Vuelo al corazón del cielo

EGO3 marzo, 2017

La ruta del sol que nace y el día que muere para volver a la vida

Por: Josefina Dobinger – Àlvarez Quioto. Investigadora social

“Mientras se vive hay esperanza…La muerte no es un acabamiento sino el comienzo de una nueva forma de existencia.” (Isabel Erazo)

Acudo con entusiasmo, cariño e ilusión a este llamado a caminar la vida. Volar como el colibrí y la mariposa con esperanza en un mundo apocalíptico. Lugar donde, en palabras de Mia Couto, vivimos entre muertos, y a pesar de todo, sobrevivimos; marchitos y desesperanzados.

El infinito juego de las contradicciones, la danza del tiempo en el mar sin orillas es una invitación a danzar en acto resiliente. Danza cósmica que recuerda un volver a la vida, y no simplemente sobrevivir. Un activar las pulsiones del alma para sanar heridas que dejan huellas, cicatrices profundas ante las pérdidas afectivas como las de un ser querido, amado, o la abstracción que ha ocupado su lugar como la patria, la libertad o un ideal.

Mi querido primo-hermano, amigo, maestro y artista SANTOS ARZÚ QUIOTO, nos hace un llamado a danzar desde una variedad de ritmos que ilusionan y fortalecen. Como advierte mi hermana Cati respecto al significado que para ella tiene la danza; siempre en movimiento ya que posee muchas dimensiones, evoluciona y a su vez comunica un gran espectro de pensamientos y emociones.

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SUDARIOS y Centinelas, proyecto artístico o puente que da sentido a la existencia y que Santos nos regala desde su humanidad; sencillez, cercanía y poderosa afectividad, lo concibo como una ofrenda; su intimidad, lo amado, soñado y batallado en situaciones vitales que se componen, entre otras, de aflicciones y dolores –de donde proviene la palabra duelo–. Desde este mar de vivencias, Santos trasciende su accionar como heraldo al de testigo y guardián. Sin pedir nada a cambio nos obsequia un mensaje esclarecedor –que cada persona interpreta a su manera–, pero sobre todo, invita a un viaje esperanzador que recuerda nuestra capacidad de sobreponernos creativamente al dolor.

En mi caso particular, esta propuesta que Santos nos comparte me abraza de manera muy cercana. Por un lado, entreteje nuestro tejido familiar con la trama y la urdimbre de los procesos inevitables de dolorosas perdidas familiares, como él mismo expresa. Y por otro lado, devuelve la voz a la experiencia humana a través de su experiencia, la nuestra, la catracha. Proceso de recuperación de memorias que al re-significarlas y nombrarlas ponen al descubierto cicatrices reveladoras que dan cuenta de lo vivido. Así, por ejemplo, la falta de respuesta colectiva ante los heridos, hace referencia a nuestra falta de responsabilidad e invoca la urgencia de activar nuestra capacidad para responder ante el dolor propio y del Otro, tan necesaria para evitar caer presos por la banalidad del mal, en palabras de Hannah Arendt.

Está en la naturaleza de las cosas que cada acción humana que ha hecho una vez aparición en la historia del mundo podría repetirse aun cuando pertenece a un lejano pasado. (H. Arendt)

Sus búsquedas, podríamos decir, son las nuestras, tan vinculadas a la comprensión de la existencia humana que des-dibuja esa tensión entre el irse y quedarse. Afortunadamente, dentro de esa incertidumbre se genera un diálogo que a veces queremos evitar pero innegablemente establece canales de comunicación tanto para el que se va como para el que se queda. “No sufras, vete y cuida por nosotros”, alivia una madre, el viaje que realizará  su hijo de nueve años en su lecho de muerte. Despedida del dolor que nos constriñe el alma, “dardo lanzado al corazón más que a la razón”, en palabras de Santos.

