EL RODAR DE LOS SEGUNDOS | CAPITULO 1

ALG11 septiembre, 2018

CAMBIAR LA HISTORIA

Seguramente había estado deprimido antes, cuando murió mi madre a mis doce años y mi padre me mandó a vivir con una tía malhumorada, en aquella casa sombría de cortinas cerradas y olor a moho, rodeado de imágenes religiosas y pesadillas del Apocalipsis; o cuando una chica me dejó en la universidad argumentando nuestras personalidades incompatibles, luego de acostarse con mi mejor amigo, después que le supliqué siguiera conmigo, que estaba dispuesto a soportar de ella lo que fuera. Pero cuando construyo la imagen del mundo como una inmensa masa gelatinosa que te atrapa de pies a cabeza y te impide moverte y avanzas como bajo un agua verdosa y hedionda, o peleas por salir de una trampa de arena y mientras más pataleas más te hundes, lo hago para explicar el agujero en donde me encontraba: inédito, único en mi vida.

Yo sabía que debía hacer algo, cualquier cosa, y buscaba hacerme de un haz que me permitiera salir, respirar con todos los pulmones. En la esquina un grupo de personas se agrupaban viendo a un viejo que agonizaba boca arriba sobre el pavimento. Yo me acerqué y vi su rostro, era un hombre blanco con el pelo gris, de piel arrugada y nariz roja por el frío; llegaron varios agentes de policía que tomaron los signos vitales, dispersaron a los curiosos y confirmaron por sus radio transmisores la muerte de aquel hombre. Después llegó la ambulancia halando un silencio de carroza fúnebre, tomaron unos apuntes sin mucha atención y subieron el cuerpo en la ambulancia, perdiéndose luego en el barullo habitual de la avenida. Yo me retiré, buscando olvidar la imagen de aquel hombre tendido en el suelo. Fui a desayunar a un restaurante, pedí un café y mientras me servían encontré la señal que estaba buscando, al abrir el diario y ver el anuncio:

“SE NECESITAN: hombres de 21 a 40 años, preferibles solteros, con estudios universitarios en Historia o humanidades, buen aspecto, para trabajo muy bien pagado, con viajes al extranjero. Preséntense en las instalaciones de TLCo”.

Sin una idea clara de aquella oferta de trabajo me limpié, me alisté con mi mejor ropa y me apersoné a las oficinas ubicadas en el Down Town de Manhattan. No sabía yo lo que allí me esperaba.

En el lobbie de aquel lujoso edificio habían unas 50 personas, todos seriamente vestidos, evitando el contacto de mirada, esperando no ser reconocidos, que ser desempleado en Estados Unidos está cargado con el estigma del fracaso. Entraban y salían de la entrevista sin ninguna expresión en el rostro, como quien sale de un ascensor y se dirige a la salida.

Me anuncié con la joven recepcionista indicándole que venía por el anuncio del diario y ella me señaló con el dedo un punto imaginario en la sala de espera.

-Tome un número –dijo, sin levantar la vista del teclado.

Vi sus uñas violetas, su rostro fino y la nariz respingada que le daba cierta belleza de vendedora de bebida energética. Me senté. Junto a mí había un joven con el rostro recién rasurado y el pelo corto; tenía una cicatriz que le cubría desde la sien hasta el mentón derecho, en sus manos un folder amarillo, la suela de sus zapatos estaban tan limpias, que por un momento imaginé que él caminaba siempre sobre alfombras.

-Debe ser un veterano de Afganistán –me dije, y pensé en el doctor Watson de Sir Arthur Conan Doyle.

Un par de horas después llegó mi turno.

-¿Thompson? –dijo una guapa joven desde la puerta, como quien llama para una extracción molar.

Thompson es mi nombre.

-Soy yo –dije. Y me levanté tomando los papeles que cargaba conmigo.

-Sígame por favor.

Adentro el edificio era amplio, los pisos de mármol y las paredes altas le daban cierta opulencia de sucursal bancaria, la luz reflejada en trazos duros me recordaba un cuadro Art déco de Tamara de Lempicka y el sonido de mis pasos me hacía pensar en la catedral de San Patricio. Seguí con la vista la línea de las medias de la joven que me guiaba, ascendiendo por su trasero que bailaba al paso de sus tacones, hasta que se detuvo frente a una puerta sin marcas.

-Pase adelante y póngase cómodo –me dijo abriendo la puerta.

