En Honduras producimos películas, pero no creamos cine

EGO12 enero, 2018

Por Ariel Torres Funes

El Siglo XXI ha sido el escenario para que Honduras experimente un aumento cuantitativo de sus producciones audiovisuales. Con más de 10 estrenos por año, esta cifra representa 37% de la realización anual de largometrajes de ficción a nivel centroamericano y equipara actualmente en números la producción que tuvo Colombia o Chile en 2009, dos países con más de 80 años de historia en la cinematografía.

El incremento de la producción de películas en Honduras no es singular en Latinoamérica. Las diferencias en cantidad y calidad son asimétricas, pero desde hace varios años su concentración ya no se limita a las realizaciones argentinas, brasileñas o mexicanas. Cada país produce de acuerdo a su economía, a su historia artística, a su cultura audiovisual, al tamaño de su industria, de su mercado y de sus ideales. Casos como el del filme guatemalteco Ixcanul -el cual aborda el racismo en contra de los indígenas de ese país-, que fue seleccionada en 2014 como la mejor película latinoamericana en San Sebastián y ganadora del Oso de Plata en Berlín, demuestran que la mejor vía para derribar el aislamiento mundial de los países periféricos en el ámbito audiovisual, es su calidad y autenticidad. Ixcanul es un ejemplo excepcional de estudio para todos los países de la región.

En Honduras los largometrajes de ficción sobreviven, en su mayoría, dentro de un cautiverio nacional, autodescartados por su calidad para participar en certámenes internacionales de alta o mediana categoría. Hablamos de un conjunto de producciones de corte aficionado dirigidas sobre todo al mercado interno, que pecando de maniqueo, representa para bien o para mal, el inicio moderno de la cinematografía hondureña. En otras palabras, hacemos películas para nosotros mismos.

Las películas de ficción realizadas en este siglo a nivel nacional, reflejan un resurgimiento empírico que se centra básicamente en robustecer el volumen de sus producciones, y en segundo plano, el desarrollo de su calidad técnica y artística. Este escenario abarca el documentalismo y la realización de cortometrajes, aunque éstos presentan diferencias significativas.

A pesar de sus limitantes, la producción de películas resalta en medio del ostracismo cultural y artístico que impera en el país (donde hay excepciones como los esfuerzos realizados en el teatro y en el arte contemporáneo). Hay diversos factores relacionados entre sí, que lo explican, como: la globalización de las innovaciones técnicas y tecnológicas (que posibilitan una reducción en los costos de producción) en la época de la digitalización, la creciente formación y especialización académica de los recursos humanos, avances en la profesionalización de la cadena de la producción cinematográfica, el uso de nuevas plataformas de distribución y exhibición, y a su relativa rentabilidad.

Junto a los elementos anteriores, hay actores que inciden en el crecimiento de su volumen, como es la apuesta económica de la empresa privada en el financiamiento de los proyectos, el interés del Estado y las iglesias para la realización de películas propagandísticas o evangelizadoras, el involucramiento de algunas universidades públicas y privadas, así como los medios de comunicación que conciben el cine como una extensión de sí mismos.

La tipología de estas películas, salvo excepciones, se basa en el concepto de la cinematografía que se impone en Honduras, ya sea como un medio de entretenimiento, como un medio de comunicación y propaganda, y recientemente como un medio educativo. Debido a su modesto avance técnico y del enfoque de sus contenidos, ninguna propuesta se ha acercado a un nivel artístico o de crítica social.

La falta de calidad en las propuestas sigue siendo el pendiente a resaltar. Sin importar su motivación conceptual o de su género, las películas carecen de lenguaje audiovisual. Por ende, y a pesar de los esfuerzos quijotescos, resulta difícil y sería intrépido considerar alguna de ellas como «cine».

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¿A qué nos referimos cuando hablamos de lenguaje audiovisual para suponer una película como cine? La necesidad por definir este concepto ha sido el centro teórico desde el nacimiento de la cinematografía mundial. De acuerdo a los especialistas, en pocas palabras es el conjunto de códigos, signos, de recursos expresivos, que tejen sistemas semióticos para la construcción de un discurso audiovisual en las películas. Se refiere a la técnica narrativa para contar en una proyección, historias a través de sonidos e imágenes en movimiento. Se escucha sencillo, pero su grado de entendimiento y ejecución es lo que diferencia a una película de otra.

«Es un proceso, se trata de ensayar y errar para aprender», dirán las voces optimistas al referirse que el volumen de las producciones tarde o temprano arrojará una mejora artística y técnica. Seguramente tendrán cierta razón, considerando que antes no existía tan siquiera un punto de partida. No obstante, para aprender no basta el hacer, sobre todo si esta se acompaña más de aplausos que de análisis y discusión. Sin estos dos últimos elementos, es posible toparse con la misma piedra, una y mil veces.

Para desengranar su verdadero desarrollo, se deben buscar las explicaciones de la baja calidad de las producciones. Primero, es importante apuntar que la incipiente cinematografía de ficción ha resurgido como un negocio, más que de una necesidad expresiva. Esta situación ha determinado de diversas maneras sus actuales características, sobre todo a través de sus fuentes de financiamiento, dicho de otra forma, el costo del medio para llegar al fin.

Casi en su totalidad, en las películas es evidente el profuso interés por obtener un beneficio económico. Se entiende, nadie quiere perder su inversión. De hecho, lo anterior no sería condenable, si la mediación de los fondos y la búsqueda de ganancias no permeara tanto la calidad de su fondo y forma.

