Los últimos días de vida del escritor Marcos Carías Reyes y la desaparición de la niña Norma Zablah

ALG31 enero, 2020

¿En que calle se cortaron
Tus pasos en el olvido?

ROMANCE DE NORMA ZABLAH,

Jorge Federico Travieso

Tegucigalpa, octubre de 1947 | Diario El Día.

Ayer a la 1 de la tarde, la niña Norma Zablah, de once años de edad, salió de la residencia de sus padres hacia el Instituto María Auxiliadora, en donde hace sus estudios. Pero la niña no llegó al colegio, ni regresó al hogar.

Anoche se procedió a buscarla; y esta mañana, los atribulados padres continúan en terrible ansiedad, sin saber su paradero.

La oficina de Investigación Nacional está activando a fin de localizar el paradero de la niña, quien al dirigirse ayer al colegio iba con el uniforme blanco que se usa en aquel establecimiento.

Norma Zablah, de color moreno claro, es hija del señor Jacobo Zablah y señora. Vivía en el Bazar Jerusalén, el establecimiento de sus padres situado en la calle del comercio frente al Parque La Merced, exactamente donde hoy se encuentra el edificio Midence Soto.

Eran los últimos años de la dictadura de Tiburcio Carías Andino. La población, agotada por 16 años de despotismo, exigía cambios. Habían vivido bajo la mano dura del caudillo de Zambrano y conocían la naturaleza de los altos ejecutivos del gobierno, acostumbrados a usar su influencia para cometer impunemente los más atroces excesos.

Una figura resalta aquí. El escritor Marcos Carías Reyes, nacido en 1905, hijo de Marcos Carías Andino, fundador junto a su hermano Tiburcio, del Partido Nacional de Honduras.

Fue alto conocida al inicio del siglo XX la estrecha relación entre los hermanos Carías Andino, hasta la muerte de Marcos en 1924. Para cuando Tiburcio se constituyó presidente de la República en 1932, llamó a su brillante sobrino para ocupar el cargo de Secretario Privado de la presidencia. El general, como todos los dictadores, no confiaba sino en su familia.

Los intelectuales de la época describen el interés que Carías Reyes mantuvo en construir las bases culturales de la nación, y el apoyo que a través de su persona conseguían para escritores y poetas —incluso liberales— que lograban salvoconductos y mecenazgos para publicaciones y exilios.

El gran escritor y poeta Rafael Heliodoro Valle se refiere a Carías Reyes en estos términos: «Su nombre está para siempre engarzado entre los de sus predecesores próceres, a quienes supo emular en la devoción a los valores del Espíritu y en el respeto a la obra de quienes construyeron para Honduras un solio de palabras finas y no la halagaron con falsas promesas. Su programa editorial basta para que su nombre siga brillando a medida que se reduce a la última expresión quienes le amargaron el último momento».

El 1 de enero de 1949 asumió el cargo de Presidente de la República, Juan Manuel Gálvez. Con él asciende un sector reformista del Partido Nacional, que durante los 16 años de Carías Andino habían visto sus empresas marginadas. Gálvez, buscando ganar el favor del ala tradicional del partido y aprovechando el prestigio que el joven intelectual había ganado a nivel internacional, incorporó a Carías Reyes como Ministro de Educación, un cargo que tomó con ahínco.

Describe el intelectual Alfonso Teja Zabre, a propósito del entusiasmo con que Carías Reyes tomó el Ministerio de Educación: «Entonces lo vi más entusiasta que nunca en su papel de animador de la cultura. Se sentía feliz al alejarse de la política militante y entregarse a las tareas más propias de su vocación».

Con un nombre ya construido y respetado tanto a nivel nacional como internacional, respaldado con una sólida obra literaria y cultural, su carisma y juventud, y el pedigrí que le daba venir de la vena de uno de los más queridos líderes del cariísmo, algunos lo vieron —quizás él también cayó en esa trampa— como el sucesor del gobierno de Gálvez en las elecciones de 1955.

Pero el mundo de la política está compuesto por atajos oscuros y ruines y sus adversarios comprendían la necesidad de sacarlo del ruedo político. ¿Qué tenía, Marcos Carías Reyes sino su nombre?

