TECHO PARA MI PAÍS: LA FILANTROPÍA COMO EJERCICIO DE PODER

EGO13 junio, 2016

La filantropía (de/ en) el ejercicio de poder en Honduras

Para un grupo de jóvenes no acostumbrados a dirigir proyectos filantrópicos y cuyo entendimiento del término «voluntario» les resulta todavía ininteligible e incomprensible, en una sociedad como la nuestra, basada en la competitividad y en el ejercicio vertical de poder, las consecuencias de su ignorancia llega a convertirse en un espejo de la realidad de nuestra sociedad, en un modelo idéntico al de las instituciones de gobierno, donde el nepotismo es un modelo aprendido y la horizontalidad es inexistente, digámoslo de otra manera, se vuelve un laboratorio de poderes a bajo nivel donde la imagen de líder se imposta y se decide autocráticamente, de dedo, los cargos directivos y administrativos por lazos de afinidad y conseguinidad.

Al igual como funcionan las primeras directivas escolares y colegiales en las que participaron, estos jóvenes, en una edad comprendida entre los 18 a 30 años, entran a Un techo para mi país para repartirse los puestos claves que les sirva en el futuro cercano de plataforma y práctica para optar a puestos importantes en Ong’s, fundaciones e instituciones gubernamentales. Esta conclusión no tiene por pretensión deslegitimar la noble labor que realizan los voluntarios en pro de una mejor sociedad, sino, acaso, hacer una equiparación de cómo el sistema aprendido influye incluso en los más jóvenes. No puede deshacerse toda una gran costumbre de prácticas políticas y de la moral conductual y ética de nuestra sociedad hondureña. Muchos de los voluntarios que deciden participar por su sensibilidad y conciencia social abandonan la organización sin fines de lucro y sin distingo político y religioso al protagonizar un ambiente de injusticia, falta de equidad y horizontalidad participativa entre los y las jóvenes.

Para entender su funcionamiento, hemos entrevistado a un par de «ex techeros» (exvoluntarios) y hemos de abordar un caso preciso de todo el proceso de encuesta y detección, otorgamiento de casas a las familias, proceso de descarga, finalizando con las construcciones.

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techo.org

Allá por el año 2010 a 2011, en la ciudad de San Pedro Sula, se realizó la primer colecta de la zona. Como es costumbre en la política nacional, es Tegucigalpa donde funcionan la mayoría de Ong’s, fundaciones, y adonde se destinan la mayoría de los fondos de cooperación externa por ser la capital del país. Allá están las Embajadas. Es harto sabido que debido a eso la zona del distrito central cuenta con una significativa cantidad de instituciones culturales, museos, delincuentes de corbata blanca, entre otros. No está de más agregar que San Pedro Sula aporta más del 40% del PIB y la Zona Metropolitana del Valle de Sula (ZMVS), más del 64%, dinero que no retorna a la misma zona, y que se desvía (eufemismo de robo descarado de las arcas públicas) a otras actividades no tan lícitas y a otras como la inversión en infraestructura urbana de la capital. Si San Pedro Sula padece los estragos de una mala gestión gubernamental y un retraso en su desarrollo, basta con ver el despegue del desarrollo en la capital del país para entender mejor la distribución del presupuesto nacional. El Dr. Darío Euraque estudia el tema y observa en un libro suyo desde cuándo data la participación activa en política de la comunidad de la costa norte, que es muy reciente. El departamento de Cortés, uno de los más poblados de Honduras, y el que aporta más a las arcas del Estado, comienza a involucrarse en política debido a que, pese a su condición empresarial y de alto desarrollo latinoamericano, no tiene representantes en los poderes del Estado. Es más, el número de diputados por ese departamento era muy bajo y las decisiones de los gobernantes poco favorecían a los municipios que lo integran. Se genera un cambio en las estructuras de poder y es el económico el que comienza a prevalecer e influir. Los empresarios de la costa comienzan a hacer valer su peso por medio de la economía en la política. Por el momento no se me ocurre un presidente sampedrano, pero sí la gran cantidad de votos que recibió el Partido Anticorrupción (PAC) en las últimas elecciones: los aspirantes a diputados fueron los más votados. Por razones de una fórmula del TSE que favorece no a los diputados más votados sino al engranaje ejecutivo, se decide cuántos diputados de cada partido entran al legislativo independientemente de las diferencias abismales en los votos: diputados elegidos con 2 mil votos logran un escaño en el Congreso mientras otros con votos que superan los 60 mil quedan fuera si su partido no ganó las elecciones presidenciales. Pero aquí cerramos este paréntesis, que era importante mencionar por una razón: vivimos en una país centralista pese a que se ha luchado y gestionado por lograr la descentralización a nivel nacional.