-¿No necesita mi curriculum? –pregunté, extendiendo el sobre con mis documentos.

La joven tomó el sobre sin prestarle mayor importancia y cerró la puerta en mi cara.

La habitación era estrecha y con una sobriedad de quirófano, dos sillones blanco y una pequeña mesa frente a un enorme espejo que adiviné era un reflectasol que ocultaba un salón lleno de gente observándome. Tenía la sensación de estar en un interrogatorio policial. Me senté y vi las paredes blancas de aquella sala, la luz fluorescente del techo que chillaba desesperante.

Minutos después entró un hombre, era blanco y delgado, sus manos suaves y largas como de pianista, llevaba un saco negro ajustado, el cabello corto y gris resaltaba un rostro carente de arrugas.

-¿Thompson? –me dijo viendo los documentos en el folder que yo le había entregado a la chica.

-Si señor –dije, poniéndome de pie.

-Tome asiento por favor.

En mi vida he tenido muy poca experiencia con entrevistas de trabajo. Después de terminados los estudios universitarios me ofrecieron el puesto de profesor asociado de Historia en el Bronx Community College y desde entonces no había tenido que bailar esa danza humillante del sin empleo.

-Yo soy Gordon –me dijo el hombre que me entrevistaba-, nos alegra mucho que haya venido. Debe saber que he realizado esta entrevista muchas veces y el resultado es casi siempre el mismo, TLCo cuenta con una estrategia de reclutamiento infalible que permite reconocer, después de esta primera entrevista, quien logrará conformar equipo con nosotros y quien no. Es casi como si los identificáramos antes de nacer.

-Aja –dije sin comprender.

-Necesitaremos hacerle algunos exámenes físicos que nos permitirá conocer su estado de salud, mientras podrá llenar unos formularios para complementar su información personal.

-¿De qué se trata el trabajo? –pregunté, viendo el espejo frío en la pared.

Gordon me pasó un formulario membretado con una serie de preguntas de lo más variada, desde hábitos personales hasta historia familiar.

-Llene primero este formulario y luego le haremos los exámenes.

Después le llevaron a un salón con una caminadora en el centro y varios técnicos vestidos de blanco que inmediatamente procedieron a instalar una serie de cables y censores por todos mi cuerpo: en las sienes, en el pecho, en la espalda y en las muñecas. Me hicieron andar por la caminadora acelerando y bajando el paso según la programación que habían puesto a la máquina. Al terminar, Gordon se acercó a mi nuevamente y me extendió mi ropa.

-TLCo es una empresa que hace consultorías a distintos gobiernos del mundo en materia de seguridad y cambio social –dijo-, Asesoramos a dignatarios y líderes de todo el mundo para impulsar las políticas que mejor convienen en el desarrollo de sus países.

-¿Cómo Blackwater? –pregunté mientras me vestía.

-No exactamente –dijo Gordon sin alterarse-, ellos son mercenarios contratados para hacer la guerra, nosotros somos una empresa contratada para cambiar la historia.

-No entiendo –dije confundido-, ¿cambiar la historia, cómo?

-Tal como se escucha. Nuestro servicio no se limita únicamente en asesorar a los gobiernos del mundo entero, sino en cualquier momento: viajamos por el tiempo.

-¿Tiempo? –pregunté viendo a las paredes de la sala-, ¿es esto una broma?

-De ninguna manera señor Thompson, somos una empresa real, aunque como usted comprenderá, manejamos nuestra existencia dentro del más rigoroso secreto. En algún momento quisimos construir una imagen pública de TLCo y el resultado fue desastroso. La paranoia se apoderó de todos los gobernantes del mundo que intentaron hacerse de nuestra tecnología con el único fin de construir sus propios imperios, desembocando en una guerra sin precedentes para la humanidad. Afortunadamente los Aliados vencieron esa guerra y la patente se mantuvo en nuestro control, pero fue necesario hacer algunos cambios en la línea del tiempo para que nada de eso ocurriera. Si usted me lo permite, podré explicarle con un lenguaje sencillo como funcionamos.

-Pero si quieren mantenerse en secreto –pregunté inseguro-, ¿porqué me está contando todo esto en la primera entrevista?

-Porque ya sabemos que usted aceptará trabajar con nosotros, está en los libros de Historia. Permítame confesarle que su misión es objeto de estudio en nuestras academias. Es usted, señor Thompson, toda una institución en TLCo.