La desaparición de la niña Norma Zablah en 1947 conmovió al país entero. En aquel tiempo, Tegucigalpa era una ciudad pequeña y rural, no acostumbrada a este tipo de tragedias. Comenzaron entonces a circular las suposiciones sin fundamento que señalaban a un alto personaje de la administración de Carías Andino como responsable del horrendo crimen, al sobrino del dictador, licenciado Marcos Carías Reyes, a un chofer de éste llamado Fausto y el ex Ministro de Hacienda Urbano Quesada. Comenzó a regarse el chisme entre las plazas y mercados hasta que llegó deformado como noticia a la prensa nacional.

Tegucigalpa, Enero de 1950 | Diario El Día

En una de nuestras reciente ediciones publicamos la extracción que hiciera por la radio la señora Rosa Amelia Guzman, cuyas difamaciones lanzadas desde la estación YSU, de El Salvador, dieron margen a divulgaciones malignas hechas por ciertas hojas impresas irresponsables.

La viuda del malogrado escritor hondureño Marcos Carías Reyes, en el deseo de defender la dignidad de su difunto esposo de las injurias y calumnias vertidas contra él por la señora Guzmán, otorgó poder a favor del abogado Rafael Dominguez Parada, de aquella ciudad, para que demandara a la expresada señora Guzman, a fin de que explicara los motivo que había tenido para lanzar tales acusaciones, o para descubrir, si era posible, las personas que habían intervenido azuzándola, o pagándola para que desprestigiara al Dr. Marcos Carías Reyes, mediante sus transmisiones.

El abogado Dominguez Parada formuló la demanda en los días del mes recién pasado, citando en ella, los puntos fundamentales de las acusaciones hechas por la expresada Guzmán en las transmisiones de su programa radial «Forjando el Acero».

Declaración de la periodista Rosa Amelia Guzman: San Salvador, enero de 1950.

«No es cierto que yo haya hecho aseveraciones confortativas y categóricas de la participación del Dr. Marcos Carías Reyes en el rapto de la menor Norma Zablah; únicamente recogí la opinión de la prensa y periódicos ocasionales hondureños y aun de la prensa local, la que señaló al Dr. Carías Reyes complicado en el mencionado rapto, lo mismo que a un señor de apellido Quesada, alto funcionario del Gobierno de Carías. Mi carácter de mujer y periodista reaccionó ante esas informaciones. Trataba con ello de dar la oportunidad a los así implicados por la opinión pública, para que, especialmente el Dr. Carías Reyes, que ocupaba una alta posición oficial, desplegara toda su actividad, para despejar esa sombra que caía sobre su nombre, no siendo yo quien proyectaba, sino que solamente he recogido, no con ánimo de injuriar a nadie, sino más bien, con el deseo de que la verdad resplandeciera y se castigara a los culpables, que se han quedado hasta el momento en una silenciosa impunidad.

Siendo el principal motivo que me moviera, el deseo de quitar sobre una de las Repúblicas centroamericanas frente a la opinión del mundo civilizado, el desprestigio que esta clase de hechos trae sobre nuestra patria centroamericana; esto es lo único que tengo que decir. No me ha animado ninguna particular intención en el caso aludido, está la prueba evidente de que no es el único caso que ha tratado en mis horas de audición.

Busco con esto obtener el material necesario para escribir una novela. Creo tener perfecto derecho a recoger el argumento, el sitio, el caso que crea conveniente, y en cualquier lugar del mundo. Tengo ya claramente definido el concepto alrededor de este asunto, he titulado la novela El misterio del rapto».

Tegucigalpa, 7 de septiembre de 1949 | Diario Oficial La Gaceta

Visita para resolver la renuncia interpuesta por el señor Licenciado don Marcos Carías Reyes, del cargo de Secretario de Estado en el Despacho de Educación Pública; y siendo justo los motivos en que se funda, el presidente de la República procede a admitir la renuncia del cargo de referencia del licenciado Carías Reyes, rindiéndole las gracias por los servicios que prestó a la nación y enmarca de dicha Secretaría de Estado, al señor Licenciado don Julio C. Palacios.

Firma: el Secretario de Estado en los despachos de Gobernación, Justicia, Sanidad y Beneficencia, Julio Lozano h.

