COMPRIMIDO, «EL PERIÓDICO MÁS PEQUEÑO DEL MUNDO».

EGO2 diciembre, 2016

Por Albany Flores


Hacía un calor húmedo en toda la ciudad. Un calor cartagenero proveniente de la tibieza de un mar que se acaba de súbito en un viejo malecón rodeado de murallas, que atestiguaban un pasado de invasiones piratas y de cruentas batallas marítimas entre filibusteros y corsarios. Eran finales octubre y apenas había caído una llovizna en la ciudad, en alguno de los días previos.

No había llovido. En cualquier otra región del continente aquello hubiese sido una rareza, pero no en una ciudad costera del Caribe latinoamericano. Desde la clara ventana del sexto piso del hotel, a las cinco de la mañana, cuando las parvadas de gaviotas revolotean en la costa buscando peces, la imagen de Cartagena de Indias lucía en la imaginación y en los recuerdos casi como en el día en que Santiago Nasar se había levantado con el alba para acicalarse oportunamente e ir a presenciar la esperada llegada al pueblo del Obispo, mientras los hermanos Pedro y Pablo Vicario asechaban atentamente esperando el momento preciso para acabar su vida. Y aunque la mágica novela de García Márquez no transcurre en Cartagena, sino en el pueblo de Rioacha, el Caribe entero da esa sensación de vieja soledad costera, marcada por un pasado fantasmal que aun pasea por sus calles.

A las nueve con cuarto de la mañana de lunes salimos en un microbús Coaster, de esos que suelen llamarse Rapiditos en Honduras. La mayoría habíamos llegado del exterior de Colombia los días anteriores, yo, la jornada anterior casi a la medianoche, y estábamos allí venidos de toda Iberoamérica, convocados por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), para ser parte del Encuentro Iberoamericano de Periodismo Joven y Emprendedor que auspiciaba la FNPI, el Banco de Desarrollo de América Latina y la Asociación de Periodistas Europeos, en alianza con la Secretaría General Iberoamericana.

Alrededor de 60 periodistas de más de 17 países nos reunimos en la ciudad de Cartagena de Indias, para conversar sobre los nuevos retos de periodismo, el periodismo como industria, y sobre las diversas temáticas y narrativas que presenta el periodismo actual en toda la región. Durante los tres días del encuentro, celebrado del 24 al 26 de octubre, en el marco de la XXV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno dedicada a los temas de juventud, emprendimiento y educación; que se celebraría entre el 29 y el 30 en la misma ciudad caribeña, compartimos experiencias en un diálogo amigable y fraternal.

El microbús siguió despacio —como para permitirnos disfrutar el hermoso panorama— por la larga avenida del malecón, hasta cruzar la estrechísima puerta que daba acceso a la ciudad amurallada de Cartagena, el viejo centro histórico donde estaba ubicado el edificio de la Aedcid y la Cooperación Española, donde se llevarían a cabo los actos del encuentro.

Me asombró la representatividad y la heterogeneidad cultural en las calles adoquinadas, y el viejo mulato sentado bajo el sol, en una acera de la calle principal, vendiendo pequeñas estatuas de bronce y metal que simulaban con éxito las figuras voluminosas de Fernando Botero; a diez, a quince y a veinte mil pesos, dependiendo el tamaño que se quisiera de la estatua.

A su costado derecho, al abrigo de la sombra matutina de las murallas, una mujer afro-colombiana, vestida coloridamente de la cabeza a los pies, permanecía sentada bajo una gran sombrilla y tras una pequeña mesa repleta de confituras y dulces, traídos expresamente desde Palenque —uno de los asentamientos negros más importantes en la historia colombiana— para el consumo de los visitantes de la Ciudad Amurallada.

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Guillermo «El Mago» Dávila. Cortesía oglobo.oglobo.com

Por fin bajamos de Coaster y llegamos al salón principal. Durante la inauguración del evento, mientras confirmaba el itinerario de las actividades del encuentro, el Director General de la FNPI, Jaime Abello Banfi, hizo mención de la especial participación en el encuentro de un hombre de apellido Dávila, quien en a comienzos de la década de los 50´s había fundado un periódico junto a Gabriel García Márquez.

Mi primera impresión fue que todos me veían, hasta que descubrí, fascinado, que en realidad veían al señor de barba completamente blanca, de penetrantes ojos azules y sombrero caribeño, quien había estado a mi lado, y con quien apenas había intercambiado un tímido saludo. Él se levantó de súbito con una sonrisa vivaz, tomó el micrófono que le ofrecía una hermosa morena cadenciosa, y con un gesto de mesura se dirigió emotivamente a todos:

«Muchísimas gracias —expresó, mientras hacía una especie de reverencia con el pequeño sombrero blanco que recién se había quitado de la cabeza—, estoy muy contento de ver a tanto joven, y me llena de alegría saber que el nuevo periodismo está en las manos de una juventud emprendedora, que hoy más que nunca ha dejado atrás el miedo».

