TEGUCIGALPA: CIVISMO Y FESTIVIDADES PATRIAS

EGO11 septiembre, 2016

Por: Albany Flores Garca, Ariel Bardales, Marvin Rivas, Sofía Gallardo, Mario Panchamé y Luisamaría Aguilar.

ASPECTOS TEÓRICOS SOBRE CIVISMO Y NACIONALIDAD.

La representación de las celebraciones patrias es una práctica emanada desde el plano político hasta la sociedad para crear un elemento de cohesión y un sentido de pertenencia nacional. Las celebraciones cívicas son un método simbólico de las demostraciones del poder, a la vez que evidencian la capacidad transformadora de la maquinaria de control sociopolítico que busca crear un sentimiento de nacionalidad en las mentalidades colectivas (Díaz Arias, David, 2001. p. 2).

Casi desde el gobierno progresista de José María Medina, el Estado dedicó mayores intentos a crear un sentimiento de nacionalismo que sólo se intensificó y cobró un sentido nacional con los actos cívico-ceremoniales practicados durante los dieciséis años la administración de Tiburcio Carías, quizá en un intento por conciliar las prácticas coloniales con las republicanas, o quizá en busca de proyectar la institucionalidad del poder para lograr su legitimidad.

Los estudios realizados por Terence Ranger y Eric Hobsbawn, La invención de la Tradición (1883) nos presentan un análisis científico sobre los fenómenos sociales, y la forma en cómo los pueblos y las naciones han creado, voluntaria e inconscientemente, una serie de eventos que al volverse costumbre, llegan a convertirse en tradiciones. Estas tradiciones, sin embargo, surgen casi siempre de los hechos triviales de la cotidianeidad, y tienden a convertirse en elementos aglutinantes y representativos de una comunidad  o pueblo.

En el área centroamericana, autores como David Gustavo Díaz nos ofrecen una explicación sobre los antecedentes relacionados con el origen de la celebración de las fiestas patrias, y de su implantación en Centroamérica como unidad histórica.

En Honduras, nación cuya producción histórica carece de estudios ligados a las mentalidades colectivas y procesos sociales, el trabajo del investigador Jorge Alberto Amaya (La Reforma Liberal y la Construcción de la Figura de Francisco Morazán, como imaginario de la nación) sobre  la instauración de las imágenes y cultos al denominado Panteón Sagrado de los héroes patrios de Honduras, implementados y argumentados por La Reforma Liberal, representa un importante precedente en el estudio de la construcción de los diversos elementos culturales, tradicionales y cívicos que se han venido formando en la nación.

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15 de septiembre de 1945. Archivo personal de Jorge Amaya.

La obra de Ramón Rosa, Discurso en la apertura de la Universidad Central de Honduras —documento que exhorta a la clase letrada y académica de la época sobre la importancia del trabajo científico en beneficio de la patria— nos muestra de qué manera la mentalidad cívica y el sentido de apropiación de la nación por parte del hondureño fue transformándose desde finales del siglo XIX.  Además, la educación académica (Universidad Central), sumada a la llegada de nuevas doctrinas ideológicas a Centroamérica, fueron determinantes en el desarrollo de la identidad, y por tanto del desarrollo de las fiestas patrias.

De igual forma, el historiador Marvin Barahona (Honduras: síntesis histórica en el siglo XX) señala la importancia del papel del gobierno de Tiburcio Carías Andino —dentro del marco de la filosofía de Paz implantada para mantener a los ciudadanos dentro de un plano de seguridad y equilibrio social—, para que la celebración de las Fiestas Patrias adquiriera una preponderancia social desde el Estado.

IDENTIDAD NACIONAL Y FIESTAS PATRIAS

Dentro del desarrollo de las fiestas patrias (en su contexto cultural, social y político), surge un desprendimiento conceptual de lo que denominamos Identidad Nacional, Patria y Civismo, en base a una inclinación explicativa e interpretativa de este evento nacional   desencadenado en 1821 con la redacción del Acta de Independencia de Centroamérica.

Tomando la caracterización de algunos conceptos elaborados por Montserrat Giberneau (2009) y Rodolfo Fasquelle (2005), observamos un panorama teórico relacionado con la conmemoración de las fiestas patrias desde el sentido de culto y pertenencia que éstas provocan a la población.

La representación de Identidad tiene carácteres específicos y generales entre los miembros de una zona determinada, mismos que son transmitidos de generación en generación, según las acciones cotidianas. Dichas acciones hacen  diferenciaciones culturales (costumbres), que pueden ser tanto físicas como psicológicas: «Toda sociedad surge dentro de un sistema de representaciones y relaciones sociales» (Giberneau, 2009). En otros términos, la identidad es un sentimiento común arraigado en la creencia de pertenecer a un mismo grupo, pero con atributos diferenciados regionalmente.

