BENÍN: HIJOS DEL VUDÚ

ALG18 enero, 2019

Inés Lucía | elordenmundial.com

El vudú es, en muchos sentidos, una religión de resistencia que ha pasado por todas las etapas del encuentro con el otro, desde la llegada del hombre blanco, pasando por el tráfico de esclavos, la colonización, la independencia guiada o poscolonización, hasta el actual proceso de globalización, muchas de cuyas consecuencias están aún por verse. En Benín el vudú ha sido un pilar cultural central; un pequeño recorrido por la Historia del país a través de esta religión proporciona numerosas claves para comprender ciertas relaciones que se dan en su seno.

Cada 10 de enero la ciudad de Uidá se convierte en un escenario de ritos vudús. Esta fecha fue declarada Día del Vudú durante la transición del país y, mediante bailes y diferentes rituales, los iniciados se ponen en contacto con los ancestros rodeados de turistas que observan, atónitos y expectantes, sin comprender prácticamente nada. El vudú no es una religión monolítica y se ha ido transformando enormemente, lo que dificulta su estudio frente a otras, como el islam o el judaísmo, sobre las que existen distintas interpretaciones, pero cuyos principios están recogidos por escrito. En el imaginario colectivo, el vudú es un muñeco lleno de clavos, pero en Benín es una religión reconocida que se reivindica como patrimonio histórico y cultural.

Puerta del No Retorno, en Uidá. Fuente: Wikimedia

El vudú como resistencia

El 21 de agosto de 1791 comenzaría la primera revolución exitosa de esclavos a nivel mundial. Haití alcanzaba la independencia en 1804, aunque su reconocimiento tardaría algo más en materializarse. Sin duda, los ideales de la Francia revolucionaria influyeron en sus territorios de ultramar, pero explicar este alzamiento como hijo exclusivo del racionalismo sería negar un factor esencial que sigue marcando Haití aún hoy: el vudú.

Entre el siglo XVI y finales del XIX llegaron a las costas americanas millones de personas procedentes especialmente de África Occidental. Desenraizados forzosamente y sometidos física y culturalmente, muchos de estos esclavos encontraron en las prácticas del vudú la conexión perdida con sus ancestros y sus tierras. Esta religión, especialmente en América Latina, se conforma de una mezcla de creencias de diferentes procedencias del África subsahariana y supone un vínculo con los orígenes perdidos.

Asimismo, el vudú tenía la capacidad de crear lazos de comunidad entre los esclavos afrodescendientes, cuya procedencia era dispar en términos étnicos, tribales y territoriales. El culto suponía una justificación para convocar reuniones y se convertía en un espacio de socialización apartado de los trabajos y del universo colono. Es más, asistir a estos ritos era un acto reivindicativo de libertad, pues muchos lo tenían prohibido —en el caso de Haití, se llegó a sancionar a los colonos que permitieran asistir a sus esclavos.

Durante estas reuniones clandestinas se empezaron a cocinar ideas revolucionarias de alzarse contra los patrones y, antes de muchas rebeliones, se organizaron ritos vudús para asegurar su éxito. Por tanto, aunque la Revolución haitiana se vio fuertemente influida por los libertos y descendientes de colonos y estuvo inevitablemente emparentada con los jacobinos.

Revisar el vudú como religión de resistencia nos lleva inevitablemente a esta isla del Caribe, pero el origen del vudú haitiano se encuentra al otro lado del Atlántico. Aunque la tradición vudú y animista es común a muchos países africanos, Benín se reivindica como cuna del vudú, donde, además de una religión reconocida, es un elemento central de su relato como país.

Esquema del comercio triangular entre Europa, África y América.

El reino de Dahomey

La llegada de los portugueses al golfo de Guinea en el siglo XV suponía el principio de una relación comercial entre estos territorios y los lusos, aunque el papel de estos últimos con respecto a los primeros fue cambiando con el paso de los años. En un principio, estas costas solo servían para llenar de víveres las flotas antes de proseguir por otras travesías; más adelante, la labor misionera empezó a ganar peso, y a esta la siguieron el comercio triangular con la esclavitud y, finalmente, la colonización.