Tegucigalpa, 24 octubre de 1949 | Diario La Época

Ese trágico día, iba yo por la esquina de la Frutería «El Rábano», cerca de la Farmacia Arles, como a la una de la tarde, acompañado del señor William Shoemaker —quién se desempeñaba como agente de Scotland Yard de Londres en Tegucigalpa—, cuando escuchamos la fuerte detonación de un disparo de pistola automática. Cundió la alarma entre los vecinos del sector y la casa que estaba situada frente al Cine Pálace. Todos nos dirigimos a investigar lo sucedido. Desgraciadamente, el hecho quedó comprobado. El señor Marcos Carías Reyes se había suicidado.

Tegucigalpa, 16 de diciembre de 1949

INSTRUMENTO PÚBLICO NÚMERO NOVENTA Y CINCO, NOVENTA Y SEIS, NOVENTA Y SIETE, NOVENTA Y OCHO Y NOVENTA Y NUEVE, LICENCIADO HÉCTOR CHAVARRÍA V., ABOGADO Y NOTARIO PÚBLICO. EXTRACTO | Declaraciones de autoridades policiales encargados de las investigaciones.

General Camilo Reina, en su carácter de Director General de la Policía Nacional, con motivo de la desaparición sospechosa de la niña Norma Zablah, ocurrida en esta ciudad en el mes de octubre de 1947.

Señor General Reina, ¿usted dirigía la Policía Nacional cuando la niña Norma Zablah desapareció camino a su escuela?

—Si, así es. Hasta mi separación del cargo en enero de 1949.

En sus pesquisas, ¿encontró algún indicio que señalara la participación de alguna forma del señor don Marcos Carías Reyes en el crimen de la niña Zablah?

—No señor. No apareció indicio alguno que autorizada para suponer que el Dr. Marcos Carías Reyes hubiera tenido participación personal directa ni indirecta con el suceso, ni menos para sindicarlo como autor, cómplice o encubridor de hecho delictuoso cincelado con el mismo.

*

Don Manuel Zelaya, Agente de la Policía Nacional, con el cargo de Secretario particular del señor Director General de la misma.

¿Intervino usted personalmente en la pesquisa practicada para descubrir el paradero de la niña Norma Zablah, desaparecida en las circunstancias de que ya se ha hecho mérito?

—Si señor. Yo estaba a cargo de la investigación por orden de mi general Reina.

¿Le consta a usted que en la investigación verificada no se mencionó en ninguna forma, el nombre del Dr. Marcos Carías Reyes?

—No señor, no se mencionó al licenciado Carías Reyes, ni como vinculado con el suceso de referencia ni para atribuirle hecho criminoso alguno relacionado con dicha desaparición.

*

Ángel Rodríguez, agente de investigación, dependiente de la Dirección General de la Policía Nacional.

¿Qué función tenía usted en la investigación, agente Rodríguez?

—Me asignaron para averiguar el paradero de la niña Norma Zablah, quien desapareció misteriosamente de esta ciudad en el mes de octubre de 1947.

¿En su investigación, encontró algún indicio que lo autorice para que el Dr. Marcos Carías Reyes haya tenido relación personal directa ni indirecta con dichos suceso?

—No señor. Ni directa ni indirecta. No podemos sindicarlo como autor de hecho criminosos alguno relacionado con este caso.

*

Declaraciones del señor José Antonio Rivas, Secretario de la Dirección General de la Policía.

¿Encontró en su investigación usted, algún indicio que indicara la participación del doctor Marcos Carías Reyes en la desaparición de la niña Norma Zablah, ocurrida en octubre de 1947?

—No.

¿Nada?

—Nada.

*

Declaración del licenciado Florencio Puerto, Juez de letras primero del departamento de Francisco Morazán.

¿Usted estaba a cargo de la investigación sumarial iniciada para averiguar el paradero de la niña Norma Zablah?

—Así es. A mi se encomendó esa investigación.

¿Hay algún indicio que nos permita presumir la participación directa del doctor Carías Reyes en ese crimen?

—No la hay. Examinamos muchos testigos y practicamos muchas diligencias tendientes a esclarecer ese crimen y nunca encontramos nada que implicara al doctor Reyes directa ni indirectamente con ese crimen.

