Basamentos de la opinión pública

EGO27 febrero, 2017

«Sobre la basamenta de la opinión pública se sustenta la gran espiral del poder político».

R.S

Por Albany Flores


La opinión pública es la opinión del pueblo sobre lo concerniente a cuestiones políticas, económicas y sociales. Es la contra opinión, y el derecho legítimo de la ciudadanía a pronunciarse sobre las acciones emprendidas desde la administración pública, pues la misma está sujeta a la fiscalización ejercida por la ciudadanía a través de la libertad de expresión, la emisión del pensamiento y la no censura.

El concepto Opinión Pública no es una cosa en sí misma, sino el conjunto de elementos retóricos para la defensa del pueblo ante la posible tiranía, para la defensa de la libertad individual y conjunta, la preminencia de la democracia y el buen gobierno. La opinión pública es la contra opinión al poder político.

No obstante, la definición de  dicho concepto es todavía una tarea pendiente de los estudiosos, pues, como hemos referido, para llegar a una definición más o menos exacta de lo que ello puede ser, haca falta tomar en cuenta numerosos conceptos ya de por sí complejos, pero que forman una parte fundamental para la compresión —de un modo más general— de lo que opinión pública conlleva. Nos referimos a los conceptos liberales de libertad de expresión, publicación, público y publicidad, pero también democracia, gobernabilidad y gobierno, para mencionar solo algunos de los factores más relevantes que hacen posible la opinión pública.

Las luchas de los pueblos por la libre emisión del pensamiento sobre los asuntos del Estado y las acciones de los gobernantes ha sido una constante en la historia de la humanidad, y tiene sus antecedentes más remotos en el siglo IV a. C, en el mundo griego dirigido por el visionario Pericles. Allí, muchos de los grandes pensadores, poetas y filósofos ya cuestionaban no sólo los modelos de gobierno, sino aquellas decisiones de los gobernantes con las que no estaban de acuerdo. Así lo hicieron por ejemplo algunos clásicos como Platón y Aristóteles, en sus múltiples observaciones sobre la República y el Estado.

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En ese mismo siglo, llamado el siglo de Oro griego, florecieron los anfiteatros, y éstos se desarrollaron las artes escénicas y las tragedias, pero también el arte de la retórica y la oratoria. El arte trágico estaba plagado de inconformidad con los estándares establecidos en la sociedad de la época, y ello se manifestaba en los versos de los autores y en las historias que contaban. Cuando Prometeo es condenado por los dioses después que otorgara el fuego (la sabiduría) a los hombres, éste no cesa de cuestionar la voluntad de los dioses, al punto de confesar al Océano que en su larga estadía en el mundo ha visto crecer y caer a una multitud de dioses,  y que sabe que con el tiempo, esos dioses que lo castigaban, también caerían. He allí un simbolismo marcado sobre el ascenso y caída de los gobernantes.

Pero el concepto de opinión pública es sobre todo una idea de la Modernidad, exactamente del liberalismo que se impuso en el siglo XVIII:

«La palabra “opinión” tenía —antes del Siglo de las Luces— tres sentidos: uno epistemológico para distinguir entre un juicio de valor y otro de hecho; otro para diferenciar entre algo cierto o incierto, ya sea por medio de la demostración o la fe; y un tercero peyorativo, el cual califica de inferior a la opinión común o del vulgo. El vocablo “público” es portador de varios sentidos; en su uso inicial, se derivaba de “pueblo” como acceso al público en general o lugar público, una propiedad abierta en el sentido de apertura o disponibilidad para toda persona; después, su referencia fue el Estado, una “entidad que tenía existencia objetiva sobre y en contra de la persona del gobernante[1]».

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Ahora bien. Detengámonos un poco y definamos qué es “opinión” y qué es “publico”. El primero es etimológico, es derivado del latinismo opinio y se utiliza para definir un estado cognitivo, a una forma de conocimiento que discierne algo incierto de algo que se sabe cierto. Por su parte el término “público” proviene del latín publicus que hace referencia al pueblo; es decir que el concepto “opinión pública” se refiere a la capacidad que tiene el pueblo de discernir las cosas ciertas de las no ciertas en los juegos del poder político.

Pero ya que la idea de opinión pública tomó mayor forma y relevancia retórica en los siglos XVIII y XIX, ésta es una idea burguesa. No podemos olvidar que a partir de finales del siglo XIV la consciencia burguesa suplantó a la consciencia feudal y que con ello se inauguró la Edad Moderna, lo que significa que los grandes cambios políticos y sociales en busca de la libertad de los pueblos occidentales hasta el siglo XIX fueron impulsados por la burguesía. No sólo eso. La clase burguesa también fue fundamental para la construcción de los proyectos revolucionarios que tuvieron lugar desde el siglo XVIII, desde la Revolución estadounidense que acabó con la hegemonía del Imperio inglés hasta la propia Revolución francesa, además de las Revoluciones burguesas que tuvieron lugar en la Europa de la primera mitad del siglo XIX.

