UN VERGONZOSO ACOMODAMIENTO

EGO7 octubre, 2017

Por Jorge Martínez Mejía

Para nadie es desconocido el decaimiento de los procesos de trabajo intelectual en Honduras. No me refiero al activismo literario, porque este aspecto merece una atención especial. Me refiero a la deposición de las banderas de la lucha intelectual frente a la creciente hegemonía del poder de los grupos que controlan la institucionalidad del Estado, generalmente estructurados desde la colonia y que representan lo más infame del pensamiento en Honduras, si no en Centroamérica. Grupos que controlan los recursos del Estado y los utilizan para afianzar su hegemonía en detrimento de las mayorías marginadas de su derecho soberano. En este decaimiento lo primero que se observa es una complacencia, un acomodamiento conformista que se calza a la medida de la ignorancia e inmoralidad expresa en el proceso de reelección presidencial de Juan Orlando Hernández sin ninguna acción sustantiva que exprese el malestar popular y no caiga en la triste cháchara de Twitter o el Facebook.

Quienes en la década de los ochenta levantaban las banderas   de la lucha popular, en la actualidad se encuentran colocados estratégicamente en instituciones estatales o municipales que le hacen los mandados a la oligarquía terrateniente y financiera. La Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) alberga a trabajadores intelectuales que antes expresaran vehementes discursos comprometidos, no solo con las reivindicaciones sociales sino con enfoques políticos revolucionarios de corte marxista. Ahora son peones de una institucionalidad colonial que solo sirven al interés imperialista que se proyecta y prolonga a través de dichos funcionarios otrora de pensamiento y acción revolucionaria. No vamos a someter a juicio a enclenques escritores varados en la literatura sin posibilidad de reflexionar sobre asuntos teóricos, filosóficos y políticos sobre la sociedad hondureña porque en definitiva fueron empalados desde su nacimiento en una colonialidad burguesa de estilo europeo.

La borrachera de historiadores, sociólogos, antropólogos, pedagogos, entre otros que pregonan la concientización de nuestro pueblo a partir de una visión liberal burguesa o de un marxismo ortodoxo excluyente, ha fracasado. Solo el levantamiento de los pueblos originarios y los pobladores urbanos hartos de tanta corrupción política que ha avanzado no solo hacia los liderazgos intermedios sino hasta las capas intelectuales donde se debería producir el cambio de horizonte y la producción de nuevos senderos, hará posible la revolución popular o la revuelta transformadora que pondrá fin a esta pesadilla mediante una Asamblea Nacional Constituyente Soberana.

La operación de cooptar a los intelectuales del país comenzó antes del Golpe de Estado. Ese abrazador proceso que constituye el parteaguas a través del cual nos definimos como golpistas y resistentes. La cooptación o reclutamiento de intelectuales nos permitió vernos tal cual somos. Ya no es posible volver atrás. Ahí pudimos vernos todos tomando posiciones. Pudimos ver a unos parapetarse de manera depravada del lado de la oligarquía únicamente para saciar el apetito de su  mendicidad moral, y vimos la traición de poetas, narradores, teatristas, directores de teatro y de cine, pintores, historiadores, sociólogos, politólogos, pedagogos, docentes; en fin, vimos a la casta intelectual del país encogerse de hombros y arrugarse en sus puestos y levantar la anémica banderita del sálvese quien pueda, agazapados en sus puestos, humillados, ofendidos, pero conformes.

Es imprescindible salvar a muchos trabajadores del pensamiento, auténticos hombres y mujeres de letras que prefirieron el infierno de la hambruna en la llanura antes que alquilar la moral que aún alimenta su trabajo de la palabra en la miseria. Y los vimos convertirse en auténticos resistentes creadores.

Felices han estado los nocivos de la historia, los intelectuales oportunistas, los parásitos que siempre han comido en la carroña pública, quienes ahora se han convertido en proxenetas del intelecto hondureño. Ahora se desenvuelven con petulancia oficial, entregan, supervisan y consagran los “productos culturales”; realizan festivales nacionales e internacionales para el insulso goce del momento. Promueven, distribuyen y entregan premios en nombre del estado hondureño. Uno de los muchos ejemplos es la deplorable desnutrición de la película Morazán, donde el máximo símbolo de nuestra herencia política ha sido establecido como un líder fracasado a quien la posteridad no le hace justicia.

Por otra parte, como en una especie de mercado de bagatelas, los y las poetas, teatristas y cantores, se han ido convirtiendo, poco a poco, en vendedores de una bisutería artística rayana en la nulidad, castrada, sin reflexión ni compromiso sino con un narcisismo vulgar y ofensivo. Resultado de esto es un vedetismo de carpa de feria, sin conexión con nuestro entorno ni con nuestra historia. Un lujo de mediocridad, una farsa artística de conveniencia y sobrevivencia en tiempos de miseria que solo sirve como guiño a la complacencia oligárquica.

Una visión desoladora la de nuestro país. No hay perspectiva en el plano político, porque no hay propuesta arraigada en nuestros pueblos a quienes nunca se les ha escuchado. Lejos quedó el poder ciudadano, la reivindicación del soberano, que tantas expectativas levantó en la campiña y en los fértiles valles de la costa norte, ahora sembrados de cadáveres de miles de campesinos que murieron sin ver a nuestra patria libre; lejos quedó la posibilidad de zarandear a la oligarquía más oscura, ignorante y decrépita de América.

Los turcos bribones y los traficantes de la información están haciendo su agosto en el remozamiento de la imagen de los corruptos, los maquillan y escriben una historia falsa en detrimento de millones de hondureños que esperan un nuevo comienzo.

Cambiar de rumbo es una urgencia para el pueblo hondureño y por lo que vemos ahora, no solo hay agotamiento en las estructuras políticas, sino un vergonzoso acomodamiento de los trabajadores del pensamiento, quienes fueron cooptados porque siempre estuvieron ahí, disponibles para cumplir el papel de caballos de Troya para echar a perder cualquier posibilidad real de cambio desde el pueblo.

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