Por lo tanto, Identidad Nacional es el agregado de las características determinadas que son compartidas entre ciudadanos y que son propios de una misma región, «pues es un sentimiento colectivo asentado en la creencia de pertenencia» (ibíd.).

Es aquí donde la historia  tiene un papel elemental como proceso de formación de identidades nacionales, puesto que nos permite afianzar nuestros imaginarios colectivos mediante el análisis y comprensión de los múltiples eventos a los que nuestros antepasados nos han vinculado, creando así un sentimiento de apropiación: «la antigüedad se emplea para dar legitimidad a la nación y a su cultura» (ibíd.). El sentido colectivo de la historia influye en ese espíritu, sobre todo en el recuerdo de heroicas y grandes hazañas, así como también de aquellos momentos  de vergüenza nacional.

 

15 de septiembre de 1940. Archivo personal de Jorge Amaya.
15 de septiembre de 1940. Archivo personal de Jorge Amaya.

Esta colectivización de la memoria de los pueblos ha generado las bases  para la conformación de lo que denominamos «Patria»; en realidad un condicionante de cohesión  y arraigo cultural de ciertos individuos en un determinado territorio. «Los políticos juegan con la idea de patria y el sentimiento patriótico, que es parte de nuestro condicionamiento elemental. Pero esa clase de patrioterismo ocasional o electorero es un placebo del genuino amor a la patria, que se refleja en nuestro comportamiento cotidiano, en nuestra relación social solidaria con otros hondureños y en nuestro compromiso cívico, nuestra fe en las instituciones y sus dirigentes» (Fasquelle, 2005).

En esta colectivización solidaria  manifestamos civismo, ya que es éste el que define la solidaridad y la armonización de la sociedad en cuanto al respeto de las particularidades personales y el respeto a la dignidad humana manifestada en La Patria: “La patria es un parto colectivo en que, a lo largo de siglos, intervienen gambusinos, esclavos, indios de repartimiento, criollos, gachupines y hacendados etc.» (Argueta, citado por Fasquelle). Entonces podemos decir que somos producto de un pluriculturalismo concentrado en una sola nación, por lo que no podríamos definir con certeza ¿De qué cultura venimos?: «La patria no puede ser comprendida fácilmente, porque la patria a la vez que es una, encierra en sí muchos elementos complejos. La patria es algo material y al mismo tiempo es algo espiritual; es el presente, pasado y futuro, es anhelo, recuerdo ideal, es cuna y también es sepultura» (Gobierno de Nuevo León, 1969).

BREVE RESEÑA DE LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS FIESTAS PATRIAS EN TEGUCIGALPA  1940–1950.

El impulso de las fiestas patrias en Honduras desde la proclamación de Independencia de 1821, tiene un vacío historiográfico y ha sido un tema poco estudiado por la comunidad científica y no científica, es por eso que no sabemos con certeza desde cuándo se celebran los eventos patrios en nuestro país. Según la historiadora Miriam Sagastume, el primero que  decretó la conmemoración de las fiestas patrias fue Dionisio de la Trinidad  Herrera Díaz del Valle, quien «oficializó la celebración de las fiestas patrias, el 15 de septiembre de 1825».

Por otra parte, el estudio del costarricense David Gustavo Díaz sugiere que: «la iniciativa de conmemorar la independencia estuvo en primer momento ligada a las decisiones que en esta materia hizo la “Asamblea Nacional Constituyente de las  Provincias Unidas del Centro de América”, que en 1824 reglamentó las ceremonias con las que en el Istmo recordaría la libertad. El 11 de septiembre de ese año, se encargó de decretar la celebración del 15 de septiembre en Guatemala y mandó festejarlo en los demás estados según lo dispusieran sus Congresos. El decreto indicaba los distintos ritos con los que se ejecutaría la fiesta en la capital de la República Federal, mientras que esgrimía el día indicado para el festejo: 1- Una misa de acción de gracias todos los años siguientes; 2- Asistencia obligatoria de las autoridades del Poder Ejecutivo, las corporaciones civiles, eclesiásticas y militares; 3- Lectura del Acta de la Independencia en el Palacio y un discurso análogo a la celebración; 4- Demostraciones de regocijo público según el estado del erario y; 5- Visita de cárceles. Además, la Asamblea dejaba señalado que el 15 de setiembre sería un día feriado, por lo que quedaban suspendidas las sesiones del Cuerpo Legislativo y el trabajo en los demás “Cuerpos depositarios de los Altos Poderes» (Op., cit).

