LA PASIÓN ERASMIANA EN CERVANTES

EGO13 octubre, 2018

La verdadera locura quizás no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca. –Heinrich Heine.

Por Leah Chirinos-Alemán

El debate sobre el heroísmo o la locura de don Quijote comienza dentro de la obra y trasciende sus páginas hasta involucrar  al lector. En la novela, la dicotomía héroe y loco está presente de principio a fin.

Aunque esta no fue la primera vez que se hizo uso del recurso del loco en la literatura, en Don Quijote de la Mancha podemos encontrar dos audiencias: los que presencian los hechos de don Quijote (ya sean sus amigos o detractores) y el lector.

En su artículo “Delirio y Racionalidad”, Otto Dorr Zegers dice que en la Antigüedad clásica, debido al culto a Dionisio, ya se trataba el tema. Éste continuó durante la Edad Media (mezclado con lo dionisíaco) y que representaba el caos, lo oscuro y la muerte. Más tarde, durante el Renacimiento, la locura se empleó como forma de sátira moral, y “su máxima expresión literaria es el Quijote de Cervantes” (Zegers, 1998, p.4).

Los personajes Cervantes están presentes durante el desarrollo de cada aventura como participantes de la trama o como espectadores. El lector, por su parte, puede comenzar recibiendo la novela como un libro de aventuras, pero a medida que se adentra en la ficción, puede convertirse en un participante externo clave, pues al igual que muchos de los personajes de la obra, también se formulará una hipótesis sobre don Quijote.

Se cuestionará si es un demente, o si además de dar sentido a la existencia de Alonso Quijano, ese “gran héroe” trae color a la gris cotidianeidad de aquellos dispuestos a dejarse seducir por la “dulce ilusión” de la que habló Erasmo de Rotterdam (1990, p. 60, 61). La obra de Cervantes presenta esa “dulce ilusión” y una cierta pasión erasmiana latente.

Al acompañar a don Quijote en ese mar de aventuras, es imposible no identificarse con él. El lector no puede tomar una posición neutral y se ve “obligado” a decidir si el caballero de la triste figura es un simple loco, o un héroe: puede llegar a sentir lástima o a burlarse de don Quijote. Cervantes hace que el lector se sumerja en el universo de don Quijote de tal forma que éste casi se olvida por completo de Cervantes mismo. Esto le permite cuestionar temas sensibles de su época sin que lo dicho se le adjudique directamente a él, sino a sus personajes.   

Por ejemplo, es posible que Cervantes quisiera expresar libremente sus muchos desacuerdos con la Iglesia, pero sabiendo que por ello se le acusaría de blasfemo, utiliza a un personaje al que muchos verían como loco, logrando así que la atención del lector recayera sobre el loco y no sobre el autor. De un loco se podía esperar cualquier disparate, pero no de un devoto católico.

En su libro Lo religioso en el Quijote, Salvador Muñoz Iglesias afirma que Cervantes tenía un conocimiento extenso y profundo sobre las Sagradas Escrituras y el dogma cristiano —a un nivel superior al del laico promedio de su época—, producto de los sermones que escuchó y su constante lectura de los evangelios. Muñoz afirma que Cervantes fue alumno de los Jesuitas, lo cual se puede apreciar en muchos de sus personajes adoctrinados por los predicadores (Muñoz Iglesias, 1989, p.22, 23).

Aunque Cervantes era un católico entregado a su fe, no consideraba imprescindibles muchos ritos y actividades de la Iglesia. En su artículo “Un Tema Erasmiano en el Quijote”, F. Sánchez y Escribano expresa que una de las inspiraciones de Cervantes fueron los escritos de Erasmo de Rotterdam, quien fue considerado un rebelde por la Iglesia debido a las creencias y declaraciones plasmadas en su obra.

En la época de la reforma, Erasmo se encontraba contra la espada y la pared, pues tanto reformistas como representantes de la Iglesia le exigían adoptar una posición o un bando. No obstante, Erasmo decidió mantener una posición neutral. 

Sánchez y Escribano afirma que a pesar de su moderación, Erasmo llegó al punto de no tolerar que muchos individuos llegaran tan alto y pusieran su intelecto al servicio de las bajas pasiones (Sánchez y Escribano, 1953, p. 88, 89,92). Según el propio Erasmo, la Iglesia y las autoridades religiosas le impiden al ser humano pensar con libertad, y lo hacen dejar pasar por alto las blasfemias contra Cristo:

“Vense gentes que entienden tan al revés la religión, que les chocaría menos las más horribles blasfemias contra Cristo que una ligera broma  al respecto de un papa o de un príncipe sin en ello les va el pan principalmente” (Rotterdam, 1990, p.8). 

