EL TIEMPO NUEVO DE LOS POPULISMOS

EGO6 diciembre, 2016

«El populismo es la democracia de los ignorantes».

Fernando Savater.

La política hondureña, así como los gobiernos de la última década, han estado profundamente signados por modelos discursivos y pragmáticos fundamentados en la demagogia y en las medidas populistas orientadas a satisfacer las exigencias de grupos militantes que validan el poder —de uno y otro bando—, y no en la solución de los conflictos primordiales de la sociedad hondureña.

Desde la inauguración del gobierno liberal de Manuel Zelaya en 2006, hasta lo que será el final del primer periodo de gobierno de Juan Orlando Hernández —en caso de la reelección— han centrado sus políticas en el populismo.

Entendemos por populismo el ejercicio político caracterizado por «un fuerte liderazgo de un sujeto carismático, propuestas de igualdad social y movilización popular. Donde imperan la simplificación dicotómica y el predominio de los argumentos emocionales sobre los racionales[1]».

Esta nueva etapa del populismo hondureño ha estado alentada por una nueva ola de populismo mundial, especialmente en América Latina. Con sus diferencias establecidas y sus políticas públicas particulares, los gobiernos afiliados al Socialismo del siglo XXI liderado por Hugo Chávez Frías en América del sur desde el 2005 hasta la actualidad —con un desgaste notable— han implementado un discurso y un accionar de carácter “popular” con el fin de conservar el sentimiento de simpatía hacia ellos en la actitud de sus pueblos, para así asegurar su permanencia indefinida en el poder de sus Estados.

Aun así, este poder es un poder ambivalente que no puede ser poseído por nadie, tal como lo estableció Michel Foucault en su lúcido ensayo sobre La arqueología del saber: «el poder no se posee, se ejerce». Nadie capaz de observar la realidad obviaría los grandes e importantes méritos de algunos de estos gobiernos “socialistas” —los moderados— de Sudamérica, que como el caso de Bolivia, Ecuador y Brasil, obtuvieron importantes resultados en materia de educación, salud, economía y desarrollo humano.

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Su contraparte, los gobiernos radicales como Venezuela, también consiguieron avances importantes en distintas áreas de la administración pública, la aplicación de los Derechos Humanos, educación formal e informal, crecimiento económico —sostenido en la producción de petróleo—, desarrollo humano, etc., el Comandante Chávez, un exmilitar que dirigió el fallido golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez en 1992, que a raíz de ello pasó dos años de su vida en prisión y quien, una vez de vuelta de prisión y a la vida civil, se convirtió en Presidente Constitucional de Venezuela, el 2 de febrero de 1999.

El gobierno chavista se convirtió con los años, a pesar de sus logros, en un régimen tan nocivo e intolerante como lo habían sido en el pasado gobiernos a los que él había deleznado. Chávez volvió a ejercer la vida militar, esta vez desde el gobierno. De esa forma, el régimen  que dirigía se convirtió en un proyecto militar-populista que aniquiló a la oposición, la encarceló y la exilió, tal como lo habían hecho los gobiernos conservadores con la oposición.

De ese modo, Chávez cometió un error total: traer de nuevo al ejercicio del poder militar a los asuntos que sólo competen al poder civil, una conquista histórica de los gobiernos liberales post-guerra fría.

Al igual que la derecha más conservadora, el chavismo vio en la imposición de un régimen militarista su única posibilidad de construir su proyecto político, un proyecto político liderado por el Ejecutivo, decididamente populista y encaminado a la continuidad en el poder.

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Si bien es cierto, el chavismo no contó con el apoyo de la Iglesia, desde siempre apegada a los conservadores —con las hermosas excepciones del siglo XX—, ni con el dominio del mercado interno, dos elementos que se conservaron el poder de la burguesía y la oligarquía venezolanas; por lo que la empresa populista se financió con los dineros de la recaudación pública y las divisas generadas por el petróleo. Con la muerte de Chávez, el gran ideólogo y líder del chavismo, la Iglesia y los dominantes del mercado, le han  declarado una guerra sin tregua al sucesor Maduro.

Hoy día, todo esto ha desembocado en un caos; como suele suceder en este tipo de gobiernos. El buen camino de los primeros años del chavismo terminó abruptamente, para tristeza de un pueblo entero, con la intervención de los militares en todas las esferas de la sociedad.

Hasta hace un tiempo, el modelo populista era casi exclusivo de las izquierdas occidentales y algunos países del Asia de post-guerra, no obstante, como es cierto que las derechas se modernizaron[2] en detrimento de las izquierdas, también se modernizó su discurso —pasando a ser casi progresista—, y, por supuesto, sus “acciones populares” en pro de la tenencia del poder.

Populismo en los gobiernos de Manuel Zelaya y Juan Orlando Hernández.