-¿Lo soy? –pregunté incrédulo, viendo mi reflejo en el espejo.

-Si señor, ahora sígame por favor.

-¿Y toda esa gente afuera que vino para la entrevista?

-¿Ellos? No se preocupe, no tienen ni idea de nuestra empresa. Ellos solamente respondieron a una entrevista de trabajo y en su mayoría saldrán pensando que fueron rechazados. El anuncio en el diario lo pusimos para usted. Sabíamos que lo engancharía. Sígame por favor.

Gordon salió del salón, yo me levanté con prisa para alcanzarlo. No comprendía nada de lo que aquel hombre me decía y hasta el momento estaba seguro que aquello era una broma de mal gusto.

“En algún momento aparecerán las cámaras de televisión y los aplausos del público” –pensé.

-¿O sea que ustedes saben que aceptaré el trabajo? –pregunté al alcanzar a Gordon.

-Estamos seguros en un 99%

-¿99?

-Sí. En una ocasión usted decidió no aceptar el trabajo, nos sorprendió mucho la verdad, pero a los días volvió y pidió ser contratado, así que eso nos deja solo un 99% de probabilidades, sino un 100.

-¿Cómo así? No entiendo.

-Permítame, ahora le explico.

Caminamos por el pasillo hasta un elevador, luego bajamos 3 pisos hasta un laboratorio resplandeciente repleto de computadoras y gente concentrada en sus monitores.

-Esta es nuestra sala de control –dijo Gordon-, desde acá manejamos la mayor base de datos de la humanidad, conectada a una veintena de oficinas alrededor del mundo. Nuestro trabajo es revisar la historia, libros, periódicos, revistas y blogs que nos indiquen cualquier cambio en el espacio tiempo. Es como cuando uno publica un artículo en un blog y luego entra y lo cambia. Cuando lector entra al blog encontrará el ultimo cambio, pero en el servidor se encuentran almacenadas todas las versiones de esa entrada. Este edificio es ese servidor y los blogs que revisamos son los documentos históricos de toda la humanidad. Guardamos cada copia publicada y buscamos aquellas que por alguna u otra razón han sido alteradas.

-¿Los guardan aquí? –pregunté viendo las lámparas fluorescentes de aquel salón.

-Por supuesto que no, sería demasiado. Esta es solo una de las terminales de la base de datos. Hay otras en otros países del mundo y los documentos se almacenan en una biblioteca subterránea en el Sahara.

-¿Alejandría? –adiviné.

-Así es. Nuestra empresa comenzó a trabajar en el siglo XX, fundada por Ludwig Flamm, un físico austríaco que en 1914 descubrió la teoría del agujero de gusano que explica que es posible viajar por el tiempo.

Gordon presionó unas teclas en el computador de una sala de conferencias y al momento se iluminó un reflector sobre la mesa dando lugar a varias imágenes y diagramas matemáticos.

Gordon continuó:

-Es algo así como el gusano que se come el interior de la manzana y hace un túnel para pasar de un lado al otro, la distancia que hay entre un lado y el otro de la manzana es menor si se pasa por el agujero, que si se recorre desde el exterior. La cáscara de la manzana es el tiempo que conocemos y el agujero que abrió el gusano, es nuestro tiempo. Nosotros viajamos a través del tiempo y hacemos las acciones necesarias para cambiar el curso de la historia.

-Disculpe -dije confundido-, no entiendo lo que usted me está diciendo. ¡Esto no tiene ningún sentido!

-Si que lo tiene señor Thompson.

Gordon tecleó en el ordenador y la imagen de un hombre apareció sobre la mesa de conferencias.

-Este que está aquí, es Ludwing Flamm. En 1953 él logró construir el primer transportador temporal, en aquel momento con tecnología muy rudimentaria que solo le permitía viajar al futuro. A ese momento le llamamos el año 0.

El diagrama de una cápsula de metal parecido a un submarino del tamaño de un automóvil apareció en la pantalla.

-Básicamente el transportador temporal es un agujero de gusano que construye un camino corto entre un momento y otro. Como ya le dije anteriormente, solo era posible viajar al futuro del año 0, eso porque para llegar al momento deseado se necesitaba que el mismo transportador exista en ese tiempo. Es como un elevador, usted no puede subir a un elevador y llegar a las escaleras del décimo piso, si ese piso no existe. O a lo menos no pensábamos que se podía.