Techo para mi país Honduras se ubica en Tegucigalpa. Lo que no merece ninguna queja. Las convocatorias se hacen desde allá. Y quienes comienzan a involucrarse son quienes residen en la capital. Hasta el momento todo bien. Luego, esta ONG latinoamericana extiende sus operaciones fuera de Tegucigalpa y decide en 2012 hacer su primera construcción en las áreas de mayor riesgo social en San Pedro Sula. Un par de años antes, gracias al entusiasmo de la joven Rossana Romero, se hace la primera colecta en la capital industrial. Le hacen llegar las canastas de madera con forma de casitas y convoca a varias personas para acompañarla en este primer y pequeño proceso.

Imparte la primera charla a la que asisten menos de 15 personas. Se dividen varios grupos. Iris Bernárdez es una de las primeras voluntarias y quizás la más constante.

Años después, en el 2012, se realiza la primera jornada de detección. El Dusán, sector de El Ocotillo, es la comunidad beneficiada. Viene un autobús de Tegucigalpa y pasa recogiendo a los voluntarios sampedranos.

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Foto: todosayudan.com

Para inscribirse como voluntario (ojo) debe pagarse una cantidad mayor a los 200.00 lempiras y menor de 300.00 lempiras, y depositarlo en una cuenta de BAC. La notificación le llegará por e-mail.

Quienes conocen el proceso de detección, aquellos que ya han participado, encabezan las cuadrillas o grupos. Para los primerizos es el primer paso de aprendizaje.

Los directores dictan el reglamento. Y a los voluntarios les corresponde no violarlo. Los primeros inconvenientes surgen desde el momento que el reglamento es aplicable solo para los nuevos, no así para los viejos y sus amigos, a quienes aunque sean nuevos, gozan de mismos privilegios: camaradería: «sos mi amigo, no te preocupes, andás conmigo».

Dos de las prohibiciones básicas son: prohibido ingerir bebidas alcohólicas y tener relaciones sexuales durante el campamento. Muy razonables. Fumar sí es permitido. Una tercera es atender cuando se convoquen «formaciones», obligatorias incluso hasta altas horas de la noche.

Uno de los objetivos de la organización es vivir/padecer las precariedades en las que viven los pobladores del sector. Las escuelas se convierten en los albergues. Y el tema del agua es sumamente delicado. Al finalizar una jornada de trabajo, que comienza desde las cinco de la mañana, hasta que anochece, los voluntarios tienen acceso a un balde de agua. Conforme pasan los días, se les obliga a bañarse con una paila de agua, quizá el equivalente a poco más de un litro de agua, que es echada sobre ellos, al mejor estilo carcelario.

El descontento es generalizado. Se oyen quejas entre labios de un voluntario a otro. Y dicen: «si es una paila, que me la den a mí que sé dónde echarme agua porque sé qué partes mías necesitan lavarse, no que se la tiran a uno al ‘chilazo’».

El enojo desaparece entre las bromas que se producen sobre el acto del baño. El grupo de quienes ostentan cargos mayores, se quedan dentro de la escuela y pueden movilizarse adonde lo deseen.

El enojo resurge cuando pasadas las nueve de la noche no se les ha servido cena y cuando después de servida la cena se les obliga a hacer formaciones que no son sino dinámicas sin sentido alguno, inocuas, inútiles. Medianoche. Dinámicas. Juegos obligatorios. Y luego a descansar para despertar nuevamente a las 5 de la mañana.

Algunos voluntarios resisten la primera etapa. Muchos de ellos desertan.

Se hace nuevamente la convocatoria para la descarga de materiales y los voluntarios sobrevivientes, más otros, atienden el llamado.