Según Sánchez y Escribano, tales actitudes indignaron a Erasmo al punto de llevarlo a expresar sus pensamientos por escrito. Fue así que la sátira se llevó a un nivel trascendental en Elogio de la locura, una obra censurada por sus contenidos (Sánchez y Escribano1953, p. 88-92). No obstante, al censurar su obra, sus detractores dejaban al descubierto que también en ellos había una porción de locura, como el mismo Erasmo lo decía: “La censura es muy propia de la Sandez….y si alguno se incorpora y grita que está herido, el mismo pondrá en evidencia su culpabilidad, o su temor por lo menos” (Rotterdam, 1990, p.8, 9).

El objetivo de Erasmo no era arremeter específicamente en contra de alguien. En una carta dirigida a su amigo Tomas Moro sobre su Elogio de locura, Erasmo escribe: “En cuanto a nosotros se refiere, aparte de que hemos evitado formalmente nombrar a nadie, nos hemos cuidado en nuestras expresiones, y cualquier lector discreto comprenderá que antes de morder hemos preferido más bien agradar” (Rotterdam, 1990, p.8).   

De un modo similar, Cervantes no menciona a nadie por su nombre, ya que probablemente su intención era hacer una crítica constructiva y no arremeter contra alguien en particular. En su artículo “Los Galeotes, El Criminal y la Sociedad”, M. J. Benardete afirma que en el tiempo inquisitorio en que vivió Cervantes, la creencia religiosa era el más alto valor, por ende, a cualquier anatema o hereje se le castigaba con la muerte.

“En modo alguno podía Cervantes plantearse el problema de la religión en toda su desnudez avallasadora. De haberlo hecho no le hubieran permitido publicar su libro” (Benardete, 1965, p.58). 

El autor se sirve de un personaje loco para entregar su mensaje, como lo vemos en el episodio donde se está llevando a cabo una procesión de los disciplinantes. Al confundirla con una aventura más, don Quijote interrumpe tal procesión, porque, según él, salvará a una doncella que llevan cautiva unos malhechores. No obstante, su amigo el canónigo ve la interrupción como un ataque directo a la iglesia católica: “¿A dónde va don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho que le incitan a ir en contra de nuestra fe católica?” (Cervantes, 2005, p. 412).

Al igual que Erasmo, Cervantes estaba en desacuerdo con muchas prácticas religiosas (las procesiones también). En el libro de Erasmo, a través de un monologo satírico, la Locura misma explica que en lugar de llevar a Dios en el corazón y mostrar su presencia con su manera de vivir, muchos cristianos se ocupan en hacer votos y ceremonias innecesarias:

“¡Cuántos de ellos prometen a la Virgen Madre de Dios una vela encendida a la luz del medio día, que es cuando ninguna falta le hace, y no obstante, no se esfuerzan en imitarla en cuanto a su castidad y sencillez y amor divino…y en fin, los que emprenden una devota peregrinación a Jerusalén, a Roma o Santiago, en donde maldita cosa tienen que hacer, y en cambio dejan a su mujer, su casa, y sus hijos, desamparados” (Rotterdam, 1990, p.77, 81). 

Ambos autores (Erasmo y Cervantes) formulan sutilmente sus ideas a través de la locura y de un loco respectivamente. Al usar un personaje que para muchos estaba fuera de sí, Cervantes causaba risa, pero también lograba sabotear la procesión. De ese modo, para algunos don Quijote es un demente que no puede controlar sus acciones y no está consciente de ellas, para otros, don Quijote es un héroe. Además —como lo expresa Sánchez y Escribano—, al dejar que sea el loco quien exprese la quijotada, ésta alcanza una mayor trascendencia que la declaración sensata de un cuerdo.

La influencia de Erasmo en el Quijote también se percibe cuando se alaba algo en lo que el autor no cree, pero se aprovecha de ello para formular una crítica social (Sánchez y Escribano, 1953,89, 92). Por ejemplo la aventura de los galeotes, en la que llevan encadenado a un individuo por hechicero y alcahuete. Refiriéndose a éste, don Quijote dice:                                                                  

“A no haberle añadido esas y ese collar…, por solamente el alcahuete limpio no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas. Porque no es así como quería el oficio de alcahuete; que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun debería de haber veedor y examinador de los tales, como lo hay de los demás oficios…”.  (Cervantes 2005, p. 162-163).

