EL JUMENTO AMBICIOSO

ALG27 julio, 2018

Del Libro «Fábulas» de Luis Andrés Zúniga.

Cierta noche un jumento pacía bajo una arboleda, al borde de una fuente. El agua hacía sonar cadenciosamente su música fugitiva, mientras la luna llena, dueña del cielo, derramaba copiosamente sobre los cambios su luz argentada. De pronto un ruiseñor fue a posarse sobre una rama y empezó a entonar el mejor de sus trinos. el canto era tan fino, tan sugestivo, tan amoroso, que, como para hacer más grandiosa la música, la vida de aquel bosque lleno de claridades, parecía en suspensión. El jumento quedó maravillado ante el divino canto. Sintió en su corazón algo como deseo de amar, sintió una impresión dulcísima, al modo de esa que sentimos cuando encontramos por fin un camino ansiosamente buscado.

He aquí mi camino, pensó el jumento; éste que canta es poeta y músico; yo no podré ser músico, pero seré poeta. Y desde el siguiente día empezó a estudiar retórica y gramática. Cuando se creyó buen armado de valiosas reglas, empezó a escribir. Escribió una poesía en la que trabajó de modo penosísimo. Como le había costado tanto, pensé que era magnífica, y lleno de orgullo, fue a ver a su primo, el mulo, para enseñársela.

¡Primo!, le dijo alborozado, he escrito una linda poesía.

El mulo hizo un gesto de sorpresa y le dirigió una mirada de incredulidad.

Voy a leerla, agregó el jumento, y de un tirón rebuznó las estrofas.

Yo creo que vas extraviado, dijo el mulo. Esos versos están malos, porque no tienen sentimiento. ¿Y quién te indujo a hacer eso? Nosotros no servimos para tales cosas.

Tu no entiendes nada de poesía, repuso el jumento. Careces de preparación literaria, por lo que tu juicio tiene un valor puramente negativo.

Si quieres, balbució el mulo, podemos ir a ver al búho, que es doctor en letras, y verás que su juicio no se apartará mucho del mío.

Fueron los dos primos a casa del doctor. Lo encontraron en su gabinete escribiendo un capítulo de su gran obra titulada: ¿A cuál de los árboles de la flora actual, corresponde el árbol del Paraíso que produjo la manzana del pecado? El doctor dejó la pluma y los recibió cortésmente.

Venimos, señor doctor, dijo el jumento, a recabar su autorizada opinión acerca de una poesía que he escrito. La hice en un momento. Se titula: «A una amiga». Es pequeña, pero, como dejo dicho, la hice en un momento.

Lo del tiempo es lo de menos, dijo el búho en tono doctoral. El caso es que el poema sea bueno. Y, después de todo, las piezas más repujadas son las mejores, porque toda obra de improvisación está llena de irregularidades y lagunas. Puede usted darle lectura.

El jumento rebuznó con calor sus estrofas, subrayando los vocablos que consideraba más poéticos, y después le preguntó:

¿Qué le parece mi poesía?

Mis juicios son siempre rectos como los de Alcestes, dijo el búho. Puede usted estar seturo de que sus versos no tienen mérito.

¿Así es que usted no cree que yo sea poeta?

Yo creo que usted no es poeta, murmuró el búho. Todos nacemos para hacer algo. Cada uno de nosotros tienen una cualidad con la que puede triunfar. El topo nació para minero; el castor para arquitecto; el ruiseñor para cantar. Ninguno de ellos es capaz de hacer lo que los otros.

Y dígame usted, doctor, dijo el jumento, ¿podría yo ser escritor?

Ser buen escritor es tan difícil como ser buen poeta, contestó el búho. Y tal vez más difícil, pues la poesía se exige solamente emoción e imágenes, y en la prosa se exige pensamiento.

¿Y cree usted que pudiera yo siquiera ser filósofo?

Ah, mi buen amigo, dijo el búho sonriendo, eso es lo más difícil de todo, pues para ser filósofo es preciso ser sabio. Y ya ve usted que para adquirir sabiduría…

Además, dijo el mulo, riéndose, según he sabido, para ser sabio necesita estudiar, y éste no podría serlo porque es un poco haragán.

El jumento hizo un gesto de impaciencia y le dirigió una mirada de reproche, luego dijo:

Y bien doctor, ¿para qué cree usted que he nacido yo?

¡Para la carga!, sentenció el búho.

Entonces el mulo, con la boca llena de risa, exclamó: Eso es lo mismo que yo le digo, él no quiere creerlo…

El asno, entonces, en un impulso de cólera irreflexiva, dirigió sus partes posteriores hacia el mulo, y le asestó dos patadas. El búho hizo un gesto de reprobación por la conducta poco respetuosa del jumento, pero no dijo nada. Los visitantes se despidieron, y el doctor quedó escribiendo.

El jumento, a pesar de todo, rebuzna de vez en cuando una que otra estrofa, y lo hace más frecuentemente en la estación de sus amores.

***

Con frecuencia nos equivocamos de camino, muchos que habrían podido hacerse ricos y famosos con cierta profesión, languidecen como unidades mediocres cultivando otras que no es la suya. Vale más un zapatero notable que un mal poeta; ¡y tal vez este poeta hubiera podido ser un talentoso industrial!

Ulises recomendaba a sus tripulantes que se taparan con cera los oídos para que no los cautivasen las sirenas. Las bellas artes y las letras son sirenas que embelesan a todos con sus cantos; pero sólo a unos pocos les ofrecen el don de sus melodías; a otros, los ahogan.

Luis Andrés Zúniga

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Luis Andrés Zúñiga nació en la ciudad de Comayagüela en el año de 1878. Estudió derecho en la Universidad Central de Honduras (actual UNAH) y se especializó en criminología en la Universidad de la Sorbona, Francia.

Durante su estancia en París fue secretario de Rubén Darío cuando este dirigía la revista Mundial Magazine, en la cual colaboró.

En Honduras formó parte del segundo y tercer círculo de intelectuales La Juventud Hondureña y Ateneo de Honduras, respectivamente. Fue director de la Biblioteca y Archivos Nacionales. Dirigió las revistas Semana Ilustrada, Germinal y Ateneo de Honduras, de la cual fue cofundador junto con Rafael Heliodoro Valle, FroylánTurcios y Salatiel Rosales.

Como diplomático, representó a Honduras en El Salvador y llegó a ser subsecretario de relaciones exteriores.

En 1914, su obra dramática Los Conspiradores fue premiada y escogida para inaugurar el Teatro Nacional de Tegucigalpa (actual Manuel Bonilla), en 1916. Además de teatro, escribió poesía, siendo su poema mejor laureado Águilas Conquistadoras, y con su obra El Banquete, incursionó en la prosa.

En 1951 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”, siendo el primer hondureño en recibirlo.

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