La imagen de otro hombre apareció en la pantalla.

-Este es Mason Hamstat, originalmente uno de los ingenieros más importantes de la compañía. Él, junto a Flamm lograron construir con trasportador sin cabina que nos permitiría viajar hasta el año menos 50.

-¿Menos cincuenta? –pregunté.

-Ese es 1903.

-¿Porqué ese año?

-Porque ese año Flamm desarrolló una serie de circuitos rudimentarios que son la base de los transportadores.

El diagrama de una serie de cables y transmisores de radio construidos sobre un cubo de metal aparecieron en la pantalla, luego estos fueron sustituidos por la cabina del transportador temporal altamente desarrollada.

-¿Está diciéndome que Flamm y el Hamstat ese, construyeron esto en 1953? –señalé al diagrama de la pantalla.

-O no, en el año 0 se desarrolló solamente el primer viaje temporal y fue muy corto, apenas unos minutos, pero luego lo repitió y perfeccionó hasta transportarse 400 años en el futuro, donde conoció a Hamstat y con él construyó la última versión del trasportador. El TT-1 (como le llamamos a esa primera cabina de Flamm) es para el TT-300, lo que el De Dion es, para un Porsche moderno.

Yo guardé silencio viendo los diagramas en la pantalla, todo aquello me parecía tan fantástico que me costaba comprenderlo.

-¿Alguna pregunta señor Thompson? –preguntó Gordon como adivinando mis pensamientos.

-Supongo que sí, muchas –dije sin apartar la vista de los diagramas-. ¿Si ustedes viajan al pasado para cambiar la historia, porque no cambiaron el curso de los acontecimientos que provocaron la primera guerra mundial y la segunda y todas esas tragedias del siglo XX?

-Oh sí lo hemos hecho señor Thompson y muchas veces. ¿Recuerda usted quien fue Gavrilo Princip?

-¿El que mató al archiduque Francisco Fernando de Austria?

-El mismo. Pues en el desarrollo original de la historia el archiduque tomaba posesión de la corona del imperio Austrohúngaro en 1916 y luego iniciaba una serie de guerras de conquista napoleónicas sobre Europa llegando a controlar todo el continente en 1924. Estados Unidos y Gran Bretaña le hicieron la guerra ese año pero fueron derrotados luego de la invasión del Zar Alexis de Rusia en 1928.

-¿Y la revolución Bolchevique de 1917?

-Nunca ocurrió. Cuando el archiduque Fernando se hizo con la corona de Emperador se alió al reino ruso aplastando la insurrección. Vea esta imagen…

En la pantalla apareció la fotografía de cuatro hombres colgados en un cadalso, Gordon presionó unas teclas que permitió acercar la imagen hasta mostrar el rostro de los ejecutados.

-¿Ese es Lennin? –dije sorprendido.

-Así es, este que ve a la derecha es Vladimir Ilich también conocido en nuestro tiempo como Lennin, el de la derecha el Leon Trostky y este de aquí es Zinovied.

-¿Y el cuarto? Pregunté viendo el rostro de un joven.

-Ese es Nikita Jrushchov, que como puede ver era muy joven aun pero ya se perfilaba como un líder de la revolución.

-¿Y Stalin?

-Stalin no aparece –dijo Gordon cambiando la imagen de la pantalla-. Posiblemente murió de alguna enfermedad o desapareció con las miles de víctimas que trajo la guerra. La cosa es que un grupo de amerikanos nos contactaron décadas después para cambiar esa parte de la historia y nuestras ecuaciones nos indicaron que el acontecimiento más importante a desarrollar sería la muerte del archiduque antes de tomar posesión del trono, un punto de giro digamos, enviamos un agente para conformar la organización mano negra, que sería después la que reclutaría a Gavrilo Princip que luego mataría a Francisco Fernando y su esposa Sofía.

-Y comenzaría la primera guerra mundial.

-Sí, y los aliados ganarían.

-A costa de 10 millones de vidas –dije.

-Salvando millones más –agregó con un tono firme-, la guerra de conquista del Emperador Austrohúngaro y el Zar Alexis dejaría sólo en América cerca de 20 millones de muertos. Lo que hicimos fue reducir ese número y pasarlos al otro lado del atlántico.

-¿O sea que todos esos pasados que ustedes alteran existen en un universo paralelo al nuestro?

-No. No existen porque no ocurrieron. El presente solo es uno, este que estamos viviendo.