En la sociedad de ese tiempo, el honor de una mujer tenía un valor transcendental porque, al perderlo, su familia también sufría las consecuencias. Tanta obstinación por el recato era cuestión de apariencia, y por lo tanto hipocresía.

Irónicamente, don Quijote propone legalizar el negocio de los alcahuetes para beneficio de todos; de alcahuetes y sociedad. En una sociedad donde se mezclaban el pudor con la necesidad de guardar las apariencias, las doncellas tenían restringido el contacto con personas del sexo opuesto. He aquí la necesidad de un intermediario cuyo trabajo salvaguardaría no solamente el honor de una señorita, sino también el de su familia. Por lo tanto, de acuerdo con don Quijote, legalizar el oficio del alcahuete no sería un disparate. De cualquier modo, mientras hubiera demanda por sus servicios, ellos continuarían con sus actividades.

Sánchez y Escribano insiste en que no podemos quedarnos con éste episodio únicamente como un trozo más de las tantas genialidades humorísticas de Cervantes: “Eso sería vaciar el contenido cultural del párrafo y deshacer su corte de marcada sátira social tan ligada al Elogio de la Locura. Sí Erasmo alababa a la sandez, hacía resaltar a trallazos la necesidad de la sabiduría en toda su espléndida humanidad, Cervantes encarecía el oficio de la celestina para infundir el amor cristiano en toda su pureza” (Sánchez y Escribano, 1953, p.92).

En su obra, Erasmo y Cervantes, Antonio Vilanova considera que el Quijote proviene de “un conocimiento directo y de una profunda meditación de Erasmo”. En don Quijote, ese conocimiento directo puede percibirse en la dicotomía entre lo sublime y lo ridículo; en esa locura que lleva al personaje principal a evadir la realidad para poder alcanzar la felicidad soñada (Vilanova, 1989, p. 575).

Los detalles sobre la vida de Alonso Quijano antes de don Quijote son muy escasos. Sabemos que era un hidalgo no muy acaudalado, quien vivía con su sobrina y un ama de llaves. Además, el narrador indica que dos de sus mayores pasiones eran la caza y la lectura de libros de caballería. También se puede percibir el respeto, la admiración y el cariño que recibía de parte de sus amigos cercanos, quienes, cada vez que emprendía alguna de sus aventuras de caballero andante, lo dejaban todo para ir en su búsqueda, para protegerlo y traerlo de regreso a casa (Cervantes, 2005, p. 21-22). Otros pormenores de su vida personal nos son desconocidos.

Es imposible hacer un diagnóstico objetivo sobre lo que desencadenó ese drástico cambio en la vida de Alonso Quijano, saber qué lo llevó a convertirse en don Quijote. ¿Su inmersión en ese mundo de fantasía fue algo premeditado o fue algo que estaba fuera de su control?, siempre habrá evidencias que secunden ambas hipótesis. Según el narrador de la novela, la devoción de Alonzo Quijano por los libros de caballería llegó a tal punto que abandonó por completo las actividades de la caza, o aún la tutela de sus negocios.

Como resultado de tanta obstinación y enfrascamiento en su lectura, se le secó el cerebro, perdió el juicio y se llenó de toda aquella fantasía que leía en los libros de caballería (Cervantes, 2005, p. 23). Al perder el juicio, ningún ser humano tiene control sobre sus propias decisiones. Sin embargo, don Quijote tiene sus momentos de lucidez y en algunas ocasiones da explicaciones del porqué actúa de cierta forma. De eso podemos ser testigos en el siguiente fragmento de la obra:

“Porque te hago saber que no sólo me trae por estas partes el de hallar al loco, cuanto el que de hacer en ellas una hazaña con la que he de ganar perpetuo nombre y fama….Ya no te he dicho respondió don Quijote, que quiero imitar a Amadís haciendo aquí  desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán…..y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño si de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más” (Cervantes,2005, p.187-188).

Ese párrafo es la muestra de la determinación y voluntad de un individuo culto y no de un loco. Vilanova sostiene que Alonso Quijano escapa de la realidad con el afán de poder alcanzar la felicidad soñada y la realización personal (Vilanova, 1989, p.575).  El propio don Quijote lo ratifica con las siguientes palabras:

“De mi sé decir que, después que soy caballero andante, soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortes, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos, y aunque ha tan poco me he vi encerrado en una jaula como loco, pienso, por el valor de mi brazo, favoreciendo al cielo…” (Cervantes, 2005, p.402).