En el actual territorio de Benín sur se encontraba un vasto reino, Dahomey, con un complejo sistema administrativo y de recaudación y un poderoso ejército —era conocido como “la Esparta negra”—. Este reino se convirtió en un socio comercial fundamental de los portugueses, que con frecuencia intercambiaban bienes como el marfil por coral rojo, elemento decorativo que pasó a convertirse en toda una muestra de poder que exhibían los miembros de la realeza de Dahomey.

Las buenas relaciones entre reinos encontraron su primer obstáculo con la misión evangelizadora portuguesa. Los reyes de Dahomey, los obas, se negaban a convertirse al cristianismo; de hecho, la conversión del rey congoleño y su hijo, rebautizados João y Alfonso, a finales del siglo XV, llegó antes que la de sus socios comerciales de la costa del actual Benín. El reino de Dahomey siguió venerando a los antepasados y a diferentes deidades y practicaba ritos vudús para que los ancestros guiaran las decisiones de los gobernantes.

Escultura de la ruta de los esclavos. Fuente: Inés Lucía

Además de hacerse célebre por su ejército de amazonas, los monarcas de este reino participaron en el tráfico de personas y se enriquecieron a costa del comercio triangular, con lo que lograron fortalecerse frente a otros clanes vecinos. La parte litoral de Benín fue un punto clave en la que se conoce como “costa de los esclavos”. Hoy, en la playa de Uidá, ciudad situada al sur del país, se alzan varios monumentos que recuerdan este oscuro capítulo, entre ellos la Puerta del No Retorno, que conmemora a todos aquellos que subieron a grandes flotas para no regresar jamás.

Visitar esta ciudad es recordar los últimos pasos que dieron muchas personas en el continente africano antes de ser llevadas a tierras desconocidas. Pero, además, Uidá es una ciudad cargada de simbolismo vudú. Del templo de las pitones a los bosques llenos de esculturas de las diferentes deidades hasta llegar al árbol del olvido, que rodeaban tantos esclavos para poder volver en espíritu a su tierra.

El paso por el reino dejó también una impronta vudú entre los esclavos que fueron llevados al Nuevo Mundo. Es más, los mismos comerciantes de esclavos creían y respetaban el poder de muchas figuras del vudú. Hoy se organiza como reclamo turístico una “ruta de los esclavos” por esta ciudad beninesa y se explican —casi siempre superficialmente— los símbolos religiosos que adornan la ciudad. En su día, muchos de estos símbolos y creencias viajaron dentro de muchos al Nuevo Mundo como una parcela inquebrantable de su ser, un elemento de resistencia contra su deshumanización. El vudú cruzó así el Atlántico y hoy existen prácticas que se pueden asociar a esta religión por casi toda Latinoamérica, desde el candomblé de Brasil y Uruguay y la santería cubana al propio vudú haitiano, por nombrar algunos.

La llegada de los franceses fue otro duro golpe para la comunidad vudú. Si bien desde París se defendía el secularismo y se daba espacio a cierta libertad religiosa, los franceses denostaron las creencias y prácticas de esta religión y la relacionaron con Satán y el mal, en una campaña de desprestigio que continúa aún hoy. Las diferencias que existen entre los mismos sacerdotes vudús, los misterios que rodean sus prácticas y su carácter reivindicativo frente a las religiones traídas por los colonos impedían una defensa sólida de estas creencias, cuya mala prensa sigue torciendo el gesto de quien oye hoy mentar la palabra vudú —‘espíritu’ en diversas lenguas gbe—.

