VIAJE POR EL TIEMPO RECORDANDO LOS CONOCIMIENTOS ANCESTRALES TAWAHKAS

EGO28 junio, 2016

…Por Josefina Dobinger – Álvarez Quioto

Recuerdo con intensidad el viaje a la comunidad Tawahka de Krausirpe en el año 1996. Un sentimiento parecido al que se tiene al despertar de un sueño, como si hubiera sido ayer el día que retornábamos a Tegucigalpa después de una semana de vivencias en la comunidad, imposibles de borrar de la memoria. Para el grupo que participamos de la aventura, no era imaginable lo que nos esperaba a nuestro regreso, mucho menos comprender que viviríamos una experiencia agitada que llevó a los ancianos de la comunidad de Krausirpe a expresar que las mujeres en las artes habían fracasado. 

La Federación Indígena Tawahka de Honduras FITH y la recién creada organización no gubernamental Mujeres en las Artes (MUA), eran vecinos. Las oficinas de MUA se ubicaban a la par de la FITH en uno de los barrios antiguos de Tegucigalpa. En ese tiempo me encontraba trabajando en MUA junto a un grupo entusiasta de mujeres que soñábamos por aportar al desarrollo cultural de Honduras. 

Durante una semana, vimos pasar a tres hombres mayores junto a los miembros de la FITH. La oficina de MUA tenía un ventanal grande que nos permitía ver cuando el grupo de Tawahkas bajaban la calle a paso lento para conducirse al centro de la ciudad, igualmente que en algunos momentos observamos su retorno en horas de la tarde. Para nuestra sorpresa, nos enteramos que los señores que llegaron esa semana a Tegucigalpa, eran la representación máxima de los Tawahkas, que en español significa primeros hombres o primogénitos, es decir, nuestros saludos y pláticas cotidianas estaban siendo dirigidos al consejo de ancianos, autoridad suprema del pueblo Tawahka.

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El consejo de ancianos había viajado hacia Tegucigalpa con el objetivo de reclamar y hacer efectivo sus derechos como pueblo indígena, entre ellos, recibir protección por parte del Estado hondureño ante las amenazas y la invasión que realizaban los ladinos campesinos que se dedican a la ganadería extensiva y tala ilegal de árboles. También demandaban acciones para enfrentar las amenazas de los terratenientes, de las compañías extranjeras agroexportadoras y extractoras de oro. Por otro lado, reclamaban por los efectos negativos que causaban al territorio la confrontación que por décadas se vivía entre militares y narcotraficantes. Todos estos hechos, junto a los daños provocados por sectores que conformaban el frente colonizador, estaban y continúan causando daño a la cosmogonía del pueblo Tawahka. Igual que acontece con otros pueblos originarios de Honduras, dichos frentes destruyen los ecosistemas y conducen así, a la pérdida de su territorio.

Uno de esos días donde tuvimos la oportunidad de conversar por largo rato con los ancianos Tawahkas surgió la idea de realizar el osado proyecto de viajar con un grupo de jóvenes artistas a la comunidad de Krausirpe y realizar un intercambio de conocimientos. Era posible imaginarse que para los ancianos, la idea no era nada descabellada ya que una de las formas de comercio que practican en las comunidades es el trueque. 

Recuerdo también que uno de los tres ancianos Tawahkas compartió con nosotras su sentir sobre lo que él había escuchado y mirado durante su visita al Congreso Nacional: «he aprendido de los antepasados que todos los fenómenos en el mundo tienen dueño, lo que significa que es una obligación religiosa para el pueblo, recobrar y reaprender las costumbres y la práctica ritual de pedir permiso a los dueños de los peces, de los animales, de la selva, de los cerros y del bosque. —Y prosiguió— porque necesitamos pedirles prestado para darle sustento a la comunidad».

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Ante tan contundente sabiduría, las Mujeres en las artes, como nos llamaban los ancianos, pedimos permiso al Consejo para desarrollar el aventurero viaje. La idea fue acogida de manera positiva y comenzamos a desarrollar una propuesta un tanto más concreta. Así, contactamos a los jóvenes interesados en participar del proyecto, concretizando que los campos de acción dentro de los cuales nos moveríamos en la propuesta, serían el teatro, la investigación geográfica, el diseño artesanal, el dibujo, la pintura y finalmente la narración oral, dentro de la cual participé directamente. Una vez recibido el consentimiento por parte del Consejo de Ancianos, nos lanzamos a la empresa de trasladarnos a una de las regiones de Honduras con mayores dificultades de acceso. Solo es posible llegar a ella a través del río, en pipante, canoa larga y angosta movilizada por motor. 

Después de tres horas de viaje en carro, o más, nos trasladamos de Tegucigalpa hacia Nueva Palestina – Patuca, poblado del departamento de Olancho. Los Tawahkas nos recibieron con los brazos abiertos y al día siguiente partiríamos hacia Krausirpe -isla pequeña-, recorriendo la carretera de agua que nos llevaría a nuestro destino; el río Guayape, afluente del río Patuca, el más largo de Honduras.