Tegucigalpa, febrero de 1950 | Diario El Día.

Han pasado ya cuatro meses del día en que Marcos Carías Reyes, el brillante escritor hondureño, pusiere fin a su vida con la misma diestra con que cincelara tantas y tan bellas páginas literarias; y como el destacado escritor se despidiera del mundo adusta y silenciosamente, los amigos que lo tratamos y por la mismas razones conocíamos su aguda sensibilidad de artista, hemos pensado —y creemos con fundamento— que aquel alto espíritu, acostumbrado a la suprema delactaciones del arte y a las cosas finas y delicadas, ni pudo sobrevivir la calumnia con que manos impuras y corazones envenenados pretendieron manchar su nombre de padre y de esposo abnegado y de escritor insigne.

Para que como él tenía tan alto concepto del honor y llevaba como blasón preciado su limpio nombre de escritor y si prestigio como jefe de un hogar honrosísimo, la imputación calumniosa de que fuera víctima debe haber caído como lava volcánica, como una llama ardiente de locura y de ingratitud, la voz llameante en odio y ardiente de injurias, que alguna prensa salvadoreña echara a la calle y recogiera una voz irresponsable, para lanzarla después a través de la radio, a los vientos de la América, y especialmente a los de su patria.

Recordamos haber visto en aquellos días aciagos para su temperamento, atónito y perplejo la súbita acusación de que era objetan sin reparos; atónito y perplejo tan si reparos; atónito y perplejo ante la acusación criminal que lo escarnecía y que de hecho lo convertía de hombre honrado y respetuoso en criminal para quien se pide el castigo que las leyes imponen.

Mayor tragedia no podía ocurrirle a un padre de familia, a un político con aspiraciones para el futuro, a un escritor enamorado de su nombre literario. Y si a estas circunstancias se añade su aguda sensibilidad artística, la explicación de los móviles que lo indujeron al suicidio, queda perfectamente establecida.

Carías Reyes no podía vivir, llevando sobre el alma inocente una mancha tan grande, porque ellos significaba su degradación moral, la pérdida de su prestigio literario, el deshonor de su familia y la imposibilidad manifiesta de político con acceso al poder en años futuros.

Así se aplica que el brillante escritor hondureño haya resuelto su problema, su aguda tragedia íntima, disparándose un cartucho de revólver, con la mano sube repelía las armas y que acaso nunca había disparado antes.

Quien paseó por las calles de Tegucigalpa y por muchas otras ciudades del mundo, su personal orgullo y su prestigio de hombre que tiene las cartas del triunfo en la mano, para un futuro luminoso, no podía, desde ningún punto de vista, soportar esa amargura horrible, de sentirse encarnecido, vilipendiado y envilecido por la calumnia.

Tragedia del escritor, que armada su alma sensitiva por eso ácidos corrosivos de la calumnia, siente que ya no podrá producir más, porque cuando la tragedia hinca su garra en el corazón del artista, toda las fuentes de la creación se esterilizan; y el alma que pudo dar por el cerebro los más bellos frutos, pierde sus entrañables potencias íntimas para tornarse un erial ensombrecido, donde sólo la noche de la melancolía alza sus alas de ángel desdichado.

Tragedia del padre de familia, que ha visto crecer un hogar digno y respetado y ha traído hijos al mundo, con la mujer amada, para verlos crecer sanos y dichosos, libres de humillaciones y de injurias.

Tragedia del político que ama a su patria y aspira a dirigir sus destinos cuando la hora sea propicia, y mira ensombrecida y desprestigiada su figura por el hálito de la calumnia y de la insidia.

Por todas estas razones, quienes conocimos al hombre y tratamos al artista, esbozamos los móviles que en nuestro concepto fueron la causa predominante para que el escritor hondureño pretendiera, en un gesto de virilidad y de orgullo, lavarse la calumnia que con tanto encono pretendía mancharlo y envilecerlo.

Alguien pudo pensar, a la hora de su muerte, que Carías Reyes debió probar su inocencia. Pero hay una respuesta justa y precisa para quienes así pueden pensar: cuando no se dispone de pruebas fehacientes para librarse de la calumnia probando quién es el verdadero autor del delito que se imputa ¿cómo poder probar la inocencia personal?

