LA VERIFICACIÓN DEL DISCURSO PÚBLICO EN HONDURAS.

EGO20 diciembre, 2016

 

En el tiempo de la post-verdad, el concepto fact checking es utilizado para referirse a la actividad periodística de verificar los datos expuestos en una investigación u opinión pública, particularmente en los discursos de la clase política.

La verificación del discurso público se ha convertido —sin planearlo— en una actividad permanente, aunque no siempre eficaz. Las infinitas posibilidades que ofrecen las plataformas de internet y la agilidad de las redes sociales permiten la proliferación de noticias, artículos y apreciaciones sobre las actividades retóricas y prácticas de los gobiernos y los gobernantes.

A diferencia de la gran carga patriótica que contenían los discursos del pasado, la oratoria política actual está casi totalmente centrada en discursos populistas, nacionalistas o demagógicos. El mundo ha perdido a una generación de políticos destacados que a la vez fueron grandes oradores, maestros de la palabra que arengaban a sus pueblos con lucidez impecable. Pero es cierto, la última generación romántica de la tierra, la generación de fines del siglo XX, se ha transformado, y ha cambiado su mundo radicalmente. Grandes oradores como Cicerón, Jesús de Nazaret, Winston Churchill, Martin L. King, Fidel Castro, Mussolini, Jorge Eliécer Gaitán, etc., parecen solo parte de un pasado lejano.

La Honduras de los siglos XIX y XX tuvo entre sus mejores hombres a actores políticos que a su vez fueron importantes oradores y hombres de pensamiento. Nombres como los de Policarpo Bonilla, Ramón Rosa, Marco Aurelio Soto, Modesto Rodas Alvarado, Ricardo Alduvín, Eliseo Pérez Cadalso, y por supuesto, Álvaro Contreras, se cuentan como algunos de los máximos exponentes de la oratoria hondureña.

Esa retórica estaba llena de ideas brillantes, de citas poderosas, de palabras grandilocuentes y decoros excesivos producto de la primera influencia y los últimos remanentes de la estética romanticista que imperó en Honduras con el Modernismo desarrollado por los escritores de la época. Las revistas y periódicos de fines del siglo XIX y la primera década del siglo XX podrían atestiguarlo perfectamente.

Lo que es cierto es que esos primeros grandes oradores hondureños tenían contacto directo con muchos de los principales intelectuales del país, o ellos mismos lo eran. Para el caso, Ramón Rosa es probablemente el orador más profundo del siglo XIX, aunque no el más brillante es las artes de la palabra sonora, puesto que le correspondió a don Álvaro Contreras.

Leamos un pasaje de Ramón Rosa en Discurso de Apertura de la Universidad Central de Honduras, escrito y pronunciado en 1880:

«Los hombres, después de haber pasado por las varias evoluciones que exigió la formación de la familia, de la tribu y de la ciudad, constituyeron naciones organizadas y regidas por grandes teocracias. Así debió ser, y esto fue un notable progreso: la idea de lo sobrenatural reemplazó al instinto de la fuerza bruta; del despotismo del dogma, también indiscutible. Pero el dogma implica una creencia, y la materia una aplicación inconsciente. El sentido moral del dogma y las creencias que engendró constituyeron, desde la más remota antigüedad, un sistema para la enseñanza; sistema con que las castas sacerdotales, rodeadas de privilegios, de misterios y de prestigios, que osó llamar sobrenaturales, han dominado al mundo en los antiguos tiempos, y en mucha parte, en los tiempos modernos… Ahora bien; ¿Es justificable y provechoso para la enseñanza el sistema teológico constituido por la casta sacerdotal y calcado sobre ideas extra naturales?… ¿Tiene razón de ser, y alguna utilidad práctica el sistema teológico en la enseñanza? Ninguna razón, ninguna utilidad. Si nuestra época es de libre examen, si la libre investigación ha penetrado, por decirlo así, hasta en la médula de nuestros huesos, si las ciencias exactas y naturales, la industria y el comercio forman hoy poderosos organismos, con vida propia, y antes casi atrofiados por la acción de la teocracia o del Estado, prueba todo esto que la situación social de los pueblos ha cambiado radicalmente[1]».

Como puede apreciarse, ese discurso está en una búsqueda constante por la ciencia (el Positivismo), a la vez que sigue estando impregnado de elementos y figuras románticas como el heroísmo, el desborde patriótico y las imaginación; pero también de una visión clara, una consciencia crítica y un conocimiento profundo de los sentidos de responsabilidad estatal, y de la imprescindible necesidad de la educación para el desarrollo  las ciencias exactas, la industria y el comercio que aspiraban a convertirse en columnas del país.