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El dolor-duelo que rompe los poderosos oleajes de los sentimientos, la emoción, el recuerdo vivido y vuelto a vivir de lo amado al pasarlo de nuevo por el corazón, puede ser una manera de reorganizar la vida al compartirla, y posibilitar así, la capacidad de responder a las preguntas de la existencia. Su ausencia –que es muy diferente a la pérdida–, evidencia que la separación es lo que más nos duele. El no dejar ir se transforma en sentimiento que llena nuestros corazones de una profunda melancolía, ahoga y anuncia la urgencia de reparar el alma rota –contrario al abandono del espíritu– y dar continuidad a la vida. “La muerte es como el ombligo: lo que en ella existe es su cicatriz, el recuerdo de una existencia anterior” (Mia Couto).

Desde este espíritu me aproximo a las telas que envuelven, pero sobre todo, protegen el cuerpo, telas rasgadas de una prenda que amamos y reparamos con precisión y cariño. Con hilo y aguja resarcimos lo amado, ya sea a través de un punto de sutura o punto ciego. Como resultado, produce sobre todo, una huella sobre la tela, una costura que la marca como parte inseparable de su existencia y su vínculo con la persona que la ha portado.

Cuando la conciencia dolorosa de la pérdida provoca una rabia reparadora, la creatividad se convierte en una obligación feliz. (Boris Cyrulnik)

SUDARIOS y Centinelas, es una instalación de dimensiones monumentales. Así como las mariposas es de corta vida, la obra es de una calidez profunda y abrumadora belleza. Más aún, afirmaría que es bewältigen; palabra en alemán que describe una tarea difícil realizada con éxito y con mucho esfuerzo. El escenario es cargado de vida porque no sólo abraza la tierra, el cielo, el agua  y el fuego a través de la prolijidad de detalles –flores, minerales, resinas- que evocan la naturaleza en su esplendor, sino también, conduce a admitir el intercambio de energías –Luz, color, amor, fuerza y armonía-. De modo que –necesariamente-, exhorta a transitar rutas que recuerdan: La danza del tiempo cercana a la muerte, no nos quita la libertad de elegir el camino que podemos y queremos tomar para seguir viviendo.

“…y justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en mariposa.

En cuanto al viaje que realicé para aproximarme los SUDARIOS y Centinelas, inicia por transitar la homeostasis que se genera entre el artista, su obra y el cuerpo social hondureño que la acoge –la muerte que a través de su huella ciñe  la desesperanza, secuestra los cuerpos y se ahoga en la ignorancia que se alimenta a través de medios que crean una opinión pública domesticada de los acontecimientos del horror, arrastrando a la pasividad y al miedo, mentalidades agresivas, desgarradas, desconfiadas y amenazadas por fundamentalismos y fanatismos políticos y religiosos-.

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Así mismo, el proceso propio –personal–, se encarna –como si me viera a mí misma ante un espejo-, me pasa por el cuerpo al preguntarme acerca de las estaciones recorridas que han dado sentido y forma a esta apuesta creativa; reflexión, aceptación y síntesis. De tal forma, me interrogo desde mi propia historia, mis afectos e intenciones intentando no caer presa de la fe ciega en una idea, junto a la creencia de alcanzar una versión mesiánica de verdad. Como el colibrí que vuela en todas direcciones; hacia atrás (el pasado) y adelante (futuro), me detengo y suspendo el movimiento que me distrae y me hace olvidar el dolor, pero no cualquier dolor. Sobre todo, el dolor que conduce a los duelos no  resueltos que llamo “no dichos o duelos negados”, los que no compartimos ni con una misma, ni con las otras y los otros, muchas veces porque la cultura se niega a escucharlos.