El gobierno de Manuel Zelaya siguió el modelo de corte popular utilizado durante casi todo el siglo XX por las democracias liberales de las repúblicas satélites de la URSS (al menos en la publicidad del gobierno y el culto al líder) e hizo un uso de carácter personalista de los medios noticiosos del gobierno; pues la mayor parte de la información procesada tenía como principal función el afán publicitario de un gobierno populista que buscaba la reelección a través de la modificación de la Ley Electoral y la reforma a los artículos pétreos de la Constitución de República.

La estructura discursiva de las ambiciones políticas del gobierno —un gobierno de corte izquierdista inspirado por el modelo del Socialismo del siglo XXI,  e impulsado por el fenómeno triunfalista de las nuevas izquierdas sudamericanas que habían arrebatado el poder a las derechas en Ecuador, Bolivia, Brasil y principalmente Venezuela—, tenía como horizonte la legitimación de la empresa continuista del gobierno.

En nuestro artículo PNH: crónica de una toma del poder total II, indicamos que la administración de Zelaya tuvo importantes aciertos. Nos referimos a las mejoras salariales para los trabajadores, el incremento de los efectivos de la Policía Nacional —que otros ven como un desacierto—, la Ley de Participación Ciudadana, el Instituto de Acceso a la Información Pública, la economía presentó un crecimiento de 5.6%, se generaron 114,000 nuevos empleos, el ingreso familiar se elevó en un 18% y la inflación se mantuvo en el 4.9%; se redujo la tasa de interés y se reactivó el sector productivo, se generaron al menos 20 mil empleos en el sector maquilero, se instalaron 103 mil líneas telefónicas y 40 centrales telefónicas, se implementó la matrícula gratis en el sector educativo, se albafetizó a 116,000 alumnos y a 24, 049 personas adultas, etc.

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También expusimos que el suyo fue un gobierno populista que en tres años y medio, para mantener a una población contenta, debido sus aspiraciones continuistas, derrochó más de 2,444 millones de dólares —que se sumaron a la deuda externa que Maduro había aliviado en gran medida—, según el informe del Banco Central[3].

Por su parte, el gobierno de Juan Orlando Hernández ha inaugurado en la Honduras del siglo XXI, un nuevo populismo emanado de una derecha corrupta y totalitaria que se escuda en las prácticas y discursos que antaño le pertenecían a los sectores populares vinculados con la retórica socialista. He aquí un nuevo fenómeno. Al caer en el desprestigio público por sus actos históricos de imposición, represión y corrupción, el discurso de las derechas se modificó[4] hasta el punto de no aceptar más el concepto “derechas”, cambiándolo por términos menos salpicados y mucho más livianos como social demócratas, progresistas, o partidos del centro.

En esencia, el proyecto populista reeleccionario de Juan Orlando Hernández no es más que la continuación del proyecto iniciado por Mel. Las diferencias entre ambos personajes son más que las distancias, al contrario de lo que muchos militantes radicales suponen.

«El hoy bono 10 MIL, que fue parto de Mel, y que comenzó con 2,500 lempiras para las madres solteras… le ha gustado tanto a los nacionalistas que contrario a su filosofía económica conservadora, mejoran la oferta populista de Mel y Patricia, y ahora el bono será  manejado en plástico por dos bancos… JOH asegura que su gobierno garantizará el manejo de 30 mil plásticos (tarjetas), los que con un valor de 10 mil lempiras cada una, representan 3,000 millones de lempiras[5]»

Pero eso es sólo una muestra. El presente gobierno, a la vez que ha seguido una marcada línea neoliberalista que corresponde a la agenda nacionalista, ha establecido una serie de políticas populistas orientadas a la población rural, campesina y más pobre, quienes no se percatan —en su mayoría— de las verdaderas intenciones del gobierno de turno. Entre ellos podemos contar con los programas “Vida Mejor”, “Honduras Actívate”, y otro largo etcétera.

El nuevo tiempo del populismo se incrementa con los discursos occidentales de hoy, incluyendo la retórica del recién electo Donald Trump en los Estados Unidos.

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Citas al pie. 

[1]Hoyos Vásquez, Guillermo, et., al. El eterno retorno del populismo en América Latina y el Caribe, CLACSO, Editorial Pontificia Javeriana, Bogotá, 2012.

[2] En referencia a este tema, véase: Barriga, Lautaro (UBA) y Szulman, Martín (UBA).  Nuevas derechas en América Latina, radiografía de una configuración política, los casos de Argentina, Ecuador y Venezuela, disponible en: http://jornadasdesociologia2015.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/ponencias/573_205.pdf.

[3] Informe Operaciones Crédito Público 2006-2010, Secretaría de Finanzas, Gobierno de Honduras, Dirección General de Crédito Público. Disponible en: http://www.sefin.gob.hn/wp-content/uploads/2010/06/operaciones-deuda-publica-T1-2010.pdf.

[4] Castellanos, Asís. “Para estudiar las derechas en Honduras”, El zángano tuerto, N°2, Año II, Tegucigalpa, 2016, pp. 7-11.

[5] Diario La Tribuna, “El populismo, los bonos y JOH”, edición del 27/03/2015.

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