El padre de familia, el artista y el político tenía que decidir por cualquiera de estos dos caminos: o marchar por la vida deshonrado y con el alma sombría y llena de amargura, o liberarse por la puerta del suicidio.

Tegucigalpa, 11 de abril de 1950 | Diario El Día

Se aclara el misterio del rapto del niño Emilio Miguel Abraham y hay una pista que parece conducir al esclarecimiento del rapto y desaparición de la niña Norma Zablah. Ambos crímenes quizás tuvieron el mismo origen y los mismos autores y cómplices, según conjeturas del público.

Desde hace algunos días corre el rumor de que las autoridades de policía, que persistentemente se han empeñado en averiguar el crimen del rapto y desaparición de los niños Norma Zablah y Emilio Miguel Abraham, habían encontrado la pista de los criminales, y en relación con el horripilante suceso, se han venido haciendo conjeturas en el público, cada día con más insistencia.

Ayer, desde temprano de la mañana, por todas partes, en la calle, numerosas personas se comunicaban diversas versiones sobre la noticia de haber sido aclarado el misterio de tan horrendo crimen, asegurándose que, en cuanto se relaciona con el niño Miguel Abraham, no cabía duda que este fuer captado y asesinado por una persona que está detenida y cuyos cómplices también están detenidos.

Fuimos a la Oficina de Investigaciones de la Policía Nacional a solicitar informaciones oficiales acerca de lo que en el público se divulga. Pero el jefe de la investigación se mostró hermético, manifestando que nada tenía que informarnos.

Visitamos al señor Director de la Policía Nacional, General Don Tomás Neda, quien nos manifestó que no puede suministrar ninguna información respecto al asunto que se trata, por exigirlo así el proceso de las investigaciones pendientes y de las cuales habrá de conocer el Juez respectivo.

Lo que todo el mundo divulga y comenta es que uno de los detenidos en complicidad con otros dos, consumó el rapto y el sacrificio del niño Emilio Miguel Abraham, llevándolo por la carretera del sur hasta unos quinientos metros después de Germiania, de donde se desviaron unos trescientos metros para cometer el asesinato.

Aunque el público citan nombres de los presuntos criminales, nos abstenemos de revelarlos porque las autoridad policíaca no nos ha confirmado las revelaciones de la voz pública.

En relación al descubrimiento del crimen relativo al niño Abraham, las especulaciones del público encuentras casi una certeza de que ese atentado criminal se halla conectado con el otro, también monstruoso, del rapto y desaparición de la niña Norma Zablah. Se cree que ambos crímenes tienen el mismo origen y fueron cometidos por los mismo criminales emparentados con las familias dolientes. Pero sobre este particular los comentarios todavía son vacilantes, y nada podrá establecerse en concreto mientras la autoridad judicial no haya depurado el sumario correspondiente.

***

Durante meses, los padres de Norma Zablah publicaron anuncios en los periódicos de la ciudad ofreciendo rescate a quien diera información del paradero de la niña. Pero Norma nunca apareció. Con el tiempo los anuncios fueron espaciándose, hasta que dejaron de publicarse. Los padres de Norma Zablah, agobiados por el perenne luto, se trasladaron a vivir a México y no volvieron a Honduras.

Jorge Fidel Durón escribió a propósito de la trágica muerte de Marcos Carías Reyes: «viene a plantearnos con abrumadora cercanía, con aterradora verdad, con dolorosa crudeza el viejo problema del hombre de letras ante el medio convulsionado que lo rodea. Momentáneamente aturde y descorazona al más normal que el trabajador intelectual tenga que someterse, debe necesariamente hundirse en circunstancias que mueve la pasión mezquina, parroquial y lugareña, y que, arrebatado por la corriente insondable, desaparezca en la lucha vencido por armas innobles y desleales donde campean y militan la perversidad y la vileza. Alguien escribirá su biografía para recoger en ella la narración de su incansable vida y el misterio de su muerte».

La memoria, de quien alguna vez fuera el escritor más prometedor de la generación de la dictadura, la perdió Honduras con el chisme.

Brimfield, MA. 2020

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