En esa fantasía, don Quijote ha encontrado abundante todo aquello de lo que antes carecía. En este punto, la teoría de Zegers sobre la manía divina que produce el nivel más alto de desequilibrio, entra en juego. Zegers afirma que la locura de don Quijote sucede en una atmosfera de máxima racionalidad, lo que puede apreciarse en sus disparates y en sus discursos “cuerdos”; pues ambos “alcanzan un nivel de sabiduría difícilmente superable” (Zegers, 1988, p.7). 

Al no ser capaces de distinguir entre los dos tipos de manía existentes, muchos consideran demente a cualquier que se comporta de manera impetuosa, como aconteció con Alonso Quijano, quien más tarde se convirtió en don Quijote.

En su artículo “Don Quijote, el Caballero de la Angustia”, Otto Olivera añade que la frustración y la timidez llevaron a Alonso Quijano a refugiarse en ese ensueño, pues don Quijote pasó doce años de tortura sin poder confesarle su amor a Aldonza Lorenzo (Olivera, 1961, p. 441). Según Olivera, que lo que para Alonso Quijano es una locura, para don Quijote es una aventura. Don Quijote es quien se atreve a ir donde los demás se detienen, y quien trae a la vida real lo que sólo se da en la ficción: “De ahí que la locura del hidalgo sea, en realidad, el intento tanto más dramático por ambicioso de uncir la vida al ensueño” (Olivera, 1961, p. 442).

Pero el proceso de conversión de Alonso Quijano en don Quijote transcurrió lentamente, a medida que se introducía más y más en sus lecturas. Su transformación en caballero andante fue tan o más metódica que la de un actor antes de entrar en personaje. Que dedicara días para escoger nombre para su caballo y para él mismo, así como para preparar su vestuario y escoger una doncella a quien dedicarle sus triunfos, no fueron hechos del todo fortuitos. Los caballeros andantes de las obras que él leía también lo hacían.

Don Quijote se sumerge en su personaje sin perder detalle alguno, al igual que los actores se aseguran de representar dignamente su papel antes de salir en escena. En su crítica al artículo “La Profesión de don Quijote”, Ángel del Río se refiere a la vida de don Quijote de la siguiente manera: “Vive como actor que elige y representa un papel. Esa es la profesión de don Quijote, la de ser actor de su propia vida” (Del Rio, 1959, p. 98). Sin importar la forma en cómo se percibía (como un loco o como un héroe) Alonso Quijano encarnó muy bien al caballero andante que había creado en sus fantasías. Quizá el deseo de Quijano era unir la realidad con una alucinación, como afirma Olivera y concuerda el narrador:

“En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento  de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante  y irse por todo el mundo con sus armas  y caballo y buscar aventuras, y a ejercitarse en todo aquello  que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose  en ocasiones y peligros, donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama” (Cervantes, 2005, p. 24) .

La conversión de Alonso Quijano en don Quijote, en lugar de parecer un accidente, parece un plan premeditado, una elección. Como escribe del Río, como actor de su propia vida, don Quijote pudo haber elegido otro papel —como el de santo o pastor—, pero hizo voto de caballero andante, y lo interpretó tan dignamente que llegó a serlo (Del Rio, 1959, p.98).

Por su parte, Olivera expone que la vida de Alonso Quijano era vulgar, llena de desaliento y angustia, y que por lo tanto Quijano era el “caballero de la angustia”. Mientras que don Quijote era “el caballero de los leones”, pues su vida estaba cargada imaginación, aventura, gloria y heroísmo (Olivera, 1961, p. 444). Su éxito como caballero andante no sólo impactó la vida de quienes lo rodeaban, sino también la de aquellos que han leído o escuchado su historia a través de los siglos.

Pero no todo fue acierto en la vida de don Quijote. Sus desaciertos no sólo son yerros ocasionales, también traen pena física para él y para quienes pretende socorrer. En su afán por ser figura e impartir justicia donde parece no haberla, don Quijote empeora la situación de muchos; como en el caso de un joven que está siendo azotado por su amo. Al ver tal atropello, don Quijote intercede por el muchacho, obligando al amo a que jure (por la ley de la caballería) que desistirá y que además pagará la deuda pendiente al muchacho. El labrador, con la intención de deshacerse de don Quijote, hace el juramento, pero no cumple. Al saberse librado del impertinente caballero, le da una paliza mucho mayor al muchacho (Cervantes, 2005, p.39-41).