Trabajadores haitianos. Fuente: Le Salon de la Mappemonde (Flickr)

La construcción del Estado beninés

Dahomey alcanzaría la independencia en 1960. Algo más de una década después, Mathieu Kérékou se hizo con el poder mediante un golpe de Estado y comenzó un periodo político que duraría hasta los años 90. Aunque en un primer momento se defendía la tercera vía, los engranajes de la Guerra Fría llevaron a que el régimen de Kérékou se decantara por el bloque comunista; de hecho, Dahomey se rebautizó como República Popular de Benín en 1975. Queda como recuerdo de este periodo la plaza de la Estrella Roja en Cotonú, capital administrativa y económica del país y la ciudad más poblada.

La llegada de Kérékou al poder en 1972 había puesto fin a una etapa de inestabilidad tras alcanzar la independencia en la que se sucedían los golpes de Estado, pero los 80 traerían consigo un importante giro ideológico: Benín entra en bancarrota y hay numerosos levantamientos populares, a los que se suma la presión del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la diplomacia francesa. Junto con ello, la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 presagia una etapa oscura para el bloque socialista. En este contexto, Kérékou convoca una conferencia nacional en febrero de 1990 para discutir la posibilidad de una transición hacia la democracia.

En esta conferencia se decide optar —en oposición a la postura de Kérékou— por la vía democrática. Así, en 1991 se celebran las primeras elecciones presidenciales y en la segunda vuelta vence el líder de la oposición: Nicephore Soglo. Soglo había sido ministro de Finanzas entre 1967 y 1968 y había trabajado como interlocutor de Benín ante el FMI durante el Gobierno de Kérékou. Benín abandona así el comunismo y comienza una transición democrática y de apertura al libre mercado, que en algunos aspectos ya había comenzado antes; no puede obviarse que el asociacionismo y la incipiente libertad de prensa durante la dictadura fueron claves para las movilizaciones.

En 1996 vuelve a haber elecciones presidenciales y las gana, sorprendentemente, Kérékou. Esta muestra de apoyo popular se ensombrece con las acusaciones de fraude en las siguientes elecciones, de 2001, y con su intento de reformar la Constitución para mantenerse en el poder. Sin embargo, no logra un tercer mandato y en 2006 gana el banquero Yayi Boni. Las últimas elecciones presidenciales, de 2016, las ganó Patrice Talon, un empresario que se presentaba como independiente.

Aunque con altos niveles de corrupción, se considera a Benín un verdadero modelo democrático para el continente africano. No obstante, aunque muchos de los presidentes tras la transición han sido economistas, el país aún tiene pendiente hacer frente a una economía poco diversificada, muy dependiente del sector algodonero y a un índice de desarrollo humano sumamente bajo.

Plaza de la Estrella Roja, en Cotonú. Fuente: Inés Lucía

¿Apertura o vivisección?

Durante los años de comunismo, el vudú se asociaba a superstición y se pensaba que era un elemento que retrasaba el progreso. Ello llevó a que durante esta etapa se tomaran medidas antirreligiosas que acorralaban a los practicantes. En sus últimos años, la visión con respecto al vudú comenzó a experimentar un viraje, pero es durante la transición democrática cuando se replantea verdaderamente la relación entre esta religión y el Estado. En la construcción de su relato como país, el peso del culto vudú era innegable durante el reino de Dahomey y entre las etnias yoruba y fon, aunque lo practican otras muchas. Así, se fijó como un elemento esencial del patrimonio cultural inmaterial —y material— del país. Además de convertirse en religión reconocida, se estableció una festividad anual y se impulsó el crecimiento de asociaciones de sacerdotes y la capacidad organizativa de la comunidad vudú en general.

Hoy esta religión la practican entre el 12% y el 20% de la población, según fuentes oficiales, detrás del cristianismo —casi la mitad del país— y el islam —algo más de un cuarto de la población—. No obstante, la primera cifra puede ser mucho mayor; simplemente gran parte de la población no lo reconoce abiertamente. Además, es frecuente que se dé un cierto sincretismo religioso, por lo que se puede creer y participar en ritos vudús y ser a la vez cristiano o musulmán. El vudú ha pasado así de ser una religión de resistencia, ocultada y oculta, a un reclamo turístico de primer nivel que llena las portadas de revistas de viajes y blogs de internet.

