BIOGRAFÍAS LÍVIDAS: POESÍA FEMENINA ITALIANA ENTRE SIGLOS.

EGO7 octubre, 2016

Por: Silvia Favaretto [1].

En las veces que se me invita a un festival como autora representante de la literatura italiana, me resulta inmediato reflexionar sobre de qué forma mi escritura se inserta en el panorama literario nacional, y si realmente merezco el rol de portavoz de tal tradición. Súbitamente, un sentido de angustia me cerca la garganta; una tal responsabilidad aplastaría a cualquiera.

El suelo italiano dio a luz a Dante, Petrarca, Montale, Ungaretti, etc., ¿qué puedo escribir yo que esté a la altura de tanta grandeza? Nuestro pasado me incomoda, y como siempre me es más grato vivir el presente. Las maletas de la herencia son un fardo enorme, un bulto que estorba. Las raíces profundas dan más firmeza, es cierto, pero al mismo tiempo estancan y bloquean. Prefiero pensar en tener raíces aéreas, no cargar con tantos ilustres escritores a cuestas.

Las mujeres escritoras de mi país han sido muchas, y muchas han sido injustamente olvidadas. Intentaré en las líneas siguientes, rendir justicia a algunas de ellas dando testimonio de sus vidas al público hondureño, para que las descubran, y tal vez para que les dé ganas de conocerlas mejor. Me limitaré a las poetas, desde ya sé que olvidaré mencionar a algunas, y que por la brevedad de este espacio que se me concede, habrá que omitir detalles y profundizaciones que dejo a la labor de los lectores más curiosos; despertar curiosidad intelectual, ¡qué encargo más dichoso!

ninaCompiuta Donzella.

Empezaré aclarando que, en Italia como en toda Europa, en los primeros siglos en que los hombres ya componían sus escritos, leer y escribir no era patrimonio de las mujeres. las muchachas no se les daba una educación literaria, y aun cuando algunas hermanas aprovechaban  las clases impartidas a los hijos varones de la familia, llegando incluso a componer versos, no habrían encontrado la valentía ni la forma de publicarlos.

Pero, siendo la nuestra una tierra de milagros y bendiciones, tuvimos una excepción: Compiuta Donzella, una poeta de la zona de Florencia, que se dio a conocer en el siglo XIII bajo seudónimo —en una época en la que ningún escritor tenía la necesidad de esconder su nombre—, y cuyos sonetos llegaron hasta nosotros. Resulta significativo el contenido de uno de los sonetos, en el que hablando en primera persona, Compiuta Donzella denuncia: «…mi padre me hace sufrir mucho, pues quiere regalarme a un señor, y yo no tengo ganas ni deseo de eso y paso las horas atormentada, y no me hace feliz mirar a las flores o a otras plantas[2]».

La siguiente poeta que quisiera mencionar es Tullia d’Aragona (1508- 1556), una cortesana de Roma, quien escribió rimas de amor siguiendo el estilo de Petrarca. Aun teniendo amores con muchos hombres influyentes de la época, ella se sentía principalmente una escritora, y tuvo que padecer la humillación de tener que llevar las “marcas” impuestas a las mujeres de su oficio (un velo o un moño de color amarillo).

tullia-okTullia d´Aragona.

La crítica intentó atribuir su obra a un hombre, tal vez porque los poemas eran demasiado buenos para que se les considerara femeninos: «Siento que su rayo divino, cuanto más lejos él vaya, más me arde en fuego: no me alivia acercarme a las fuentes o entrar en los bosques: las olas, la frescura y la sombra no pueden nada contra mi mal».

Pero fue en 1559 cuando se abrieron nuevas posibilidades para las poetas, gracias a la histórica publicación de una antología de poesía femenina con selección de Ludovico Domenichi, hecho que testimonia la llegada de una época culta y más libre en la que las mujeres empezaron cultivar las letras. De esta época sobresale Barbara Torelli Strozzi (1475-1533), de Parma, quien escribió un soneto a la muerte de su segundo marido, asesinado dos meses después de las nupcias: «Quisiera con mi fuego entibiar su fosa helada, volver a amasar el polvo con el llanto, y así llevarlo a nueva vida y quisiera, altiva y atrevida, mostrarlo a él que quebró nuestro nudo de amor, diciéndole que el amor, cruel monstruo, puede hacer tanto».