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Todo ello había sido impulsado por la clase burguesa, que junto a la aristocracia de los Estados europeos, revolucionó la estructura de los Estados europeos hasta entonces estancados en el Absolutismo o el “Antiguo Régimen”, convirtiéndolos en los Estados liberales con características republicanas promulgadas desde el siglo XVII con los pensadores de la Ilustración.

Con la declaratoria de los Derechos Universales del Hombre tras la proclamación de la Revolución francesa, los preceptos de Libertad, Igualdad y Equidad alcanzaron una posición mucho más favorable a los intereses del pueblo, y no de las monarquías y la clase gobernante.

Es importante recordar que además de los derechos inalienables del hombre (del ser humano) también se instauró la figura del derecho de resistencia a la opresión. Pero ya que por la guerra había asolado a la mayoría de los Estados, el ejercicio de la oposición retórica se convirtió en una opción inmejorable para el pueblo, en su necesidad y deseos de oponerse a las “malas” decisiones emitidas desde los altos mandos.

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Hasta comienzos del siglo XIX, la crítica hacia los gobiernos y el poder político en general estaba casi estrictamente reservada a la esfera privada, y era ejercida  de manera tímida por aquellos que tenía el privilegio de contar con educación formal, es decir, por la aristocracia y la burguesía.  La transición de esa “opinión privada” a la opinión pública la permitieron las ideas liberales, la cierta libertad de imprenta que inició con el fin del Absolutismo, el desarrollo de la industria y la proliferación de ideas del siglo XIX. Allí, la voz del pueblo que había estado silenciada durante siglos, comenzó a pronunciarse abiertamente a través de los libros, pasquines, folletos y periódicos que ya existían en la mayoría de los Estados.

No obstante, las luchas por la construcción de la Opinión Pública en el mundo occidental han sido duras, sangrientas y prolongadas.  Pero no significa que hoy día esté consolidada. Así como en el convulso siglo XX, la censura, la represión y el castigo contra las opiniones que contradijeran las posturas oficialistas estuvieron a la orden del día en nuestras sociedades, el presente parece devolvernos hasta esas épocas oscuras cuando la libertad de disentir fue repelida con violencia y muerte.

Los últimos hechos ocurridos en Honduras, donde el Congreso Nacional se ha dado a la tarea de “rectificar” algunos puntos que podrían ser lesivos de la libertad de prensa y comunicaciones, supone una prueba del cambio regresivo que experimenta Occidente en la actualidad. Eso sí, la libertad de opinión tiene y debe tener ciertos límites, para que su práctica y emisión no violente los derechos de terceros: libertad de opinión no es libertad de insulto.

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Por ello, las ideas presentadas públicamente, sobre todo cuando se cuestiona a las acciones de los gobiernos, deben estar fundamentadas en la realidad, y deben ser expuestas con criterio, responsabilidad, fundamento y respeto. La responsabilidad de construir una opinión pública responsable no es tarea exclusiva de los gobiernos, también de la ciudadanía que opina.

La reciente noticia de las intenciones del Diputado nacionalista Óscar Álvarez Guerrero de hacer un agregado al artículo 335 del Código Penal concerniente al delito de terrorismo y que atentaba contra la tarea de los medios de comunicación, la función periodística y la emisión del libre pensamiento, ha revelado (según analistas de la oposición) intenciones nada inocentes del presente gobierno con respecto a la tolerancia y promulgación de la opinión pública. A pesar que como ha declarado el Presidente del Colegio de Periodistas de Honduras (CPH), Dagoberto Rodríguez, el Congreso frenará dicho intento y rectificará el agregado, el solo intento es ya lesivo para el ejercicio de opinión que se ejerce desde el pueblo, y que resulta invaluable para toda discusión social y para el buen funcionamiento de los gobiernos y sus funcionarios.

El derecho del pueblo a participar del debate público es sumamente importante en todo Estado, no respetarlo no sólo sería errado, también sería devastador para la democracia, y abriría un nuevo espacio al totalitarismo.

Citas al pie.

[1] Habermas, Jürgen. Historia y cítrica de la opinión pública, 2da edición, Editorial Gustavo Gili S. A, Barcelona, 1981. Cfr.

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