SUYAPA: LA POETA DE EL CARRIZAL

EGO18 noviembre, 2016

*

–Con las historias de uno se puede hacer un libro, ¿verdad usted? –Relfexiona Rosibel, luego de darse cuenta que buscaba a Suyapa Antúnez.

Rosibel tiene 48 años, y antes de tener una chiclera en el parque central de Tegucigalpa, lavaba autos en el parqueo de SOPTRAVI, lo hizo durante dos años, hasta que su hermano, quien era en realidad el que tenía la «plaza» para trabajar allí, le quitó el empleo al ver lo bien que le iba a ella.

El parque es un hormiguero humano. Es Babel. Un laberinto interminable de voces. Todo transcurre ante la mirada apacible del héroe, uno, que montado en su caballo, sigue tan estático como desde el primer día que fue puesto aquí para cuidar a la patria cuando más alta fuera la noche.

Rosibel se va, y se pierde entre la lluvia que ha caído esta tarde de septiembre en la plaza de Tegucigalpa. Su sonrisa tímida hace contraste con la ausencia que deja. Suyapa no está. Dicen, Rosibel y la Chela, que ya se ha ido, porque ella se va temprano, se va temprano porque vive en El Carrizal, y es peligroso que se deje agarrar por la noche.

Rosibel no cuenta mucho. «No me gusta contar mis cosas», dice, mirando con cierta indiferencia hacia su chiclera. Los clientes van y vienen. Ella los atiende con cierto desdén.

suyapa-poeta-6

La Chela, –como le dicen las demás mujeres de la plaza–, es esquiva. Su rostro comienza a mostrar signos de vitíligo, esa enfermedad que suele dar en personas de tez oscura, la piel pierde pigmentación hasta que la persona se ve de una coloración rosada en las etapas últimas, cuando el cuerpo ha cedido por completo.

Dice la Chela que fue prostituta, que trabajó muchos años en los burdeles de Tegucigalpa, pero no quiere ahondar en su historia, se ríe, y voltea el rostro. «Trabajo aquí desde hace dos años, antes de esto era prostituta en los burdeles», cuenta con tranquilidad. Cambia el tema y prefiere hablar de un hombre que le gustaba, un presentador de un programa de televisión, y con el que logró ponerse en contacto por mensajitos de teléfono.

–Yo le mandaba fotos mías, y el me decía que yo le gustaba, que quería conocerme–, recuerda la Chela a aquel hombre con el que durante seis meses mantuvo una relación virtual, relación que terminó cuando a ella le robaron su celular. Luego se queda callada. No cuenta más.

Una mujer que no dice su nombre, pero que tiene una bebé en sus brazos le cuenta a la Chela del romance que un predicador evangelista tuvo con una chica que inhala resistol, un romance surgido entre las predicaciones del hombre y los «viajes» que la chica tenía en la plaza central de Tegucigalpa. Quien cuenta la historia, cuenta que el evangelista le hizo muchas promesas a la chica, entre ellas, «darle todo, pero sólo la embarazó y luego le quitó el hijo». Quien cuenta la historia, cuenta también que la chica volvió a inhalar resistol en el parque, y del evangelista no volvieron a saber nada. Besa a la bebé entre sus brazos, y se va, como quien se va en busca de algo muy preciado.

suyapa-poeta-5

**

Suyapa es pequeña, delgada, y su pelo podría competir con el meollo de alambres del cableado eléctrico público. No puede evitar poner su mejor cara de asombro al ver su fotografía en la página 46 del libro Women’s poems of protest and resistence, Honduras (2009-2014), la edición bilingüe que Casasola, publicara en 2015. Suyapa no sabe que este libro se ha ganado dos premios en Estados Unidos, a mejor diseño de portada y a mejor libro de poesía de varios autores, en los International Latino Book Awards. Suyapa, ni siquiera figura dentro del canon de la poesía hondureña.

–Eso es un don que dios me ha dado. –Dice, refiriéndose a la poesía.

Creció en la casa hogar de Sor María Rosa. Ella y sus tres hermanas fueron entregadas por sus familiares al orfanato, y jamás volvieron a saber de ellos, ni del hermano menor que dice tener. «Ay, me gustaría volver a verla, esa mujer fue mi madre», recuerda Suyapa a la monja que la crió. Su verdadera familia está en Ceiba, pero nada sabe de ellos, y no habla más al respecto.