Me impresionó la sencillez con la que se dirigía a todos, y la misma sencillez de su persona, al grado que hasta entonces había pasado casi desapercibido entre todos los presentes. Desde entonces me embargó una inquietud enorme. Recordé los años de mi infancia y mi primera adolescencia, cuando leía y releía a tres de mis autores consentidos en la casa provinciana de mi abuela paterna; uno era H. G Wells, y los otros dos eran Julio Verne y Gabriel García Márquez. Entonces tendría unos doce o trece años.

Recordé las múltiples ocasiones en que me impacientaba esperando que por fin se dignaran a prestarme un nuevo libro de Gabo en la Biblioteca Municipal de Yoro, y a la bibliotecaria del pueblo, Alicia Sandoval, decirme que definitivamente no, porque había algunos libros del autor colombiano que aún no podía leer por mi juventud, como cuando intenté tomar prestado El amor en tiempos de cólera o Noticia de un Secuestro. Afortunadamente volví muy pronto a casa, y pude leer cuanto quería de cualquier autor en la Biblioteca Nacional “Juan Ramón Molina” —aun no tenía ese nombre—, ubicada en el centro histórico de Tegucigalpa, a unas cuantas calles del que fuera mi hogar.

Ahora estaba allí junto a alguien que de un momento a otro había pasado de considerar un señor vestido totalmente de blanco y sentado a mi costado derecho, a un maestro de la vida y las letras que había compartido y trabajado hombro a hombro con uno de mis autores latinoamericanos predilectos. Me sentí profundamente afortunado, al mismo tiempo que atraído por la sencilla personalidad de un hombre tan importante.

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Imagen de «Comprimido», en su edición del 20 de septiembre de 1951, Año I, N°3.

Él acariciaba descuida y automáticamente un maletín de mano sostenido con correas de color rojo, con la mirada atenta y soñadora enfocada en la imagen de los primeros expositores del encuentro. Una tranquilidad aquella de un hombre de cierta edad que a simple vista parecía haber vivido lo suficiente como para haber dejado atrás todo arrebatamiento y toda prisa.

A la una de la tarde llegó la hora del almuerzo. Quise acercarme al viejo, pero como era de esperarse, nuestra fila de asientos se llenó de inmediato con los periodistas que querían saludarlo, pactar una entrevista o hacerse una fotografía con él. Me marché  a la sala de comida, y resolví abordarlo cuando estuviera más solo y menos ocupado. Quizá de esa manera pudiera hacerle unas preguntas.

El momento llegó, y, al contrario de lo que creí, fue el viejo quien se acercó hasta donde estaba con mi vaso de jugo de maracuyá y mi apenas iniciado pan con carne.

«Me emociona que seas tan joven y estés participando de este encuentro» —me dijo, mientras reía con los labios cerrados y los ojos azules con un iris vertical de serpiente.

«Me emociona compartir con usted en este encuentro —respondí—. Así que supongo que estamos a mano», —agregué.

Me miró más amistoso y con carcajada sonora.

«¿Por qué lo dices?» —replicó.

«Pues soy de los más jóvenes y usted el más veterano en este asunto».

«Siendo así —dijo—, significa entonces que en lo que a periodismo se refiere vengo ser tu bisabuelo, como el de casi todos aquí».

«Y desde cuándo ejerce el periodismo» —pregunté rápidamente, en un tono curioso.

Me miró por un instante, y casi paternalmente contestó:

«Desde nunca, soy linotipista»

Enmudecí un momento. No sabía exactamente qué cosa era ser “linotipista”. Me avergoncé. Me repuse en seguida.

«Y en qué consiste su trabajo» —pregunté, un tanto avergonzado.

«La Linotipia es el arte de sentir lo que siente un escritor, esencialmente. El linotipista era quien pasaba los escritos de los autores a las imprentas, a través de una máquina para componer textos tipográficos, que fundía el metal de las letras de una línea completa de texto y facilitaba su composición. Comencé a ejercer el oficio muy temprano, como a los doce años, y por entonces era un oficio reservado para gente muy culta».

«¿Aún trabaja como linotipista?»

«No —sonrió ligeramente—, la Linotipia murió en Colombia como oficio hace más de veinte años. Así que eso me convierte en un hombre especial, pues ejerzo un oficio que ya no existe, y además soy gerente del único periódico metafísico del mundo».

«¿A qué se refiere con eso?», inquirí de nuevo.

«Ya lo sabrás» —dijo, y entró de nuevo al salón donde estaba todo listo para continuar con las mesas de exposición y diálogo del encuentro.

