¿QUÉ SIGUE AHORA EN NICARAGUA?

ALG18 junio, 2018

Al llegar al poder político en 2007, el matrimonio Ortega/Murillo concibió una estrategia para permanecer en el gobierno por un largo período de tiempo. Aprovechando la base política creada con la revolución sandinista y la imagen antiimperialista de la guerra de los ochenta, procedieron a comprar y / o ganar conciencias dentro de las instituciones del Estado y organismos semi-autónomos, incluidas las grandes empresas, con fondos en su mayoría provenientes del chavismo. Hicieron alianzas con los que antes eran sus adversarios, en pro de un proyecto que a todos ellos convenía: don dinero. Luego maniobraron para lograr cambios en las leyes y la Constitución política de Nicaragua para que se adapten mejor a ellos; y finalmente, destruyeron completamente a los partidos políticos que podrían haber sido oponentes reales. Que nunca lo fueron realmente.

Deben mencionarse dos instituciones estatales que han quedado atrapadas en el torbellino de esta estrategia: el ejército y la policía. Un «jefe supremo» fue impuesto a ambas entidades que luego procedió a ejercer su poder de manera arrogante y manipuladora. Se le ofreció las oportunidades para el enriquecimiento, el poder y la capacitación técnica, y se les solicitó la obediencia ciega, y como ciegos, de hecho, obviaron el contenido del cumplimiento de su carta constitutiva, que los establece como instituciones no partidistas, no deliberativas, respetando la Constitución bajo el gobierno civil. Este concepto político se ha convertido en una prioridad secundaria para ambas instituciones.

Esta estrategia también incluyó un componente populista, la atención a los más empobrecidos, gente sin trabajo, con poca o nula educación o entrenamiento que exigían bienes y servicios para sobrevivir. Donaciones de tierra, techos de zinc, madera, clavos, correas, casas a medio construir, parques, videos, alcohol, música y camisetas se entregaban para equipar esta filosofía social, todo bajo la imagen permanente del matrimonio Ortega / Murillo.

Y ahora, ¿qué tenemos en Nicaragua? Caos social y político. La base sandinista y la izquierda internacional sigue sorprendida ante el desarrollo de los acontecimientos, acusan a las protestas de derechistas extremas y a la CIA de conspirar para destruir el último remanente de revolución en Centro América. Confunden sandinismo con orteguismo, confunden revolución sandinista con partido sandinista. Ignoran y en algunos casos hasta justifican las violaciones a los derechos, equiparándolas con los excesos que se han cometido desde las barricadas en contra de militantes sandinistas. No aceptan el error que fue nombrar a Rosario Murillo como vice presidenta y convertir el poder de la nación en un feudo familiar; no aceptan la corrupción descarada e impune que reina en el país ni la consecuencia de un descontento que por años se fue acumulando en la población que vio la revolución traicionada por una cuadrilla de delincuentes capaces de aliarse con el mismo diablo si este les garantizaba estabilidad en el poder. Fácil es culpar a la CIA, acusar a la población en protesta de tontos útiles, sin ver jamás el pecado original de una tragedia macbethiana.

La salida de Ortega parece difícil, como imposible parecía la caída de Somoza. Algunas personas se preguntan: ¿qué haremos si el gobierno se derrumba? extrañando desde ya la tranquilidad que reinaba bajo la pareja presidencial. Se niegan a aceptar que el país ha cambiado y que tomará mucha sabiduría recomponer lo que se ha destruido. Para bien o para mal, ahora hay un nuevo actor social emergente: gente joven, ajena a la vida política tradicional, vestida con dignidad, desvergonzada social y políticamente, gente que nació después de la guerra, que son hijos de la contra y el sandinismo y que por lo tanto están hartos de discursos y consignas que al final llevan a nada. Ellos son la reserva moral de Nicaragua, a ellos se deben escuchar.

La salida de Ortega producirá en un principio, alivio y dignidad cívica. Pero luego, cuando las fogatas de las barricadas se apaguen, cuando la vida vuelva a su curso, los nicaragüenses necesitaran acompañamiento internacional sino se quiere que entre en una espiral de violencia como la que Honduras experimentó después del golpe de Estado de 2009, porque la destrucción siempre es más difícil que la construcción. La clase política y empresarial debe aceptar que cometieron un error y que ha llegado el momento de Nicaragua, para que las llamas no vuelvan a encenderse, esta vez en contra de ellos.

Fuente: opendemocracy.net

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