Suyapa es la menor de sus hermanas. Ondina, su hermana mayor está en Estados Unidos. Alba Luz, vive en Ciudad España. A su hermana Argentina, cuenta que la mataron por robarle.

–¿Era vendedora también su hermana?

–No. Llegó a tener sus fichitas, pero como ahora con todo «impuesto de guerra», ya sabe que a uno lo joden.

Suyapa y sus hijos viven en El Carrizal, una de las zonas más peligrosas de Tegucigalpa. «En un cuartito, adelante del colegio Luis Bográn», dice ella. Suyapa tuvo siete hijos, casi todos han crecido lo suficiente como para irse del hogar, ahora, vive únicamente con dos de sus hijos menores y una hija, quien tiene a la vez, su propia hija.

–A un varón me lo mataron, eran tres varoncitos, sólo me quedé con dos.

–¿Cómo lo mataron?

–Andaba trabajando mi hijo. Reparaba camas, compraba camas viejas, las reparaba, y las volvían a vender, él trabajaba con un vecino mío.

Henry era el hijo mayor de Suyapa. Ese día que mataron a Henry, mataron también a dos chicos más, uno de ellos, hijo del jefe de Henry. El hijo de Suyapa tenía veinticuatro años, lo mataron recién en 2015. Les quitaron el dinero, y luego les quitaron también la vida.

Uno de sus hijos, cuenta sin decir muchos detalles, trabaja en una panadería, el otro es ayudante de buses, cualquier bus está bien, la ruta no importa mientras tenga trabajo.

suyapa-poeta-1

Hace dieciocho años que Suyapa se separó del padre de sus hijos, y desde entonces se ha dedicado a trabajar vendiendo dulces y cigarros, que lleva con ella a todos lados en una pequeña canasta tapada con una bolsa negra, por si la lluvia, por si «los perreros» de la policía municipal. Su chiclera es el único medio que tiene para ganarse la vida. Pero antes, muchos antes de esto, cuando apenas tenía diecinueve años, y vivía en la colonia Soto, nada sabía de lo que la vida le presentaría.

Suayapa trabajó vendiendo verduras en el mercado de Comayaguela, al final de cada día, parte de su pago se lo daban en verduras de las que sobraban, de las que no se vendían, de las que nadie quería llevarse a casa, porque estaban pasadas, o porque estaban muy magulladas, y con esas verduras desechadas ella hacía sopa para cenar todas las noches.

Según la Organización Mundial de la Salud, unos 50 millones de personas padecen de epilepsia, lo que convierte a esta enfermedad en la causa neurológica de defunción más común. Estos datos, revelan también que el 80% de los pacientes viven en países de ingresos bajos y medianos. Sólo en Honduras, al menos, 16 mil personas padecen epilepsia, la mitad no recibe tratamiento médico apropiado o continuo, estos datos los dio el científico hondureño y decano de la facultad de Ciencias Médicas, Marco Tulio Medina, en una entrevista para Presencia Universitaria en marzo de 2014.

La epilepsia ha atormentado desde que era una niña a Suyapa. A los siete años tuvo su primer ataque. La epilepsia fue la razón por la que no terminó ni siquiera la primaria, porque cuando los ataques se intensificaban, la solución era sacarla de la escuela, pero Suyapa recuerda que se escapaba para irse a meter a las clases, porque la escuela le gustaba mucho. Aprendió a leer, a escribir, y a hacer las operaciones matemáticas básicas.

captura-de-pantalla-2016-11-18-a-las-9-52-44-a-m

–Padezco de epilepsia desde los siete añitos, fue de un golpe que me pegué a los cuatro, agarré aire en el cerebro.

–¿Qué siente cuando le dan los ataques?

–Ay papito, si eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Se me corta la respiración, se me pone en blanco la memoria, uno podría morirse.

Hace dos años que abandonó sus citas en el Hospital Mario Mendoza, porque nunca había medicamentos. Ahora compra por su cuenta los medicamentos, fenitoina o epamin, que en la farmacia pueden llegar a costar al menos unos veinte lempiras. Suyapa es una de cuatro mujeres que padecen de epilepsia y trabajan en la plaza central.