Así fue. El día siguiente, en el momento estelar del evento, Jaime Abello presentaba oficialmente a Guillermo “El Mago” Dávila, fundador de la Asociación Colombiana de Magos y Gerente de Comprimido, el periódico que en 1951 había fundado junto a Gabriel García Márquez.

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Gabo, en la sala de redacción de El Espectador, Bogotá, 1954. Foto: Archivo de El Espectador.

Cuando dispuso del micrófono, evidentemente emocionado, lo primero que dijo fue que no se quitaba el sombrero por el fundado temor que saliera una bandada de conejos y se esparcieran por todo el salón, lo cual sólo interrumpiría su historia.

Hasta hace muy poco, El Mago Dávila había silenciado su papel como socio juvenil de las primeras aventuras del Gabo periodista, hasta que el mismo García Márquez lo destacó en su libro de memorias Vivir para contarla.

Se acomodó el micrófono y la silla, y de inmediato comenzó la narración de su historia, como lo había dicho en una entrevista realizada por Gustavo Tatis Guerra para El Universal de Cartagena, en marzo del 2015. Así habría iniciado todo:

«El periódico El Universal, en Cartagena, dirigido por  Domingo López Escauriaza, fundado el 8 de marzo de 1948, me contactó en Bogotá para que le prestara mis servicios como linotipista. Fui a trabajar allí cuando su jefe de redacción era Clemente Manuel Zabala, hombre recordado por su vasta cultura. Entre los colaboradores editorialistas se encontraba el joven Gabriel García Márquez. Fue en 1951, en una época crítica en el periodismo colombiano, que estuvo sujeta a la censura oficial en todo el país. Los diarios de filiación liberal, debían incluir un aviso en primera página y en las editoriales que decía: “Esta Edición Aparece Bajo Censura Oficial”. Como linotipista levanté los originales escritos por Gabriel. Nos unía, además de la amistad, la juventud. Estábamos en los hermosos 22 y 24 años de edad.  Al conocer de cerca,  en los momentos de descanso y en horas de tertulia, renació en mi mente el deseo que siempre había tenido de editar un periódico liliputiense. García Márquez fue, a mi juicio el compañero ideal… Nunca he cuantificado los costos de redacción, ni de levantada, ni armada, pues esas labores las desempeñamos Gabriel y yo. Nadie se metió la mano al dril ni nos apoyó. Los turcos cartageneros que manejaban el comercio no dieron ni un aviso de diez centavos. Los únicos y valiosos estímulos fueron los de mi padre Julio Enrique Dávila Villamizar, tipógrafo, que solía decirme cada día: “Ajá, Guillo… ¿Cómo va la cosa? ¿Qué dice el director Gabo? ¿Cuántos avisos te dieron los turcos?… ¡Ustedes van a ser grandes! ¡Ese periódico crecerá!».

Comprimido había aparecido en 1951, contando con Gabriel García Márquez como Director y Guillermo Dávila como Gerente, se sostenía gracias a los 128 pesos, producto de los ahorros del propio Dávila, y salió en tres números de unas ocho páginas cada uno.

Refiriéndose a la cronología de la vida y obra de García Márquez, el libro Gabo periodista, en la edición preparada por Héctor Feliciano, dice:

«Entre el 18 y el 23 de septiembre de 1951 publica en Cartagena, como director y quizá único redactor, Comprimido, un diario vespertino gratuito de tamaño media carta y 8 páginas, del que no se encuentran ejemplares. Lo realiza en asocio con Guillermo Dávila, apodado “El Mago”, el más joven linotipista de El Universal, quien le propuso la idea, a raíz del cierre del vespertino conservador El Fígaro. En palabras de Gabo, en el primer editorial: “Comprimido no es el periódico más pequeño del mundo, pero aspira a serlo con la misma laboriosa tenacidad con que otros aspiran a ser los más grandes… Esta iniciativa —como los préstamos con interés— tiene el privilegio de prosperar a costa de su propia quiebra”. En el último editorial lo describe como “el primer periódico metafísico del mundo[1]”». La historia de El Mago coincidía exactamente con lo descrito.

Desde que Comprimido desapareció, dejando de ser el periódico que aspiraba a convertirse en el más pequeño del mundo, para convertirse en el primer periódico metafísico de la historia; y después de la desaparición física de su Director-redactor, El Mago, en su posición de Gerente del periódico, aguarda el instante —que espera se prolongue— en que por fin se reunirá con el gran recreador del Realismo Mágico, para seguir haciendo magia.

De ese modo se convertirían en el primer periódico totalmente metafísico de la historia del universo.

 

Citas al pie. 

[1] Feliciano, Héctor (edición y compilación). Antología de textos periodísticos de Gabriel García MárquezGabo periodista”, tercera edición, FNPI, Bogotá, 2016, pp. 34 y 81.

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