La frontera con Trump

EGO23 enero, 2017

Hace 28 días, “El Negro”, junto con su esposa Jazmín y sus dos hijos salieron de Honduras para huir de las amenazas de la Mara Salvatrucha. Ya no quería ser su matón, y el miedo le calaba al pensar que cumplirían sus amenazas de asesinar a su familia.

“¡Allá el Gobierno no manda, me entendés, son los maras!”, relató Alex, como le gusta que le nombren; quiere borrar su pasado y su apodo de “El Negro”, que le dieron en las favelas.

En Honduras para que un hombre tenga el privilegio de vivir con su familia, tiene que alinearse a las ma­ras.

El Negro acepta con la frialdad que le dejaron las calles que tuvo que matar muchas veces para los maras. Fue obligado a cambio de la seguridad de los suyos, aclara.

En la mirada y sus tatuajes se refleja el pasado de Alex como esclavo de los maras, aunque asegura que su castigo ya lo ha cumplido al quedar prisionero por varios años y con la muerte de su madre y su padre, que fueron víctimas del odio y el salvajismo con que actúan las ma­ras en Honduras.

Hasta hace unos años, la ruta más corta para los centroamericanos era por Nuevo Laredo y Reynosa, Tamaulipas, pero ahora ese camino se lo han adueñado los zetas, que los secuestran para los campos de cultivo de droga o hasta los asesinan solo por diversión.

Por eso, Alex se arriesgará por la ruta larga del pací­fico hasta llegar a Mexicali, Baja California, por el desierto de Altar, donde son dos mil 600 kilómetros a bordo del lomo de “la Bestia” y entre los migrantes es conocida como “La Ruta del Infierno”, por lo extremo del clima.

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SE ACABÓ EL SUEÑO

Para Jovani, Esmer y Gael, tres migrantes centroamericanos que buscan cruzar a Estados Unidos, la llegada de Donald Trump es perder esperanzas de la meta que quieren alcanzar desde hace 40 días cuando salieron de Tierra Blanca, Honduras.

“¡Con la llegada de Trump se acabó el sueño!”, dice Gael, frustrado y cansado por el camino desde su tierra hasta Toluca.

Los tres jóvenes centroamericanos aseguraron que se arriesgarán en su viaje a la frontera norte, y aunque saben que tienen pocas esperanzas de establecerse, no tienen de otra, pues salieron de Honduras huyendo de las ma­ras.

Al igual que el grupo de “El Negro”, el de Gael, Esmer y Jovani también llegó a buscar una nueva ruta al norte por Toluca, donde no hay zetas ni maras ni policía de migración.

“Si el güero va a deportar a los mexicanos, imagínate a nosotros que somos de Honduras”, lamentan los migrantes, quienes a­firmaron que si hay oportunidad de quedarse en Toluca a trabajar, optarán por no seguir.

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Mariano Rubio El Sol de Parral

Tras haber sido deportado tres veces de Estados Unidos, Jesús Iván Allende González ya no puede volver.

Desde los 12 años hizo su vida en la ciudad de Kansas City, donde dejó a su hijo, a su madre y a sus tíos, y a pesar de las amenazas del presidente Donald Trump, sueña con regresar con su familia.

A sus 39 años ha tenido una cruda experiencia, una historia que comparte con otros mexicanos y latinos que viven o han vivido del otro lado de la frontera.

A los 17 años fue atrapado por la policía migratoria y deportado. Volvió en poco tiempo y a los 29 años lo regresaron nuevamente.

Al intentar cruzar por tercera vez fue capturado y acusado de migración ilegal, por lo que fue condenado a cinco años de cárcel, que pagó en un penal de Kansas, donde compartía con criminales.

Asegura que 70 por ciento de los mexicanos que estaban encerrados ahí, estaba por lo mismo, por “soñar con el sueño americano”. Por cruzar varias veces.

El otro 30 por ciento, asesinos, violadores y narcos.

“Pero igual todos estábamos en el mismo piso, en las mismas rejas… en reclusión”.

En Parral, Jesús vive en casa de sus tíos, en la colonia ampliación Juárez, son su familia pero no pierde comunicación con su gente del otro lado, y asegura que volvería a cruzar si su familia lo necesita, a pesar del riesgo de volver a prisión.

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