El Instituto Salesiano San Miguel marchando en 1949 por la Calle Real de Comayagüela. Tomada de: diario La Tribuna, Fiestas Patrias,  2 de septiembre de 2014.
El Instituto Salesiano San Miguel marchando en 1949 por la Calle Real de Comayagüela. Tomada de: diario La Tribuna, Fiestas Patrias,  2 de septiembre de 2014.

Así mismo, Alfonso Berganza (1984) secunda lo expuesto por Díaz Arias, pero agrega un último artículo que dice: «Los Congresos de los Estados ordenarán la manera con que en cada uno de ellos haya de celebrarse el aniversario de tan inmemorable día». De este modo, siendo Guatemala el núcleo de Centroamérica en todo el periodo colonial, después de tres años de proclamada el Acta de Independencia decretó la celebración patria para las demás provincias, con una serie de decretos que quizás fueron acatados en su mayoría como expresión social y cultural.

Posteriormente se daría el periodo Republicano y Anárquico, donde quedaría sesgada esta conmemoración patria a raíz del desequilibrio social, político y económico acaecido en Centroamérica con la personificación de figuras autoritarias y centralistas como Rafael Carrera en Guatemala. Por su parte, en Honduras los preceptos de Francisco Ferrera (1841-1845), Coronado Chávez (1845-1847), Juan Lindo (1847-1852), Trinidad Cabañas (1852-1856), Santos Guardiola (1856-1862) y José María Medina (1863-1872), resultaron (por sus características de gobiernos conflictivos) poco propiciatorios para los festejos cívicos.

No obstante, fue en el gobierno de José María Medina cuando se comenzó a crear el concepto de hondureñidad, puesto que antes  los símbolos que representaban al país eran los mismos de la Federación Centroamérica. El 16 de febrero de 1866 Medina creó el Pabellón Nacional, en Santa Rosa de Copán (símbolo patrio)  y provee la categoría de República de Honduras oficialmente (Flores Garca, 2014). Pese a ello, ese proceso de celebraciones cívicas tomó mayor fuerza a partir del gobierno de la Reforma.

El Instituto Central de Varones marchando por las calles de la capital en 1948.  Tomada de: diario La Tribuna, Fiestas Patrias,  2 de septiembre de 2014.
El Instituto Central de Varones marchando por las calles de la capital en 1948.  Tomada de: diario La Tribuna, Fiestas Patrias,  2 de septiembre de 2014.

Al ser entrevistado sobre el tema, Juan Manuel  Aguilar ha señalado que: «Cuando se adopta la bandera y el Escudo es con Medina…Como lo vemos nosotros, muchas cosas que hizo Soto fueron tomadas de él…Todas esas actividades empiezan a aparecer en los años 60´s. La precocidad del Estado–Nación hondureño sí comienza con Medina; y gran parte  que todo el resultado de la Reforma Liberal es producto de la acciones de éste.

A inicios del siglo XX las Fiestas Patrias y el sentido de nacionalismo se fueron desarrollando cada vez con más intensidad a partir de los comienzos de la década de 1940, pues para entonces se contaba ya con un Himno Nacional, Símbolos Nacionales, el Teatro Nacional, el Estadio Nacional, etc. Para muestra, el diario El Cronista del 17/09/1918 expresaba:

 «Entre un ulular de campanas y un detonar de cañones, recorrieron las bandas militares las más céntricas calles de la población, ejecutándose alegres marchas y pasodobles…Después del acto cívico del cabildo bajó a la catedral, donde Monseñor Dueñas y Argumedo cantó un tedeum de gracia a la conmemorativa de la patria».

La misa de conmemoración patria estaba vigente como acto de acción de gracias así como se había determinado en la Asamblea Constituyente, y por lo tanto la mayoría de entes del Poder Ejecutivo, así como las corporaciones civiles y militares, siempre acompañaban los desfiles. Por otra parte, la lectura del Acta de Independencia en el Palacio Presidencial y el discurso correspondiente fueron prácticas implementadas como herencia de lo concretado en 1824. El diario La Época del 17/09/1948 señala:

«En el Salón de Actos del Palacio del distrito[…] La ceremonia  fue presidida por el señor ministro de Gobernación, licenciado don Cecilio Colindres Zepeda, en representación del excelentísimo Señor Presidente de la Republica, Doctor y General don Tiburcio Carías Andino[…] Los actos iniciaron con la ejecución del Himno Nacional, por la Banda de los Supremos Poderes. Siguieron: lectura del Acta de la Independencia e Himno a la Paz de Honduras. En Nombre del Poder Ejecutivo pronunció el discurso de estilo el licenciado y poeta don Eliseo Pérez Cadalso, quien lo hizo con amplio discernimiento de la situación de progreso y paz con que el gobierno del General Carías ha evolucionado a Honduras».