De su vida frenética se sabe que su primer matrimonio terminó por la muerte del marido, que había intentado prostituirla varias veces. El segundo marido, un político conocido y cercano a Lucrezia Borgia, fue acuchillado con 22 puñaladas en la calle, frente al que se convertiría en un monasterio.

Otras poetas de la época tuvieron una biografía parecida. Verónica Gambara (1485-1551), de Brescia, se quedó viuda a los 28 años, y gobernó sola el Estado de Correggio, dedicándole rimas ardientes al marido, antes y después de su muerte. Vittoria Colonna (1490-1547), joven viuda romana (amiga de Miguel Ángel), escribió sobre la muerte de su marido: «A él la pesada muerte le quitó un dulce y breve sospiro, a mí me dejó el amargo y eterno luto».

156-jpgVerónica Gambara.

Más trágico aun, fue el hado de Isabella di Morra (1520-1548), dejada en custodia a sus hermanos, pues su padre estaba exiliado en Francia. En su breve vida escribió versos atrapada en el castillo de su familia, enamorándose de un noble español, razón por la que desencadenó la ira de sus hermanos, quienes mataron al español, y finalmente a ella también.

Del mismo siglo son algunas poetas venecianas a las que bien se podría dedicar otro entero artículo, centrado en la misma ciudad. Por otro lado, en los siglos XVII y XVIII cabe destacar a Faustina Maratti (1679-1745), hermosa esposa de un escritor conocido: Zappi. La mujer escribió tristes y elegantes versos a la muerte de su hijo. Unida a ella en este trágico aspecto biográfico y literario, está Eleonora de Fonseca Pimentel (1752-1799), marquesa napolitana que terminó su vida a los 47 años en el patíbulo por razones políticas, y de quien se conocen cinco sonetos a la muerte de su hijo.

En fin, ya en el siglo XIX hay que destacar los nombres de Evelina Cattermole Mancini (1849-1896), de Florencia, con una vida atormentada por amores inquietos, y asesinada por su novio; de Amalia Guglielminetti (1881-1941), de Turín, quien tuvo una larga relación con el poeta Guido Gozzano, y escribió poemas sensuales e inquietos: «El odio a menudo se confunde con el amor que se humilla y desconfía, ya que igual pasión los dos guía, por sus calles profundas. En nosotras yace, quizás, una mártir que goza de su martirio, y una prisionera que se rebela y roe sus cuerdas. Una quisiera besar esa mano que la golpea y la otra clavarle un mordisco deshumano».

amalia-guglielminettiAmalia Guglielminetti.

De las poetas nacidas en el siglo XX me atrevo a mencionar sólo a dos: Amelia Rosselli (1930-1998), poeta suicida muy admirada y reconocida, a quien me ata un apellido materno; y Antonia Pozzi (1912-1938), de Milán, también muerta por suicidio a los 26 años. Su obra, la de ésta última,  apareció póstuma. De ella nos quedan un diario íntimo en versos y un libro de poemas dedicados a Gustave Flaubert, que apareció publicado en 1950.

Tuvo, al parecer, un amor prohibido con su profesor de latín, pero la relación terminó obstaculizada por su familia. El padre, que le sobrevivió, se ocupó de censurar sus poemas, inclusive volviéndolos a escribir. Se debe a la labor filológica de una monja, graduada con una tesis sobre la obra de la poeta milanés, el que hoy en día conozcamos versos como: «Por la demasiada vida que tengo en la sangre, tiemblo en el ancho invierno. Vivo de la poesía como las venas viven de la sangre».

antonia-pozziAntonia Pozzi.

Entre todas, es con Antonia con quien siento mayor afinidad a mi propia forma de percibir la realidad y describirla. Si tuviera que elegir a un numen del que desciendo, una madre protectora entre las muchas mujeres poetas que he mencionado en este artículo, me quedo con ella, con Antonia.

 

[1] Silvia Favaretto es poeta, profesora e intéprete, Venecia, Italia, 1977.

[2] Todas las traducciones en este artículo son mías, y reconozco la dificultad de esta tarea.

 

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