Más allá de 90 minutos de mal fútbol

EGO8 abril, 2019

Juan Villoro escribió que “El estadio de Boca no tiembla: late”. El Estadio Nacional Tiburcio Carías Andino también late con tantas personas divididas entre el Olimpia y su antagonista: el Motagua, dos clubes que tienen en su historia grandes jugadores, trofeos, campeonatos patrocinadores, aficionados, cantos, barras y también muerte.

Es el partido número 243 del clásico, una vieja rivalidad que se traslada a las gradas en distintos grados.

Antes del juego principal: Olimpia – Motagua de la Liga Nacional, hay uno previo de las reservas, el mismo clásico que casi nadie lo ve, la mayoría se prepara para el principal.

El partido estelar es cuadrado, sin vida, políticamente correcto, según las estadísticas solo jugaron 44:58 minutos de los 90, el partido estuvo detenido 45:42 minutos, los aficionados, muchos como René González pedían que se les devolviera el dinero de la entrada.

René Gonzáles, durante los momentos aburridos del partido, casi la mitad del tiempo. Foto: Fernando Destéphen.

En las gradas se comparte el mismo odio por el Olimpia o el Motagua, las mismas puteadas, la misma cerveza caliente, los mismos refrescos calientes, en las gradas están las mejores historias.

Como la de Alex, un vendedor de huevos de tortuga que lleva en el negocio más de 25 años. Él tiene cuarenta, más de la mitad de su vida ha vendido huevos de tortuga preparados con salsa inglesa, chile y otros menjurjes, los que según él dan potencia sexual y hacen -a quien los come- que tengan un mejor desempeño. Pienso, que aunque sean ilegales, deberían incluirlos en la dieta de los jugadores, cuestan 100 Lempiras el par y tal vez así se desempeñen mejor en el partido.

Alex ofrece huevos de tortuga, dos por 100 Lempiras.
Foto: Fernando Destéphen

Alex es moreno, chaparro, un bigote ralo cubre su labio superior, usa barba un poco larga, también rala, sus dientes frontales tienen caries, de su cuello cuelgan dos cadenas gruesas que alguna vez debió comprar como de oro, ahora parecen plata manchada, pero igual las usa. En su trabajo es un profesional, usa una gabacha blanca, también me cuenta que durante las vedas se queda sin producto pero, que siempre los consigue. Alex ha pagado los 80, 90, 0 100 Lempiras de la entrada, y debe pagarle a la Comisión Nacional Pro Instalaciones Deportivas (CONAPID) 200 Lempiras por permitirle vender huevos de tortuga adentro del estadio, me dice que debe recuperarlo todo y le pregunto si es posible, me contesta que si, solo es de saber moverse, me dice.

Moverse en el Estadio Nacional es un desafío a la física y a las costumbres sociales, saber pedir permiso es esencial para evitar problemas, no cualquiera puede moverse subiendo o bajando gradas equilibrando una cajilla de plástico llena de 24 cervezas y refrescos -calientes- recibiendo pedidos sin apuntarlos, llevarlos sin errores y hacerlo todo en un espacio cercado por cuatro o cinco personas que se acomodaron para que el vendedor pase, luego regresan a ocupar su espacio y más tarde otro apurado vendedor pide el mismo permiso.

Vendedores y equilibristas durante el partido ellos se mueven por el laberinto de gente sentada y de pie. Foto: Fernando Destéphen.

El sol golpea fuerte en Sol Centro, tal vez el lugar más humano y neutral y por ende de los mejores para disfrutar ser Olimpia o Motagua a pesar del mal fútbol de los equipos.

“¡Birria!”, “¡Cerveza!”, grita uno de los vendedores mientras levanta la cajilla de plástico buscando clientes y llevando pedidos, son muchos, hombres, mujeres y niños, las gradas del Estadio Nacional no son excluyentes, son un mercado común para comprar cerveza sin tener que bajar con el riesgo de incomodar a alguien y comenzar una pelea, las que se dan casi por nada, un malentendido, el grado de alcohol, un comentario X, todo puede cortar la débil y hostil frontera entre la razón y el alcohol en la cabeza.