Dentro de esa lógica, las fuentes de financiamiento toman un papel desmesurado en el destino de la cinematografía nacional. Como en otras latitudes del mundo, en Honduras, los cálculos de lucro de los patrocinadores condicionan directa o indirectamente los contenidos de los productos audiovisuales. En términos prácticos, los guiones se escriben para agradar a las fuentes de producción. Bajo esa premisa, en la preproducción se sufre el primer descalabro.

¿De qué manera afectan las fuentes de financiamiento en la calidad de las películas? En la incipiente cinematografía nacional, se advierte una pronta dependencia de su gestión con la empresa privada tradicional, un patrocinador que cuida sus negocios a toda costa. Esta relación, que dista ser de un mecenazgo desinteresado, reduce los contenidos a la visión mercantilista de los empresarios, quienes desean promover un cine de masas donde se limita al espectador a una categoría meramente de consumidor. Es por ello que en la mayoría de los casos, los contenidos de las películas son instrumentos de multiplicación o reproducción de una visión elitista y dominante del sistema social y económico. Habrá que entender las dinámicas y la lógica de estos grupos, quienes para satisfacer sus intereses, todo terreno puede ser abarcable y útil, ningún espacio es despreciable para su modelo. El resultado es un conjunto de películas-productos que no aporta en la formación de criterios sociales y artísticos.

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A la par de la empresa privada se encuentra el Estado, en teoría responsable de su fomento, pero que ha encontrado en las películas, un medio experimental de propaganda. Existen casos recientes de películas-instrumento, que al recibir apoyo financiero de la Secretaría de Seguridad, la Policía o las Fuerzas Armadas, comprometen enteramente sus contenidos con el objetivo de cumplir fines publicitarios, en la promoción de una imagen positiva de las criticables funciones públicas. En otras palabras, son películas encomendadas para satisfacer propósitos políticos de terceros. Similar destino encuentran las películas patrocinadas por las Iglesias, quienes han visto en la producción audiovisual, un medio moderno de evangelización. En ambos casos, el valor cinematográfico es nulo.

Al oportunismo de esos sectores, se suman otros intereses que han visto de las películas un medio eficiente para circular su dinero, como probablemente el narcotráfico, quien puede considerar la producción audiovisual como una manera alterna y secundaria para lavar activos, además de propagar su visión de país. El resultado son unas cuantas películas que evidencian el alcance de la narco-cultura.

Otro grupo son los medios de comunicación, quienes dentro de su estrategia de negocios y expansión, cooptan la creciente producción de películas, para volverlas cómplices de su cultura del espectáculo, banalizando el modelo en ciernes. Bajo la excusa de la promoción de los valores culturales y artísticos, diversos medios de comunicación encuentran en las películas, una nueva plataforma para promover sus mensajes e intereses comerciales. Es pertinente que el cine tome una distancia prudente con la televisión y los periódicos, sino serán los medios los triunfadores de este binomio.

Por su parte, las universidades, quienes dentro de este escenario son las llamadas a hacer un contrapeso -a pesar de sus reducidos presupuestos-, arriesgan su visión y responsabilidad artística al firmar convenios de producción y difusión con algunos de los anteriores sectores citados. Estas estrategias evidencian que la academia tampoco tiene un claro compromiso por convertir el cine en un medio de análisis y crítica social. Claro, cada sector tiene sus excepciones, como es el proyecto de la Cinemateca Nacional, impulsado por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Centro de Arte y Cultura de Comayagüela.

Bajo este contexto, el destino de la producción cinematográfica en Honduras se hipertrofea por la cercanía y la dependencia que tiene con esos grupos, afectando considerablemente en la calidad de sus contenidos, y por ende, en su razón social. Queda claro que las viejas barreras siguen perjudicando los nuevos esfuerzos y necesidades, por lo cual deben pensarse novedosas resistencias a los viejos mecanismos de control, a los anacronismos que dominan el presente.

Es importante que los potenciales creadores trasladen el debate de las fuentes de financiamiento al terreno ético, si consideran necesario en medio de un escenario de crisis de libertad de expresión, entregar o no el incipiente medio a las élites y grupos dominantes. La cuestión radica entre ser o no mensajeros audiovisuales de esos sectores, entre salvaguardar o no la libertad creadora frente a sus patrocinadores.

El anterior es un escenario que amerita preguntas básicas pero de profunda reflexión, como, ¿por qué queremos producir películas en Honduras? ¿Qué debemos replantearnos para crear cine? ¿Cuál debe ser nuestro modelo cinematográfico? ¿Justifica cualquier medio el fin de hacer películas? ¿Qué puede aportar el cine al país? ¿Qué alternativas tenemos?

Las respuestas no serán sencillas, pero recaen sobre todo en los potenciales creadores y gestores. Para ello debe de haber claridad en sus verdaderas motivaciones para hacer películas y el rumbo que puede tomar el proceso. El grupo es heterogéneo, los hay quienes entran al medio por vocación, por necesidad de expresión, los que abordan el cine como un medio y no como un fin. Éstos recorren un camino más áspero y largo para realizar sus proyectos, donde algunos ven asaltadas sus buenas intenciones. Hay otros que desean hacer películas por simple realización personal, tropicalizando el ideal norteamericano de la fama y el prestigio. Y los habrá quienes forman parte de los equipos de producción, como fuente de ingreso. No se trata de juzgar las razones personales, no obstante, las bases que se sientan en la construcción de la cinematografía hondureña, compete a cada uno de ellos y ellas.

Tampoco se le exige a la cinematografía suplir los vacíos que dejan otros medios de comunicación o de expresión artística. Se trata de intentar sentar bases sólidas, que su destino no se aleje de la creación y la pertinencia que exige la compleja realidad del país. Debemos redactar nuestro propio guión para reflexionar, donde prevalezca como ideal la verdadera necesidad de expresión.

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