Benín, por su renta e índice de desarrollo humano, recibe importantes fondos de desarrollo de organismos internacionales y ONG. A pesar de ello, es un país relativamente seguro donde existen libertad de prensa, un sistema democrático pluripartidista sólido y una convivencia plural y armónica de religiones y etnias. Todo ello redunda en un crecimiento del sector turístico y de la inversión extranjera. Pero otros datos ensombrecen en parte estos prometedores rasgos: el sector agrícola, en especial el algodonero, ocupa a gran parte de la población activa —43%— y supone un cuarto del PIB, por lo que sus intercambios comerciales con otros países resultan desfavorables para la balanza comercial al exportar bienes primarios e importar bienes industriales con valor agregado. A esto se le unen la alta prevalencia del VIHla elevada mortalidad infantil o la baja esperanza de vida.

Templo vudú en Porto Novo. Fuente: Inés Lucía

Los rituales vudús han tenido choques directos con muchas organizaciones no gubernamentales y planes estratégicos del propio Estado para abordar esos choques. Las escarificaciones, tan tradicionales en el culto, son un vehículo de transmisión de enfermedades como el VIH o la hepatitis y muchas prácticas de medicina tradicional pueden poner en peligro la salud de los practicantes. Otro escenario de confrontación han sido los derechos de la infancia. Los ritos iniciáticos y las curas llevan a que se enclaustre a niños durante largos periodos dentro de los templos, lo que dificulta su escolarización y puede llegar a tener efectos sumamente perjudiciales en su desarrollo cognitivo al estar mucho tiempo aislados y sin estímulos.

Este tipo de choques, además de parecer ineludibles en el actual contexto de apertura, generaron debates muy profundos en el seno del relativamente nuevo Estado: tradición o modernidad, límites del relativismo cultural y la libertad religiosa frente al universalismo y los derechos humanos, papel de las ONG extranjeras en el desarrollo frente al contexto local, etc. Sin embargo, más allá de las resistencias que puedan encontrarse, se dan experiencias de simbiosis entre los diferentes actores que prueban ser muy efectivas, como las alianzas entre sacerdotes vudús y defensores del desarrollo por las que los primeros logran que las ONG y el Estado penetren más allá y los segundos cuentan con los sacerdotes, a quienes consultan y forman, a la hora de poner en práctica nuevas políticas.

Buena parte de la comunidad vudú observa cómo al asociarse y abrirse logra recursos del Estado y de organizaciones internacionales, además de espacios de poder: se les pide opinión y se cuenta con ellos para la puesta en práctica de decisiones. Este proceso de negociación es sumamente interesante, porque empodera fuertemente al actor local, pero a la vez lo obliga a un difícil equilibrio entre la apertura —y el inevitable cambio que viene con ella— y el mantenimiento de la tradición. Incluso se escuchan voces dentro de la tradición vudú que defienden la escolarización de jóvenes iniciados y el estudio de disciplinas como la medicina para ganar peso como interlocutores de la comunidad frente al Estado y a nivel internacional, aunque todo ello viene acompañado de riesgos como el de diluirse en las dinámicas de globalización y modernidad y perder su esencia y mecanismos de protección. El vudú ha sobrevivido y se ha convertido en una herramienta de resistencia contra Occidente y la colonización, pero en Benín atraviesa hoy un proceso de apertura e institucionalización en un contexto inédito de cuyo resultado dependerá la configuración del país en el futuro.


Inés Lucía (Madrid, 1992). Graduada en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense. Máster en Gobernanza Global y Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha realizado prácticas en el Instituto de Derechos Humanos de Cataluña.

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