Hombres, mujeres y niños aprovechan para vender durante el partido. Foto: Fernando Destéphen.

El Estadio Nacional, respeta el juego, de forma natural, un lado está lleno de camisas azules, del otro blancas, rojas y azules, con diminutas excepciones en ambos lados.

Los aficionados durante el partido. Foto: Fernando Destéphen.

El partido de las reservas termina, Olimpia ganó dos a cero, la gente aplaude, aunque nadie lo miraba. Tal vez lo hacen porque al fin terminó, y ahora solo pueden pensar en el partido principal en el clásico del fútbol hondureño, el que por primera vez en su historia fue arbitrado por una mujer, Melissa Borjas Pastrana, también fue el debut del tercer portero del Olimpia, Alex Güity, quien se dio el lujo de gambetearle la pelota a Roberto Moreira para luego enviarla el centro del campo alejando el peligro y un posible error.

Antes del partido cuatro jugadores del Motagua entran a la cancha a calentar, como antes habían hecho tres del Olimpia. La mitad del lugar se une en una sola voz a gritarles: ¡uleros!, ¡uleros!, ellos entrenan, ignoran a las más de 500 almas que cuestionaron su masculinidad.

Sale el Olimpia a entrenar, gritos, vivas, hurra, llegó el Olimpia y es el papá dice la canción, el Motagua también entrena, los árbitros también, la primera mujer en arbitrar un clásico también, arriba, los aficionados preparan sus gritos, analizan el contexto de la liga y el futuro de la selección de fútbol.

La mujeres también gritan y apoyan, en este caso ella alienta al Olimpia. Foto: Fernando Destéphen.

Abajo hay carne asada, baleadas más grandes que el plato de plástico en que las sirven, el humo de la venta de comida se mezcla con el sudor, el tufo a orines. Los empujones son una ley que todos respetan.

Abajo, la cancha parece un mercado, una peatonal, todos mostrando un rato lo que serán en todo el partido, o al menos muestran que pueden jugar.

El partido comienza, nada interesante, un juego cuadrado, sin alma, lo que si es interesante son los comentarios de gente que no se conoce y opinan lo mismo: el error o acierto del jugador del equipo que apoyan.

«Tanto para amarrarse esos tacos basuras» grita René González, un olimpista que se sentó a mi lado izquierdo, las pérdidas de tiempo son imperdonables como en este caso, un jugador del Motagua se amarraba los cordones, lo que el aficionado contrario interpreta como una pérdida de tiempo intencional.

Un aficionado de pie en los últimos minutos del partido. Foto: Fernando Destéphen.

El fútbol y la política son iguales, todos opinamos, pero pocos pueden en realidad cambiar algo.

Minuto 23 jugada peligrosa, un jugador del Olimpia dispara el balón en el área, golpea en la mano de un jugador del Motagua, en las gradas todos se ponen de pie, gritan al mismo tiempo diferentes insultos, señalan y piden justicia, piden penal, Melissa Pastrana señala tiro de esquina, presión, los jugadores corren a reclamarle, ella consulta con los demás árbitros, jugadores de ambos equipos la rodean, presionan para que no sea penal, los otros para que sí lo sea, su decisión: penal, el que torpemente falla Jerry Benstong, «es que se lo tiro sin fuerza» dice René, ese error se convierte en otro rato de insultos. En las gradas no existe racismo, las puteadas son parejas, si fallas en contra de tu equipo, es imperdonable, a menos que metas un gol y seas el héroe de esta masa que exige un triunfo que justifique la borrachera.

«Vamos León que quiero ganar y matar a esos putos»… Cantan… Saltan, el Estadio Nacional por ratos vibra con la emoción de algún equipo.