Aun cuando sus acciones no son malintencionadas, en vez de hacer cumplir la ley, don Quijote acaba contraviniéndola, y esto le ocasionaba el rechazo de unos y la burla de otros. Aun en sus equivocaciones no malintencionadas, don Quijote alcanza la gloria y el heroísmo que Quijano quizás nunca hubiese logrado. Esa gloria y heroísmo los transmitió a su escudero, Sancho Panza, y a otros tantos, quienes con la intención de hacerle burla, se unían a su fantasía.

Lo anterior también nos hace cuestionar la salud mental de tales individuos. En la segunda parte de la obra Don Quijote de la Mancha, nos encontramos a unos duques que ingresan a la ficción de don Quijote con el objeto de gastarle una broma, ya que habían escuchado la historia de quien se denominaba así mismo caballero andante. Como apasionados lectores de libros de caballería, los duques saben muy bien cómo debe ser tratado un caballero andante, por lo que maquinan un plan para hacerle creer que lo reconocen como tal y que le rinden respeto (Cervantes, 2005, p. 620-621). 

A pesar de que su meta es burlarse de don Quijote, su actuación enriquece la aventura de éste y deja entrever que quizá no es el único loco, ni el único que intenta vivir su vida a través de fantasías de novelas caballerescas. No obstante, el mayor impacto o influencia de la vida andante de don Quijote recae sobre Sancho Panza, su escudero y leal amigo. Ese simple campesino, carente de imaginación y de retórica, se une a la aventura de don Quijote con el único deseo de lucrarse y mejorar su condición de vida, pero al final se convierte en el cómplice fiel del “caballero de la triste figura”.

En su artículo “Don Quijote Educador de Sancho”, Fernando Sainz expresa que, como caballero andante, don Quijote se había propuesto hacer justicia, dejar boquiabiertos a los demás con sus proezas de protector de los desamparados, pero sobretodo, merecer el amor de Dulcinea. Lo único que no tenía contemplado era educar a Sancho. No obstante, Sainz afirma que ahí estuvo su mayor éxito. Para lograrlo fue necesario enloquecerlo, ya que nadie deja una vida serena y pacífica por una vida llena de sacrificios y penurias (Sainz, 2008, p.363).

Al embarcarse en tal aventura con alguien que de acuerdo a los demás está loco, Sancho mismo puede ser tomado como loco. Es más loco el cuerdo que sigue al loco mismo. En su artículo “Unamuno y el Quijotismo”, Francisco Ugarte expresa que para Unamuno, a pesar de la locura de su amo, Sancho sigue a don Quijote por fe. Pero no por fe religiosa, si no con fe humana, pues ésta era imperfecta y dudosa (Ugarte, 1951, p.21). Aunque la máxima ambición de Sancho es convertirse en gobernador de la ínsula que su amo le había prometido, en muchas ocasiones es invadido por la duda y piensa renunciar a ese sueño.

Le fastidian las penurias que tiene que pasar y aún más la humillaciones que tiene que sufrir por causa de las locuras de su amo. No obstante, Sancho entra en la ficción de don Quijote y pasa de ser un simple seguidor a un discípulo ferviente. Al igual que don Quijote, Sancho goza su propia fantasía (hecha realidad) cuando llega a ser gobernador de su ínsula, aunque sea por poco tiempo. Ahí experimenta la “dulce ilusión” de la que habla Erasmo para referirse a ese tipo de locura (Rotterdam, 1990, p.60, 61), pero que para Zegers es algo perteneciente a la raza humana, es omnipresente y puede transformar a cualquier mortal, llevándolo a una atmosfera de lo real/imaginario (Zegers, 1988, p.5 ).

Sainz se pregunta si “¿Se puede llamar loco a quien con tanta sabiduría, elocuencia y sutileza instruye a su escudero en el lenguaje, en la historia, en la moral, en la política, en el amor, en la religión?” (Sainz, 2008, p.364).  Al salir en su primera aventura, Sancho tiene dificultad para narrar su “encuentro” con Dulcinea porque carece de imaginación y oratoria. En diversas ocasiones don Quijote lo amonesta por hacer uso de muchos refranes al hablar. Sin embargo, al regresar de su segundo viaje, su mujer observa la diferencia en la manera de hablar de su marido: “Mirad Sancho, después que os hicisteis miembro de caballero andante, habláis de tan rodeada manera, que no hay quien os entienda”. Aún el propio traductor del Quijote dudaba de la autenticidad de tal capítulo en el que Sancho hace alarde de su nuevo lenguaje:

“Al llegar a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en el habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese” (Cervantes, 2005, p.464).

