A un año sin Berta Cáceres

La madrugada del 3 de marzo de 2016, dos tiros acabaron con la vida de Berta Cáceres, líder del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, conocido por sus siglas, COPINH. La noticia pronto inundó de lamentos la escena de los activistas sociales, que rápidamente se hicieron presentes en la morgue capitalina, a la espera de que llegara el cuerpo de Berta, mientras armaban altares de flores en su honor.

Como tantos otros corresponsales de medios de comunicación, también llegué a la morgue. Estaba conmocionada, porque aunque no conocía personalmente a Berta ni podía ufanarme de ser su amiga o allegada, la conocía, precisamente, de las coberturas periodísticas. La imagen era siempre la misma: Berta al frente de un grupo de mujeres y hombres que cargaban estandartes del COPINH, acompañada siempre de su megáfono, exigiendo respeto a la tierra y a los pueblos indígenas. Berta caminando por carreteras y caminos. Una personalidad tan férrea y combativa que uno la visionaba fuertemente afincada en la vida, incapaz de morir.

Sin embargo, aquí estábamos, esperando un cadáver, entre inciensos, flores y mujeres que gritaban entre lágrimas, “¡Berta no murió, se multiplicó!”. Más personas llegaban para recibirla, entre un luto multicolor henchido de desafío.

Altar que mujeres hicieron en la morgue mientras esperaban el cuerpo de Berta Cáceres. Foto: Nincy Perdomo.
Altar que mujeres hicieron en la morgue mientras esperaban el cuerpo de Berta Cáceres. Foto: Nincy Perdomo.

 

Llegada del cuerpo de Berta Cáceres a la morgue capitalina. Fotograma: Nincy Perdomo.
Llegada del cuerpo de Berta Cáceres a la morgue capitalina. Fotograma: Nincy Perdomo.

Por la tarde salimos hacia Intibucá, donde llegamos ya entrada la noche. Nos quedamos en Utopía, sede del COPINH, donde militantes de diferentes organizaciones sociales e indígenas ya se habían acomodado para descansar en espera del día siguiente, cuando los restos de Berta serían depositados en el cementerio. El ambiente estaba crispado. Había, aunque la mayor parte de la gente dormía, pláticas de tomar venganza, rumores de acusaciones, muecas de odio contra la Hidroeléctrica DESA y el gobierno. Afuera, grupos de personas se reunían para hablar de lo que podría pasar. El crimen de Berta había pasado de ser otro asesinato más en el país a estar en boca del mundo, hasta de lejanas estrellas de Hollywood, que jamás habrían oído hablar de un país como Honduras.

Amanecimos en el frío de la neblina de Intibucá. La multitud entraba y salía de las habitaciones, turnándose para utilizar los baños, haciendo fila para recibir los frijoles y las tortillas, lavando sus platos en las pilas. Había colectivos garífunas, venidos desde el litoral atlántico, grupos que bajaron de Azacualpa, vecinos de San Francisco de Ojuera, gente de Francisco Morazán, gente de todos los rincones de Honduras. Una señora garífuna, sentada apaciblemente en un pupitre mientras observaba el trajín de la gente halando colchones y bultos, nos contó que el día anterior habían emprendido el viaje de 12 horas desde Trujillo para llegar a despedir a Berta.

Utopía, sede del COPINH. Fotografía: Nincy Perdomo.
Utopía, sede del COPINH. Fotografía: Nincy Perdomo.
Utopía, sede del COPINH. Fotografía: Nincy Perdomo.
Utopía, sede del COPINH. Fotografía: Nincy Perdomo.

Temprano llegamos a la casa de la madre de Berta, Austraberta Flores. El ataúd blanco de Berta descansaba en el interior de la casa, rodeado de fotografías que la mostraban sonriente, mientras candelas iluminaban parcamente la habitación, salvaguardada de la luz del sol por cortinas. A pesar de la cantidad de gente que vigilaba el féretro, o que esperaba en las afueras de la habitación, un silencio contemplativo dominaba el ambiente. Cada vez más personas llegaban, no sólo de Honduras, sino de todas partes de Centroamérica.

A las 10 de la mañana, los hijos de Berta –Olivia, Berta, Laura y Salvador– llegaron para dirigirse a los medios de comunicación. Leyeron un comunicado en el que responsabilizaron directamente a la Hidroeléctrica DESA por la muerte de su madre, y exigieron justicia pronta y total contra los hechores materiales e intelectuales del crimen. “¡Berta vive! ¡La lucha sigue!” gritaron, al unísono, frente a su abuela, frente a los restos de su madre y ante el mundo.

Los hijos de Berta Cáceres, dirigiéndose a los medios de comunicación el día después del asesinato de su madre. De izquierda a derecha: Olivia, Laura, Berta y Salvador.
Los hijos de Berta Cáceres, dirigiéndose a los medios de comunicación el día después del asesinato de su madre. De izquierda a derecha: Olivia, Laura, Berta y Salvador.

La procesión del féretro de Berta Cáceres por las calles de Intibucá comenzó poco después. Una inmensa multitud llevaba sobre sus hombros el ataúd blanco, mientras aquellas mujeres que colocaron altares en la morgue acompañaban a la madre y los hijos de Berta, cantando canciones, gritando consignas. A cada paso y por cada calle, más personas se unían al homenaje póstumo, hasta llegar a La Gruta, donde la multitud despedía a la mujer que había librado tantas luchas contra poderes económicos y políticos.

Luego emprendimos, junto a la multitud, el camino hacia el cementerio. Los garífunas, expertos en las ceremonias mortuorias, bailaron punta y fumaron sus puros para roer el corazón de los asesinos y que cayeran en manos de la justicia. Los tambores y las conchas marinas acompañaron a Berta hasta el lugar de su último descanso, su nombre en las bocas de los que marcharon muchas veces junto a ella y ahora marchaban acompañándola hacia su última morada.

La multitud se congrega en La Gruta para despedir a Berta Cáceres. Fotografía: Nincy Perdomo.
La multitud se congrega en La Gruta para despedir a Berta Cáceres. Fotografía: Nincy Perdomo.

A un año sin Berta, hemos visto las capturas de los hechores materiales de su crimen, entre los que destacan miembros de las Fuerzas Armadas directamente conectados con la Hidroeléctrica DESA, pero la investigación parece no extenderse más allá de ese círculo inmediato de acción. A un año sin Berta, hemos visto pugnas internas y apropiaciones de su nombre y su legado para bañar con el brillo de su lucha proyectos políticos que en el pasado no le extendieron apoyo. Y el pueblo sigue a merced del capital y sus socios, que extiende su caudal mientras el teatro de la política lo permite sin oposición. A un año sin Berta, la lucha sigue.

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