La gestión invisible: Pedro Escalante Campos

EGO23 junio, 2017

«Estoy convencido que un pueblo puede transformarse a través del arte y la cultura», me dice, mientras camina de un lado a otro con una botella de agua en la mano y un cigarrillo en la otra.

Es un hombre sencillo de 36 años, de tez morena indigenada, de mediana estatura y ojos melancólicos en una cara de expresión jovial. Despierta cada día entre las 4:00 y las 5:00, y se duerme entre las 12:00 y la 1:00 am de la madrugada cada día de su vida, hasta que el último cliente de su bar “El Congolón” deja su butaca o su sillón. Está despierto  —trabajando— entre 18 y 20 horas diarias, según cuenta él mismo.

¿Es habitual que el empresario graciano se interese por el arte?, pregunto en tono desconfiado. «No», responde a secas. «Pero yo lo hago como parte de la responsabilidad social de que debe tener todo empresario. Hasta ahora hemos patrocinado muchos eventos culturales, publicaciones de libros, investigaciones sobre la cultura lenca, realización de murales y cuadros artísticos, y otras cosas de las que prefiero no decir mucho», agrega.

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Nos conducimos en su Pick-up. Viajamos de la ciudad de Gracias al municipio de La Campa. Allá veremos la avanzada construcción de su cuarto hotel; la versión campeña de su «Real Camino Lenca», cuya primera sede se encuentra a sólo un par de cuadras del parque central de la ciudad de Los Confines. Además, una vez puestos allí, nos veremos con el escritor e historiador local Armando José Ramos.

El trecho de Gracias a La Campa es breve, quizá veinte minutos. Antes de llegar cruzamos un retén militar y un batallón. Frente al batallón se hace un silencio cómplice. «Un día voy a construirles una biblioteca a estos soldados, le diré a Salva que me ayude —refiriéndose al poeta Salvador Madrid—. Lo voy a hacer. Es una especie de homenaje a mi papá que también fue militar y me enseñó a trabajar a mí y a mis hermanos. Es más, ya hablé con ellos y están de acuerdo», me dice, mientras desvía la mirada del camino para decírmelo a los ojos.

Llegamos a La Campa. Es mi cuarta vez en el lugar pero es casi la primera. Es un lugar pequeño con una historia gigantesca. Un pequeño pueblo de pasado lenca.

La primera imagen que uno tiene de La Campa es un par de montañas imponentes con el enorme letrero de «Bienvenidos a La Campa». Alrededor están la Iglesia, el edificio municipal recientemente reconstruido, uno o dos hoteles, un par de comedores y un buen lugar para tomar uno de los mejores cafés del mundo: el hondureño.

Nos hemos bajado del Pick-up. Saludamos a los trabajadores. Pedro (Pedrito, como lo llaman todos) me ha presentado con ellos. Todos campeños y gracianos, hombres humildes del campo.

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Recorremos la construcción. Su estado es avanzado. «Serán un total de 10 cabañas. Es un concepto hotelero-cultural totalmente nuevo en Honduras. Espero que los artistas hondureños hagan suyo este espacio», me dice entre risas.

Hemos hecho un recorrido por casi todas las cabañas. Cada una tiene sus propios motivos de decoración temática, y cada diseño ha sido especialmente hecho por un artista diferente: Cristian Gavarrete, Kathy Muguía, Denis Berríos, y otros jóvenes artistas locales.

Cada cabaña luce un bello mural, bases de madera con tallados, y baños con piezas escultóricas realizadas especialmente para ellos. Todo cuenta una historia particular de la tradición y oralidad de la cultura lenca.

Nos detenemos a conversar en una de las cabañas más altas. La vista de ella es inmejorable. Fumamos no sé cuántos cigarrillos en una larga charla, hasta que de pronto aparece Armando José y se nos une.

Armando José es un hombre-memoria. Tiene los ojos gateados y penetrantes.

«La construcción de este hotel en este espacio tiene toda validez, pues justo por este sendero —señala a una corta distancia—pasaba en Real Camino Lenca donde la gente de La Campa y sus alrededores hacían su comercio. Aquí venía gente de San Juan (San Juan del Caite), por ejemplo, a vender sus zapatos, y como eran los únicos que los hacían, venían personas de muchas aldeas y caseríos a comprarlos», nos cuenta entre carcajadas.

Nos cuenta innumerables historias. Lo escuchamos atentos y entretenidos. Es un hombre preocupado por la conservación de la memoria histórica de los pueblos occidentales. «No me importa demasiado la gran historia nacional, quiero contar la historia de nuestros pueblos, obviada, borrada por los historiadores», me dice.

Estoy de acuerdo con él, y tengo la impresión que podría responder a cualquier inquietud que Pedro y yo pudiésemos tener sobre la historia de esos pueblos del departamento de Lempira.

Una o dos horas después salimos comer. Mientras almorzábamos continuamos conversando. Terminado el almuerzo nos despedimos de él con una grata sensación.

Pedro y yo regresamos a Gracias. En el trayecto de regreso me habló del próximo I Festival Internacional de Poesía de Los Confines y del reciente lanzamiento del I Premio Nacional de Poesía de Los Confines, dos proyectos culturales en los que actualmente participa junto al poeta y gestor Salvador Madrid y un grupo de escritores, artistas y empresarios. Ambos proyectos serán una realidad en el mes de julio.

Nos despedimos un par de días después con un tradicional desayuno hondureño en el restaurante de uno de sus hoteles. No quise decírselo, quizá por pudor, pero al verlo y escucharlo tuve la impresión de estar ante un hombre sincero, un hombre sensible cuyas múltiples ocupaciones de negocios no han borrado su amor por el arte, la cultura y las ideas.

Foto Honduras is Great
Foto Honduras is Great

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