Vuelve a repetirse la historia de las «odiosas» (así las ha llamado uno de los entrevistados) formaciones a medianoche, a pesar del cansancio abrumador de cada voluntario.

Dinámicas infantiles que justifican el cargo de quienes las ejecutan.

Los rumores andan de boca en boca. Pocos o nadie se atreve a quejarse con el grupo de jefes (voluntarios) y los que lo hacen son amenazados de ser expulsados. Una de las reglas es avisar constantemente de cualquier movimiento a los encargados, como ir a la pulpería, ir al baño, etc.

Lo que causa indignación a nivel de grupo es que una de las que dirigían contara que agradecía a su amiga (otra jefa, voluntaria, claro) haberla colocado en un puesto alto dentro de «Techo». Y que gracias a ese acto y la participación activa en el grupo ella comprendió que era importante el compromiso social con aquellos aislados de la sociedad, víctimas de los gobiernos y su sistema.

«Nadie tiene permiso de salir o ir a la ciudad», era una de las reglas claras, pero en varias ocasiones los «jefes» (igualmente jóvenes) iban a la ciudad. Dos casos aislados: compra de pizzas por parte de una de las voluntarias. Y el abandono de uno de los jefes debido a causas mayores: la muerte de un familiar. Si a un voluntario de menor «categoría» le ocurría tal tragedia, debía aguantarse y ajustarse a las reglas.

Los primeros directores de Un Techo Honduras eran de nacionalidad extranjera. Muchos, argentinos. En una discusión acalorada entre un voluntario constante y el voluntario argentino, este último corrió o bajó del autobús al otro por reclamos relacionados a sobre la igualdad de los voluntarios y el pago que hacían ellos como voluntarios: «pago para ser voluntario, no para obedecer órdenes estúpidas». A lo que el argentino respondió: «me vale verga, si te vas, habrá otros voluntarios. Nadie es indispensable».

Para cuando vino la construcción en el Dusán, se dejó entrever el más alto grado de desigualdad y nepotismo juvenil. La arrogancia de quienes dirigen y emulan a caudillos funcionarios de gobierno. Es en este punto donde cabe reflexionar hondamente, comprender a qué se debe y cómo modificar esta conducta tan arraigada en nuestra sociedad. En lugar de convertir futuros líderes comprometidos con las problemáticas que aquejan el país, estos jóvenes siguen el camino tantas veces aprendido. He allí una de las primeras fallas de la política interna de «Techo».

Techo: de la filantropía al experimento del horror

El laboratorio parece como salido de un proyecto de psicología. Un experimento que en poco se diferencia del elaborado por la Universidad de Stanford en 1971. La teoría a probar era que los abusos en las prisiones tenían su origen en la auto selección mediante el cual prisioneros versus carceleros asumían su rol. Así que un grupo de estudiantes de psicología participó de la investigación asumiendo diferentes roles. Tanto fue el descontrol y el horror, que los estudiantes convertidos en guardias comenzaron a abusar de los derechos de los prisioneros, negándoles la comida, prohibiéndoles ir al baño, como ocurrió en la construcción del 2012 en Techo para mi país en El Dusán.

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Las jornadas de trabajo fuerte comenzaban a las 5 de la mañana. La alimentación del desayuno del primer día consistió en un pedazo de sandía o una naranja. La temperatura de verano en semana santa alcanzaba los más de 40° centígrados. Bajo un sol imperante, trabajo fuerte de construcción, la mala alimentación, muchos de los voluntarios sufrieron desmayos. Para ellos era parte de la lección de cómo vive una comunidad en pobreza extrema. Sin embargo, pese a que estudiantes de medicina y uno que otro antropólogo eran voluntarios, no previeron esa ley natural de la supervivencia, del más apto, de quienes por vivir toda una vida de cierta forma están condicionados a soportar condiciones a las que quienes no están adaptados les afectará. Si un ser humano está acostumbrado a cierta cantidad calórica ingerida, al retirársela, y en un clima que variaba en más de 10° sobre el acostumbrado, en trabajos duros, tuvo grandes consecuencias. Parte de la política es que las familias beneficiadas deben proveer el almuerzo a la cuadrilla de construcción. Muchos de ellos no tenían qué ofrecer y había que mandar a comprar comida para que cocinaran algo. Otros, haciendo su mayor esfuerzo, brindaban lo poco que tenían, como en el caso de uno de los desmayados que confiesa haber comido durante el día nada más «una naranja en el desayuno y un platano cocido, sin nada, sin queso, sin mantequilla ni nada, de almuerzo». Cabe preguntarse sobre las jornadas de recolección de alimentos que se realizan, las donaciones de súper mercardos, más el dinero que pagan los voluntarios como para que no hubiera con qué alimentarlos. Además, a los encargados de cocina se les veía comer bien y otras personas llevaban sus alimentos. Quienes menos trabajo forzoso hacían, mejor se alimentaban.

