Editorial: Olvidémonos que tendremos elecciones transparentes en noviembre

ABarahona14 abril, 2021

Si Ecuador migró hacia una verdadera derecha neoliberal y empobrecedora de la mano del banquero Guillermo Lasso, en vez de una desgastada revolución ciudadana del expresidente Rafael Correa, ese es un tema del cual ya decidieron los ecuatorianos y ese mandato se debe respetar.

Lo que debemos reconocer es que sus autoridades electorales supieron responder a la exigencia de su gente y estuvieron a la altura de las circunstacias ya que proporcionaron a tiempo los resultados que dieron como vencedor al envejecido Lasso, quien buscaba por tercera vez la presidencia del país suramericano.

En cambio, en Honduras, un mes después de unos accidentados e improvisados comicios, los tres consejeros propietarios del Consejo Nacional Electoral (CNE) salieron a la medianoche, cuan viles truhanes, a decir que fueron únicas y ejemplares y que ellos fueron vilipendiados, maltratados, lastimados y humillados de principio a fin.

Dijeron lo que todos ya sabíamos, apenas bastaba un comunicado para no gastar tiempo, dinero ni energías.

De esta manera, llegamos a varias conclusiones preliminares: No es cierto que el arribo de Libre al CNE iba a transparentar los procesos comiciales por los cuales han habido muchos muertos, exiliados, perseguidos, más las denuncias sobre el fortalecimiento de la cultura del fraude; de los liberales y nacionalistas se puede esperar cualquier cosa, al tiempo que se reafirma que el tripartidismo llegó para quedarse.

Otra conclusión es que el tripartidismo maniobró desde el Congreso para tener nefastos resultados, pues jamás quisieron discutir la nueva Ley Electoral porque eran conscientes que aprobarla sería dispararse al pie y que entre bomberos no se pisan la manguera. De todos modos, siempre prima la máxima en río revuelto, ganancia de pescadores. 

Llevamos ocho años de retraso con relación a las reformas que debieron implementarse desde las elecciones de 2017 y todo apunta que continuaremos con un cuestionado mecanismo de conteo de votos, los partidos seguirán maniobrando para controlar las mesas, perfeccionar sus tácticas fraudulentas y el CNE se dedicará a lavarse las manos al culpar a las organizaciones políticas de ser los principales responsables de inflar actas para sacar y meter a quienes quiere colocar en cargos públicos en función de sus intereses.

Olvidémonos que los 128 congresistas discutirán con diligencia la nueva normativa, la cual no contiene figuras como las ciudadanización de las mesas, el voto electrónico; seguiremos con la vieja que ley aún no regula al Consejo Nacional Electoral y el Tribunal de Justicia Electoral. Esta última debería ser la instancia suprema donde acudan los políticos a interponer sus denuncias y cuya opinión sea inapelable, pero será un elefante blanco porque todos acudirán a la Sala Constitucional del Poder Judicial para valer su derecho.

Debemos olvidarnos que habrá transparencia en las generales, los consejeros harán la vista gorda al volver a trasladar las acusaciones de fraude contra todos los partidos en contienda y todo apunta que en plena navidad nos daremos cuenta quién ganó.

Los tres partidos, en particular Libre, ya perdieron el derecho a denunciar fraude porque sus cuadros lo ejercieron en las pasadas elecciones, en consecuencia, no valdrá la pena que la sangre vuelva a correr por causas que se fueron degradando con el correr de los años. Todos decidieron someterse a las truculentas reglas del juego, por lo que no tienen el mínimo valor moral para denunciarlo.

Si los representantes de los partidos en el Congreso tuvieran un poco de vergüenza, debierían discutir y aprobar los resultados del fallido diálogo político de 2018 auspiciado por Naciones Unidas, retomar los acuerdos previos sobre las reformas electorales y, si eso hubiese ocurrido, no tendríamos desafortunadas justificaciones de consejeros diciendo que ellos contarán fraude si en la mesa hubo fraude.

Por lo tanto, lo que veremos el último domingo de noviembre no resultará extraño, al fin de cuentas, si ellos triufan o pierden, siempre ganarán porque recibirán millones de lempiras por deuda política y los derrotados seremos nosotros ya que deberemos financiar con nuestro dinero tan odiosa cuota para financiar la democracia.

En últimas palabras, perdamos las esperanzas que en el corto o mediano plazo se podrán adecentar los procesos electorales y nos dedicaremos a decir -como siempre- que tenemos envidia de la buena al alabar los comicios de otros países como el convulso Ecuador y el agrietado Perú que en cuestión de horas dieron los resultados.

Aunque suene hasta trillado, para que esto se solvente, tiene que existir voluntad política. Pero eso es una mera ilusión.

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