-¿Pero al cambiar el pasado cambiamos el presente no?

-Claro.

-Y en ese pasado del emperador Fernando y el Zar Alexis, también existe Framm.

-Así es y también logró desarrollar el TT-1, con pequeñas variaciones claro está, en ese paralelo las dificultades para desarrollar la ciencia eran más complejas. En materia de desarrollo del pensamiento, la humanidad funciona como una corriente de agua tan poderosa que incluso, los intentos más radicales serán inútiles para detener su curso. Por ejemplo, poco importa si alguien hubiera detenido a Cristóbal Colón al descubrir America, alguien más lo habría hecho luego y el resultado sería más o menos igual. Usted y yo, podemos morir en este mismo instante o dentro de cincuenta años en un accidente aéreo, pero la muerte es inevitable.

-¿Y Hittler? –pregunté.

-¿Qué de él? –dijo tecleando en el computador.

-¿Porqué no intentan matarlo?

-Porque la segunda guerra mundial es la continuación de la primera. Al cambiar nosotros el curso de la historia, le dimos la victoria a los aliados, pero la guerra no estaba concluida. Las fuerzas que empujaron a la expansión austrohúngara seguían allí, los nazis no hicieron sino dejarse llevar por ella. Además, somos una empresa mercantil y solo funcionamos cuando alguien nos paga. Ahora, si me permite le explicaré en que consistirá su trabajo –dijo.

Yo asentí con la cabeza sin saber cómo responder. Todo aquello me parecía una locura, pero me fascinaba. En la pantalla volvió a aparecer la imagen de Mason Hamstat.

-Como ya le dije antes, este es Mason Hamstat, el asistente de Framm en el desarrollo de la tecnología del TT-300. Al morir Framm quedó él como director de desarrollo, hasta que un día desapareció. Pensamos en un inicio que había decidido retirarse, pero luego descubrimos esto:

En la pantalla apareció la fotografía en daguerrotipo de un grupo de hombres, por la apariencia pude ver que se trataba de una imagen tomada a principios del siglo XX y por el rostro de los hombres deduje que era en algún lugar de Suramérica.

-Esta foto la identificamos en un libro de historia de Centroamérica. Fue tomada en Tegucigalpa 1903 por un fotógrafo norteamericano que andaba por la zona. Este era el Estado Mayor del General –dijo buscando el nombre entre sus apuntes- Manuel Bonilla. Ahora si mira a su lado…

La imagen de la fotografía se acercó hasta definir claramente a Hamstat, vestido de blanco y sonriente, viendo a la cámara, victorioso.

-¿Ese es Hamstat? –pregunté.

-Así es –dijo Gordon-. Según parece Hamstat se transportó hasta 1903 y luego, aun no comprendemos porqué, hasta Honduras en donde se sumó al ejército del General ese.

-¿Y qué hace allí, o qué hacía mejor dicho?

-No lo sabemos. Hemos revisado todos los libros de historia de ese país y con excepción quizá del 2009 no hay ningún indicio que nos marque un cambio sustancial en el desarrollo de los acontecimientos.

-¿2009? -Pregunté.

-Ah si, tenemos razones para pensar que el último Golpe de Estado en ese país fue producto de un agente a temporal, pero aun estamos investigando quién y por qué. Pero lo que importa ahora es concentrarse en Hamstat, que en Honduras se hizo llamar como Lee Christmas.

-¿Christmas? –pregunté.

-Gracioso no. Lo que averiguamos es que ese es el nombre de uno de los personajes de la película The Expendables de Stallone. ¿Le gustan a usted las películas de acción señor Thompson?

-No particularmente –dije.

-Pues parece ser que Hamstat tomó a ese personaje para basar su identidad.

-¿Y ustedes quieren que yo vaya y lo busque?

-Así es. Como le dije al inicio, usted tiene una reputación impecable en esta empresa, o mejor dicho, tendrá una reputación impecable y nadie mejor que usted para este trabajo.

-Supongo que no puedo negarme –comenté.

-Digamos que es su destino señor Thompson. Usted nació para este trabajo.

Guardé silencio tratando de ordenar mis pensamientos. Era quizá el cambio que necesitaba para hacer de mi vida algo digno de existir. Levanté la vista y vi el rostro sonriente de Gordon que me extendía su mano.

-Bienvenido a bordo señor Thompson –dijo.

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