La llegada de la misión exploratoria para el diálogo nacional de la Organización de las Naciones Unidas ha sido un evento que ha cambiado el panorama de la crisis política en Honduras. Además de plantear una posible oportunidad de conciliación para los actores políticos más importantes de las elecciones del 2017, este pre-diálogo concertado por las Naciones Unidas ha revelado una trama política que hasta entonces permanecía oculta ante la población en general.
La primera revelación que la entrada en juego de la misión exploratoria de la ONU puso de manifiesto fue el notable acercamiento entre Salvador Nasralla, candidato presidencial de la alianza entre los partidos PINU-SD y Libertad y Refundación -pero, en términos prácticos, un actor político independiente tras su abandono del Partido Anticorrupción-, y Luis Zelaya, la apuesta presidencial a un «outsider» del Partido Liberal de Honduras. Durante la campaña presidencial, ambos candidatos intercambiaron ataques de baja intensidad, pero tras las elecciones generales del 2017 y luego que Luis Zelaya -a título personal- reconociera la victoria electoral de Salvador Nasralla, se abrió un canal de comunicación y entendimientos entre ambos presidenciables. Salvador Nasralla, en enero del presente año, manifestó, luego del comunicado del Departamento de Estado reconociendo a Juan Orlando Hernández como presidente de Honduras, que estaba trabajando en un Frente Nacional Democrático Anticorrupción, donde tendrían cabida diferentes actores políticos que le extendieron su apoyo en la crisis política, y en sus declaraciones aludió al Partido Liberal y personajes afines a Luis Zelaya. Este proyecto, sin embargo, pronto desapareció del discurso de Nasralla. Posteriormente, durante la campaña mediática de la MACCIH al respecto de los casos de investigación a varios diputados por la irregular reforma a la Ley General de Presupuesto, Salvador Nasralla y Luis Zelaya se presentaron juntos al plantón en apoyo a la misión. Lo mismo ocurrió en la primera reunión de pre-diálogo con la ONU, dejando más que claro que existe una comunicación y una intención conjunta entre los ex presidenciables de presentar sus demandas como un frente común ante la misión de la ONU.

La segunda revelación es la distancia entre las posiciones de Salvador Nasralla y Manuel Zelaya, coordinador general de la alianza partidaria que colocó a Nasralla como candidato presidencial, distancia que podría interpretarse como fricción o división entre ambas figuras. Las diferencias de criterio entre ambos políticos era un tema que se manifestó en diversas ocasiones durante la campaña electoral, donde Salvador Nasralla intentó, en varias ocasiones a través de declaraciones a los medios de comunicación, separar su imagen de la de Manuel Zelaya, y reafirmar su autoridad llegado el caso de su triunfo electoral, pero el candidato, tras reuniones con la coordinación general, se retractó en diferentes ocasiones de estas declaraciones. Llegada la crisis suscitada luego de las elecciones generales del 2017, Salvador Nasralla y Manuel Zelaya se mantuvieron unidos en el reclamo de un escrutinio limpio y de una declaratoria electoral favorable a la Alianza de Oposición, pero en enero del presente año, tras el comunicado del Departamento de Estado y las declaraciones de Salvador Nasralla donde afirmaba que la Alianza de Oposición quedaba destruida y que estaba trabajando en otro proyecto político, la distancia entre Manuel Zelaya y Salvador Nasralla se ha ido acrecentando constantemente.
Manuel Zelaya se ha mostrado altamente desconfiado de todos los organismos internacionales que enviaron sus misiones de observación electoral y otras delegaciones para analizar el tema del resultado de las elecciones generales de Honduras. Si bien es cierto que su análisis al respecto de la participación de los organismos internacionales en la crisis política es correcto -ningún organismo internacional a los que está suscrito nuestro país tiene la potestad de obligar al gobierno de Honduras a repetir las elecciones o colocar a Salvador Nasralla en la presidencia- lo que su actitud respecto a la participación de Nasralla revela es que el objetivo de las acciones de Manuel Zelaya, desde enero del presente año, es relegar a Salvador Nasralla a una figura secundaria y eventualmente restar relevancia a su figura como político. El antagonismo de Manuel Zelaya y sus más cercanos seguidores a la participación de Nasralla en reuniones con organismos internacionales responde, precisamente, a esta dinámica. Sumado a ello, las declaraciones -tanto de Nasralla como de Zelaya- hacia la población indignada, orientadas a bajar el nivel del conflicto y desmovilizar a los colectivos locales ha jugado un papel importante en esta dinámica. El ejemplo más claro es el paro nacional convocado para la semana previa a los actos de toma de poder presidencial. Cambios de horarios a última hora, cambios de lugares de reunión, y la ausencia de Salvador Nasralla, quien en ningún momento del paro desatendió sus actividades laborales, generaron una desmoralización en la población hondureña, que culminó con la rápida represión y disolución de la marcha que la oposición convocó el día de la toma de poder, mientras en el Estadio Nacional Tiburcio Carías Andino la ceremonia se desarrolló según el itinerario.