El discurso público de hoy es un discurso práctico, breve y sin decoros. Es acorde a su época y no está en busca de palabras y expresiones solemnes, sino de tácticas retóricas que intentan convencer a una sociedad que sigue creyendo en ellas. No es del todo cierto que la “era de la información” haya creado mayores índices de criterio en los ejércitos virtuales. Es más, en el tiempo de gran “información” —la post-verdad— las personas son cada vez más susceptibles a caer en falsos procesos, o por lo menos en procesos basados en mentiras. En el tiempo de la información vivimos tan engañados como el pasado.

A mediados del siglo XX, el Dr. Ramón Villeda Morales nos ofrecía discursos formidables, con una fuerte carga académica y una solvencia literaria impecable. Aquí un fragmento del discurso pronunciado con motivo de la fundación del Instituto Hondureño de Cultura Interamericana:

«Las funciones de este Instituto tienen una gran trascendencia dentro de la vida democrática del continente. Ya no hay que seguir hablando de dos Américas, sino de una sola forjada en la lucha de la cultura occidental contra la antidemocracia anticristiana. La simbiosis de la cultura nórdica y nuestra cultura hispanoamericana constituye un baluarte de la civilización americana. Los Estados Unidos, dentro de sus normas disciplinarias de vida y sus actividades esencialmente realistas, fortalecen la enseñanza verbalista e intelectualista de los países de Hispanoamérica. La conjunción de ambas culturas es necesaria para hacer frente a las responsabilidades que tiene América como continente de la libertad. Y estas diferencias emanan desde la conquista, cuando los españoles derramaron su sangre con decisión y coraje  para ampliar las posesiones de la corona, mientras los ingleses se hacían acompañar de sus esposas, plantando sus hogares, para fundar nuevas ciudades, con una mentalidad realista, de grandes proyecciones al porvenir. Desde allá emanan nuestras diferencias substanciales, pero el destino de América es uno, y unidos tenemos que defender nuestra civilización cristiana y democrática[2]».

El discurso del actual Presidente hondureño está fundamentado sobre dos vertientes: el populismo casi mesiánico («Yo soy Juan Orlando Hernández»), y el radicalismo demagógico («Y voy a hacer lo que tenga que hacer…»). Un discurso que hace parecer que él es la única opción factible para los hondureños, pues todo el sacrificio de su propia vida debe ser recompensado por la gentiliza de la nación por ser él el heredero de los grandes héroes del pasado («Yo soy Juan Orlando Hernández, y vengo de las tierras del indómito cacique Lempiras»).

Leamos algunos fragmentos del discurso pronunciado por Juan Orlando Hernández el 27 de enero del 2014, en su toma de posesión de la Presidencia de la República:

«Ante todo, agradezco a Dios haberme dado la oportunidad de servirlo a él y a Honduras con humildad. Acepto esta responsabilidad, solicito su guía, acepto su sabiduría y juro seguir sus dictados a través de mi conciencia, en todos los actos de mi gobierno».

He aquí la primera gran contradicción. Un gobierno democrático que ha traído de vuelta al poder eclesiástico a los asuntos del poder civil, en un acto demagógico y populista, que además resulta anti histórico y sumamente retrograda. Con ello, el Presidente asume que todas las decisiones que tome en su gobierno serán dictaminadas por su «consciencia» y serán dirigidos por el mandato divino del «Dios», y no por el estamento jurídico que rige el Estado de Derecho.

«Personalmente tengo muy claro que cualquier política que establezca Honduras para combatir la inseguridad debe tener como eje fundamental el combate a la droga, el narcotráfico, el crimen organizado y el lavado de activos. En consecuencia cero tolerancia. Así como lo escuchan y punto».

Si tomamos nota atentamente, nos daremos cuenta en seguida que su discurso parece contraponerse con la práctica de las distintas administraciones. En  primer lugar, está evidenciado el contacto del gobierno con el narcotráfico (más de 7 Alcaldes y otros funcionarios han sido apresador por este delito), con el lavado de activos y el crimen organizado. El hijo del expresidente Porfirio Lobo Sosa se declaró culpable de conspirar para traficar con cocaína usando la estructura del Estado, mientras su padre era jefe del ejecutivo. Diputados, Alcaldes, militares, policías, y una gran cantidad de funcionarios públicos ligados al crimen, al sicariato, la prostitución, la extorsión y otra serie de delitos.

Por último, está lo más reciente:

«De la mano de Dios y con la ayuda del pueblo hondureño, seré el próximo Presidente de Honduras».

Esto, al contrario de sorprender, sólo confirma las anunciaciones de todos sus discurso, y confirma que siempre fue cierto que él haría que lo tuviese que hacer para conservar el poder, aun cuando ello signifique violar la Constitución y su leyes, contravenir el Estado de Derecho y traicionar a la patria.

 

Citas al pie.

[1] Rosa, Ramón. Discurso con motivo de la inauguración de la Universidad Central de Honduras.

[2] Disponible en: http://www.ihcihn.com/historia/77/discurso-del-senor-presidente-de-la-republica-ramon-villeda-morales

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