Mi memoria ha archivado el viaje como una experiencia única y alucinante. Fuimos conducidos por el pipantero que operaba el motor y el palenquero que con la ayuda de una vara larga y fuerte, media la profundidad de las aguas para evitar tropezar con las rocas y hacer posible el avance del pipante por el río. Situado en la proa, marcaba la ruta por la que teníamos que avanzar para no fracasar. 

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Era verano, temporada perfecta para la aventura ya que permitía que el río fuera navegable, provocando en la tripulación, nuestro aventurero grupo, el deseo de refrescarnos en el río. Los Tawahkas nos decían; es mejor que salgan del agua porque pueden llegar los lagartos. Nuestra ignorancia nos hizo responder al comentario con algunas bromas acompañadas de risas bulliciosas, burlonas y alegres. Aprendimos de esa experiencia a respetar los conocimientos de quienes saben convivir con su entorno, sobre todo, cuando salimos despavoridos del agua o «despupusados» como decimos en Honduras, al ver, no lejos de donde nos ubicábamos un par de lagartos asentados sobre unas grandes rocas que disfrutaban del sol plácidamente.

Llegamos a Krausirpe acalorados y agotados de un largo viaje, pero la vida se nos iluminó cuando el Consejo de ancianos y un grupo de personas entre ellos las niñas y los niños, se acercaron para darnos la bienvenida. En uno de los encuentros con algunos miembros de la comunidad, una de las mujeres tejedoras que también elabora telas de la corteza de tuno dijo que el río es la carretera a través de la cual se movilizan, pero éste también les pertenece a toda la comunidad porque es como si fuera parte del cuerpo. Pude comprender lo que decía cuando nos relató que para cortar la corteza de tuno había que hacerla en la luna nueva, y para ello, tenían que trasladase en pipante a través del río para poder entrar al bosque, donde crecían los arboles de Castilla de Tuno y después llevar la corteza a la comunidad para procesarla.

Un día antes de marcharnos de Krausirpe nos sentamos a conversar con los ancianos de la comunidad. Al grupo nos habían quedado sonando las palabras de uno de los líderes Tawakas que nos dijo: «el sueño es soñar despiertos, queremos dar a conocer al mundo que somos una cultura». En ese momento surgió la interrogante: «¿Cómo podemos contribuir para que ese sueño se haga realidad?» Y uno de los ancianos dijo: «para que ustedes puedan saber cómo pueden colaborar con ese sueño, les voy a contar el origen del peligro que amenaza al pueblo Tawahka».

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Con gran atención y haciendo uso de todos los sentidos de nuestro cuerpo, comenzamos a viajar por el tiempo y el espacio. Desde los inicios del poblamiento Tawahka, el principal asentamiento era Yapuwas, expresó el anciano, pero fue abandonado debido a una peste que azotó y diezmó la población. Las autoridades del departamento de Olancho no apoyaron a que la enfermedad fuera contenida, sino, presionaron al pueblo para que abandonáramos el territorio.

El anciano declaró que ese hecho dramático lo había confirmado la sukia o chamana, mensajera espiritual del asentamiento Tawahka de Yapuwas. Según la sukia era un mal mortífero el que estaba atacando la comunidad, era una plaga desconocida para los Tawahkas. Las personas que se contagiaban, morían, sin que ella pudiera curarlos. Relató que fue durante el proceso de autocurarse que invocó a los dioses para pedir ayuda y enfrentar el mal que los llevaría al fracaso. El conocimiento curativo lo había aprendido de sus ancestros una vez que sufrió la dramática e impresionante experiencia de sobrevivir el impacto de una descarga eléctrica. 

Un rayo la electrocutó y al sobrevivir, su guía espiritual que igualmente había heredado de sus antepasados el conocimiento de la flora y fauna de la biósfera Tawahka, curó sus heridas a través del uso de plantas que la llevaron a estados de éxtasis que no solo sanaron sus heridas, sino fortalecieron su alma, fuerza espiritual que le permitió defenderse y escapar del peligro. Éste acontecimiento, la convirtió en elegida por los espíritus para ser su mensajera. 

Ante la situación de alarmante peligro que vivía la comunidad, la sukia invocó a los espíritus y ellos se le manifestaron a través de los sueños. Las visiones, cada vez más frecuentes, le indicaron el camino hacia las plantas que tenía que utilizar para sanar a los enfermos y la manera de prepararlas para que tuvieran su efecto. 