Termina el primer tiempo, sin sorpresas. Llega el medio tiempo, el entrenador del Olimpia quiso agredir a alguien, algunas costumbres primitivas del fútbol no cambian, tal vez por eso continua siendo el preferido.

Melissa Pastrana y los demás árbitros salieron escoltada por policías.

Medio tiempo, pausa de los gritos, para comprar más birria, tajaditas, pizza, ir al baño, si se soporta el olor y la fila. Todo se mantiene en la calma de un cero a cero.

Al fin las barras descansan, los aficionados gritan, algunos comen, otros compran trompetas de plástico, y el Nacional dejó de gritar y respira para otro largo aliento, el segundo tiempo.

Desde hace un tiempo los partidos de fútbol, los esperados, los importantes se juegan a ganar un punto, el empate por el que René González grita que le devuelvan el dinero de la entrada.

Comienza el segundo tiempo, el mismo que el primero, solo que han cambiado de lugar los equipos, la gente en las gradas vive su carnaval: «¡Cute vos sos cagón esa no es una barra sos la puta del tablón!»

A René Gonzáles le falta un diente superior, habla, comenta, grita, bebe cerveza, me cuenta algo, a veces los gritos impiden que lo escuche, luego se calla, sufre por el Olimpia, insulta a los motagüenses de Sombra Norte, abajo de él un padre de familia con una camisa del Motagua abre una bolsa de mangos y le da de comer a sus dos hijos vestidos, los dos con camisas del Olimpia, atrás su esposa también con camisa del Olimpia, sonríe.

Una pelea, 5 gradas abajo varias personas levantan su cerveza para cuidarla, discuten, intercambian insultos, todos son olimpistas, la mayoría andan borrachos, se gritan pero no dejan de equilibrar su vaso amarillo de cartón, llega la policía con su traje de gala de protestas, imponen orden, los más lucidos le piden al oficial perdonar a los agitadores, los que se van, pero siguen buscando terminar el pleito, se van, regresan, insultan, al final los policías se los llevan, a dónde, fuera del Estadio o a alguna posta, a nadie le importa, andan bolos -me dice la persona a mi lado derecho-, “todos se conocen y siempre vienen, pero hoy andan bolos es la primera vez que pasa” me cuenta como justificando la pelea.

«¡Pídeme la luna te la bajaré , pídeme que aliente yo te alentaré!»

Los minutos avanzan, el cero a cero es invariable, los jugadores no juegan, Olimpia trata de configurar un equipo como el que clasificó al Mundial de Clubes de la FIFA del año 2001 el que fue suspendido y al que el Olimpia se clasificó dejando fuera a los equipos mexicanos Pachuca y Toluca.

Motagua, bueno es Motagua el eterno rival del Olimpia, con menos campeonatos y a veces con más ganas de jugar, las que no se vieron hoy por parte de ningún equipo. El aficionado del Motagua es más resiliente, pareciera que aguanta más, que esa soledad le imprime una energía extra, los veo de lejos, están a medio estadio de distancia pero, dejan saber que están ahí.

Barra del Motagua durante el partido. Foto: Fernando Destéphen.

El partido terminaba con un mal fútbol, en las gradas encendieron las bengalas rojas, todos gritaban, cantaban como si se hubieran ganado esos otros dos puntos. Un hombre carga a su hijo y lo lleva más arriba por el humo me dice y sube, siguen los cantos.

Las bengalas se encienden al final de un partido sin fútbol. Foto: Fernando Destéphen.

«¡Pídeme la luna te la bajaré , pídeme que aliente yo te alentaré!»

El partido termina con un cero a cero que sabe ácido, la gente sale del estadio, los ánimos están tensos, algunos como René se quedan celebrando el punto ganado, otros como Alex piensan en que mañana es lunes y que nadie quiere hacer nada los lunes, menos comer huevos de tortuga.

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