¡PARA TODO LO DEMÁS…!

EGO24 septiembre, 2018

¿Ha escuchado usted el famoso dicho de que el dinero no puede comprar la felicidad?  Muchos creen que este slogan está validado científicamente ya que, en 1974, el economista Richard Eastelin estudió la relación dinero-felicidad para varios países y llegó a la conclusión de que, a partir de un cierto nivel de ingresos (unos 15.000 dólares anuales en valor de hoy), más dinero no hacía mas feliz a las personas. Ese resultado se llamó la Paradoja de Easterlin.

La supuesta existencia de esa paradoja tuvo consecuencias importantes. Por ejemplo, hizo que los psicólogos desarrollaran teorías económicas que utilizaban el concepto de ingreso relativo: yo soy más feliz, no porque gano mas en valor absoluto, sino si soy mas rico en relación con mis vecinos. Ya se sabe que el peor día en la vida de uno es aquel en que… ¡el vecino aparece con el carro que tanto deseo!

La paradoja también hizo que la ONU creara el índice de desarrollo humano que incluye salud, mortalidad infantil y educación para medir el progreso de las naciones además del PIB o ingreso per cápita que utilizan los economistas. Ese índice es peculiar porque es sabido que los países ricos tienen mejor salud, más educación y una mortalidad infantil menor, precisamente porque todo eso cuesta dinero

En mi opinión, las conclusiones de Easterlin siempre fueron mal interpretadas. Porque una cosa es demostrar que una relación estadística no existe y otra muy distinta es no poder demostrar que existe. Y Easterlin no probó que no había relación entre renta y felicidad a partir de 15.000 dólares, sino que nunca pudo demostrar que existía. Entre otras cosas, el problema es que su estudio no incluía a ningún país pobre.

Sin embargo, hace poco se llevó a cabo una encuesta en 130 países, incluidos muchos pobres, donde, además de instar a los entrevistados a evaluar su felicidad poniendo un número entre 1 y 10, se les pregunta sobre diferentes aspectos relacionados con su bienestar como cuántas veces han reído, sonreído, se han sentido tristes o deprimidos durante las últimas 24 horas, o si se sienten libres, amados o respetados. Los nuevos datos han sido analizados por la Universidad de Pennsylvania y su estudio arroja resultados interesantes:

Primero, la gente de los países ricos dice ser más feliz que la de los países pobres. La correlación, de un 80%, es muy importante. Lo que sucede es que cuando se tiene dinero, se tiende a menospreciar mas éste hecho que cuando no se tiene.

Segundo, en general, a todo el mundo le produce felicidad un aumento de salario. De hecho, la relación entre felicidad y prosperidad no sólo no se detiene, sino que se acentúa a partir de los 15,000 dólares.

Tercero, dentro de cada país, la gente rica es más feliz que la pobre.

Cuarto, la felicidad de casi todos los países aumenta con el paso del tiempo. Hay excepciones como Bélgica, cuya felicidad ha decrecido y Japón, donde la felicidad se estancó en 1990 a raíz de la profunda crisis económica que todavía no ha superado.

Quinto, en los países ricos hay más gente que dice haber reído o sonreído en las últimas 24 horas y hay menos gente que dice haber experimentado dolor, depresión, aburrimiento o enfado.

Conclusión: la paradoja de Easterlin no existe. Y eso no debería ser una sorpresa: cualquier analista razonable debería haber concluido que, cuando 6.000 millones de personas trabajan duramente para mejorar su situación económica y un sabio les dice que son tontos porque su esfuerzo no les va a reportar más felicidad, tarde o temprano se demuestra que los tontos no son los ciudadanos.

Finalmente, los ingresos no están correlacionados con el amor. Parece que el dinero compra casi todo lo que genera felicidad, desde comida a educación pasando por salud, libertad, cultura, viajes, sexo o matrimonio, pero no puede comprar el amor. Vistos los resultados del estudio, sin embargo, el amor sólo debe representar una pequeña parte del bienestar. Si no, no existiría esa relación tan fuerte entre dinero y felicidad.

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