Es una exhortación a la pausa necesaria dentro del engranaje de la cotidianidad que imperceptiblemente tritura al ser…  (Santos Arzú Quioto. Vísperas, 1999)

Respecto al artista y su obra,  Marciel Merleau Ponty advierte que  el artista no crea una reproducción o un parecido de la naturaleza que ya existe como entidad pre configurada. Es en ese sentido que cuando crea una obra interactúa con el mundo. Para Ponty, la interacción con el mundo se desarrolla básicamente, -más que ningún otro sentido-, a través de la vista ya que subraya la interrelación entre el ser humano y la naturaleza porque no hay forma de separar el acto de ver de la faceta del mundo que se ve.

A lo mejor se puede pensar que en el caso de Santos Arzú Quioto, tomando como referencia sus más de 30 años de carrera artística, ve y percibe el mundo desde el cuerpo, como expreso mi querida amiga Karla Vargas cuando hizo referencia a mi propio proceso de escritura, “cuerpo cicatrizado por la memoria” (Santos Arzú). Como artista, ha girado en espiral lo que le ha permitido ver y descubrir vínculos y por supuesto establecer puentes de conocimiento y afectividad al momento del abordaje estético (Arzú).

En acuerdo a lo anterior, la tarea que Santos se ha propuesto –valientemente- como artista ha sido y es: “hacer memoria de ser”, proceso que puede observarse en las intenciones e inquietudes abordadas en sus diversos proyectos artísticos: Eclipse (USA, 2016) La Alfombra (2013); El insectario: inquietud en el recinto de clausura (2010); El espacio irreductible –Exvotos- (2008); Tiempo-límites-espacio (Teg., 2006); Diarios  (Taipei, 2001); Exilio (Tegucigalpa 1999) Laudes-Vísperas-Hora Intermedia (Roma, Venecia, Panamá, 1999); El Almario (Teg., 1998); Ofrenda y Sacrificio (Santo Domingo, 1997); Puntos y Cardinales (Lima, 1997); Templo en Ruinas (Teg., 1995)

Con respecto a la interacción de Arzú con el mundo-universo-cosmos y su proceso creativo, desde mi sentir, refiere a  un ciclo eterno de nacimiento, muerte y renovación. Así, al observar los ciclos espirales de los diversos proyectos artísticos es posible hacer una relación con una danza cósmica que dibuja un mapa del espacio en que se mueven los astros y nos rodean. Pienso entonces en la cosmogonía de los pueblos prehispánicos y originales en su mixtura étnico/racial que caracteriza la región centroamericana. Como si su proceso fuera un registro astrológico que nos permitiría inventariar los movimientos de los astros para programar actividades colectivas y realizar ceremonias orientadas a conjurar el caos y la destrucción.  Llamado que convoca los recuerdos y aprendizajes asentados en el corazón por la vía del árbol de la vida, la resurrección y el comienzo de un nuevo amanecer.

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Bitácora de viaje 

Inicié un primer recorrido haciendo propias los atributos del vuelo del colibrí, lo que hizo posible mirar desde diversas perspectivas el escenario donde se erigen los SUDARIOS; 7 lienzos verticales de 3 metros de largo. Mortajas mágicas-religiosas que registran parte de nuestra historia, mantos que confieren trascendencia a los cuerpos ausentes, de una asombrosa exquisitez en su forma, que similar a una huella fotográfica roban el alma de tiernos cuerpos (Espacio irreductible: exvotos). También dan voz a la conciencia silenciada que no logra escapar a la interrogante sobre la misión de esos cuerpos (ofrenda y sacrificio). Dolor compartido que ayuda a responder; ¿quién soy yo,.. Que es la vida y el sufrimiento?

No puedo dejar de pensar en los sudarios que muestran la imagen de la desnudez del cuerpo ejecutado, que me conduce a recordar las 18 muertes violentas –según datos oficiales- que cada día impactan la cotidianidad hondureña considerando que el 70% de la población en el país es menor de 30 años. Ejecuciones que acontecen los siete días de la semana que se repiten cíclicamente a la espera que este sistema del caos sea perturbado por el aleteo de una mariposa. Es en ese sentido que se vuelve necesario destacar que los SUDARIOS revelan marcas atípicas, puesto que, recuerdan la resurrección –líquidos amnióticos, óvulos, modelos cósmicos-, la invocación de ideales agonizantes (La alfombra) y no la inapelable existencia de huellas traumáticas, memorias fragmentadas, tatuadas en el cuerpo social (Templo en ruinas).

