LA MASACRE DE GARÍFUNAS EN SAN JUAN EN TELA, 1937

ALG20 octubre, 2018

Tiburcio Carías Andino llegó a la presidencia en 1933, luego de enfrentarse en elecciones contra el liberal Ángel Zúniga Huete. Su larga presidencia de 16 años marca el final de un período de más medio siglo de guerras civiles y montoneras. Carías asumió la misión de “Pacificar” el país, un paso necesario para consolidar el Estado Moderno que colocaría a Honduras —finalmente— en el siglo XX.

Ese proceso fue difícil. Los vicios de los cacicazgos del siglo XIX y los excesos y violaciones constitucionales  del gobierno para forzar la reelección de Carías Andino y evitar alzamientos y revoluciones, hizo de ese período uno de los más represores de la historia nacional.

En 1937, el general Justo Umaña se alzó en armas tratando de impedir la reelección de Carías. Con un pequeño grupo de hombres entró por Guatemala buscando consolidad un ejército revolucionario para hacer frente al ejército de Carías. Entre los aliados de Umaña estaban los liberales de Tela, que habían acordado sumarse a la insurrección y que finalmente, al verse derrotados, desertaron de la aventura dejando a Umaña sin respaldo, lo que provocó su derrota. Entre las pocas escaramuzas que hubo en esa revuelta, resaltó un grupo de garífunas de Tela provenientes de la aldea de San Juan.

El gobierno nacionalista, dispuesto a hacer de los garífunas un ejemplo para todos los grupos indígenas del país, decidió castigar a la comunidad de San Juan con toda la saña posible, culminando lo que en la Historia se registra como la masacre de garífunas de San Juan en Tela.

El relato lo recoge el libro La bahía del puerto del Sol y la masacre de Garífunas de San Juan, de Víctor Virgilio López García, publicado por Instituto Hondureño de Antropología e Historia (tercera edición 2008). Allí se relata los acontecimientos de ese momento histórico que marcó la relación del pueblo garífuna con el Estado Hondureño para el resto del siglo XX.

Chi Vargas, un anciano que vivió en Tela, Atlántida, y quién laboró por muchos años con labTela RR. Co., relató al autor que en aquellos tiempos estaba él viviendo cerca del puente que divide Tela Viejo de Tela Nuevo. Chi Vargas refiere que por la noche vio a los soldados de Tomás Martínez, alias Tomás «Caquita» arreglar sus monturas para emprender viaje a San Juan.

Relata el libro de López García, que luego de vencida la insurrección de Umaña, las fuerzas del gobierno comenzaron a perseguir a los liberales de San Juan que habían apoyado el alzamiento.

«En el mes de marzo de 1937 empiezan los soldados a intimidar a los habitantes de la aldea de San Juan, rodeando la comunidad por sus cuatro costados. Como ya tenían la lista de la gente que andaban buscando, pudieron identificarlos valiéndose del «soplón» Florentino García, apoyado por Pascual Valerio. Estas dos personas se encargaron de señalar a los soldados cada uno de los hombres que se estaban buscando. Hubo quienes quisieron cambiar de nombre, pero el «soplón» estaba allí presente rectificando y mencionando el verdadero nombre de cada uno de ellos».

Cuenta López García que un soldado de apellido Madrid, que prestaba sus servicios militares en Tela, corrió a avisar a la gente de la comunidad, en especial al líder liberal Pedro Martínez, que venían a matarlo y que hiciera todo lo posible por huir lo más pronto que pudiera.

«Los soldados llegaron a San Juan el jueves 11 de marzo de 1937, a las dos de la tarde. Agruparon a todos los hombres, sitiaron la comunidad, abusaron de las mujeres y jovencitas en presencia de los niños, saquearon las casas llevándose todo lo que por delante se les presentara».

«Pascual Valerio fue quien delató a Pedro Martínez a los soldados una vez que no lo podían localizar», relata López en su libro, indicando que García era quien se encargaba de señalar a cada uno de los que iban llamando de la fila para su identificación y las autoridades garífunas que fungían como auxiliares servían también de sabuesos. «Entre ellos estaba Casimiro Reyes, Luciano Cayetano, Cipriano Estrada, Aniceto Castillo (Banyé), Emérito Estrada y el alguacil Justini, y como vocero en Tela y San Juan estaba Ernesto Peña».

Muchas personas lograron escapar de los soldados que cercaron San Juan. Unos huyeron al monte, otros en cayucos a Guatemala, Belice y  Trujillo. Según el relato de López, Bernardo García tuvo que huir vestido de mujer y también Justo yeti, junto con otro soplón tuvieron que huir por temor a que también fueran pasados por las armas ya que los soldados mataban a diestra y siniestra sin importarles quién era quién.

«Los genocidas formaron en fila a los indefensos garífunas y el delator Florentino García frente a todos se presentaba como uno más de ellos. Antes de fusilarlos les cortaban las palmas de las manos con filosos cuchillos y les obligaron a cavar su propia fosa colectiva».

«Todos adoloridos y ensangrentados, a causa de las dolientes heridas que les habían abierto en una manifiesta tortura, resistían en dar sus nombres verdaderos y su afiliación política, pensando con eso salvar sus vidas…»

Las personas a quienes buscaban los soldados de Tomás Caquita eran Pedro Martínez, Jerónimo Arzú (este había sido asesinado en El Progreso sin que se dieran cuenta), Estanislao Lamberth y Cresencio Martínez; pero a la hora del ajusticiamiento, ejecutaron hasta a los que no tenían que ver en el caso.