Marcela Velaśquez, una de las personas desmayadas, nos relata lo siguiente: «eran las dos de la tarde, estaba martillando, el sol estaba demasiado fuerte, no tenía nada de energía, me paré y comencé a marearme, y me dio un dolor de estómago, yo lloraba del dolor, y me desmayé… en la escuela me dieron algo, me dieron suero, y bueno, luego me desperté y sabía que mi cuerpo estaba respondiendo a que no había consumido nada.»

Los mismos pobladores al darse cuenta de la situación de los voluntarios con respecto al acceso de agua para bañarse, ofrecían sus baños. Agua que compraban a carros cisterna ya que no hay servicio de agua potable en ese sector.

Las jornadas de trabajo duraban hasta 12 horas: de 7 de la mañana a 7 de la noche. Al regresar a la escuela, los voluntarios esperan a que se sirva la cena, la que en la mayoría de la semana se sirvió después de las nueve de la noche. El horario de baño era más tarde, salvo para quienes coordinaban todo, que podían bañarse antes, o después, y disponer de la cantidad de agua que quisieran.

Hacían el llamado. Los voluntarios se ordenaban en fila. Cada quien llevaba su jabón en mano. Una persona los esperaba para echarles una paila de agua. Otros, compraban bolsas de agua en las pulperías para bañarse. Ya que se trabajaba excavando para colocar los pilotes. Ante una jornada de trabajado duro, la mayoría buscaba dormir, pero era obligatorio no dormirse porque más tarde, a medianoche, tocaba otra formación, como si se estuviera en una prisión. Cinco horas de descanso, el resto, no les pertenecía.

A mitad de semana, hubo protestas ante el descontento. Se castigaron a las mujeres porque una de ellas había pegado una toalla sanitaria ensangrentada en la pared. El significado es elocuente. Y comprensible. Ante tanto abuso, bajo las condiciones de trabajo forzado (voluntario), la mala alimentación, y el hecho de adueñarse de las pocas horas de recreación y descanso que tenían los voluntarios, alguien debía explotar. No hace falta tener mucha imaginación para comprender qué significa para una mujer menstruar, que no haya agua en los baños, que deba pedir permiso para ir al mismo, y sometida a los trabajos agotadores aún padeciendo dolores de vientre. Algo de sadismo e inhumano. Pero ellos cumplían su rol de jefes. Y las reglas no podían romperse, salvo por ellos, como ocurre en los poderes del Estado. Una praxis antiética la que como sociedad hemos aprendido, acostumbrados a vulnerar los derechos humanos.

Otro ex voluntario, Javier, cuenta que «la motivación de ayudar a la gente era lo que los retenía».

«Desmayarse es horrible, porque vas allá a ayudar, como voluntario, y allá te tenés que someter a lo que ellos dicen… terminamos tipo seis de la tarde, regresábamos esperando bañarnos. Y no había agua. Es una necesidad básica e importante el baño. Tampoco se podía. Paredes manchadas. Servicios sucios, llenos. Los baños siempre estaban sucios. Y bueno, una cena que uno espera, y es un vaso de suero con un pan con frijoles. Y otra cosa, vas de voluntario, lo único que deberían hacer es tratarte bien, darte de comer, ¿cómo vas a pagar por ser voluntario? Se supone que con tu pago garantizabas tu comida. Habían demasiada preferencia. Los jefes se podían bañar cuando querían. Comían bien. Y no tenían los gastos energéticos. Ellos salían a San Pedro o al mall a comer allá. Mientras nosotros aquí comiendo cualquier cosa.», agrega Francis.