Los demás notan que Sancho había dejado de ser el de antaño, pero él no se percata o no le presta importancia: “Basta que me entienda Dios mujer, que Él es el entendedor de todas las cosas, y quédese esto aquí. Y advertid hermana, que os conviene tener cuenta estos tres días con el rucio, de manera que esté para armas tomar…” (Cervantes, 2005, p.465). Además, también había dejado de ser un simple campesino y comenzaba a soñar con la fama, el honor, pero sobretodo, con las ganancias que su vida de escudero le traería. 

“Yo os digo mujer que si no pensase antes de mucho tiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto…a buena fe, que si Dios me llega a tener algo qué de gobierno, que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente que no la alcancen sino con llamarla Señoría” (Cervantes, 2005, p. 46).

Para lograrlo debía seguir sirviendo a su amo como el mejor de los escuderos. Tal es su disposición que hasta “consiente en su corazón” ser azotado para “desencantar” a Dulcinea (Cervantes, 2005, p.848). 

Al final de la vida de don Quijote, todas esas ilusiones han sido convertidas en lealtad y en amistad incomparable: Sancho ni siquiera piensa en la herencia que le ha dejado su amo. Al observar a su amigo en su lecho de muerte, lo único que Sancho anhela es que siga con vida para unírsele en su siguiente aventura. El mismo don Quijote —habiendo recobrado el sentido— reconoce su lealtad:

“Y si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de una ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le daría, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece” (Cervantes, 2005, p.862, 863).

Sainz añade que la obra más completa y eficaz la hace el maestro loco que transmite la totalidad de su locura, y no el maestro cuerdo que transmite parte de su sensatez y su sabiduría (Sainz, 2008, p.365). Sin proponérselo, don Quijote logró una obra maestra transformando a Sancho y dejándole no sólo una herencia monetaria, sino también un legado intelectual y moral de incalculable valor; además de la oportunidad de soñar y vivir una utopía. 

Más allá de la discusión sobre la cordura o enloquecimiento de don Quijote y su rebelión contra ciertas prácticas religiosas, la obra de Cervantes nos muestra también la pasión por la fantasía, por los juegos de la memoria y la “dulce ilusión” que provoca la épica historia del gran don Quijote.

Si tu razón de ser fue tu locura,

Bien hiciste en morirte de tristeza

Cuando el fin de tu ultima proeza

Te devolvió a la paz y a la cordura.

-Ángel Lázaro

                     


Leah Chirinos-Alemán, Honduras, Centroamérica. Es PhD en literatura hispana por la Universidad de California, Santa Bárbara. Sus intereses radican en la literatura   peninsular del Siglo de Oro, así como la literatura del siglo XX. Actualmente se desempeña como profesora de español en Lehigh University y Moravian College en Bethlehem, Pensilvania.

Bibliografía

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*De Cervantes Saavedra, Miguel (2005). Don Quijote de la Mancha. Newark, DE: Cervantes & Co.

*Del Río, Ángel (1959). La Profesión de Don Quijote.  University of Pennsylvania Press, 25.1, 97-99.     

*Lázaro, Ángel (1940). Antología Poética. La Habana, LH.

*Muñoz Iglesias, Salvador (1989). Lo Religioso en el Quijote. Salamanca, CL: KADMOS, S.C.L.

*Olivera, Otto (1961). Don Quijote, El Caballero de la Angustia. American Association of Spanish and Portuguese, 3, 441-44. Obtenido de la base de datos de JSTOR.

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*Ugarte, Francisco (1951). Unamuno y el Quijotismo. Blackwell Publishing on behalf of the National Federation of Modern Language Teachers Associations, 35.1, 18-23. Obtenido de la base de datos de JSTOR.

*Vilanova, Antonio (1989). Erasmo y Cervantes. Barcelona, C.: Lumen.

*Zegers, Otto Dorr (1988). Delirio y Racionalidad. Revista Chilena de Neurosiquiatra, 26, 3-113.  Obtenido de la base de datos WorldCat.

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