Estudiantes bien ataviadas, desfilan por las calles de Tegucigalpa en un desfile cívico. Numerada con el 3, la estudiante María Prica Zúñiga Huete y numerada con el 4, Graciela Bográn, 1913. Archivo personal de José Gonzáles. 
Estudiantes bien ataviadas, desfilan por las calles de Tegucigalpa en un desfile cívico. Numerada con el 3, la estudiante María Prica Zúñiga Huete y numerada con el 4, Graciela Bográn, 1913. Archivo personal de José Gonzáles.

EL GOBIERNO DE TIBURCIO CARÍAS Y LA CELEBRACIONES CÍVICAS (1933-1949).

La consolidación del concepto Patria en el periodo de la dictadura cariísta está estrechamente relacionada con las festividades patrias, ya que fue en este periodo cuando se obtuvo la vigencia y se adquieren los elementos que siguieron reproduciéndose a lo largo de los siglos XX y XXI; o sea el fortalecimiento de la intervención norteamericana y la celebración misma, enaltecida bajo una apropiación nacional de las fiestas cívicas norteamericanas del 4 de julio. La figura de Tiburcio Carias marcó una época por su estabilidad y por la “Paz” que generó con su imposición (paz e imposición resultan contradictorias).

Sin embargo, la conmemoración de las fiestas patrias ―la celebración de la Independencia― sólo tomó fuerza y mayor relevancia a partir de los gobiernos del Doctor y General Carías, sobre todo por la gran influencia que ejercía en él y en su gobierno el ferviente nacionalismo de los estadounidenses en la celebración de su fiesta de independencia, de hecho, durante todo su gobierno, particularmente durante los años de 1940 a 1949, la administración de Carías llegó a poseer tales límites de influencia estadounidense que a mediados de la década de 1940 decretó que se declarara el 4 de julio como Fiesta Nacional. Por otro lado, para ese tiempo, en Honduras la celebración de la Independencia de España todavía no alcanzaba el nivel de efervescencia y “patriotismo” que pretendía el cariíato, de manera que nuestra celebración de las Fiestas Patrias o el aniversario de la Independencia, no es sino una copia malversada de las celebraciones norte-americanas, primero de los Estados Unidos y después de México.

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Tiburcio Carías abriéndose paso entre la muchedumbre en un desfile patrio. Tomada de: diario La Tribuna, Fiestas Patrias,  2 de septiembre de 2014.

Por ende, la herencia de la segunda etapa presidida por Carías, es la que permitió que las Fiestas Patrias tuvieran el impacto cultural que se hizo tradición con el paso del tiempo. El papel desempeñado por el  General (durante el 15 de septiembre) era el de acompañar como cualquier otro espectador el desarrollo de la festividad; estaba siempre saludando desde su balcón y sólo presidió el evento una vez en la plaza central, acompañado por supuesto de su guardia personal, pero sin acompañamiento policiaco-militar.

En la entrevista concedida por Dolores Figueroa dice que: «El general Carías iba por ahí, pero no había un despliegue de militares ni de policías ni de nada, él tenía su guardia por supuesto, pero no se veía nada de eso». Sin embargo, Carías tenía cierta fascinación con algunos elementos demostrativos de fuerza del fascismo italiano-alemán, lo cual se ve reflejado en las construcción del Estadio Nacional que para la época en que se construyó (1948) no era más que una demostración de su poder.

En ese sentido, Carías impulsó el culto tanto a los héroes como también a su persona; ejemplo de esto es el saludo a Carías y su incuestionabilidad a la hora de tomar decisiones. «La dictadura y sus ideólogos proclamaron que el mayor éxito de su gobierno fue haber establecido un régimen de orden y paz, que acabó con las insurrecciones y la inestabilidad política» (Barahona, 2005). Esto, a su vez, permitiría el espacio para desarrollar la cultura, que en épocas de formación del Estado era un insumo imprescindible para el desarrollo del Estado-Nación que sólo se formaría a través de los imaginarios sociales. Por ello, la celebración de las fiestas patrias durante el cariato no sólo obedecía a los intentos de control político, sino también al natural proceso evolutivo de la identidad nacional, y al surgimiento, quizá por vez primera, de un sentido de pertenencia y nacionalidad que a su vez produjera el hondureñismo, la hondureñidad y la Nación.

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