Dice Suyapa que cuando los ataques de epilepsia le han dado mientras está trabajando en el la plaza central de Tegucipagalpa, entonces viene la policía municipal que siempre anda cerca, y le roba su chiclera. En una ocasión le quitaron incluso, Honduras: golpe y pluma, el libro, el único libro, quizá, donde Suayapa saldrá publicada en su vida, se lo quitaron y se lo quemaron, «por pura maldad», reflexiona.

Suyapa ha perdido la visión de su ojo izquierdo porque la policía la golpeó en 2009, la golpearon a patadas y con toletes, la golpearon con saña, con odio, la golpearon tanto que tuvo que ser hospitalizada, la golpearon por cantar sus poemas en los actos culturales que se organizaban siempre que la movilización llegaba a la plaza, que por aquellos días, había sido bautizada como «plaza libertad». Esa golpiza le costó un mes en el Hospital Escuela.

–Le hice una canción a los grandes empresarios. Empecé con ésa, y terminé con la de Mel Zelaya.

Recuerda Suayapa, aquellos agitados días, en donde todo el país parecía estar en la plaza. Y canta, porque cantar para ella es su forma de entender el mundo, su mundo. Ríe a carcajada abierta, y vuelve a cantar, otra de esas canciones casi proscritas. Canta como si no importara nada. Canta aunque nadie la escuche.

suyapa-poeta

Se queja de las condiciones en las que los artistas viven en Honduras, aunque a ella, ningún artista la considere de lo suyos, y se queja también de que la gente la trate de loca por cantar, por escribir, y por contestar a las personas con un poema inventado sobre la marcha como respuesta a cada cosa que le dicen. Suyapa cree que de haber nacido en otro país, hubiera tenido mejores oportunidades que las que tuvo en Honduras. Intentó irse a México hace unos años, porque cree que allá podría salir adelante, «porque los mexicanos sí apoyan a los artistas», eso le han dicho, y ella lo repite. Entonces lee un poema largo, dedicado a los mexicanos, lo lee con la misma cadencia, con el mismo ritmo, con la misma entonación con la que ha leído los primeros.

En el poema descarga todo lo que lleva adentro, con en el poema intenta comunicarse con aquellos de los que no recibe respuesta. Los que sí se comunican con ella son los policías municipales, «los perreros», quienes merodean el parque todo el día, quienes la golpean y le roban su chiclera cada vez que tienen oportunidad.

Hace dos años, miembros de «los cobras», tuvieron que intervenir para quitársela de las manos a varios de «los perreros», que la golpeaban como suelen golpearla siempre, cuenta Suyapa, que esa vez no fue diferente, la golpearon sólo por vender chicles y cigarros en la plaza central. En esa ocasión, «los cobras» la llevaron frente al alcalde, y le hicieron ver lo mal que Suyapa la estaba pasando, hace dos años de eso y la respuesta del alcalde sirvió sólo para zafarse a los militares que por el relato de Suyapa, se podría decir, le tenían invadida la oficina.

–Mil quinientos lempiras me dio el alcalde, porque el permiso te cuesta mil pesos, y volver a comprar todo, allí gastás quinientos. –Explica los detalles, Suyapa, tomando aire para continuar, llevándose cada tanto las manos a la cabeza, entre sorbo y sorbo de palabras que a veces resultan laberínticas.

Saca un cuaderno de espiral con portada verde, lo saca de un bolsito azul con el escudo desgastado de la selección nacional de fútbol, que ha traído todo este tiempo. En el cuaderno, Suayapa lleva su memoria escrita en formato de verso. Lo saca porque quiere leer un poema que escribió para la policía municipal. Lee el poema, y se ríe de ellos.

Suyapa se despide con premura, se va a los bajos del Congreso Nacional, donde ha llegado la marcha de un sindicato, ella va para vender cigarros, agua, dulces, o sólo para leer un poema.

Fotografía y texto de Martín Cálix.

captura-de-pantalla-2016-11-18-a-las-9-19-19-a-m

Acerca de El Pulso

Propósito: Somos un equipo de investigación periodística, que nace por la necesidad de generar un espacio que impulse la opinión sobre los temas torales de la política, economía y la cultura hondureña. Estamos comprometidos con el derecho que la gente tiene de estar verdaderamente informada.

Derechos Reservados 2019-2021