«El día viernes 12 de marzo de 1937, entre las 9:00 y 10:00 de la mañana, a 15 metros de donde se encuentra la Iglesia Católica, con dirección al poniente, mataron a Vicente Martínez Bernández que venía llegando de los campos bananeros y quien traía una mula con su carga, robando además los soldados toda su pertenencia. El pobre hombre recibió la muerte sin darse cuenta de lo que estaba pasando en la aldea. Vicente era un hombre que tenía poco tiempo de vivir en la comunidad de San Juan y era oriundo de Aguán, Colón. También mataron a Modesto Martínez.»

«Pascual Valerio mató a Florencio García, el «soplón», ordenado por un oficial de Tomás Caquita, quien le advirtió que si no lo hacía, lo mataría. A Florencio lo mataron porque decían que conocer la vida de todas esas personas significaba que también formaba parte él de la banda. La misma suerte corrieron Cándido Estrada, Álvaro Castillo, Asunción Caballero, Ramón Martínez, Epifanio López, alias «Yürüdü», Crescencio Martínez y Esteban López Sambulá, hijo de Tirisa Sambulá con Epifanio López».

Describe el relato que antes que los soldados mataran al garífuna Crescencio Martínez, llegaron a donde los parientes a pedir dinero a cambio de liberarlos. Los parientes encontrando esperanza de mantenerlo con vida, les entregaron todo lo que tenían, dinero, alhajas, pero a pesar de haber entregado todo lo que les pidieron, siempre lo mataron. Luego alejarse los soldados, vinieron a avisarles que Cresencio estaba muerto. Cuando los familiares llegaron a reclamar su cadáver para enterrarlo, se lo negaron, manifestando que eran órdenes superiores. «Los mismos soldados se encargaron de darle terraje dejando pies y manos fuera de la tierra».

«Al día siguiente, los parientes del finado se reunieron y decidieron ir a darle terraje como merece un humano, pero los mal vivientes soldados volvieron a oponerse dejando el cuerpo de aquel pobre hombre a merced de la carroña y a la intemperie».

El Río Tinto asesinaron a Alejo Gamboa, quien había salido huyendo de San Juan. Los soldados le siguieron los pasos hasta dar con él. En Río Tinto mataron también a los señores Macario Castillo, Estanislao Lamberth y Antonio García, alias «Duguwa», para un total de cuatro asesinados en ese lugar.

Al regreso de Río Tinto, mataron en la barra de Tornabé a un ladino llamado Isabel Estrada Cárcamo, su familia vivía también en el mismo lugar y no les dejaron darle terraje, siendo devorado por los zopilotes.

«Los soldados siguieron su trayectoria rumbo a Tela, pasando nuevamente por San Juan. Allí capturaron a otras personas amarrándolas en los palos de coco y obligándolas a delatar a los que faltaban por ejecutar. Violaban a las mujeres frente a sus compañeros de hogar, madres e hijos presenciaban la barbarie de los soldados».

Como los soldados no encontraron a Pedro Martínez, a pesar, según cuenta Víctor Virgilio lópez, de que los parientes constantemente iban a dejarle comida a su escondite ordenaron a Pascual Valerio que lo buscara y lo hiciera llegar vivo o muerto. Pascual puso a alguien a que estuviera vigilando los movimientos de los parientes hasta dar con él. A los días lograron capturarlo.

Fueron los auxiliares Casimiro Reyes, Lionzo Cayetano, Cipriano Estrada, Aniceto Castillo y otros, quienes llevaron a cabo la captura y, según relatan, uno llegó incluso a sugerir al grupo que disimularan su fuga. Pero temerosos los demás de ser descubiertos y ser ellos ejecutados, Casimiro Reyes disparó por detrás. Lo remató con otro tiro Lionzo Cayetano, diciendo a los compañeros que no vacilaran tanto para terminar con él.

«Esa ejecución fue por orden de Pascual Valerio, quien nombró a uno de los ejecutores para que fuera a informar a la comandancia de Tela que la misión estaba cumplida».

Todos los verdugos de Pedro Martínez fueron garífunas.

«Al regresar los soldados de Río Tinto, llevaron a los ejecutores de Pedro Martínez a desenterrarlo y lavarle la cara para asegurarse que era él al que habían matado y así certificar que la pesadilla estaba acabada. Volvieron a la casa del difunto adueñándose los soldados de todo lo que allí encontraban.

«En ese tiempo sólo llanto se escuchaba en la comunidad de San Juan. Los pájaros se ocultaban, las hojas de los esbeltos cocoteros se entristecían y las olas del mar se resistían a ser escuchadas, como si la naturaleza misma se negara a reaccionar ante el mandato del Divino Creador. Un vil foráneo había regado de sangre el sueño moreno de una etnia que se resistía ante una sociedad llena de odio y que demostraba a las claras su actitud racista. Así fue como las personas de las aldeas de San Juan y Tornabé quedaron temerosas y huyeron a otras comunidades a donde creían sentirse mejor protegidas y seguras. Muchas de estas gentes se quedaron en Belice y Guatemala definitivamente y sólo un grupo minoritario volvió a los años, ya que allí habían dejado sus pertenencias».

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