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Lo que llamó poderosamente nuestra atención fue que según contó otro de los miembros del consejo de ancianos, la sukia también había dicho que para encontrar esas plantas había que viajar muy lejos y abandonar el territorio, ya que estaban siendo atacados por espíritus malignos. Dichos espiritus desencadenaban graves enfermedades que hacían mal a través de crear sufrimiento al pueblo,  por lo que era recomendable trasladarse a otro lugar de la biósfera Tawahka. Fue así, que un grupo de tres familias, según cuenta la historia, se fueron a Krausirke, poblado conocido actualmente como la capital Tawahka. 

Con deseo de saber un poco más sobre lo acontecido en Yapuwas, uno de los miembros del grupo aventurero preguntó: ¿Cuáles eran esos males que atacaban con enfermedades a los Tawahkas? El anciano respondió que según la sukia el gran mal era la avaricia de los grupos poderosos económicamente, cuyo fin era acaparar las tierras y controlar la naturaleza. Y que para lograr su objetivo comenzaron a anular el significado que tiene para el pueblo Tawahka la naturaleza, que forma parte de la manera de entender el mundo. Pero que lo más terrible no era solo la apropiación física del espacio, sino todo su saber, explicando entonces que no se trataba exclusivamente de la desterritorialización física o la expulsión de los Tawahkas de sus territorios, sino también del peligro de llegar a desconocer la manera de interpretar el territorio de sus cuerpos a través del lenguaje de la naturaleza.

El anciano también nos dijo, que la suika había anunciado que el gran daño que se hacía al territorio se concentraba en la pérdida del control sobre sus propias vidas, ya que al no tener sus ritmos en la cosecha, la caza, la crianza de animales, sus sistemas de curación y creencias espirituales se desterritorializaban las formas de ser, hacer y conocer.

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Al terminar de hablar con los ancianos de la comunidad, mis pensamientos se activaron y se dirigieron hacia una manera distinta de ver el mundo. Tenía demasiada información en la cabeza y me era difícil procesarla. Al día siguiente partimos hacia Tegucigalpa, hicimos de nuevo el recorrido por el río, dejando atrás una vivencia inolvidable. Camino hacia Tegucigalpa, atravesando en auto el departamento de Olancho por una carretera de tierra que dejaba detrás una gran polvorera, aconteció el fracaso de las mujeres en las artes. El vehículo en el que nos movilizábamos colisionó con otro auto. Un accidente estrepitoso que por dicha no resulto con pérdidas humanas.

Haber tenido el privilegio de compartir una semana en la comunidad nos transformó, a todos los participantes, la existencia. Fue una experiencia colectiva que solo es posible describir a través del pensamiento Tawahka que dice: «No nos oponemos al desarrollo —en palabras de los  ancianos—, si se da en forma equilibrada y ofrece garantías de sobrevivencia para nuestros hermanos indígenas, pero hasta ahora no vemos nada de eso y por ello protestamos ante la iniciativa de querer borrar nuestra presencia en la historia cultural de este país».

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La sabiduría Tawahka dejó un conocimiento nuevo para el aventurero grupo. Comprendimos que los aprendizajes sobre las formas convivir y enfrentar el entorno, se transmiten a través de los significados que se aprenden de manera directa, interactuando entre ellos, con su entorno. Por lo que la vivencia colectiva en comunidad, establece un sistema global que abarca a todos los miembros y a la naturaleza como partes que componen un solo ser. Al interior del pensamiento Tawahka, como sucede con las otras comunidades indígenas y garífunas de Honduras, no existe la dualidad cultura/naturaleza por que la materialidad de su entorno y los símbolos se mezclan indisociablemente. Lo humano y no humano son uno mismo.

Así, el fracaso de las mujeres en las artes fue una enseñanza que nos despertó y nos conectó nuevamente a una realidad que recuerda lo aprendido en Krausirpe. Sólo es posible aprender en la acción misma, utilizando los recursos del contexto donde se vive. Uno de los grandes aprendizajes de ese viaje fue comprender que fracasar no es simplemente el opuesto de ganar, sino implica una relación con la posibilidad de sobrevivir para poder contar lo vivido. Los conocimientos solo se transmiten actuando en una relación práctica con el entorno, por lo que es necesario no olvidar que los tawahkas, misquitos, pech, garífunas, lencas, chortis y tolupanes son grupos que dan sentido a las raíces de la cultura del país. Los territorios ancestrales de estos pueblos son una unidad con el individuo, todas y todos los pobladores de Honduras estamos configurados por sus realidades, al perder estos grupos su conocimiento ancestral, el pueblo hondureño en su conjunto padecerá y sentirá su propio deterioro, ya que son los mismos males que en estos momentos se abalanzan sobre toda la población.

Bogotá, Colombia, febrero 2016

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Investigadora social hondureña, Mag.Sc. en Estudios de la Mujer por la Universidad de Costa Rica, Diplomado en Trabajo, educación y consejería por Instituto de desarrollo económico WIFI, Viena Austria, especialista en trata de personas, historiadora y cofundadora de Mujeres en las Artes (MUA).

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