El juego público de las diferencias de criterio a lo interno de la Alianza de Oposición beneficia a otro actor político: al presidente Juan Orlando Hernández, quien mantuvo un bajo nivel de confrontación mediática hasta después de la toma de poder presidencial. Tras la ceremonia de investidura, Juan Orlando Hernández ha mantenido una postura en la que reconoce que un diálogo es necesario, pero al mismo tiempo acusó a la oposición de utilizar la influencia de las maras y pandillas en la zona norte del país para modificar los resultados en favor de Nasralla, al tiempo que pidió una investigación sobre ese tema. Hernández, quien desde 2016 ha bajado el nivel de agresividad de sus declaraciones contra sus opositores, ha dejado la confrontación en manos de sus colaboradores más cercanos, como es el caso de Ebal Díaz, secretario de la presidencia, quien es el designado del gobierno en las reuniones de pre-diálogo con la ONU. Díaz ha venido confrontando a los actores políticos nacionales e internacionales desde la campaña electoral, culminando en un altercado vía Twitter con el Secretario General de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, luego de que éste solicitara un nuevo proceso electoral en Honduras. El actual secretario de la presidencia alabó recientemente a Salvador Nasralla, luego de que éste declarara vía Twitter que el diálogo era urgente.
Hasta el momento, han habido tres reuniones de pre-diálogo con la misión de la ONU, la última de las cuales se realizó el día de ayer, y donde las partes acordaron «promover las iniciativas legislativas que sean necesarias para dotar con fuerza de ley vinculante las resoluciones y decisiones que hayan sido acordadas en el marco del diálogo bajo la mediación de las Naciones Unidas.» Esta nueva resolución cambia el panorama político hasta el momento. Previo a esta resolución, el principal argumento de Manuel Zelaya consistía en que el diálogo en el que se adentraba Salvador Nasralla no tenía carácter vinculante y que por lo tanto no lograría ningún resultado. Este nuevo acontecimiento efectivamente relega a Manuel Zelaya a un segundo plano, sin restarle importancia a su figura como líder de un partido político. Este lunes, Zelaya reveló en un medio de comunicación que el representante de las Naciones Unidas, Iván Garfulic, le hizo saber que Salvador Nasralla y Luis Zelaya convocaron, a través de él y sin conocimiento de Manuel Zelaya, al gobierno de la república, y calificando a Nasralla como un traidor. Evidentemente, esta es un reacción ante la jugada que reduce su participación en la mesa de negociación, lo que permite vaticinar enfrentamientos mediáticos más fuertes entre los líderes de la alianza.

La figura de Salvador Nasralla, que hasta las primeras semanas de la crisis post-electoral gozaba de una popularidad aplastante que generaba una aceptación casi dogmática de sus declaraciones ante sus seguidores, se ha debilitado bastante en los tres primeros meses del presente año. Las constantes declaraciones sensacionalistas de Nasralla, de las que luego se retracta, las diferencias con Manuel Zelaya, cuya militancia sigue manteniendo una fuerte lealtad hacia Zelaya y siguen sus indicaciones, y un cansancio que el mismo Nasralla ha admitido en sus comunicaciones vía redes sociales han hecho mella en la popularidad mediática del presidenciable, quien no podrá recurrir a ésta para insularse del conflicto, como sucediera en el período constitucional precedente.
Las interrogantes que nos deja esta trama, a manera de conclusión, son las siguientes: ¿quiénes serán los actores que permanecerán en el ruedo político una vez concertado el diálogo? ¿Cuál será el desgaste político que sufrirán los líderes y caudillos que nos dejaron las elecciones del 2017? ¿Se mantendrán las posturas enarboladas desde el año pasado o habrán cambios? Y la última, ¿en realidad esta mesa de negociación política recuperará lo que el pueblo ha perdido con la crisis post-electoral, o simplemente tendremos un nuevo juego de concesiones y dádivas para beneficiar a las cúpulas del poder?