Terminada la semana de construcción, uno de los ex directores, Espinal, a quien llamaban «la perra», se ennovió con una de las voluntarias, Michelle Nodarse, que asistía por primera vez a Techo. Esta relación la convirtió en la encargada de «Techo» en San Pedro Sula. Luego, Espinal tendría por novia a la mejor amiga de Nodarse, María José Holliday, y ésta asumió el cargo de jefa o encargada.

Cuando me he encontrado a muchos de los ex voluntarios, incluso algunos que tuvieron cargos preferenciales, cuando se refieren a su renuncia o abandono del voluntariado, lo hacen con pesar, molestia o indignación.

Al consultarle a Ivon Zelaya, directora de planeación y capacitación, sobre si siguen aplicando las mismas medidas contra la libertad individual de cada uno de los voluntarios, ha respondido que «siguen haciéndose pero en menor medida. Me hace saber que cuando inició ‘Techo’ en Honduras estaban aprendiendo y ocurrieron cosas que no se esperaban. Los cargos van rotando.»

Sin duda el proyecto vale la pena. Al consultarle a otro techero ha confiado que ya «se los volaron a todos los que antes dirigían. Era una argolla. La argolla actual es más seria y más responsable.»

Ivon Zelaya me facilita el número de la gerente de Techo Honduras, Karla Matamoros. La contacto. Ella se disculpa por estar muy ocupada y que no puede atender una entrevista de menos de diez minutos ya que tiene mil cosas que hacer. Están en época de colectas a nivel nacional. Fondos que sirven para construir las casas.

Quien ha trabajado en coordinación de grupos bien sabe que diez minutos es nada, que se gasta mucho más tiempo en los chats de WhatsApp, Instagram, Facebook, Twitter… El tiempo es una disposición: una voluntad de ofrecerlo.

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Foto: techo.org

En conclusión: sea cual sea el reglamento de una ONG, debe respetarse la libertad de cada ser humano, y no debe ser coartada bajo ningún precepto o condición ilógica, ninguna persona debe ser subyugada, ni debe vulnerarse. Quizás la equidad e igualdad no existan, pero debe primar la ética en quienes todavía jóvenes emprenden proyectos, sobre todo, cuando se trata de voluntarios con sus mismos sueños, con los mismos derechos y deberes, y que sus acciones de abuso de poder lo que hacen es elevar el número de deserción en sus filas.

Camus decía que «la rebeldía más elemental expresa, paradójicamente, la aspiración a un orden». Por su lado, Foucault opina que aquellos que desde su estatuto dominante, de amo, juzgan y reprimen al insurrecto, excluyéndolo, en cambio se protege y priviliegia a los otros, por sobre los demás. «El hombre se rebelará tanto contra la mentira como contra la opresión.»

Y la experiencia en Un Techo para mi país ha dejado a muchos con el mal sabor de haberse sentido presos, vigilados, limitadas sus libertades, mientras otros han ejercido su poder de limitarlos, vigilarlos, castigarlos. Habrá que repasar el libro «Vigilar y castigar» de Foucault. Y habrá que enmendar aquellas reglas (no pétreas) en beneficio de la horizontalidad de la convivencia, respetando voluntarios, comunidad y directores. Parece inconcebible que una institución social filantrópica sea un ejercicio de poder en contra de los derechos inalienables de los seres humanos.

Un paisaje, una cicatriz

Cuando construimos en la Dusán, camino a El Ocotillo, en el tramo que están pavimentando, había muchas familias construyendo un albergue en donde poder vivir, sin techo, bajo el sol inclemente del norte, a temperaturas de casi 40°, y recuerdo que a mediodía un recién nacido era mecido en una hamaca amarrada entre uno de esos arbustos y una columna que sostiene el nylon que «da sombra» (sombra de muerte y de miseria) a quienes vivían allí.

Que se piense, que allí donde se levanta un edificio, lloró un niño y una familia albergó lo más parecido a la esperanza de que por fin tendrían por lo menos nueve metros cuadrados de «dignidad» y «respeto» a sus derechos como ciudadanos hondureños.

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