Editorial: Bukelismo, golpismo y fascismo, es lo mismo

El Triángulo Norte de Centroamérica es una de las regiones más desiguales del mundo, con Estados débiles y gobiernos altamente corruptos, donde la clase política jamás logró interpretar las necesidades de sus pueblos y dieron cabida al surgimiento de sujetos de conducta mesiánica, que se creyeron los redentores del pueblo y terminaron convirtiendo estas naciones en las más paupérrimas.

No resulta extraño que el salvadoreño Nayib Bukele -y muchos otros en esta zona olvidada del continente- sea producto de esa histórica abulia de las clases de derecha e izquierda; los primeros enfrascados en cómo seguir teniendo el Estado como un botín y los segundos en infantilismos políticos que jamás les permitieron tener una suficiente madurez para llevar a cabo sus planes de gobierno para sacar de la pobreza a una de las naciones que decidió dolarizar su economía y seguir expulsando a granel a sus ciudadanos rumbo a EE.UU. huyendo de la extrema pobreza y violencia.

Bukele ha sabido sacar provecho por su condición de millenial, sus tácticas de marketing político y de provenir de un partido que no supo (o no quiso) entender el poder que le confirió su pueblo en 2009 y que botó una década cuando pudo haber tenido avances cualitativos y cuantitativos en materia económica, política y social y colocar a El Salvador a la altura de naciones como la República de Irlanda en cuanto al desarrollo humano.

También supo canalizar con malicia el descontento de un pueblo que le tocó vivir cruentas dictaduras y una guerra civil que los dejó marcados para siempre; se suma la escasa formación intelectual, política e ideológica, que hizo llevarlos a las urnas para que le dieran poderes absolutos, confiando que vivirán mejores tiempos. Al final, los ciudadanos se darán cuenta que eso no es cierto.

Dejémonos de medias tintas, en El Salvador hubo un claro golpe de Estado. Ser popular, presidente de Twitter, franco, directo y que tenga un incuestionable liderazgo en la administración de la pandemia del coronavirus no significa que se le debe avalar sus acciones dictatoriales que ponen en peligro la estabilidad democrática -aún con sus graves defectos- de ese país y una región donde la conflictividad sociopolítica ha sido frecuente desde mediados del siglo XX.

La conducta sátrapa de ese jovenzuelo, quien comenzó militando en la izquierda con el FMLN y se le dio la oportunidad de ser alcalde de San Salvador, terminó migrando a posiciones centristas para desenmascararse como un fanático de derecha, muestra que recurrió a la falsedad ideológica para granjearse popularidad que le terminará pasando factura en un futuro muy cercano, cuando sus votantes se den cuenta que resultó ser más de lo mismo.

El presidente Bukele ya no puede llamarse a sí mismo presidente; va construyendo un camino peligroso hacia una dictadura disfrazada de democracia, pues ya comenzó a destruir la institucionalidad que costó décadas en edificarla, emprendió una cacería de brujas contra quienes pactó en un pasado reciente y puede gobernar un país a su manera y antojo.

Ya tiene poderes -casi similares a los de Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet y Videla- para imponerse su visión de dirigir el país a golpe de Twitter y todo apunta que va por más.

Echó de un plumazo a toda la Sala Constitucional y al fiscal Melara; mandó policías a la Fiscalía General para imponer a su cuadro de confianza… La Asamblea Legislativa ya es el títere de Bukele para destruir a quien quiera. En retrospectiva, lo ocurrido en El Salvador con ambas instituciones fue una versión light de la Noche de los cristales rotos ocurrido durante la Alemania Nazi y la Noche de los lápices en Argentina del mortífero Proceso de reorganización nacional salvo que los afectados siguen vivos y ahora se enfrentan a una cacería judicial sin precedentes.

Ya se da por descontado que eso ocurrirá, lo que abre las puertas al terrorismo de Estado en las manos de un mozalbete que nunca leyó El espíritu de las leyes de Montesquieu y la independencia de los poderes. Un pueblo sin leyes se convierte en tierra de nadie.

Ese movimiento de piezas trae a la memoria lo ocurrido la noche del 12 de diciembre de 2012, cuando en el Legislativo de Honduras destituyeron a los magistrados de la Sala Constitucional… Eso ya es historia, pero su recuerdo no se puede olvidar. Lo que nos debe dejar como lección es que no se le pueda dar tanto poder a un solo individuo. Bukele ya perdió la autoridad moral para criticar a sus pares Juan Orlando Hernández, Nicolás Maduro y Daniel Ortega. ¿Qué pensarán ahora sus acérrimos defensores?

Bien dijo Bolívar en 1819 que “la continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se originan la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente”.

De nuevo, en el Triángulo Norte se vuelven a vivir tiempos de dictadura. Es necesario la defensa de la democracia, el respeto a la Constitución y las leyes. Es urgente la reingeniería y su posterior conservación del sistema judicial para que todos nos podamos someter a ella sin preferencias de ningún tipo.

Para que eso pueda ser realidad, es necesario replantear el sistema educativo, que se retome la educación ciudadana y cívica, que las personas puedan tener formación política e ideológica (ya sea de izquierda o derecha) para que defiendan sus posiciones desde las trincheras democrática y evitar a toda costa el surgimiento de sátrapas tropicales que nos hundan más en la miseria.

 

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