Los SUDARIOS son acompañados y resguardados por Centinelas; 11 esculturas que nos transportan en tiempo y espacio a la memoria de nuestros orígenes. A su vez, agencian la despedida de lo amado, velan nuestro descanso y nos cuidan. Así, la tradición y religiosidad popular  sembradas en nuestra cotidianidad se conservan y transmiten a través de los ritos, tal y como acontece con la elaboración de coronas fúnebres y barriletes. Por su parte los centinelas aluden a coronas detalladas y bellamente construidas en papel parafinado, mándalas y cometas que se erigen, se elevan majestuosamente y velan por el descanso de las almas, tanto de las que se van, como las que se quedan. Vivir es morirse y rejuvenecer sin cesar, advierte Edgar Morin.

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La danza del tiempo en el mar sin orillas se hace visible en la ausencia misma. El secuestro del tiempo y el espacio del cuerpo social hondureño, como si asistiéramos a nuestro propio funeral. Espejismo de una sociedad que silenciosamente sufre la pérdida de esa imagen construida de una sociedad pacífica donde todo está bien, sueño violentamente interrumpido por pesadillas que despiertan las sombras del salvajismo.

El tiempo y espacio, detenido, constreñido respectivamente, se torna invisible al interior del escenario de los SUDARIOS y Centinelas. Escenario que vendrá a ser ocupado por cuerpos danzantes (nosotros como espectadores) puente de comunicación en movimiento con el cosmos.

El vuelo hasta ahora recorrido sólo ha sido posible a través de un viaje guiado por espirales, coordenadas anotadas y guardadas en la bitácora de viaje (Almario). En definitiva, es a través de las conexiones entre la creación y los movimientos de las estrellas que se observan en el cielo y expresados a través del lenguaje artístico, que se avanza en el proceso de desdibujar la imagen catastrófica y amenazante que anuncian que la última página de la vida es la muerte.

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Así mismo, como las estaciones cambian y retornan cada año, las preguntas reiterativas sobre la existencia y la condición humana, a lo mejor, pueden llegar a ser una guía, como la estrella del norte, una ruta a seguir en el firmamento. A lo mejor, consultar la bitácora de viaje facilite el esclarecimiento de dudas –miedos- que puedan presentarse en la nueva ruta a seguir. De ahí la importancia de relatar lo acontecido durante el desarrollo de los viajes, puesto que uno de sus principales propósitos es dejar constancia de lo sucedido y la forma en que se habían resuelto los problemas.

En consecuencia, se considera que para los pueblos originarios de América, el colibrí pierde la vida durante las noches frías, como si muriera, sin embargo vuelve a la vida con la salida del sol, representando así, abrir el corazón y simbolizando la resurrección. De igual modo, me acerco a los SUDARIOS y Centinelas desde el referente del vuelo del colibrí, a la danza del tiempo en el mar sin orillas que recuerda los procesos de duelo trenzados por afectos que vuelven a pasar por el corazón. Diálogo que minimiza el impacto de la ausencia al desdibujar el miedo y esclarecer que la muerte, como advierte Isabel Erazo, no es un acabamiento sino el comienzo de una nueva forma de existencia.

Bogotá, enero 2017

Escrito con todo mi cariño, respeto y admiración para mi Pri Santos –Testigo y Guardián-

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Josefina Dobinger – Álvarez Quioto

Investigadora social hondureña, Mag.Sc. en Estudios de la Mujer por la Universidad de Costa Rica, Diplomado en Trabajo, educación y consejería por Instituto de desarrollo económico WIFI, Viena Austria, especialista en trata de personas, historiadora y cofundadora de Mujeres en las Artes (MUA).

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