan Carlos Valenzuela, Gladis Aurora López y otros aparezcan en esta nómina, junto a seres oscuros que han dominado la política en El Salvador y Guatemala es, para nosotros, un insulto a la inteligencia, una oda a la mediocridad y una verdadera desilusión para los que creen que algún día vendrán seres ajenos a nuestra realidad a juzgar a los que se han robado el dinero público.

Y la pregunta a hacerse es: ¿Dónde están los peces gordos, cerebros del poder que han urdido entre quesos finos y vinos añejos cómo mantenerse en la impunidad para no ser perseguidos en un futuro cuando cambie la correlación de fuerzas y se vean desprotegidos? ¿Por qué solo aparecen personajes que no han tenido la mínima incidencia en la política criolla y cuyo papel tan falaz quedará en el basurero de la historia?

Nadie niega que López ha mantenido un cacicazgo casi vitalicio en La Paz, que Vásquez es una mujer cuya conducta política ha sido impúdica en su función como congresista y Valenzuela le encanta azuzar a los opositores dentro del hemiciclo para que se desaten las vulgares batallas campales que terminan en trompadas y mentadas de madre y sus señalamientos en actos de corrupción que todavía no se esclarecen… Pero que salgan en una pobrísima lista que estuvo siendo anunciada con bombos y platillos, no es más que un triste espectáculo que pretende mantenernos entretenidos mientras la crisis histórica se sigue agudizando.

Pareciera que se busca mantener oculto a los que sí han destruido a Honduras -sin importar el color e ideario político-, como una forma de presionarlos para hacer concesiones que terminan siendo hasta peligrosas para los intereses de la sociedad que giran, en particular, en que no haya justicia y Estado de derecho, donde todos podamos someternos a la ley sin preferencias

Dijimos en otro editorial que ya es una emergencia recuperar la institucionalidad, que dejemos de tener fe en un sistema legal extranjero que, a fin de cuentas, debe resolver los suyos que ya son muchos. Ya es hora de tener nuestra propia soberanía, orgullo patrio y verdadera identidad nacional que nos permita tener la suficiente moral para pararnos donde sea y se nos vea como un país de leyes.

Es cierto, la interdependencia ha crecido en los últimos años con el galopante avance en las tecnologías de la información, pero tampoco es cierto que debemos confiar en las potencias para que nos ayuden a hacer justicia; ellos solamente defienden sus intereses y no les importa cuan bien o mal podamos estar.

Ya no podemos seguir cediendo la soberanía a terceros.

Acá, en el patio, tenemos a Bukele -más allá que incurrió en un golpe técnico al echarse de un plumazo a gran parte del Supremo y fiscalía general salvadoreña a través del parlamento- mandó un fuerte mensaje al mundo de que ellos sí harán respetar su soberanía e independencia, al margen de cualquier señalamiento o sanción futura (que no es otra cosa más que medidas coercitivas para doblegar voluntades). En el caso de Honduras, es mejor enemistarse con toda la sociedad que a perder la visa.

En un verdadero gobierno democrático y de leyes, los involucrados en corrupción estarían pagando sus penas conforme a sus delitos, los jueces sí sabrían impartir justicia, so pena de ser enjuiciados por prevaricato, un aparato judicial que no estaría supeditado a la componenda de los políticos y mafiosos y una sociedad más activa y beligerante en cuanto a la aplicación de la ley.

Para que eso se dé, tiene que existir una población celosa de sus gobernantes y una clase dirigente que tiene que comprender que un paso el falso significará la cárcel por mucho tiempo. Esas conductas le valieron un reconocimiento internacional a Islandia, cuyo pueblo tomó cartas en el asunto y dio un golpe de timón y en la actualidad es una de las naciones más equitativas y prósperas del mundo.

Por eso nos preguntamos: La institucionalidad y soberanía ¿para cuándo?

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